lunes, 30 de mayo de 2011

¿Y si España fuera Alemania?

Le invito hoy, mi fiel y admirado lector, a hacer un ejercicio de imaginación, que tal y como están las cosas en la vida real, tampoco viene mal escaparse hacia los mundos interiores y pasar un ratico.
Lo que le pido es que se imagine, por un momento, que todo lo que está sucediendo esta semana con el tema del pepino, de Alemania, de la seguridad alimentaria, de los periódicos teutones y demás, ha sucedido justo al revés.
Imaginemos, por un momento, que es en España donde han fallecido algunas personas; donde se ha encontrado una bacteria en un producto proveniente de Alemania; donde las autoridades han ofrecido pelos y señales sobre el origen del producto a pesar de no tener pruebas de dónde se han producido la contaminación por bacteria; y donde los periódicos se han lanzado como chacales contra todo lo que llega de Alemania, poniendo en solfa los procesos de calidad, los controles periódicos, las revisiones por parte de organismos externos a las empresas y el cumplimiento exhaustivo no sólo de la normativa europea sino de otras mucho más restrictivas y duras, impuestas por las propias empresas en busca de la calidad, seguridad y solvencia de sus productos.
Imagínese que a España llega una partida de, qué se yo, barriles de cerveza de Hamburgo, de Munich o de Colonia. Una partida que antes de llegar a España, es modificada y manipulada en un par de países más, donde la cerveza pasa de barriles a granel a botellas, en empresas intermediarias cuyos operarios manipulan el producto, antes de llegar a nuestro país. Y que en esa partida se detecta la presencia de una bacteria que provoca la muerte a tres o cuatro compatriotas.
Imagínese, además, que como consecuencia de ello, las autoridades españolas ofrecen públicamente un informe detallado de las zonas donde se ha producido esa cerveza y de las empresas que la han fabricado, consecuencia del cual, la prensa española se lanza en una vertiginosa y ácida crítica hacia toda la industria cervecera alemana, desprestigiando sus métodos sin conocerlos, advirtiendo de sus peligros sin haber pisado antes una fábrica germana y advirtiendo del peligro de consumir el popular brebaje de cebada. Y que, como siguiente consecuencia, las empresas españolas plantean un veto a toda ‘rubia’ que venga de tierras germanas y provocan que se termine la campaña de máximo consumo en nuestro país.
E imagínese, por fin, ¿qué hubieran hecho las autoridades alemanas ante esa campaña y sus consecuencias, cómo habrían acudido a las autoridades comunitarias y a los tribunales de competencia, qué reacción hubiera tenido la audaz señora Merkel y cómo se hubiera puesto la Asociación de Cerveceros Unidos, Jamás Serán Vencidos (ACUJSV)?
Pues eso, amigo lector, eso es justo lo que ha sucedido esta semana con el tema del pepino y esas reacciones tendrían que ser las que se produjeran en nuestro país y por parte de nuestras autoridades. Porque en Almería, por ejemplo, el prestigio de nuestra agricultura, socavado sin pruebas fehacientes, es uno de los pilares, de los cimientos sobre los que descansa la economía y, por tanto, la sociedad almeriense.

lunes, 23 de mayo de 2011

Indignados, pero sólo ahora

Tengo que reconocer que, hoy por hoy, soy presa de sentimientos, sensaciones y opiniones encontradas, a causa del movimiento éste de los indignados, de los cabreados, de los incomprendidos, de los puteados, de los acampados, de los espontáneos, de los rebotados, de los jodidos y puestos al sol (a la Puerta del Sol).
Por un lado, espero conservar siempre mi lado rebelde y, por ello, me hace tilín todo lo que sea protestar, manifestarse, hacer uso de la democracia y de los derechos de cada uno, quejarse cuando no se respetan y darle vidilla a un sistema que, como todos, siempre se rompe por el acomodo, la insolidaridad y el ‘sofismo’ (no el de los filósofos sofistas, sino el de los que se quedan en el sofá).
Pero por otro lado, también hay sensaciones que me impiden identificarme por completo con este movimiento (miedo me da esa palabra, que significó ‘partido único’ y prensa del Estado franquista durante 40 años), que dudo que sea espontáneo (no creo en casualidades) y que presenta un sospechoso tufo a este país de barra de bar, donde es un pecado hacer cosas y un delito pasar a la acción, donde los que siempre caen bien son los que están en su casa rascándose al barriga sin meterse con nadie y donde los enemigos públicos son los que toman las riendas, los que intentan poner soluciones en la práctica, los que se mojan, los empresarios, los políticos, los sindicalistas incluso (sabrá usted que no son santo de mi devoción) o los entrenadores de fútbol.
El ‘movimiento’ (escalofrío) podría ser inofensivo en cualquier otro lugar del mundo, pero quizás no aquí. Porque aquí vivimos de criticar al vecino, del ‘qué tío más inútil’, del cabreo, la indignación y el rechazo de cualquiera que hace algo, que mueve los ‘güevos’ para intentar que las cosas nos vayan mejor a todos o incluso para que le vayan mejor a sí mismo, lo cual, al parecer es un delito. Y le mostramos ese cabreo y esa indignación mientras damos cuenta de una caña y un lomo, con el codo bien acomodado en la barra del bar.
Me parece bien, por tanto, que se proteste, que se indigne uno, ¡coño! Pero me gustaría que esa indignación fuera algo más racional, menos tópica, porque quién demonios no va a estar en contra de que se elimine la corrupción de la política; y buscando unos responsables más concretos, no así a lo burro, los dos grandes partidos en general, como si los demás se pudieran ir de rositas (¿acaso hace algo diferente Convergencia en Cataluña? ¿Hizo algo diferente el Partido Andalucista cuando co-gobernó la Junta o Izquierda Unida cuando lo hizo en Almería?).
Y sobre todo, fuese una indignación más activa, que no se limitase a quedarse tirados en un parque hablando, en lugar de participar de un sistema que, como dijo Churchil, es el menos malo, pero que funcionaría si los ciudadanos fuéramos más participativos, nos quejáramos más y tuviéramos algún interés por hacerlo funcionar. Y una indignación permanente, porque yo también estoy indignado; indignado y harto de una sociedad en la que, durante los otros 1.400 días de la legislatura, los que no son campaña electoral, aquí no se mueve ni dios, todo el mundo traga con todo, nos importa tres pepinos si no nos atienden bien en nuestro ayuntamiento, si en vez de cuatro son cinco los millones de parados, nos valen las guerras, las hojas de reclamaciones son un ente paranormal y los médicos nos citan a las nueve sabiendo que nos atenderán a las once. ¿Dónde coño están los indignados entonces?

lunes, 16 de mayo de 2011

El truño

Ya le advierto, admirado lector, que si anda usted enfrascado en dar cuenta de un par de tostadas de aceite y miel con un café con leche o en meterle mano a una cañita bien tirada y con tapa, mientras ojea y hojea el periódico, este artículo, como su propio nombre indica, puede no ser el compañero más agradable. Piense usted que su título responde a la más escatológica de las interpretaciones. Así es que está usted avisado.
Y es que en campaña electoral, como ya le conté la pasada semana, se agudizan las quejas ciudadanas, que dormitaron durante los cuatro años pasados y ahora afloran cual abejas en Primavera. Y una de ellas es la de la limpieza de pueblos y ciudades. La estructura de la queja nace de lo sucio que está todo, de los papeles y desperdicios campando por sus respetos en calles y plazas; los magníficos truños de perro o de cualquier animal, racional o no, perfectamente instalados en mitad de aceras, calzadas y jardines; las farolas y otros puntos de luz rotos e inutilizados; y el mobiliario urbano destrozado, pintarrajeado, agredido y sojuzgado.
Nos quejamos, los sufridos ciudadanos, de que los ayuntamientos y otras administraciones no solucionen este problema porque, la verdad, es una pena que esté todo hecho una porquería.
Sin embargo, sin ánimo de ofender y con ausencia de cualquier tipo de acritud, me permitirá usted que me pregunte, con todo el respeto, ¿de dónde coño sale toda esa mierda? ¿Se pintarrajean solas las paredes y los monumentos? ¿Se tiran solos los papeles al suelo? ¿Se ponen de acuerdo todos los perros para hacer de vientre y dejar esos pasteles caninos, lustrosos y, en ocasiones, del mismo tamaño que el sombrero de un ‘picaor’? ¿Nos hemos quedado mancos todos los dueños y, por ello, impedidos para retirar tan aromatizantes restos orgánicos?
Usted, mi querido amigo, y yo, tenemos las respuestas a todo esto, ¿verdad? Sin duda, lo más fácil es decirle al concejal o al alcalde de turno que por qué no hacen más para solventar tan desagradables realidades. Sin embargo, a uno, que es un tipo bien raro, le parece que sería más eficaz que a cada uno que se le ocurra meterle mano al mobiliario urbano le estuvieran dando reglazos en la ‘idem’ hasta que afloraran los colores de la vergüenza que no tiene; que a los niñatos que queman contenedores, en lugar de la paga, al llegar a casa le dieran un par de hostias de ésas educativas que se daban antes, con las que nadie se ha muerto, pero que ahora están penadas por la vigente legalidad; a los que tiran un papel al suelo, un par de trimestres de recoger basura como hacen los tipos que me dan los buenos días, amarrados a sus carritos, todos los días cuando salgo a correr (o algo así) a las siete de la mañana; y a los que se dejan las ‘tortas’ de sus mascotas adornando el medio de la calle, un par de bocatas en los que el condimento fuera el propio producto intestinal de sus cachorritos, ingeridos hasta el último cuscurro de pan. Vería usted, querido lector, cómo cambiaba el cuento. ¿O no?

martes, 10 de mayo de 2011

Los que sólo hablamos en campaña

Desde el viernes, estamos en campaña electoral. La campaña más cercana, ésa en la que cualquier ciudadano puede tocar, hablar, vivir, sentir e incluso dialogar con los candidatos. La campaña de los ayuntamientos y las diputaciones, que hace que los políticos se echen a las calles y a las redes sociales para ‘tocar’ al votante.
Está usted de enhorabuena. Ahora, viva usted en el municipio que viva, ya sea usted de Madrid, de Sevilla, de Dalías, de Olula o de Villaconejos, ahora tiene usted a tiro a su alcalde y a los que aspiran a sucederlo.
En campaña los políticos se ponen más al alcance; es una realidad. Aparcan los coches oficiales y les dan permiso a los guardaespaldas para caminar ocho o diez metros por detrás. Quieren sentir a su gente y usted no debe desaprovechar esa oportunidad.
Pero no son ellos los únicos. En campaña usted también está más receptivo, más proactivo, más participativo. Durante cuatro años ha pasado usted olímpicamente de sus políticos, les ha entregado llave en mano el futuro de su pueblo, de su ciudad, y ahora le toca evaluar, quejarse, aplaudir y votar.
Sí, sí, no todo va a ser quejarse del político. Usted también ha sido un comodón durante estos cuatro años; usted no ha ido ni una sola vez a ver a su alcalde ni tan siquiera a un concejal; ha pasado generosamente de ese Facebook o de ese Twiter que el tipo se abrió hace unos meses; ni siquiera ha remitido ni una sola carta al ayuntamiento.
¿Estaba obligado? En absoluto; pero no se queje tanto de que no le hagan caso, porque usted tampoco ha hecho mucho para que éstos que tienen la obligación de trabajar para usted, se enterasen de cómo usted quería el trabajo.
Sí señor, asumámoslo: somos cómodos, dejados, pasotas. Durante el tiempo que dura una de éstas legislaturas municipales, queremos que se respeten nuestros derechos, pero no cumplimos con nuestras obligaciones; se nos llena la boca para hablar de democracia, pero no participamos más que el día de las urnas, y poquito; y criticamos lo que nuestros políticos hacen mal, que probablemente son muchas cosas, pero lo hacemos con el codo apoyado en la barra del bar, mientras pedimos otra de bravas y ‘pelamos’ al tipo al que votamos y al que no votamos en las pasadas municipales.
Ahora, muchos aparecemos por las redes sociales o abordamos a los políticos en campaña en sus repartos de folletos y en sus encuentros periódicos (cada cuatro años) con las fuerzas vivas de la sociedad de cada pueblo, de cada ciudad. Y les decimos lo malos que son, lo mal que lo han hecho y lo jodidos que estamos por culpa de sus reiterados errores, en gobierno y oposición.
Y ellos, haciendo gala de una bíblica paciencia, porque saben que ahora no es momento de cabrear a nadie, nos dan la razón, en lugar de preguntarnos: “oyes, ¿y por qué coño no me lo has dicho antes?”. ¿Nos extraña? Qué va; éstas son las reglas del juego y las hemos aceptado todos. Ellos y nosotros. Así que, ¡a jugar!

lunes, 2 de mayo de 2011

Lo que me preocupa no es Mouriño

Después de andar intercambiando opiniones contra la pared sobre el particular, durante la última semana en las redes sociales, me parecía inmoral no compartir con usted, fiel leyente de esta semanal columna, el tema estrella de este país de los casi cinco millones de parados.
No señores, no. No hablo de los cementerios nucleares, ni la cifra del desempleo, ni de la guerra de Libia, ni de la participación de ETA o sus sucedáneos en las próximas municipales, ni de las municipales en sí; ni siquiera de la Princesa del Pueblo.
Les hablo, claro está, de ese tipo que se ha convertido en el nuevo dios de las masas en un país necesitado, urgido de nuevos asideros en los que sostener la miseria, los problemas, la falta de sueño y la crisis de consumo más descomunal que usted y yo hemos visto y veremos, por muchos años que vivamos.
Mire usted, amigo mío: lo que me ocupa y me preocupa del tipejo en cuestión (hablemos claro desde el principio), no es su falta de educación, su constante provocación, su incitación a la violencia permanente, sus rácanos y miserables planteamientos futbolísticos, su obcecación por destruir la grandeza que tanto le ha costado construir al deporte español o su pésimo ejemplo en cuestiones como educación, deportividad, reflexión o incluso sinceridad (dicen de él que es sincero, aunque más bien lo es con la paja en el ojo ajeno, que no con la viga en el propio).
Lo que realmente me preocupa es cómo en este país se ha acogido su dialéctica de charlatán de feria, sus obscenidades que le han llevado incluso a vincular los triunfos del Barcelona con unos presuntos favores derivados de su compromiso con la ONG Unicef (para hablar de cualquier organización que evita millones de muertes al año en el Tercer Mundo, este ‘bocarán’ debería lavarse varias veces la lengua), sus constantes provocaciones, sus incitaciones a la violencia dirigidas tanto a los propios deportistas que se han visto sometidos a su yugo dialéctico como a unos aficionados que, por fortuna y hasta ahora, le han dado la espalda a la violencia que esputa en sus discursos, su demagogia infantil, su manipulación constante de la realidad, comparable a la propaganda que Goebels brindaba a la causa nazi en tiempos ya por fortuna remotos y, sobre todo, su absoluta falta de autocrítica, enfermiza, patológica.
Por muchas ‘belenes estébanes’ y ‘jorges javieres vázqueces’ que dominen el horizonte mediático patrio, a mí todavía me queda cierta confianza en que hay algo dentro de nuestras cabezas, algo capaz de rechazar la manipulación en la que este analfabeto sentimental y la cohorte de empresas mediáticas que se sirven de él para equilibrar sus cuentas de resultados y llenar de picos sus balances de audiencias han convertido este deporte que, tampoco seamos cándidos, hace ya mucho que exhibe, en su composición química, mucho más de negocio que del propio deporte en sí; pero que, hasta ahora, había guardado cierto respeto hacia la inteligencia del que lo paga. Osease, de usted y yo.