domingo, 25 de marzo de 2012

Estimados piquetes

Les voy a contar, mis queridos y queridas y sin embargo fieles y ‘fielas’ amigos del sindicalismo y el piqueterismo sindical, una pequeña historia, tan verídica si no más que las de los chistes de Paco Gandía. No es una historia contada, ni leída, ni escuchada; es una historia que han visto y oído estos ojitos y estas orejas que, tarde o temprano, se ha de comer la tierra.
La historia se desarrolla en el establecimiento de un conocido empresario almeriense, tan buen empresario como sensacional persona. Un tipo de los que merece la pena conocer. Y allí estaba yo, con mis cosas, cuando un tipo se dirigió al dueño de la tienda en cuestión para espetarle, en tono cordial y cercano: “Fulanito (sic), ya sabes, el día 29 las persianas bajadas no vayamos a problemas. Que ese día con los piquetes no se juega. Y ya te traeré yo un cartel bien grande para que pongas en la puerta diciendo que estás cerrado por la huelga”.
Debía andar yo con fiebre ese día, porque el respeto a mi buen colega me impidió terciar en la miserable advertencia del tipejo en cuestión, que resultó ser, cómo no, un sindicalista valentón que anda por ahí poniendo de relieve los riegos que los establecimientos abiertos al público pueden correr si el día de la puñetera huelga levantan sus persianas.
Me explicó mi amigo, al largarse el gamberrete disfrazado de representante de los trabajadores, que todos sus empleados tienen intención de ir a trabajar ese día, entre otras cosas porque hoy día un trabajo es un tesoro y no están las cosas como para que, siguiendo la legalidad vigente, tu empresa te descuente un día de sueldo tal y como dicta la ley de huelga. Sin embargo, a pesar de que la empresa tendrá a todo su personal a tope, en esa jornada las puertas del establecimiento de mi buen amigo permanecerán cerradas “porque el escaparate vale mucho dinero y no me la quiero jugar”.
La historia, ya digo, real como la vida misma, no escuchada una tertulia de barra de bar ni leída en uno de esos muros de Facebook consignatarios de soflamas del siglo XIX, refleja el espíritu del que emanan este tipo de manifestaciones de la democracia más ‘pura’ y ‘directa’. Es la quintaesencia del ‘no-nos-representan’, del ‘no-hay-pan-para-tanto-chorizo’ elevada a su expresión más respetuosa con los ‘derechos’ y ‘libertades’ de la ciudadanía.
Sí amigos, el día 29, en este país habrá muchos empresarios que, a pesar de tener su plantilla a su entera disposición, pese a estar todos trabajando como un día normal, tendrán las puertas cerradas por temor a ser visitados por esos tan conocidos ‘piquetes informativos’ que recorrerán las calles con sus correspondientes boletines de información, con forma de botes de silicona, bates de béisbol y huevos en un estado que haga poco recomendable su consumo.
Pues bien, queridos piquetes, piquetistas y piqueteros, aquí estará un servidor, en su puesto de trabajo, esperando vuestra amigable visita. Puedo aseguraros que estoy dispuesto a recibiros con las puertas y los brazos abiertos y con la misma cordialidad con la que vosotros me visitéis, dispuesto a agasajaros con las mismas viandas con las que vais a aparecer, porque a estas alturas de la vida, uno es de los que piensan que, a pesar de que haya quien aplique a los derechos y libertades la tan extendida ley del embudo, a veces es recomendable ponerse el mono de trabajo y defender los nuestros, nuestros derechos, porque de lo contrario, es natural y previsible que éstos vayan menguando en la misma medida que se agiganten los de quienes aspiran a pisoteárnoslos.
Por tanto, amigos del piquete, tal y como ya adelanté en este mismo foro hace un par de semanas, el día 29 yo trabajo. Trabajo porque es mi deber, porque es mi derecho y porque no voy a consentir que nadie me prive de ello; ni a mí ni a los que quieran estar a mi lado. Trabajo porque creo en el sistema, creo en las libertades y en los derechos que consagra la Constitución que los españoles nos dimos tras 40 años de dictadura. Enfundado en el mono de trabajo, dispuesto a lo que sea, a lo que vosotros dispongáis, y con los mejores deseos, os espero. Un cordial y afectuoso saludo.

domingo, 18 de marzo de 2012

Lumbreras y lumbreros

No es la primera vez que escribo acerca de esto y seguramente no será la última; qué quiere usted que le diga, no soy tan optimista como pensaba, ni lo suficiente como para creer que de repente nos va a iluminar un santón que baje del cielo y nos va a quitar las imbecilidades congénitas con que Dios nos adornó.
Luego vendrá mi amigo Luis a decirme que me repito en los temas, pero Luisico, hijo de mi vida, es que conforme el tiempo pasa, son más grandes los esfuerzos que tengo que hacer al levantarme para no darle la razón a Carlos Herrera, cuando dice que en España no cabe un tonto más; y a otro amigo mío que asegura que hay más tontos que botellines.
El otro día, sin ir más lejos, escuché a una paisana decir por la radio que “los españoles y españolas no somos consumidores y consumidoras sino ciudadanos y ciudadanas”. Mi primera reacción fue cambiar de dial, porque no está uno para darle de comer a quienes se pasan el día haciendo el gilipichis en lugar de ponerse el mono de trabajo y aportar un poco para salir del agujero, con la que está cayendo.
Pero mire usted por dónde, mi querido y admirado lector, que ese día andaba yo con la ‘philosophia’ subida (del griego y del latín ‘amor por la sabiduría’) y me dio por pensar si realmente hay alguien en este mundo con los santos ‘güevos’ de hablar así lejos de un micrófono, cuando no le están escuchando sus compañeros y compañeras ansiosos y ansiosas por aplaudir sus meteduras lingüísticas de pata y sus orines y deposiciones sobre las tapas del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Me imagino a la paya en cuestión dándole el desayuno a su prole y diciéndoles aquello de “hijos míos e hijas mías, haced el favor de comeros la pechuga de pavo o de pava entera, no sea que os quedéis pequeños y pequeñas y no os convirtáis en hombres y mujeres de provecho”.
Supongo que la ‘tipa’ (ay Dios) llegará luego al curro (que no curra, que es otra cosa) y le dirá a su jefe que “los memorandos acerca de la actividad profesional de los españoles y españolas están encima de su mesa, señor Pedórrez, después de que los compañeros y compañeras del equipo hayan estado haciendo un ímprobo trabajo, privándose del placer y del derecho de compartir las horas reglamentarias con sus hijos e hijas y con sus maridos y mujeres, vecinos y vecinas, primos y primas y con la madre y el padre que los parió a cada uno y una respectivamente”.
Lo que me cuesta un poco más es imaginar a esta amiga es en el momento del acto más íntimo con su pareja, porque habría que echarle un par de cojones para, en el punto del máximo clímax del placer, exclamar aquello de “ay Paco, hazme un hijo o una hija, por tu padre y por tu madre”. La verdad es que no extrañaría que al tal Paco, ‘en escuchándolo’, se le quedara la cosa como un guiñapo; o como una guiñapa.

jueves, 15 de marzo de 2012

La gallina de los huevos de oro se puede costipar

No es grave. Es un resfriado de temporada, de ésos que se curan con un poquito de atención, pensando bien lo que se come y lo que se hace y con buenas costumbres. En el momento en el que estábamos las empresas en pleno subidón con el márketing on line y el extraordinario mundo de posibilidades que éste nos abre y nos hemos dado cuenta de que este universo que tenemos ante nosotros requiere de ciertas normas y, sobre todo, de cantidades astronómicas de imaginación; es decir, lo mismo que el mundo of line.

Queda bonito eso de hablar de ‘social media’, márketing 2.0 e interacción on line, pero todos esos términos y otros similares significan ni más ni menos que el público ha pasado de ser el producto a ser el cliente.

Hasta ahora, en los medios tradicionales, el público (lectores, televidentes o radioescuchas) era el producto. Los medios no han vivido nunca de vender periódicos, ni mucho menos programas de radio o televisión, sino de vender seguidores. Un diario capaz de ‘vender’ 20.000 lectores a sus anunciantes, que son su verdadero público objetivo, es un negocio. Otro que no pase de los 2.000 lo tiene muy cuesta arriba.

Ahora, el lector ya no es un producto que se vende, sino el verdadero protagonista del proceso que, además, ha dejado de ser un sujeto pasivo para pasar a ser un actor del propio proceso de comunicación.

El público on line decide hasta límites insospechados, hasta el punto de que sus clicks monetarizan el gasto de una campaña de publicidad. Pero además, ha descubierto que su opinión cuenta en la red y que las marcas son conscientes de ello.

Y ahí está el vivero de virus, en el riesgo de seguir tratando a nuestro público como un objeto, como un mueble decorativo o como un devorador de líneas y fotogramas. El extraordinario campo de juego del márketing on line puede convertirse en un calvario para las marcas que no hayan aprendido el nuevo papel que el lector juega en todo esto. Y, sobre todo, para quien decida ignorar la importancia del término estrategia. Pero ése es otro tema, del que hablaremos en la próxima.

El día 29, yo trabajo (de Roig al rubio del Paseo)

Seguramente no tendrán nada que ver, pero esta semana se han juntado en mi libreta de temas reservados para este espacio que tan gentilmente usted y mi familia más cercana leen cada lunes, dos personas que se parecen más o menos como un huevo y una castaña.
El primero es Juan Roig, el dueño de Mercadona, un tipo que lleva toda la vida currando a saco para crear un imperio que da trabajo cada día a cientos de miles de seres humanos, en un país en el que el paro se ha convertido en la lacra más humillante y cancerígena para un sistema en el que están afectados ya cinco millones de personas. Según he podido saber, en Mercadona no hay contratos temporales; todos son fijos. Y a pesar de todo ello, el tipo en cuestión, el tal Roig, tiene imagen de ser un empresario explotador, de los que se calzan a los curritos doblados y luego se fuman un puro mojado en brandy de Xerez, mientras apoyan sus Martinelli sobre la mesa de caoba de su despacho, en la planta 45 de Wall Street.
Al tipo se le ha venido encima la perrofláutica española (hay a quien le ofende mucho el término ‘perroflauta’; pero les aseguro que yo lo utilizo con todos los respetos e incluso con admiración a quienes aman a los animales más racionales: los de cuatro patas) porque ha dicho que la solución a nuestros males puede estar en tomar ejemplo de la productividad de los chinos que trabajan en España. Desde ese momento, no se puede usted imaginar la cantidad de soplapolleces que he tenido que escuchar, empezando por quienes han dicho que los chinos trabajan quince horas al día, no tienen contratos, cobran menos de 500 euros y no tienen días libres. A uno, que es un amante de la libertad de expresión sobre todas las cosas, entre otras porque vivo de eso, siempre le ha parecido que todo el peso de la ley debería caer sobre los simplones que se dedican todo el día a lanzar acusaciones generalistas, gratuitas, infundadas y sin pruebas sobre lo primero que les viene a la cabeza.
Si alguien tiene pruebas de ese tipo de maltrato laboral, le agradecería que fuera al juzgado. Y mientras, no estaría mal aprender de una gente que hace tiempo se dieron cuenta de que para que una economía salga adelante, es necesario trabajar con mucha más productividad de lo que hacemos, por regla general, en España (con sus lógicas y honrosas excepciones, algunas de ellas muy cercanas y absolutamente meritorias; vayamos a leches).
El otro protagonista de mi semana ha sido ‘el rubio del Paseo’. Tampoco nadie ha de tomar esta descripción como algo peyorativo: se trata de un chico rubio y con barba cuyo nombre ignoro (si no fuera así, lo nombraría) que el otro día me asaltó en el Paseo para intentar venderme un periódico ‘contra la reforma laboral’. Lo primero que hice fue decirle que estoy absolutamente a favor de esa reforma, porque soy autónomo desde hace quince años y en ese tiempo nadie se ha acordado de nosotros hasta ahora. En ese tiempo, he visto cómo se daba por justa la injusticia de que si un trabajador incumple su contrato y se marcha de una empresa antes de que éste haya concluido, lo puede hacer sin traba alguna; mientras que si es el empleador el que lo incumple a través de un despido, ha de indemnizar. En ese tiempo, he visto cómo los autónomos no teníamos derecho a paro, a vacaciones pagadas, a ponernos malos de vez en cuando o a librar algún domingo que otro.
Cuando intenté explicar todo esto al ‘rubio del Paseo’, su respuesta final fue que se acababa la conversación porque no le interesaba lo que le decía. Creo que ahí está la clave: empieza a haber demasiada gente (una aplastante minoría, por suerte) que cuando se entabla debate de argumentos, recuerdan que se les olvidó recoger los pantalones de la tintorería.
Mire usted, querido amigo: la reforma laboral no soluciona los desequilibrios de una legislación que sigue obligando al empleador a demostrar que es inocente, mientras cree en la inocencia del empleado por encima de todo; pero creo que la atempera un poco. Y como los autónomos y pequeños empresarios también somos muchos, no estaría mal que los convocantes de la huelga pensaran un poco en nosotros, que tenemos nuestros derechos y nuestro corazoncito. Por todo eso, el día 29 yo trabajo. Y espero que al igual que yo respetaré a quienes no lo hagan, también yo sea respetado en mi decisión. Por el bien de todos.

domingo, 4 de marzo de 2012

Orinar contra el viento

Somos especialistas en este país que llamamos España. Nos gusta aquello de escupir hacia arriba y luego que salga el sol por Antequera. Somos felices sacándonosla y orinando al aire libre en contra de la dirección del viento. ¡Qué le vamos a hacer!
Le confieso que no encuentro las razones de esta ausencia casi absoluta de espíritu práctico en este país, que ya dibujó a la perfección el anticipado a su tiempo Miguel de Cervantes y que, con él, quedó definido como país de Quijotes.
Esta semana, una de nuestras ciudades más mundialmente conocidas, Barcelona, volvía a acoger una vez más el Congreso Mundial de Telefonía Móvil (Mobile World Congress), un evento que ha reventado los hoteles, ese sector que se desangra por la continua pérdida de pernoctaciones turísticas, que ha dinamizado el consumo como nunca antes se había vivido en el corto plazo de una semana, que ha traído a la Ciudad Condal a miles de visitantes que han cogido taxis, han consumido botellines de agua y de cerveza, han comido y cenado en sus restaurantes, han pernoctado en hoteles, hostales, pensiones y hasta en algunas casas particulares al estar completas todas las plazas hoteleras, que han comprado souvenirs y artículos de coña (como se diría en la mítica ‘Top Secret’), que han alquilado vehículos y que disfrutado de la noche en toda su amplia extensión.
Cualquier ciudad del mundo, cualquier país del mundo mataría por ser el escenario de eventos con este calado económico, que ha dejado en Barcelona la nada despreciable cantidad de 300 millones de euros de beneficios, no sólo en los hoteles de cinco estrellas, sino también en restaurantes, tiendas y todo tipo de servicios; no sólo de manera directa por parte de los turistas, sino también indirecta, puesto que todos aquellos que ven incrementados los beneficios de sus negocios en esos días, se ven con dinerillo en el bolsillo para gastar un poco más en esta época en la que las vacas parecen casi transparentes.
Cualquier país, menos uno de los que han visto venir la crisis con una pinta más fiera. En este país de Quijotes; en España, lo que hacemos, lo que hemos hecho para celebrarlo ha sido trufar la ciudad de manifestaciones, de protestas y de disturbios y algaradas incluso frente al Complejo de Montjuic, donde se celebraba el evento, con quema de contenedores, destrozo de escaparates, agresiones a fuerzas de seguridad, palos a diestro y siniestro y todo hecho una porquería, que es lo moderno y lo que mola y alucina, vecina.
Qué más da que algunos de los asistentes al Congreso hayan manifestado que todos estos vergonzosos espectáculos les han producido una sensación de inseguridad, qué nos importa lo que puede ocurrir si los organizadores de la cita deciden llevárselo el año que viene a Brasilia, a Londres, a Nueva Delhi o a Nueva York.
Seguramente, esa manada de ‘intelectuales’ que ha protagonizado los incidentes se prestarán gustosos, en caso de que esto suceda, a encontrar los ingresos que sustituirán esos 300 kilos del ala que se marcharán tan rápido como se fue el primer atisbo de lucidez en sus cabezas.
Porque supongo que, de lo contrario, los miles, los millones de personas damnificadas por esas pérdidas económicas irán a sus casas a quemarles el puto contenedor que tienen ante la fachada. Porque esa es otra: pocas veces estos amantes de la libertad se manifiestan frente a sus hogares. Ellos son más de ‘ir a cagar a casa de otra gente’, como diría el genial Serrat.