miércoles, 30 de diciembre de 2009

Injusticias legales de andar por casa

Que una de las características fundamentales del ser humano es que tiene dos varas de medir, una para sí mismo y otra para el resto de los mortales, no es nada que sorprenda a nadie; todo el mundo es consciente ya, a estas alturas de la película.
Sin embargo, la sociedad moderna ha trasladado esa misma filosofía al colectivo y le ha dado la vuelta, es decir, que ahora es el colectivo el que tiene dos varas de medir: una para sí mismo y otra para el caso particular de cada hijo de vecino.
Y en estas, han proliferado unas modernas y avanzadas formas de injusticia individual, basadas en el bien común, en la colectividad, en el progreso social. Hablo de injusticias legales, injusticias de andar por casa, que nos ocurren sin más remedio, a pesar de que es obvio que lo son, que vulneran cualquier lógica y que, es más, generan una extraordinaria inseguridad individual, en ocasiones (no siempre), a expensas del bien general.
En estos días entrañables y navideños de bueyes, renos y otros individuos con cuernos, vivimos una de esas estruendosas injusticias legales, con el caso de la aeronáutica Air Comet, una empresa que ha llevado a cientos de miles de seres humanos de un lado a otro del Atlántico, hasta que su máximo responsable, a la sazón presidente de los empresarios españoles y sin que ello tenga nada que ver ni aporte elemento alguno al caso, por las razones que sean, ha decidido dejar de hacerlo.
El problema es que su decisión, lejos de anunciada y prevenida, ha llegado de la noche a la mañana, aunque ahora el tipo haya tenido el desparpajo de afirmar públicamente que la quiebra de la compañía era un secreto a voces y casi que los culpables del caos han sido sus propios clientes por haber apostado por volar con una compañía con tan malos augurios.
Es un buen ejemplo de ese tipo de injusticias legales, consistente en que una empresa es capaz de dejar en la estacada, en plena Navidad, a miles de seres humanos que iban a ver a sus familias por vez primera en meses, algunos en años, y luego fumarse un puro. ¿Caerá todo el peso de la ley sobre los responsables de esta compañía? ¿Dará alguno de ellos con sus huesos en la cárcel? ¿Pagarán hasta el último céntimo de las indemnizaciones a los miles de damnificados? Bueno, vale.
Hablo, como verá el avispado lector, de situaciones que están contempladas dentro de la legalidad, pero son a todas luces flagrantemente injustas. Y si no, ¿qué decir del overbooking, por no salirnos del ámbito aéreo? El tema, al que le deben haber puesto un nombrecito anglosajón porque en castellano posiblemente se hubiera denominado ‘putada aeronáutica’, consiste ni más ni menos que un sujeto, a pesar de haber reservado, pagado y recogido su billete de avión, ha de saber que no tiene ninguna garantía de volar, no sólo en el sillón, sino ni siquiera en el vuelo, la hora o el día que ha pactado. ¿Por qué? Simplemente porque las compañías están legalmente autorizadas a vender más billetes de los asientos que tiene el avión. ¿Legal? Sí, señor, sí. ¿Justo? Pruebe usted, a ver qué le parece.
Y como guinda (aunque hay más), las expropiaciones, aquí sí claramente en el nombre del bienestar común. El asunto, ahora, es que usted compra un piso, una casa o, en definitiva, una vivienda que habrá de estar pagando posiblemente más de la mitad de lo que le resta de vida (si es usted un tipo sano; porque si no, seguro que todo lo que le queda y parte de la de sus vástagos) y un buen día, un sesudo funcionario o un elegante político decide que la parcela que ocupa su vivienda viene que ni pintada para que pase un tren o un tranvía, o para hacer un parque, un hospital o una sucursal de Disneyland. ¿Adivina usted por dónde se ha de meter usted los muebles del salón, la mecedora de la abuela o la vitrocerámica de última generación? Sí, sí: justo por el mismo sitio que el billete de avión de los miles de homo sapiens que pasan, estos días, una Feliz Navidad en Barajas.

martes, 15 de diciembre de 2009

Navidad todo el año

Aquellos que, confundidos por el titular de este artículo, quieran encontrar en él espíritu navideño, paz, amor y fraternidad, purpurina y estrellas fugaces que guían a reyes magos y tipos gordonchos vestidos de rojo y manchados por el tizón de la chimenea, ya han leído todo lo que tenían que leer.
No amigos, no es que yo no comparta ese espíritu; lo tengo y muy acentuado: como la vida misma, me encanta la Navidad, porque entre estar dándonos hostias todos los días y hacerlo todos los días menos dos semanas al año, prefiero lo segundo, qué quieren que les diga.
Pero hoy no toca. Con esto de ‘Navidad todo el año’, no me refiero al virus que El Corte Inglés nos inyecta en vena a principios de diciembre: me estoy refiriendo a mi dieta. Uno, todavía utópico e infeliz, aún sueña con conseguir, cuando sea mayor, una ‘no barriga’ como la de Cristiano Ronaldo, que provoque la histeria colectiva cuando, para celebrar algún éxito puntual, me levante la camiseta y deje volar al viento una tableta de negro y duro chocolate, digna del menú de cualquier infante del siglo XXI.
Una aspiración, la mía, que, lo reconozco, me lleva a situaciones públicas y privadas que no me hacen sentir precisamente orgulloso. Todavía me levanto a las siete de la mañana para ir al gimnasio o dar unas carreritas y, se lo juro por Esnupi, cuando me miro al espejo de la sala de fitness, me veo un parecido casi indistinguible con El Duque; un parecido, créanselo, que se esfuma como los proyectos de un candidato al llegar al cargo, cuando entro en el vestuario y, raudo y veloz, me quito la ropa para mirarme atentamente al espejo; allí, donde antes había prominentes músculos y líneas rectas, ahora hay, sigue habiendo,… en fin, déjenlo.
Pero como uno es cabezón por naturaleza, no me dejo achantar por el maldito espejo y también llevo años trasladando (quizás digamos intentando trasladar) ese afán a la mesa. Por ejemplo, aunque no ha sido uno nunca muy amante de desayunar fuera de casa, últimamente he incorporado a la dieta matinal una de esas magníficas barritas energéticas bajas en todo, que mi madre me ha llevado a la oficina y que seguro componen el 90% de la dieta de CR-9, mi musa corpórea.
Y aunque uno no es, precisamente, un dechado de paciencia, le he dado a esta nueva táctica un plazo de un mes para ver resultados. Y pasado ese tiempo, he cogido el cinturón que tengo para medir eso que ahora llaman la grasa corporal (la panza, de toda la vida) y, ¡oh sorpresa!, estamos en las mismas. ¡Maldita sea, alguien ha debido trucar el cinturón!
El caso es que, ahora que llega la Navidad, me he dado cuenta de que ahí está precisamente el fallo, porque mientras la mayoría del común de los mortales hacen un paréntesis en sus dietas para arrojarse con pasión a las comidas de empresa y las reuniones gastronómicas de amigos, para después sumirse en la rutinaria y gris dieta del resto del año, compaginada con horas de gimnasio, en mi dieta es Navidad, pero durante todo el año y, día tras día, 365 al año, me convierto en una bestia parda incapaz de distinguir tamaños y colores cuando me siento delante del plato de cocido.
Eso sí, también me he convencido de que quien evita la tentación evita el pecado: ¿se imaginan a uno quitándose la camiseta para celebrar, mostrando el ‘goofre’, no sé, cualquier éxito en mi trabajo? Vamos, vamos.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Prostitución e hipocresía

Anuska es una mujer de algo más de 20 años que lleva tres en España. Vino de su país, qué más da cuál, porque allí la vida se había convertido en una tortura; y porque le hablaron de un tierra que manaba leche y miel, que luego no resultó como decía el cuento.
Esta semana, Anuska era una mujer más feliz, porque una amiga le había enseñado un recorte de periódico en el que se insinuaba que la prostitución, la actividad a la que se dedica para sobrevivir, iba a dejar de estar penada por la ley.
De ella, de la prostitución, se ha dicho siempre que es el oficio más antiguo del mundo, lo cual es discutible, aunque sí es cierto que, desde hace muchos siglos, es una profesión que ha estado siempre rodeada de toneladas de hipocresía.
Quien más quien menos, conoce el caso de algún alto dignatario político, social, económico, religioso o intelectual que desdeña la prostitución en público y se entrega a sus encantos en privado.
Pero no son los únicos hipócritas, aun que sí los mayores. Existe otra rama de hipocresía alrededor de la profesión amatoria, que consiste en defender su persecución, como una defensa de las propias profesionales, aunque claro, como es habitual en estos casos, sin preguntar su opinión a las protagonistas de la historia.
El argumento teórico enlaza, sin disimulo de la exhibición de demagogia, que los poderes públicos han de prohibir y perseguir a la prostitución, para evitar injusticias y abusos como la trata de blancas, la esclavitud sexual y el proxenetismo. Un argumento que nos podría servir para prohibir las carreteras y los coches para evitar los accidentes de tráfico o cerrar los bancos para evitar los atracos.
La postura filosófica no es nueva. Al contrario, desde que el mundo es mundo y el poder dice representar los intereses del pueblo, es costumbre arbitrar soluciones a problemas sin preguntar jamás la opinión de los afectados. Pero si realmente lo buscado fuera el interés de las mujeres que se ven obligadas, o no, a esta actividad, las administraciones elaborarían leyes para legalizar y controlar una realidad que ha existido, existe y existirá, para evitar los abusos que sufren estas trabajadoras, para garantizar la libertad de elección de las propias comerciantes del cuerpo y para que el Estado se beneficie de los estratosféricos números que mueve este negocio, siempre al margen de Hacienda que, dicen, somos casi todos.
Mientras los poderes no metan a fondo el bisturí legislativo en un asunto tan antiguo como para ser reconocido como la profesión más antigua del mundo, seguiremos contemplando escenas lamentables en las cunetas de carreteras y en márgenes de las calles; y lo que es peor, seguiremos imaginando, cuando nuestra conciencia nos lo permita, lo que se esconde debajo de esa alfombra social.
Y todo ello sin entrar en el debate sobre quién es el Estado para impedir que cualquier ser humano pueda comerciar con lo único que le es propio de verdad, con lo único que llega a este mundo y lo único que le acompaña hasta el final. Mientras tanto, Anuska seguirá viendo cómo quienes la defienden a nivel público sin hacer nada, son los responsables de no pueda ejercer libremente su profesión, sea ésta la que sea.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cervantes dimisión

Se escucha, en algunas facultades de Periodismo, que quienes más deterioran la lengua son los profesionales de la política y el periodismo. Tiene su lógica. Es como decir que quienes más deterioran la medicina son los médicos y que quienes más faltas cometen son los defensas centrales.
No obstante, aunque es cierto que el uso continuado de la lengua como instrumento de trabajo puede constituir una dispensa para esa fruición en el error, no lo es menos el que hay comportamientos que más bien parecen constituir auténticas declaraciones de guerra contra el lenguaje.
He de reconocer que, en mi paso por la Facultad, también yo hacía gala de un especial espíritu de rebeldía lingüística, defendiendo incluso tesis tan inverosímiles y rocambolescas como la de que la creación o invención de términos podía llegar a constituir un honor para un profesional de la lengua, una especie de testimonio imperecedero, al igual que la invención de una pócima lo es para un químico y el diseño de un espectacular edificio lo es para un arquitecto.
¡Cuán romántico y quinceañero era todo aquello! Y claro, como mucho de lo rebelde y romántico, acaba topándose con la cruda realidad, ésa que nos dice, por ejemplo, que si el lenguaje ha llegado hasta aquí y se ha sostenido como instrumento de comunicación, ha sido precisamente porque se ha cuidado de preservarse de ataques, cambios innecesarios y modas pasajeras, como una convención que une a sus usuarios al margen de ansias independentistas.
El caso es que hay errores que, por repetidos, no sólo hacen temer que acaben por convertirse en aciertos sino que incluso terminen por relegar a las fórmulas correctas al olvido.
Es el caso de término cesar, verbo intransitivo de la primera conjugación, cuyo uso se ha perturbado, prostituido y violado hasta convertirlo en algo que no es, en principio por desconocimiento, luego por moda y quién sabe si, al final, no por vicio.
He tenido el dudoso placer de obtener, por parte de compañeros unidos por el incorrecto uso del verbo en cuestión, el reconocimiento de que son plenamente conscientes de que, como verbo intransitivo, cesar no puede ir acompañado por un complemento directo alguno, es decir, que por muy poderoso que sea el tipo en cuestión, no lo es lo suficiente como para cesar a un señor o a una señora; y que como mucho podrá destituirlo.
Dicho de otro modo, cesar es sinónimo de parar, de detenerse, de abandonar la tarea que se practica. Pueden cesar la lluvia y la nieve, el odio y el amor, la guerra y la paz, incluso el rayo que no cesa; pero no se puede cesar a alguien o a algo, porque para eso, la lengua de Cervantes ya tiene otros términos, no por capricho, sino porque una lengua tarda siglos en constituirse, aunque pueda destruirse en apenas un soplido.
Con ser grave que haya profesionales del lenguaje que ignoren todo esto, por falta de preparación a veces y otras simplemente por falta de ganas, aún es peor que otros, conociéndolo, prefieren perseverar en el error por motivos tan simples como, por ejemplo, la necesidad de cuadrar un titular, a veces incluso en la portada de un diario de tirada estatal.
El caso es que ese cese del uso correcto del término ha prendido y que ahora lo complicado es observar el verbo en su acertado uso. A este paso, antes de que lo destituyan, será Cervantes el que presente su dimisión irrevocable, por cese de sus competencias.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Diario de Carla

Ya estoy aquí, efectivamente. Llegué el lunes de la pasada semana y, la verdad, es que esto es todavía mejor de lo que me había imaginado. Es cierto que tiene sus cosas malas, y que todavía me queda mucho por descubrir, pero de momento, el mundo exterior me gusta. Es divertido.
Nada más nacer, pude ver la cara de tontos de mi padre y de mi tía Carmen, que miraban embobados cómo me sacaban de allí el doctor Agüera y Rafa, el matrón, dos pedazo de profesionales como la copa de un pino. Al fondo, mi madre parecía no estar al tanto de todo lo que estaban haciendo ahí abajo y no me quitaba los ojos de encima. Sonreía. Era feliz.
Desde entonces, todo ha sido positivo. Bueno, todo menos el sábado, que me llevaron de nuevo a la Clínica Mediterráneo, donde nací y tan bien se portaron conmigo y mi familia. Yo pensaba que regresaba para ver lo bonito que había sido mi primer lugar en el mundo, pero cuando estaba distraída, llegó una señora y me pegó un pinchazo en el talón que me hizo ver las estrellas por primera vez. Bueno, lloré un rato, pero ya se ha pasado.
Todo el mundo está loco conmigo. Dicen que soy guapísima, pero a mí me parece, más bien, que me quieren; porque qué queréis que os diga, creo que soy como todos los bebés: un poco calva, un poco mofletuda y muy dormilona.
Mi madre es una heroína. El día que me dio la vida, dejó a todo el mundo con la boca abierta. ¡Qué manera de empujar! ¡Qué manera de aguantar el dolor! Mi padre, que creo que es un poco chorra, aunque me quiere mucho, se quedó ‘pasmao’ viéndola en el paritorio. De hecho, estaba tan embobado que hasta se le olvidó llevar la cámara y tuvo que ir corriendo luego al coche.
Él también está ‘flipado’ conmigo. Bueno, más que eso, yo diría tonto. Con lo gallito que se pone para otras cosas, no para de achucharme, besarme y decirme al oído lo mucho que me quiere y lo que va a luchar por mí. Ya va para 36 años, pero me parece un poco pronto para que esté chocheando, el tío.
Y encima, el primer día no se le ocurrió otra cosa que mandarle mi foto a todo el mundo, sin mi permiso, eso sí; y claro, no ha parado de recibir felicitaciones y eso lo ha puesto todavía un poco más idiota.
Es un enfermo del trabajo, como le suele decir mi madre. El otro día hasta se llevó el ordenador portátil a la habitación de la clínica, con todas las visitas allí. Todavía no lo sabe, pero yo me voy a encargar de que nos preste mucha más de atención a mi madre y a mí. Que ya está bien.
Y luego están mis abuelos, los cuatro, que están alucinados conmigo. Dos de ellos ya tenían cuatro nietos antes que yo, pero parece como si yo fuera la primera, porque no para de caérseles la baba. Y los otros dos son primerizos. Y eso se nota, ¿eh? Porque tampoco se les borra esa cara que también tiene su hijo las 24 horas del día.
Entre todos no paran de toquetearme, besarme, decirme cosas que acaban en ‘ica’ y poner caras afiladas y morros pronunciados mientras me hablan. Pero, ¿qué queréis que os diga? Yo estoy encantada, porque nada más llegar aquí, me he dado cuenta de que esto es maravilloso y, sobre todo, de que lo es precisamente por eso, por la cantidad de seres que andan a dos patas y que, en el fondo y cuando se despojan de sus miserias, acaban derrochando buenos sentimientos para con los demás. Oye, que lo dicho, que encantada de conoceros y a vuestra disposición para lo que haga falta.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Deporte nacional

De vez en cuando, cuento este chiste, mi preferido, que me parece un magnífico ejemplo para recodarnos cómo somos muchos de los que caminamos sobre dos piernas. El caso es que se encuentran dos tipos, dos viejos amigos que no se veían desde hace tiempo, y uno le pregunta al otro sobre un tercero: “Oye, ¿qué es de Pepe, que hace mucho que no lo veo?”. “Ah, pues muy bien; le va estupendo. De hecho se ha comprado un seiscientos”. “Oye, qué bien; me parece fantástico. Pepe es un gran tipo, una buena persona y ha sufrido mucho. Se lo merece como el que más”.
El encuentro se repite año tras año y, en cada nueva cita, el amigo le cuenta al otro que el tal Pepe ha cambiado de coche: primero un Twingo, luego un Opel, luego un Mercedes… y, conforme Pepe va subiendo de nivel, ejemplificado por las mejoras en la marca de su automóvil, el amigo va siendo menos efusivo en sus muestras de satisfacción.
Hasta que, al cuarto año, se vuelven a encontrar y se repite la sempiterna pregunta acerca de la evolución del Pepe en cuestión. Entonces, el amigo contesta de nuevo que a Pepe le sonríe la vida, que no sólo ha cambiado de casa, de trabajo y hasta de mujer, sino que además, ahora tiene un Porsche y un Ferrari. Entonces, la cólera se inyecta en los ojos del otro amigo, que no puede reprimir la reacción: “¿Un Ferrari? ¿Un Porsche? ¿Casa y mujer nuevos? Algo estará haciendo el ‘hijoputa’ ése?”.
Mirando hacia adentro y hacia fuera, cada día estoy más convencido de que somos así; de que nuestra felicidad no depende sólo de que las cosas nos vayan bien, sino, quizás sobre todo, de que nos vaya mejor que a los demás.
Un buen coche está bien, pero siempre y cuando el vecino no nos aparque en la puerta otro de gama superior. Una buena casa es estupenda, pero sólo si tenemos gente a quien enseñársela, detalle a detalle. Es como ése otro chiste, el del náufrago que se encuentra en la isla desierta con Claudia Schiffer y al que el acto sexual con aquel monumento no le satisface, por el hecho de que no podrá contárselo jamás a nadie.
Todo esto explica que, cuando alguien alcanza un éxito, público o privado, no faltan nunca, a su alrededor, quienes le busquen pegas al asunto. Ocurre con los empresarios, los deportistas, los artistas y escritores, con los políticos y con nuestro vecino del quinto.
Uno de los más sonados ejemplos, últimamente, ha sido el del Premio Nobel concedido a Barack Houssein Obama, ya saben. Minutos, acaso segundos, bastaron para que los medios de comunicación y, sobre todo, Internet, se llenara de opiniones, críticas y quejas. Que si todavía no ha hecho nada, que si es precipitado, que si hay otros que lo merecen más, que si tiene que demostrarlo aún.Pero si de algo ha servido este ejemplo, ha sido para que podamos respirar tranquilos: llevamos toda la vida escuchando que la envidia es el ‘deporte nacional’. Pues ahora resulta que no, que estamos nada menos que ante el ‘deporte rey’, a nivel mundial. Menos mal.

Cultura del esfuerzo

En el primer capítulo del libro más leído de la historia, figura una frase que ‘reza’ algo así como “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. A lo largo de los siglos, el valor y las aplicaciones de la sentencia han evolucionado de manera espectacular, desde quien ha tenido que utilizar no sólo su sudor sino también las lágrimas y hasta la sangre para conseguir las sobres del pan de otros, hasta quienes han sabido vivir del sudor de los demás.
Ese transcurrir de los siglos ha sido el que ha configurado lo que hoy, salvando trampas, atajos y excepciones, denominamos la ‘cultura del esfuerzo’, es decir, la ‘meritocracia’ o estructura social en la que quienes más trabajan, más se preparan y más se sacrifican participan de un mayor grado de posibilidades de alcanzar el éxito.
Igualmente, también parece haberse llegado al consenso de que las autoridades públicas, las administraciones, han de jugar el papel de equilibrador de las oportunidades, allanando el camino a quienes parten de posiciones desventajosas para que, precisamente con esfuerzo y sacrificio, puedan igualmente tener acceso a la cumbre.
No es un juego fácil: conjugar la ‘cultura del esfuerzo’ con la igualdad de oportunidades es, posiblemente, el ámbito en el que figuran las claves de una sociedad moderna que funcione en todas sus representaciones y aplicaciones.
Y de ese juego de equilibrio nacen, como en todos, las desviaciones motivadas por intereses, ineficacias y fallos en la concepción general del sistema.
Cuando intervienen los intereses políticos, el sistema suele hacerse más proclive al surgimiento de fallos, debido a la propia naturaleza humana y a la del sistema político, basado en la ‘compra’ de voluntades a través de los más diversos métodos.
El sistema, por tanto, puede pervertirse o bien atacando a los sistemas que garantizan la igualdad de oportunidades; o bien haciéndolo contra la propia ‘cultura del esfuerzo’. De ambos tipos de perversión hemos tenido ejemplos en las últimas décadas, con consecuencias igualmente perniciosas para el funcionamiento social.
Ponen lo pelos especialmente de punta las erosiones que el sistema está sufrimiento, en España, en las últimas décadas, en cuanto a la ‘cultura del esfuerzo’. Primero fue la base, la educación, que ha ido viendo carcomido el concepto de esfuerzo hasta llegar al punto de que para el alumno, en diferentes estadios del proceso educativo (Educación Primaria y Secundaria sobre todo) no supone aliciente alguno el sacrificio, el estudio y el aprendizaje, puesto que el resultado académico a corto plazo es el mismo: pasar de curso. Un proceso del que han participado todos los partidos.
Y ahora, la perversión está llegando al siguiente paso en la evolución del ciudadano: el trabajo, de manera que los subsidios, en lugar de convertirse en un aliciente para poner en marcha un mecanismo de esfuerzo a la búsqueda de un mejor puesto, se han convertido en un sustitutivo de éste, creando ciudadanos que ya no creen en el esfuerzo como un aliciente para mejorar su posición.
Se trata de dos ejemplos de ‘autodestrucción’ del sistema, que camina hacia la ausencia de los valores que lo han creado y sostenido. A menos que alguien encuentre una alternativa a aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pintan bastos en el plano socio-económico.

Preguntas y respuestas evidentes

España, pero podría ser cualquier otro país del mundo; siglo XXI, mercado globalizado. Las empresas compiten ferozmente por diferenciarse, gastando ingentes cantidades de dinero en encontrar el secreto para sobresalir de entre una espectacular competencia. Muchos llegan a pensar que está todo inventado, pero cada mes, cada semana, cada día, una y muchas empresas consiguen diferenciarse del resto. ¿Qué está pasando?
La cabeza de un director de Marketing o de un responsable Comercial de cualquier empresa siempre tiene rondando la pregunta de ¿cómo puedo dar valor a mis productos dentro de un mercado tan competitivo.
Hoy día, sin ningún género de dudas, está en el e-márketing, el hermano menor del marketing, que ya se ha hecho grande y no sólo ha empezado a cobrar protagonismo en las estrategias de las empresas, sino que ha desbancado en muchos campos de actuación a su predecesor.
El paso de las décadas ha convertido a la página web de un elemento de distinción en un instrumento prácticamente obligatorio para las empresas. No es novedad: ya ocurrió antes con los departamentos de Marketing o Comunicación, con las redes comerciales y, en general, con cualquier instrumento que haya ayudado al crecimiento del tejido empresarial y al beneficio económico y la creación de valor y riqueza.
Sin embargo, tras la explosión del universo web, se han hecho necesarias nuevas estrategias comunicativas y de marketing, a la caza y captura del cliente y de una diferenciación con la que atraparlo.
El e-márketing es una de ellas, que engloba diferentes instrumentos para dar valor a las compañías y también a los productos que éstas ponen en el mercado.
Hace años, la pregunta de quienes rodeaban el mundo de la publicidad era ¿por qué una marca tan conocida como Coca-Cola sigue gastando ingentes cantidades en su promoción, cuando todo el mundo ya la conoce y la aprecia? La respuesta era evidente, pero hoy es una cuestión similar a lo que ocurre con el e-márketing.
Si tenemos en cuenta que un altísimo porcentaje de la población mundial pasa muchas más horas delante del ordenador y navegando por Internet que, por ejemplo, escuchando la radio, viendo la televisión y por supuesto que leyendo la prensa, es obvio que las empresas, desde las grandes a las pequeñas, deben adaptar sus canales de venta y difusión a esa realidad.
Y entonces, ¿por qué productos absolutamente conocidos, implantados y valorados, son pioneros en promocionarse a través del e-márketing? Obvio: por la misma razón que Coca-Cola es consciente de la necesidad de seguir reforzando su marca y su imagen de liderazgo.
El Real Madrid, otra marca mundialmente consolidada, ha incrementado notablemente sus visitas a la página web tanto en los últimos años como en los últimos meses, como puede observarse en los dos gráficos adjuntos. ¿Casualidad? En absoluto; resultado de una importante inversión en su posicionamiento y en su reputación web. ¿Por qué? Obvio: su público objetivo está, hoy, más que en ningún otro sitio en la red.
Ahora, las empresas, grandes, medianas y pequeñas, pueden escoger entre gastar millonarios presupuestos en una promoción convencional e indirecta, en la que buscan a sus clientes entre una masa crítica enorme, o bien dirigir directamente sus esfuerzos hacia su público objetivo, con una promoción cuantificable en cuanto a sus efectos, directa al objetivo y mucho más barata, como es la que se lleva a cabo a través del e-márketing.La última pregunta del artículo: Y ahora, ¿qué va a pasar? La respuesta es tan evidente como el resto de las de este texto.

sábado, 29 de agosto de 2009

Mentiras y privacidad

Distínguense, en el campo de las relaciones personales y sociales, tres diferentes ámbitos: el íntimo, el privado y el público. Durante mucho tiempo, siglos, ha estado meridianamente claro qué tipo de actos pertenecían a cada uno de estos ámbitos. Sin embargo, vivimos un momento en el que determinadas ‘fuerzas vivas viven’ (válgame lo que haga falta) empeñadas en que no sólo ya no sepa uno dónde tiene la mano derecha, sino incluso que dudemos si nuestra extremidad superior nos pertenece o es materia de exposición pública.
Alrededor de la privacidad o no de nuestros movimientos, aunque sobre todo de aquellos personajes que, al parecer, despiertan determinados intereses públicos, se ha desarrollado una auténtica industria del cotilleo, el rumor, la mentira y la ofensa, que vuela a la altura del metropolitano.
Las televisiones (quizás no todas), máquinas expertas en oler los negocios, han oteado desde lo alto la carroña y se han lanzado en picado para devorarla con saña y sin rubor, con persistencia y sin vergüenza alguna.
Y en torno a esa industria se ha armado también un aparato teórico-justificativo para dar cobertura a la infamia, el delito y la impudicia. Un cuerpo teórico que incluye, entre otras confusiones, la de los ámbitos público, y privado e íntimo; y entre otras muchas mentiras, la de que el ser humano deja de ser propietario de su intimidad en el momento que hace algún uso público de ella.
La falsedad es tan burda que casi daría vergüenza analizarla, de no ser porque sirve de sostén ‘bajo-intelectual’ a un próspero negocio mafioso que atenta directamente contra uno de los derechos del ser humano, que es su propia intimidad.
Y una vez montado el negocio y dotado de sus evangelios, han surgido los profesionales del fango, de la inmundicia y de la desvergüenza, legión de usurpadores de la profesión periodística que basan su labor en la investigación de la ropa interior de los seres humanos, el husmeo en la basura ajena y la especulación acerca del prójimo.
El culmen de toda esta aldea global podrida es la nueva fórmula para llenar horas y horas de televisión sin contar absolutamente nada, asaltando cual bandoleros de poca monta a los personajes presuntamente públicos a las puertas de sus casas y ametrallarlos con millones de preguntas por segundo, sabedores de que no habrá respuesta, entre otras cosas porque tampoco hay tiempo para ello.
Sin embargo, con ser intolerable el asalto de los derechos humanos y de la intimidad de la persona, el bandolerismo informativo y la vejación generalizada a la legislación, es mucho más indigna y peligrosa la ceremonia de confusión a la que se somete al pueblo televisivo, intentando hacerlo comulgar con ruedas de molino como la de que el que un tipo pueda cobrar por someterse a una entrevista (que ya hay que tener ganas de malgastar dinero) automáticamente lo desnuda de su derecho a la intimidad y sitúa su vida íntima en mitad de una especie de pastoso y maloliente ‘Gran Hermano robado’, con un nivel intelectual imposible y un clima de violencia artificial tan ridículo y mal representado como peligroso para la salud pública.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La muerte no paga cláusulas

Así llega ella, sin aviso y sin complejos, arrasándolo todo y dejando sólod esolación, tristeza y soledad.
Ella no paga cláusulas, no necesita de jueces ni de vergudos, no respeta ni tiene que hacerlo, va por libre y es libre, juega su propio partido haciendo trampas, porque sabe que siempre, tarde o temprano, en tiempo reglamentario o en el descuento, acaba ganando.
Hace ya un par de años que nos visitó en Sevilla, sembrando el desconcierto en un club, en una familia, en una pareja. Nadie puede enfrentarse a ella. Entonces, Dani Jarque lo hizo, depositando flores en el lugar donde había caído el amigo, el rival, el compañero.
Hoy, dos años después ha sido el propio Dani el caído en las mismas circunstancias, cuando se había atrevido a retarla, al sembrar la semilla para la llegada de otro ser a este mundo.
Y nadie puede con ella. Los 'súper-hombres' del deporte caen en la tentación de desafiarla, confiados en su fuerza física, en su juventud y en su resistencia, pero cuando la miran a la cara, cuando la desafían, acaban cayendo fulminados.
El Espanyol, como el Sevilla, se afanaba en proteger a su capitán de posibles rivales; su esposa hacía con él planes para el futuro; su familia se preparaba para recibir a un nuevo miembro; el fútbol lo espiaba de reojo para probar sus fuerzas de cara a una posible internacionalidad.
Todos se movían por reglas de este mundo, pero ella no lo es. Ninguna de esas normas sirven de nada ante ella: ella tiene su reglamento propio, caracterizado precisamente por la ausencia de reglas, por las cartas marcadas, el juego sucio y el ventajismo.
Éste es nuestro mundo, incierto, fugaz, confuso y pequeño, muy pequeño ante ella.

Miedo al diferente

Algo dijo de esto, escogiendo y uniendo mejor las palabras, Bertolt Brecht, el genial poeta y dramaturgo alemán, hace ya más de medio siglo; pero las cosas siguen igual, siendo optimistas. Los seres humanos continuamos recelando, odiando, rechazando, sospechando y, en definitiva, temiendo al diferente.
Preferimos lo idéntico, lo conocido, lo manejable y lo seguro. Lo distinto, lo extraño y asombroso, lo misterioso y exótico, nos es tolerable cuando se trata de aventura y ocio, pero no en lo serio y trascendente. Para eso siempre es mejor lo nuestro, lo igual, lo conocido y lo propio, mucho más seguro.
Es entonces cuando desatamos nuestras más bajas pasiones, nuestros sentimientos más sucios, nuestras reacciones menos humanas. Odiamos y rechazamos porque tememos; y vemos el peligro en el que no es igual, en un comportamiento que, junto con el desamor y la represión, está en el germen de todos los males del hombre y de la humanidad, a lo largo de los siglos.
Una trayectoria en la que odiamos y hemos odiado al negro y al blanco, al homosexual y al heterosexual, al moro y al cristiano, al hombre y a la mujer y, dentro de todo y sobre todo, al inteligente, porque sólo en el diferente que piensa y se manifiesta encontramos el miedo. El otro, el sometido, ése nos vale.
Hablaba Brecht de los comunistas, los judíos y los católicos, algunos de los perseguidos a los que el protagonista de su poema no ayudó cuando vinieron por ellos; después, los mismos regresaron para prenderlo a él y, entonces, ya no quedaba nadie para defenderlo.
Más de medio siglo después, el mundo sigue pidiéndole el DNI a los diferentes y lo peor es que, como en el poema, no sólo los presos ignoran el porqué, sino que los captores tampoco lo saben.
Un mundo, ese mundo, que suspira desde hace siglos por un estado en el que el valor de cada cual se mida por lo que aporta y no por sus características físicas, sus ideas, sus creencias o sus tendencias; ignoran el delito que persiguen.
Un mundo en el que el negro y el blanco; el rojo y el azul; el hombre y la mujer; el cristiano, el judío y el musulmán, sean capaces de buscar en el otro el valor que a él le falta para crecer e incrementar su riqueza, en lugar de imponer sus pequeñas miserias sobre las de los demás.
Un mundo diferente, que no llegará hasta que las personas comprendamos que en cada uno hay un ser diferente, especial e irrepetible, propio y libre; y que la alienación y el adocenamiento que pulen las aristas del grupo y convierten al rebaño en uniforme, provocan con igual eficacia el manejo de los colectivos por parte del poder y la pérdida de valor del ser humano. Un mundo nuevo, libre y respetuoso con el individuo, que estará más cerca cuando cada uno de nosotros aprendamos que ni siquiera es necesario aprender a respetar al diferente, cuando se sabe valorarlo; y comprendamos que ese pequeño gran gesto es el que abrirá el camino hacia unas relaciones marcadas por el valor de la persona y no por las diferencias entre ellas.

sábado, 11 de julio de 2009

De Eduarda Justo a David Meca

Muy temprano, cada mañana, se levantaba en los 60 Eduarda Justo, para ponerse las pilas y afrontar una dura jornada de trabajo, mientras su marido buscaba la fortuna entre la tierra de los montes del Almanzora. Medio siglo después, David Meca abre el ojo por el impulso de un despertador programado cada día para las cuatro y media de la madrugada.
Ambos, separados por décadas, se han unido este fin de semana por medio de la Fundación de Grupo Cosentino que lleva el nombre de la madre de la familia.
‘Líderes del Futuro’ era el lema bajo el que la Fundación Eduarda Justo ha reunido a un grupo integrado por más de medio centenar de, más o menos, jóvenes empresarios (no es fácil sentirse joven al lado de algunos de ellos). Han sido dos días y medio en los que el equipo capitaneado por Juan Martínez Barea y Álvaro Leiva, presidido por Eduardo Martínez Cosentino e inspirado por su hermano Paco, presidente de Grupo Cosentino, han colonizado nuestras cabezas con términos como esfuerzo, tesón, constancia, formación, fe, liderazgo, social business, globalización, innovación, responsabilidad o negocio.
En la platea, jóvenes (algunos insultantemente) emprendedores, salidos de algunas de las mejores universidades del país, titulados MBA y futuros ocupantes de aulas del prestigio de Harvard o Stanfortd, tres de ellos becados por la propia Fundación.
Y en el aire, una pregunta: ¿por qué este esfuerzo por parte de la Fundación?
En los dos primeros días, pasaron por el estrado los propios Martínez Barea y Álvaro Leiva, el multicampeón y heroico David Meca o los consagrados emprendedores Miguel Milano (Oracle Europa) y Jesús Encinar (idealista.com), además de tratarse en profundidad casos como el del aventurero de principios del siglo XX Ernest Shackleton (apodado cariñosamente en el seminario como ‘Chaquetón’) y Muhammad Yunus, impulsor de los microcréditos y del banco Graneen.
Sin embargo, no fue hasta la mañana del sábado cuando los presentes encontrarmos la respuesta. Y ésta vino en la voz excitada y rebelde de un tipo que sigue encontrando, todos los días y tras muchos años, motivos para poner pie en tierra con las expectativas y el espíritu que le inculcó su madre, cuando regentaba aquella panadería de Macael, donde se vendían lo mismo panes que alpargatas.
Paco Martínez Cosentino ha dado muchas lecciones a Almería. Y el otro día, el sábado por la mañana, en su ‘casa’, en el impresionante complejo industrial que da empleo a miles de seres humanos de Olula, Macael, Fines y el mundo, nos dio una más, que ahora me siento obligado a trasmitir públicamente: para los Cosentino, para el espíritu de su Grupo, más allá del negocio (hubiera sido igual que fuera ‘en paralelo’ a él), el objetivo de todo sigue estando en la gente, en las personas, en las manos que mueven el mundo.
Esa motivación, ese reto (la palabra preferida de David Meca), ese objetivo, es el que ha convertido a la Fundación Eduardo Justo en un referente de futuro, de líderes del futuro. El próximo año, tres de estos descaradamente jóvenes líderes de futuro plantarán sus posaderas en los asientos vetustos de Stanford y Harvard. Y mientras, en las mentes de los Cosentino, Martínez Barea o Leiva, seguirán bullendo ideas para poner su ‘granito de cuarzo’ en la formación, el impulso y la fe en los líderes del futuro de esta Almería que tanto los necesita.

Blog y comunicación

Indudablemente no es suficiente, pero a mi juicio, el mero convencimiento de que todo lo que dominamos en cada segundo es, al ritmo que se mueve nuestra bendita sociedad del XXI, es historia al siguiente, es ya un paso importante en la actitud y el espíritu de renovación, estudio, reciclaje y mejora personal.

Si en general, el mundo gira a una velocidad millones de veces superior a la que lo hacía hace apenas 20 años, en materia de comunicación, los cambios constantes son aún más exagerados y fulgurantes.

Sin embargo, los resortes comunicativos de poder y los usuarios de los mismos seguimos anclados, en un alto porcentaje, en los resortes del siglo XX, a pesar de que el XXI nos ha pasado por la derecha y a toda velocidad muchas veces y desde hace mucho tiempo.

Los íncides de audiencia ya no sostienen una apuesta integral por la comunicación offline, pero ésa sigue siendo la que mayores bocados le da a los presupuestos de márketing.

El salto es grande y da miedo, pero la comunicación ha tomado ya la decisión por nosotros. Y aunque me considero un cobarde (y a mucha honra), creo que ha llegado la hora de estrenar el blog, como simbólico paso adelante de mi conversión a la comunicación digital del nuevo siglo. Perdón por el retraso.