miércoles, 21 de octubre de 2009

Deporte nacional

De vez en cuando, cuento este chiste, mi preferido, que me parece un magnífico ejemplo para recodarnos cómo somos muchos de los que caminamos sobre dos piernas. El caso es que se encuentran dos tipos, dos viejos amigos que no se veían desde hace tiempo, y uno le pregunta al otro sobre un tercero: “Oye, ¿qué es de Pepe, que hace mucho que no lo veo?”. “Ah, pues muy bien; le va estupendo. De hecho se ha comprado un seiscientos”. “Oye, qué bien; me parece fantástico. Pepe es un gran tipo, una buena persona y ha sufrido mucho. Se lo merece como el que más”.
El encuentro se repite año tras año y, en cada nueva cita, el amigo le cuenta al otro que el tal Pepe ha cambiado de coche: primero un Twingo, luego un Opel, luego un Mercedes… y, conforme Pepe va subiendo de nivel, ejemplificado por las mejoras en la marca de su automóvil, el amigo va siendo menos efusivo en sus muestras de satisfacción.
Hasta que, al cuarto año, se vuelven a encontrar y se repite la sempiterna pregunta acerca de la evolución del Pepe en cuestión. Entonces, el amigo contesta de nuevo que a Pepe le sonríe la vida, que no sólo ha cambiado de casa, de trabajo y hasta de mujer, sino que además, ahora tiene un Porsche y un Ferrari. Entonces, la cólera se inyecta en los ojos del otro amigo, que no puede reprimir la reacción: “¿Un Ferrari? ¿Un Porsche? ¿Casa y mujer nuevos? Algo estará haciendo el ‘hijoputa’ ése?”.
Mirando hacia adentro y hacia fuera, cada día estoy más convencido de que somos así; de que nuestra felicidad no depende sólo de que las cosas nos vayan bien, sino, quizás sobre todo, de que nos vaya mejor que a los demás.
Un buen coche está bien, pero siempre y cuando el vecino no nos aparque en la puerta otro de gama superior. Una buena casa es estupenda, pero sólo si tenemos gente a quien enseñársela, detalle a detalle. Es como ése otro chiste, el del náufrago que se encuentra en la isla desierta con Claudia Schiffer y al que el acto sexual con aquel monumento no le satisface, por el hecho de que no podrá contárselo jamás a nadie.
Todo esto explica que, cuando alguien alcanza un éxito, público o privado, no faltan nunca, a su alrededor, quienes le busquen pegas al asunto. Ocurre con los empresarios, los deportistas, los artistas y escritores, con los políticos y con nuestro vecino del quinto.
Uno de los más sonados ejemplos, últimamente, ha sido el del Premio Nobel concedido a Barack Houssein Obama, ya saben. Minutos, acaso segundos, bastaron para que los medios de comunicación y, sobre todo, Internet, se llenara de opiniones, críticas y quejas. Que si todavía no ha hecho nada, que si es precipitado, que si hay otros que lo merecen más, que si tiene que demostrarlo aún.Pero si de algo ha servido este ejemplo, ha sido para que podamos respirar tranquilos: llevamos toda la vida escuchando que la envidia es el ‘deporte nacional’. Pues ahora resulta que no, que estamos nada menos que ante el ‘deporte rey’, a nivel mundial. Menos mal.

Cultura del esfuerzo

En el primer capítulo del libro más leído de la historia, figura una frase que ‘reza’ algo así como “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. A lo largo de los siglos, el valor y las aplicaciones de la sentencia han evolucionado de manera espectacular, desde quien ha tenido que utilizar no sólo su sudor sino también las lágrimas y hasta la sangre para conseguir las sobres del pan de otros, hasta quienes han sabido vivir del sudor de los demás.
Ese transcurrir de los siglos ha sido el que ha configurado lo que hoy, salvando trampas, atajos y excepciones, denominamos la ‘cultura del esfuerzo’, es decir, la ‘meritocracia’ o estructura social en la que quienes más trabajan, más se preparan y más se sacrifican participan de un mayor grado de posibilidades de alcanzar el éxito.
Igualmente, también parece haberse llegado al consenso de que las autoridades públicas, las administraciones, han de jugar el papel de equilibrador de las oportunidades, allanando el camino a quienes parten de posiciones desventajosas para que, precisamente con esfuerzo y sacrificio, puedan igualmente tener acceso a la cumbre.
No es un juego fácil: conjugar la ‘cultura del esfuerzo’ con la igualdad de oportunidades es, posiblemente, el ámbito en el que figuran las claves de una sociedad moderna que funcione en todas sus representaciones y aplicaciones.
Y de ese juego de equilibrio nacen, como en todos, las desviaciones motivadas por intereses, ineficacias y fallos en la concepción general del sistema.
Cuando intervienen los intereses políticos, el sistema suele hacerse más proclive al surgimiento de fallos, debido a la propia naturaleza humana y a la del sistema político, basado en la ‘compra’ de voluntades a través de los más diversos métodos.
El sistema, por tanto, puede pervertirse o bien atacando a los sistemas que garantizan la igualdad de oportunidades; o bien haciéndolo contra la propia ‘cultura del esfuerzo’. De ambos tipos de perversión hemos tenido ejemplos en las últimas décadas, con consecuencias igualmente perniciosas para el funcionamiento social.
Ponen lo pelos especialmente de punta las erosiones que el sistema está sufrimiento, en España, en las últimas décadas, en cuanto a la ‘cultura del esfuerzo’. Primero fue la base, la educación, que ha ido viendo carcomido el concepto de esfuerzo hasta llegar al punto de que para el alumno, en diferentes estadios del proceso educativo (Educación Primaria y Secundaria sobre todo) no supone aliciente alguno el sacrificio, el estudio y el aprendizaje, puesto que el resultado académico a corto plazo es el mismo: pasar de curso. Un proceso del que han participado todos los partidos.
Y ahora, la perversión está llegando al siguiente paso en la evolución del ciudadano: el trabajo, de manera que los subsidios, en lugar de convertirse en un aliciente para poner en marcha un mecanismo de esfuerzo a la búsqueda de un mejor puesto, se han convertido en un sustitutivo de éste, creando ciudadanos que ya no creen en el esfuerzo como un aliciente para mejorar su posición.
Se trata de dos ejemplos de ‘autodestrucción’ del sistema, que camina hacia la ausencia de los valores que lo han creado y sostenido. A menos que alguien encuentre una alternativa a aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pintan bastos en el plano socio-económico.

Preguntas y respuestas evidentes

España, pero podría ser cualquier otro país del mundo; siglo XXI, mercado globalizado. Las empresas compiten ferozmente por diferenciarse, gastando ingentes cantidades de dinero en encontrar el secreto para sobresalir de entre una espectacular competencia. Muchos llegan a pensar que está todo inventado, pero cada mes, cada semana, cada día, una y muchas empresas consiguen diferenciarse del resto. ¿Qué está pasando?
La cabeza de un director de Marketing o de un responsable Comercial de cualquier empresa siempre tiene rondando la pregunta de ¿cómo puedo dar valor a mis productos dentro de un mercado tan competitivo.
Hoy día, sin ningún género de dudas, está en el e-márketing, el hermano menor del marketing, que ya se ha hecho grande y no sólo ha empezado a cobrar protagonismo en las estrategias de las empresas, sino que ha desbancado en muchos campos de actuación a su predecesor.
El paso de las décadas ha convertido a la página web de un elemento de distinción en un instrumento prácticamente obligatorio para las empresas. No es novedad: ya ocurrió antes con los departamentos de Marketing o Comunicación, con las redes comerciales y, en general, con cualquier instrumento que haya ayudado al crecimiento del tejido empresarial y al beneficio económico y la creación de valor y riqueza.
Sin embargo, tras la explosión del universo web, se han hecho necesarias nuevas estrategias comunicativas y de marketing, a la caza y captura del cliente y de una diferenciación con la que atraparlo.
El e-márketing es una de ellas, que engloba diferentes instrumentos para dar valor a las compañías y también a los productos que éstas ponen en el mercado.
Hace años, la pregunta de quienes rodeaban el mundo de la publicidad era ¿por qué una marca tan conocida como Coca-Cola sigue gastando ingentes cantidades en su promoción, cuando todo el mundo ya la conoce y la aprecia? La respuesta era evidente, pero hoy es una cuestión similar a lo que ocurre con el e-márketing.
Si tenemos en cuenta que un altísimo porcentaje de la población mundial pasa muchas más horas delante del ordenador y navegando por Internet que, por ejemplo, escuchando la radio, viendo la televisión y por supuesto que leyendo la prensa, es obvio que las empresas, desde las grandes a las pequeñas, deben adaptar sus canales de venta y difusión a esa realidad.
Y entonces, ¿por qué productos absolutamente conocidos, implantados y valorados, son pioneros en promocionarse a través del e-márketing? Obvio: por la misma razón que Coca-Cola es consciente de la necesidad de seguir reforzando su marca y su imagen de liderazgo.
El Real Madrid, otra marca mundialmente consolidada, ha incrementado notablemente sus visitas a la página web tanto en los últimos años como en los últimos meses, como puede observarse en los dos gráficos adjuntos. ¿Casualidad? En absoluto; resultado de una importante inversión en su posicionamiento y en su reputación web. ¿Por qué? Obvio: su público objetivo está, hoy, más que en ningún otro sitio en la red.
Ahora, las empresas, grandes, medianas y pequeñas, pueden escoger entre gastar millonarios presupuestos en una promoción convencional e indirecta, en la que buscan a sus clientes entre una masa crítica enorme, o bien dirigir directamente sus esfuerzos hacia su público objetivo, con una promoción cuantificable en cuanto a sus efectos, directa al objetivo y mucho más barata, como es la que se lleva a cabo a través del e-márketing.La última pregunta del artículo: Y ahora, ¿qué va a pasar? La respuesta es tan evidente como el resto de las de este texto.