miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cervantes dimisión

Se escucha, en algunas facultades de Periodismo, que quienes más deterioran la lengua son los profesionales de la política y el periodismo. Tiene su lógica. Es como decir que quienes más deterioran la medicina son los médicos y que quienes más faltas cometen son los defensas centrales.
No obstante, aunque es cierto que el uso continuado de la lengua como instrumento de trabajo puede constituir una dispensa para esa fruición en el error, no lo es menos el que hay comportamientos que más bien parecen constituir auténticas declaraciones de guerra contra el lenguaje.
He de reconocer que, en mi paso por la Facultad, también yo hacía gala de un especial espíritu de rebeldía lingüística, defendiendo incluso tesis tan inverosímiles y rocambolescas como la de que la creación o invención de términos podía llegar a constituir un honor para un profesional de la lengua, una especie de testimonio imperecedero, al igual que la invención de una pócima lo es para un químico y el diseño de un espectacular edificio lo es para un arquitecto.
¡Cuán romántico y quinceañero era todo aquello! Y claro, como mucho de lo rebelde y romántico, acaba topándose con la cruda realidad, ésa que nos dice, por ejemplo, que si el lenguaje ha llegado hasta aquí y se ha sostenido como instrumento de comunicación, ha sido precisamente porque se ha cuidado de preservarse de ataques, cambios innecesarios y modas pasajeras, como una convención que une a sus usuarios al margen de ansias independentistas.
El caso es que hay errores que, por repetidos, no sólo hacen temer que acaben por convertirse en aciertos sino que incluso terminen por relegar a las fórmulas correctas al olvido.
Es el caso de término cesar, verbo intransitivo de la primera conjugación, cuyo uso se ha perturbado, prostituido y violado hasta convertirlo en algo que no es, en principio por desconocimiento, luego por moda y quién sabe si, al final, no por vicio.
He tenido el dudoso placer de obtener, por parte de compañeros unidos por el incorrecto uso del verbo en cuestión, el reconocimiento de que son plenamente conscientes de que, como verbo intransitivo, cesar no puede ir acompañado por un complemento directo alguno, es decir, que por muy poderoso que sea el tipo en cuestión, no lo es lo suficiente como para cesar a un señor o a una señora; y que como mucho podrá destituirlo.
Dicho de otro modo, cesar es sinónimo de parar, de detenerse, de abandonar la tarea que se practica. Pueden cesar la lluvia y la nieve, el odio y el amor, la guerra y la paz, incluso el rayo que no cesa; pero no se puede cesar a alguien o a algo, porque para eso, la lengua de Cervantes ya tiene otros términos, no por capricho, sino porque una lengua tarda siglos en constituirse, aunque pueda destruirse en apenas un soplido.
Con ser grave que haya profesionales del lenguaje que ignoren todo esto, por falta de preparación a veces y otras simplemente por falta de ganas, aún es peor que otros, conociéndolo, prefieren perseverar en el error por motivos tan simples como, por ejemplo, la necesidad de cuadrar un titular, a veces incluso en la portada de un diario de tirada estatal.
El caso es que ese cese del uso correcto del término ha prendido y que ahora lo complicado es observar el verbo en su acertado uso. A este paso, antes de que lo destituyan, será Cervantes el que presente su dimisión irrevocable, por cese de sus competencias.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Diario de Carla

Ya estoy aquí, efectivamente. Llegué el lunes de la pasada semana y, la verdad, es que esto es todavía mejor de lo que me había imaginado. Es cierto que tiene sus cosas malas, y que todavía me queda mucho por descubrir, pero de momento, el mundo exterior me gusta. Es divertido.
Nada más nacer, pude ver la cara de tontos de mi padre y de mi tía Carmen, que miraban embobados cómo me sacaban de allí el doctor Agüera y Rafa, el matrón, dos pedazo de profesionales como la copa de un pino. Al fondo, mi madre parecía no estar al tanto de todo lo que estaban haciendo ahí abajo y no me quitaba los ojos de encima. Sonreía. Era feliz.
Desde entonces, todo ha sido positivo. Bueno, todo menos el sábado, que me llevaron de nuevo a la Clínica Mediterráneo, donde nací y tan bien se portaron conmigo y mi familia. Yo pensaba que regresaba para ver lo bonito que había sido mi primer lugar en el mundo, pero cuando estaba distraída, llegó una señora y me pegó un pinchazo en el talón que me hizo ver las estrellas por primera vez. Bueno, lloré un rato, pero ya se ha pasado.
Todo el mundo está loco conmigo. Dicen que soy guapísima, pero a mí me parece, más bien, que me quieren; porque qué queréis que os diga, creo que soy como todos los bebés: un poco calva, un poco mofletuda y muy dormilona.
Mi madre es una heroína. El día que me dio la vida, dejó a todo el mundo con la boca abierta. ¡Qué manera de empujar! ¡Qué manera de aguantar el dolor! Mi padre, que creo que es un poco chorra, aunque me quiere mucho, se quedó ‘pasmao’ viéndola en el paritorio. De hecho, estaba tan embobado que hasta se le olvidó llevar la cámara y tuvo que ir corriendo luego al coche.
Él también está ‘flipado’ conmigo. Bueno, más que eso, yo diría tonto. Con lo gallito que se pone para otras cosas, no para de achucharme, besarme y decirme al oído lo mucho que me quiere y lo que va a luchar por mí. Ya va para 36 años, pero me parece un poco pronto para que esté chocheando, el tío.
Y encima, el primer día no se le ocurrió otra cosa que mandarle mi foto a todo el mundo, sin mi permiso, eso sí; y claro, no ha parado de recibir felicitaciones y eso lo ha puesto todavía un poco más idiota.
Es un enfermo del trabajo, como le suele decir mi madre. El otro día hasta se llevó el ordenador portátil a la habitación de la clínica, con todas las visitas allí. Todavía no lo sabe, pero yo me voy a encargar de que nos preste mucha más de atención a mi madre y a mí. Que ya está bien.
Y luego están mis abuelos, los cuatro, que están alucinados conmigo. Dos de ellos ya tenían cuatro nietos antes que yo, pero parece como si yo fuera la primera, porque no para de caérseles la baba. Y los otros dos son primerizos. Y eso se nota, ¿eh? Porque tampoco se les borra esa cara que también tiene su hijo las 24 horas del día.
Entre todos no paran de toquetearme, besarme, decirme cosas que acaban en ‘ica’ y poner caras afiladas y morros pronunciados mientras me hablan. Pero, ¿qué queréis que os diga? Yo estoy encantada, porque nada más llegar aquí, me he dado cuenta de que esto es maravilloso y, sobre todo, de que lo es precisamente por eso, por la cantidad de seres que andan a dos patas y que, en el fondo y cuando se despojan de sus miserias, acaban derrochando buenos sentimientos para con los demás. Oye, que lo dicho, que encantada de conoceros y a vuestra disposición para lo que haga falta.