sábado, 29 de agosto de 2009

Mentiras y privacidad

Distínguense, en el campo de las relaciones personales y sociales, tres diferentes ámbitos: el íntimo, el privado y el público. Durante mucho tiempo, siglos, ha estado meridianamente claro qué tipo de actos pertenecían a cada uno de estos ámbitos. Sin embargo, vivimos un momento en el que determinadas ‘fuerzas vivas viven’ (válgame lo que haga falta) empeñadas en que no sólo ya no sepa uno dónde tiene la mano derecha, sino incluso que dudemos si nuestra extremidad superior nos pertenece o es materia de exposición pública.
Alrededor de la privacidad o no de nuestros movimientos, aunque sobre todo de aquellos personajes que, al parecer, despiertan determinados intereses públicos, se ha desarrollado una auténtica industria del cotilleo, el rumor, la mentira y la ofensa, que vuela a la altura del metropolitano.
Las televisiones (quizás no todas), máquinas expertas en oler los negocios, han oteado desde lo alto la carroña y se han lanzado en picado para devorarla con saña y sin rubor, con persistencia y sin vergüenza alguna.
Y en torno a esa industria se ha armado también un aparato teórico-justificativo para dar cobertura a la infamia, el delito y la impudicia. Un cuerpo teórico que incluye, entre otras confusiones, la de los ámbitos público, y privado e íntimo; y entre otras muchas mentiras, la de que el ser humano deja de ser propietario de su intimidad en el momento que hace algún uso público de ella.
La falsedad es tan burda que casi daría vergüenza analizarla, de no ser porque sirve de sostén ‘bajo-intelectual’ a un próspero negocio mafioso que atenta directamente contra uno de los derechos del ser humano, que es su propia intimidad.
Y una vez montado el negocio y dotado de sus evangelios, han surgido los profesionales del fango, de la inmundicia y de la desvergüenza, legión de usurpadores de la profesión periodística que basan su labor en la investigación de la ropa interior de los seres humanos, el husmeo en la basura ajena y la especulación acerca del prójimo.
El culmen de toda esta aldea global podrida es la nueva fórmula para llenar horas y horas de televisión sin contar absolutamente nada, asaltando cual bandoleros de poca monta a los personajes presuntamente públicos a las puertas de sus casas y ametrallarlos con millones de preguntas por segundo, sabedores de que no habrá respuesta, entre otras cosas porque tampoco hay tiempo para ello.
Sin embargo, con ser intolerable el asalto de los derechos humanos y de la intimidad de la persona, el bandolerismo informativo y la vejación generalizada a la legislación, es mucho más indigna y peligrosa la ceremonia de confusión a la que se somete al pueblo televisivo, intentando hacerlo comulgar con ruedas de molino como la de que el que un tipo pueda cobrar por someterse a una entrevista (que ya hay que tener ganas de malgastar dinero) automáticamente lo desnuda de su derecho a la intimidad y sitúa su vida íntima en mitad de una especie de pastoso y maloliente ‘Gran Hermano robado’, con un nivel intelectual imposible y un clima de violencia artificial tan ridículo y mal representado como peligroso para la salud pública.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La muerte no paga cláusulas

Así llega ella, sin aviso y sin complejos, arrasándolo todo y dejando sólod esolación, tristeza y soledad.
Ella no paga cláusulas, no necesita de jueces ni de vergudos, no respeta ni tiene que hacerlo, va por libre y es libre, juega su propio partido haciendo trampas, porque sabe que siempre, tarde o temprano, en tiempo reglamentario o en el descuento, acaba ganando.
Hace ya un par de años que nos visitó en Sevilla, sembrando el desconcierto en un club, en una familia, en una pareja. Nadie puede enfrentarse a ella. Entonces, Dani Jarque lo hizo, depositando flores en el lugar donde había caído el amigo, el rival, el compañero.
Hoy, dos años después ha sido el propio Dani el caído en las mismas circunstancias, cuando se había atrevido a retarla, al sembrar la semilla para la llegada de otro ser a este mundo.
Y nadie puede con ella. Los 'súper-hombres' del deporte caen en la tentación de desafiarla, confiados en su fuerza física, en su juventud y en su resistencia, pero cuando la miran a la cara, cuando la desafían, acaban cayendo fulminados.
El Espanyol, como el Sevilla, se afanaba en proteger a su capitán de posibles rivales; su esposa hacía con él planes para el futuro; su familia se preparaba para recibir a un nuevo miembro; el fútbol lo espiaba de reojo para probar sus fuerzas de cara a una posible internacionalidad.
Todos se movían por reglas de este mundo, pero ella no lo es. Ninguna de esas normas sirven de nada ante ella: ella tiene su reglamento propio, caracterizado precisamente por la ausencia de reglas, por las cartas marcadas, el juego sucio y el ventajismo.
Éste es nuestro mundo, incierto, fugaz, confuso y pequeño, muy pequeño ante ella.

Miedo al diferente

Algo dijo de esto, escogiendo y uniendo mejor las palabras, Bertolt Brecht, el genial poeta y dramaturgo alemán, hace ya más de medio siglo; pero las cosas siguen igual, siendo optimistas. Los seres humanos continuamos recelando, odiando, rechazando, sospechando y, en definitiva, temiendo al diferente.
Preferimos lo idéntico, lo conocido, lo manejable y lo seguro. Lo distinto, lo extraño y asombroso, lo misterioso y exótico, nos es tolerable cuando se trata de aventura y ocio, pero no en lo serio y trascendente. Para eso siempre es mejor lo nuestro, lo igual, lo conocido y lo propio, mucho más seguro.
Es entonces cuando desatamos nuestras más bajas pasiones, nuestros sentimientos más sucios, nuestras reacciones menos humanas. Odiamos y rechazamos porque tememos; y vemos el peligro en el que no es igual, en un comportamiento que, junto con el desamor y la represión, está en el germen de todos los males del hombre y de la humanidad, a lo largo de los siglos.
Una trayectoria en la que odiamos y hemos odiado al negro y al blanco, al homosexual y al heterosexual, al moro y al cristiano, al hombre y a la mujer y, dentro de todo y sobre todo, al inteligente, porque sólo en el diferente que piensa y se manifiesta encontramos el miedo. El otro, el sometido, ése nos vale.
Hablaba Brecht de los comunistas, los judíos y los católicos, algunos de los perseguidos a los que el protagonista de su poema no ayudó cuando vinieron por ellos; después, los mismos regresaron para prenderlo a él y, entonces, ya no quedaba nadie para defenderlo.
Más de medio siglo después, el mundo sigue pidiéndole el DNI a los diferentes y lo peor es que, como en el poema, no sólo los presos ignoran el porqué, sino que los captores tampoco lo saben.
Un mundo, ese mundo, que suspira desde hace siglos por un estado en el que el valor de cada cual se mida por lo que aporta y no por sus características físicas, sus ideas, sus creencias o sus tendencias; ignoran el delito que persiguen.
Un mundo en el que el negro y el blanco; el rojo y el azul; el hombre y la mujer; el cristiano, el judío y el musulmán, sean capaces de buscar en el otro el valor que a él le falta para crecer e incrementar su riqueza, en lugar de imponer sus pequeñas miserias sobre las de los demás.
Un mundo diferente, que no llegará hasta que las personas comprendamos que en cada uno hay un ser diferente, especial e irrepetible, propio y libre; y que la alienación y el adocenamiento que pulen las aristas del grupo y convierten al rebaño en uniforme, provocan con igual eficacia el manejo de los colectivos por parte del poder y la pérdida de valor del ser humano. Un mundo nuevo, libre y respetuoso con el individuo, que estará más cerca cuando cada uno de nosotros aprendamos que ni siquiera es necesario aprender a respetar al diferente, cuando se sabe valorarlo; y comprendamos que ese pequeño gran gesto es el que abrirá el camino hacia unas relaciones marcadas por el valor de la persona y no por las diferencias entre ellas.