jueves, 20 de junio de 2013

Caja Duero
 
Yo supongo que ésta no será la única entidad que actúe así. Y además he de reconocer que yo soy un cliente exigente. Los que me conocen saben hasta qué punto. Incluso soy de los que piensan que los abusos hay que pelearlos, combatirlos y hacerlos públicos, no porque ello vaya a servir para mucho en nuestro caso concreto, sino porque, en ocasiones, vale para que el que viene detrás no tenga que sufrirlos en el mismo extremo.
Le voy a hablar, mi querido y últimamente algo olvidado lector (poco tiempo y muchas ganas de pasarlo con la gente cercana), de Caja Duero, una entidad bancaria con la que he tenido la gran desgracia de verme relacionado en los últimos años. No quisiera extenderme mucho en el tiempo hacia atrás, porque ello podría desviar el foco y ni yo quiero ni estos señores lo merecen. Ellos merecen que vayamos al grano.
El caso es que hace unos meses no tuve más remedio que saldar la deuda de una sociedad de la que era avalista, aportando los pocos ahorros que había podido reunir últimamente. Era de suponer que la citada Caja me lo agradecería, porque mi forma de saldarlo, a diferencia de lo que suele ser habitual (rehipotecas, nuevos préstamos, refinanciaciones, etc), fue entregando de un golpe, ya digo, esos pocos ahorros que en cuestión de segundos se tragó la tierra.
Huelga decir que mi forma de entregar el dinero fue justo la que me pidieron los empleados del banco en cuestión, puesto que yo de esto entiendo poco y, además, lo importante no era tanto el ‘cómo’ sino el desgraciado ‘qué’.
El acto, en el que yo no estaba solo sino en compañía de mis socios en una errática aventura empresarial, ponía así fin a un largo tiempo de negociaciones, encuentros, desencuentros y demás tensiones que, no se vaya a usted a creer, desgastan y afectan al ser humano que los experimente. No obstante, la llegada al puerto era una buena noticia para todos. Jamás me he sentido tan feliz por desprenderme de mis ahorros.
Sin embargo, hace un par de semanas, cuando ya pensé que mi relación con la tal Caja había sido un extraño y lejano sueño, volví a tener noticias postales de ella. En una de ésas enigmáticas y jeroglíficas comunicaciones bancarias, me explicaban que se me había producido un descubierto en mi cuenta; cuenta que, por cierto, yo creía cancelada ya.
Cargado de paciencia, acudí a la oficina, donde volví a ver caras que había deseado no volver a ver jamás, más que por la incompetencia manifiesta que me habían demostrado durante nuestros años de relación, por los malos recuerdos de la experiencia económica en cuestión.
La explicación del director de la oficina, don Pablo, fue que al hacer el ingreso del dinero en cuestión, el cheque bancario había tomado ‘fecha valor’ de varios días después, en el transcurso de los cuales se había producido el descubierto. Preguntado el buen señor si recordaba que yo había hecho justo lo que él me había pedido, reconoció que era así, pero que él no podía hacer nada al respecto; que tenía que pasar consulta a un superior.
Me marché con la inquietud de ver reabierto un infierno que creía cerrado, lógicamente después de poner una reclamación por escrito, pero esperando su llamada. Y esperé. Y esperé. Y cuando me percaté de que no se produciría, regresé. Ahora la respuesta fue que el superior del jefe de la oficina no había podido analizar el caso, pero que justo en ese momento le estaban llamando, para comunicarle que, del descubierto en cuestión, su jefe sólo tenía atribución para abonarme la mitad de lo que me reclamaban y que a ello estaba dispuesto. Volví a marcharme. La cosa me cabreó bastante más que el primer día, porque allí todo el mundo parecía haber olvidado que el génesis del problema había sido que yo había hecho justo lo que me habían pedido en el banco, el día de marras.
Y regresé dos días después, aceptando su oferta. Pero en ese momento, el director me dijo que tenía que pasarla a su superior y que no podía llamarlo por teléfono, porque estaba muy ocupado. A todo esto, en varias ocasiones había yo intentado comunicar con el teléfono de atención al cliente, que lógicamente, es un laberinto en el que, si tienes suficiente paciencia, llegas a un callejón sin salida, sin que nadie te atienda.
Ese día perdí los nervios, lo reconozco. Estaba ante una situación de deuda con el banco, por un error de los empleados del banco que ellos se negaban a asumir aunque lo reconocían, con un director de oficina que decía no poder hacer nada más que hablar con su superior, pero que a su vez no podía llamarlo porque el tal superior debe ser algo así como un ministro al que no se puede molestar, aunque sólo él puede solucionar determinados problemas; y con una oferta de solución parcial del propio banco a la que ahora no podía responder porque el encargado de recibir la respuesta no puede ser molestado por sus inertes subordinados. Perdí los nervios e incluso, siendo como soy enemigo de la violencia física, llegué a entender a quienes solucionan este tipo de cuitas con algo más que dos o tres tacos. Con la de vueltas que tuvo que dar Kafka para encontrar argumentos para sus obras de arte.
Y así seguimos. Yo he abonado la deuda íntegramente, porque además, aunque el error no fue mío sino del banco y de sus empleados, cada día que pasaba crecían los intereses de esa deuda; intereses que no recaían sobre ellos, sino sobre mí. Y sigo esperando que me responda el servicio de atención al cliente, ése mismo al que he intentado llamar por teléfono infructuosamente y al que envié un escrito que quién sabe dónde andará.

Es posible que exista una relación entre este tipo de proceder, de atender al cliente, y la situación actual de Caja Duero, no sé si en ruina, pero al menos sí en franca retirada de provincias como la mía, Almería, en la que, según me relató a modo de extraña excusa el director de oficina protagonista de esta historia, van a cerrar las oficinas y a prescindir del personal, él incluido. Cuando una empresa maltrata de una forma tan reiterada y bochornosa a sus clientes, es absolutamente normal que éstos salgan huyendo. Y, queridos amigos de Caja Duero, cuando no hay clientes, no hay negocio. ¿O no lo han descubierto ustedes solitos? Gracias por todo.   

viernes, 7 de junio de 2013

Ambrosio Style

Ambrosio style



Iba a decir Ambrosio Sánchez, pero vamos, mejor Ambrosio. Tampoco hay que ponerle muchos apellidos a alguien que conoce todo el mundo. Es, como él diría, más o menos como el del chiste, ‘Brosio, Am-Brosio’ (es lo que él mismo diría; lo siento).
El caso es que ayer le impusieron a Ambrosio el Escudo de Oro de Almería, además de serle concedido el premio a la trayectoria deportiva en la Gala del Deporte Escolar de Almería. Fue en un Auditorio repleto hasta los baños públicos; repleto de gente que sentía la obligación moral de devolver a este tío el cariño que él ha ido desparramando por los cuatro costados durante toda su vida (la que lleva; porque aún le queda mucha guerra).
De él, dijo el alcalde de Almería dos cosas con las que me quedo: por un lado, que de Ambrosio nadie habla mal, por la sencilla razón de que a él tampoco le ha escuchado nadie hablar mal de otro ser humano; y por otro, que probablemente no haya sido el mejor periodista deportivo, ni el mejor jugador ni el mejor entrenador de baloncesto, pero sí ha sido, sin ningún género de dudas, el que más cariño ha puesto en las cosas y en las personas a la hora de llevar a cabo todas esas actividades.
A Ambrosio no me acuerdo cuándo lo conocí, pero hace mucho. Yo creo que aproximadamente unos 20 años, no llegará seguramente. Yo era un pimpollo en prácticas, que empezaba a creer que sabía mucho de esto del periodismo y andaba loco porque la gente descubriera todo ese ‘caudal de conocimientos’ periodísticos, derivados de dos años de aprendizaje teórico, a razón de cuatro horas de clase y cuatro de estudio al día.
Entonces conocí a Ambrosio, que a pesar de estar hecho un chaval como Paco Martínez Soria, va a ser difícil que vuelva a cumplir los 65, lo cual quiere decir que hace 20 años llevaba ya algunos callos en su alma de periodista de base y de cantera y que tenía, digamos por ser benévolo conmigo mismo, más de una y más de dos lecciones que darme.
La primera lección fue dura: lejos de querer enseñarnos a los impetuosos redactores todavía en proceso de salir del cascarón, la sapiencia que a él le habían trasladado décadas de profesión, se puso a nuestro servicio, comenzó a exhibir un extenso arsenal de favores con cuya práctica parecía disfrutar y, lo que es peor, se mostró muy interesado en aprender de nosotros.
Por aquel entonces, ni siquiera me había sumergido yo en esa ardua pelea periodística por dar las noticias lo antes posible, superando barreras y pisoteando a quien se interponga. Una costumbre que, por cierto, nos ha llevado a que el propio contenido de la noticia y su veracidad pierdan importancia en favor del calendario, del reloj. Y vino la segunda lección: Ambrosio no pujaba por las noticias tempranas, no valoraba darle en los morros a la competencia con una primicia del tres al cuarto, sino que prefería esperar hasta tener total seguridad de que lo que contaba era verdad. Es más, incluso en esas circunstancias, en ocasiones compartía sus noticias ‘prime’ con aquellos asombrados aprendices de plumilla, que al menos en mi caso, tardamos mucho en asimilar tal lección.
Después de ésas, vinieron otras muchas, pero la mayor de todas las lecciones no se derivó de ningún hecho concreto, sino de su trayectoria en general, de su forma de entender el periodismo, la profesión, la amistad, la vida. Él no lo dice, pero Ambrosio es consciente de que, como dijo no hace mucho el ya difunto Manolo Preciado, “vivimos un rato”; y que después, hasta la eternidad, lo que quedará de nosotros es la capacidad que hayamos tenido de ayudar a los que nos hemos encontrado en el camino.
Ver a Ambrosio en un evento deportivo es un espectáculo, por regla general, mucho mayor que el propio acontecimiento en sí. A su alrededor se genera un barullo característico, conformado por historias de hace mil y un años, por peticiones de fotos, por recuerdos y por muestras de cariño que únicamente he visto repetirse de tal modo con él. Es evidente que Ambrosio está en esa etapa de la recolección. En su día, durante toda su vida, estoy convencido de que inconscientemente, se ha dedicado a sembrar. A sembrar cariño, amistad, desinterés, ejemplo, nobleza, camaradería y esa virtud tan poco común que supone, como reza un proverbio indio, ponerse en los mocasines del otro, antes de emitir un juicio sobre él.
No he conocido ni creo que vaya a conocer a alguien tan auténtico, tan propio, tan singular como Ambrosio. Habitualmente, los que gustamos de destacarnos sobre los demás, solemos elegir, para ello, el camino de la soberbia, de la exhibición. Como decía al principio, a Ambrosio lo conoce todo el mundo. Y a ese grado de conocimiento no ha llegado sino por el camino contrario, el de la humildad, el de la paciencia, el del amor y el de la paz, la propia y la que aglutina a su alrededor.
Por ello, verlo anoche balbucear impotente un discurso que no estaba hecho para él, porque su alma es espontánea y directa; verlo interrumpir sus palabras por un inapelable golpe de emoción, entre las emociones contenidas de cientos de personas que lo quieren, hizo que yo mismo también me emocionase. Porque aunque él bromea y nos llama ‘hijos periodísticos’ a quienes hemos mamado de sus generosos pechos profesionales, en realidad, lo que está diciendo es una verdad como un templo y somos muchos los que, dedicándonos a esto, hemos tenido la gran suerte de estar en el momento adecuado y en el lugar justo, para poder aprender de él mil y una lecciones rebosadas de cariño y de pasión.   
Voy a ir terminando y aún no he hablado del Ambrosio deportista, del Ambrosio entrenador y profesor y casi no lo he hecho del Ambrosio periodista. Da igual. Ambrosio sería especial  independientemente de a qué se hubiera dedicado. Por eso creo que no habrá mejor pecho para lucir, desde hoy, el Escudo de Oro de la Ciudad.
Para el final, sólo una cosa más: ¿qué sería de Ambrosio si además de todo esto supiera contar chistes? Seguramente no sería Ambrosio. Él es todo uno: Ambrosio Style.