domingo, 21 de febrero de 2010

Experimento sociológico

Me dirá usted que qué demonios hago yo viendo esas cosas por la tele y que, por tanto, la culpa es mía, porque si algo tiene el aparato en cuestión, es que le das a un botón y se queda en negro, que muchas veces es como mejor está. El caso es que estaba yo tirado en mi sillón y no pude por menos que encontrarme con uno de los rostros históricos de la mal llamada pequeña pantalla, cuyos méritos televisivos bien nos darían para otro artículo, pero cuyo peso en este tinglado es más que notable.
La señora en cuestión, Mercedes Milá, nos obsequió a los incautos y atrevidos televidentes del momento, con varias de sus habituales sartas de estupideces vacías de contenido, en tan alto tono como tan baja profundidad, pero de todas ellas, la única que, pasados los días, aún sigo recordando, tenía que ver, precisamente, con la historia de la televisión.
Doña Mercedes, que exhibía su rostro en uno de esos instructivos programas que finalmente se han dado a conocer con toda justicia como ‘basura’ (ahora yo no juzgo, me limito a utilizar el calificativo por el que son conocidos), en los que un buen grito a tiempo bien vale más que cualquier razonamiento, y tuvo a bien sentenciar que “Gran Hermano ha cambiado la forma de hacer televisión en España”.
Acaso la frase se ha quedado grabada a fuego en mi cabeza porque fue de lo poco en lo que comparto su opinión, aunque quizás, si matizáramos, se acabarían nuestras coincidencias, puesto que yo añadiría: “a peor”.
No es un debate baladí, éste de Gran Hermano, aunque tampoco vamos a decir que es de capital importancia para la evolución de nuestro planeta. Pero lo cierto es que aún recuerdo cuando, en su primera edición (¡qué tiempos aquellos¡), se polemizaba sobre la categoría de ‘experimento sociológico’ del programa en cuestión: a saber, diez o doce individuos, la mayoría de una educación un pasito por encima de de los puercoespines, metidos entre cuatro paredes durante meses, a la búsqueda de sus más primarias e íntimas sensaciones.
Aún a pesar de tener claro que el peor sitio para realizar el experimento es la televisión, pasados los años sigo considerando que el tema tiene su interés y que bien se le puede otorgar el calificativo de experiencia en materia sociológica, pero no ya por los resultados que el estudio puede arrojar en cuanto al comportamiento de los doce ‘lamesartenes’ que hay dentro de la casa, sino por su influencia de los millones de borregos que se quedan (o nos quedamos) pegados a la tele viendo cómo se matan vivos, no ya discutiendo sobre la crisis financiera mundial o el exterminio de la flora en el Amazonas, sino sobre quién se zumba a quién esta noche o si les llega el presupuesto para tabaco rubio o negro.
A la señora Milá, tan sólo un matiz, que creo que no acaba de tener claro: en mi humilde opinión de televidente y profesional de los medios, no cualquier cambio, no cualquier experimento diferente, moderno, atrevido, rompedor o innovador, significa positivo. Aunque bien es cierto que si metiéramos a todos los comehigos y a todas las pilinguis que han pasado por ‘la Casa de Guadalix’ (como dicen ellos muy poéticamente), les pusiéramos en el meñique un piercing con la piedra del molino de mi pueblo y luego los echáramos al fondo del mar, también tendríamos ahí un moderno experimento, no ya sociológico, pero sí biológico. Y si al grupo le añadimos a usted y a los instigadores del invento, ya para qué queremos más.