domingo, 27 de noviembre de 2011

El sueño de Rosa

Lo voy a confesar: durante la semana, de vez en cuando echo una pensada para decidir sobre qué voy a escribir en esta cita semanal que, lo admito también, cada día me gusta más. Me caen ustedes bien, qué le vamos a hacer. Y les juro por sus muertos (que no por los míos) que casi todas las semanas encuentro un tema agradable, entrañable y que me reconcilia con mis congéneres hasta límites insospechados.
Sin embargo, también es rara la semana que no llega algún iluminado y me lo echa a perder, sirviéndome en bandeja de plata otro asunto, de mayor peso, que me deja trufado de reproche, descreimiento, indignación y mala leche.
Para no variar, algo así me ha sucedido esta semana. Fíjense lo que les digo: en próximos días, va a abandonar su cargo de ministra una señora que tenía un campo precioso para haberse dejado la piel trabajando por España, porque su ámbito de actuación tiene más falta de trabajo que Mouriño de un libro de estilo.
Les estoy hablando de la ministra de Agricultura, que en estos días ha despertado la fiera que llevo dentro, dejando para su despedida una frase que bien hubiera podido firmar ‘la tonta del bote’, imborrable protagonista de una entrañable película de postguerra, que refleja con milimétrica precisión las paridas que nos regalan, en ocasiones, nuestros insignes políticos.
A la señora, no se le ha ocurrido otra cosa que decir que le habría gustado ser la ministra que hubiera derribado El Algarrobico. No voy a volver ahora sobre el debate de si derribo sí o no, puesto que mi postura al respecto ya la conocen los que me siguen y los que no ya pueden ir a buscarla a
http://vjhernandezbru.blogspot.com/, que allí lo tienen todo.
Lo que me ha revuelto las tripas es que la señora Aguilar, Rosa ella, no haya encontrado estupidez mejor con que despedirse de un cargo que nunca debió ocupar, sobre todo porque ha demostrado sobradamente que no tiene ni la más repajolera idea de qué es lo que se cuece en el sector.
No se vayan ustedes a creer que la señora Aguilar, Rosa ella, sueña cada día con construir un mundo mejor, con que desaparezca la injusticia y la guerra, con que se reduzca la miseria y la mortandad infantil o siquiera con que la crisis deje de azotarnos con sus largas y puntiagudas zarpas.
Ni mucho menos ha tenido un leve pensamiento hacia logros a los que ella misma hubiera podido contribuir desde su amplio y mediático ministerio, como mejorar el rendimiento económico que los agricultores le sacan, o mejor dicho no le sacan a sus productos, terciar en la competencia que países terceros nos hacen en la Unión Europea o evitar que cualquier mindundi germana se invente un infundio que nos haga perder millones de euros a todos.
No señor, no. La señora Aguilar, Rosa ella, se da el piro del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino con la vana ilusión de no haber podido echar abajo El Algarrobico. A ella le trae al pairo el poder construir, trabajar para conseguir un mundo mejor, aportar valor a estos pobres súbditos que la hemos elevado a un cargo que ha deshonrado mientras ha permanecido en él.No se crean que le preocupa el estado en el que deja la agricultura y la pesca españolas. Ella sólo tiene ojos para El Algarrobico y se va escocida porque no ha conseguido inscribir en su nombre en él con letras de oro. ¿Se puede extrañar alguien de cómo nos van la Feria con especímenes así?

domingo, 20 de noviembre de 2011

Mi querido presidente

Aunque esté usted leyendo esto hoy lunes, sea usted quien sea, mi querido presidente, yo lo he escrito a estas horas de domingo en las que me pongo ante el papel en blanco, desconociendo aún su identidad. Mi fino olfato periodístico me indica que, seguramente, será usted Rajoy o Rubalcaba; Alfredo o Mariano. Tengo esa intuición.
Y por ello, aunque esté usted recién llegado, aunque acabe de terminar una dura campaña electoral (más duro es coger pimientos en Berja, pepinos en Balerma o tomates en La Cañada; no se me queje) y tenga mucho trabajo que hacer, me voy a permitir el lujo de pedirle algunas cosillas que, como su nuevo jefe que soy, considero fundamentales que dejemos claras y las acometamos.
Empiezo precisamente por eso, por la cantidad de cosas que tiene usted que hacer. Y por eso le voy a pedir que se ponga al curro hoy mismo. Sé que acabamos de celebrar la fiesta de la democracia, que acabamos de escenificar nuestra libertad y que estamos todos de un contento que para qué las prisas. Pero permítame que le recuerde que no hay tiempo ni ganas de fiestas. El paro, la prima de riesgo, las empresas cerradas o en quiebra y el desasosiego general son una jauría de perros rabiosos que nos pisan los talones y que, si nos paramos a celebrarlo, acabarán convirtiéndonos en abono para las flores de la fiesta. Por tanto, dejémonos de traspasos de poder, de días de tregua y de zarandajas. Al tajo.
Le voy a pedir a usted, además, sea quien sea, que intente gobernar para el pueblo y no para los medios de comunicación, ni para los países terceros ni para la galería. Acaba usted de convertirse en nuestro empleado más caro y debe responder a las expectativas.
Sabemos que las cosas están difíciles, pero también le pido que no me llore, que no pierda el tiempo en contarme lo mal que el anterior gobierno (si es usted Rajoy) o los mercados y los bancos (si es usted Rubalcaba) han dejado la economía. Que me lo sé. A usted nadie le ha puesto una pistola en el pecho para que se presente. Por tanto, arremánguese y ponga todo el corazón, el alma y sobre todo el cerebro en solucionarlo. Supongo que si ha decidido presentarse a este ‘fregao’ será porque tendrá usted idea de cómo solventarlo.
También le voy a pedir, fíjese qué atrevido, que se deje la ideología en su casa, que no se la lleve a la Moncloa; y que haga de su acción de gobierno una gestión eficaz, poniendo en práctica las mejores soluciones, no las que le dicte el carné de su partido. De verdad, a los ciudadanos nos importan bastante poco los partidos y lo que éstos digan. Ustedes suelen estar en su mundo, con su gente, y creen que todos tenemos un irrechazable credo político. Pero de verdad, no es así. Lo que queremos es que ustedes se ganen el sueldo solucionándonos los problemas. A usted ya no le paga su partido; le pago yo; y otros muchos como yo. Por favor, no lo olvide en estos cuatro años.
Y le voy a pedir, finalmente, que ahora que se va a poner a gobernar, haga el favor de no mirarle el carné a la gente. Que gobierne para todos, sobre todo para los que están peor, porque es su obligación y es justo y decente. Procure hacer feliz al máximo de seres humanos y no prohíba cosas que no hacen daño a nadie. Haga feliz a los que son capaces de conducir a 120 por hora, a los homosexuales que se quieren casar y a los que le quieren rezar a Dios y al diablo. Repito, cada uno de esos, con lo suyo, no hace daño al de enfrente.
Perdone si he sido muy duro para ser el primer día. Pero es que, como dije aquí mismo hace ya algunas semanas, ‘no está el chocho ‘pa’ punteos’.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Para usted un segundo

Para uste un momento; deténgase cinco minutos y reflexione, haga el favor, que sólo quiero hacerle una pregunta: ¿ha pensado usted en función de qué criterios va a depositar su voto en la urna de aquí en seis días? ¿Ha reflexionado si cabe un ratillo después de comer sobre qué aspectos va a tener en cuenta para escoger a quienes van a mover su dinero y van a tomar decisiones por usted durante los próximos 1.461 días? Si no lo ha hecho, amigo, creo que a los dos nos conviene que lo haga.
Ya sé que usted, como la mayoría, ya tienen decidido su voto, que es el mismo que hace cuatro años y el mismo que hace catorce. Pero, si me permite, creo que llegado a este punto y teniendo en cuenta cómo nos va en la feria, acaso sería conveniente revisar el procedimiento con que escogemos a los tipos que, con sus actos, marcan los caminos por los que, con un estrecho margen de maniobra, van a discurrir nuestras vidas.
Hace hoy siete días, casi todos presenciamos el debate en que se enfrentaban los dos señores que reúnen el 100% de las opciones para optar a la presidencia del gobierno español. Y desde entonces, perdone usted si ofendo, no he dejado de escuchar chorradas a la hora de analizar y sintetizar el cara a cara electoral. Los hay que se fijaron en el atuendo, otros en el maquillaje, los más en si uno leía y el otro improvisaba, muchos en el conocimiento de la geografía gaditana exhibido por ambos y prácticamente todos en una piara de menudencias y minucias que, sinceramente, me importan tres pitos teniendo en cuenta que lo que nos jugamos es, simple y llanamente, nuestro futuro.
De los Estados Unidos nos ha llegado, entre tanto, la noticia de que un candidato a la presidencia se quedó en blanco en un debate, olvidándose de una de las tres agencias estatales que pretendía disolver; y que, como consecuencia del lapsus, cágate lorito, se ha dado por concluida su carrera política. Poco importa si el tipo estaba más preparado que sus rivales, si tenía ideas brillantes para sacar a aquel país del hoyo en el que también está sumido (mucho menos profundo que el nuestro, pero hoyo al fin y al cabo) o si su capacidad de gestión dobla con creces a la de sus rivales. Al tipo se le fue la pinza en un debate y ale, ‘a espigar’.
Y de Italia y Grecia nos llegan otras lecciones. Parece que ahora a algunos no les importa que lleguen los tecnócratas al gobierno, acaso porque de lo que se trata es de sustituir a un, digamos ultraderechista, como el ex calvo Berlusconi. En España o Estados Unidos, cuando se maneja esta posibilidad, se habla de términos tan vacíos y manidos como ‘neo-con’ o ‘neoliberalismo’. Sin embargo, cuando el agua llega al cuello de romanos y griegos, ambos imperios no han dudado en echar mano de quienes saben llevar las cosas como han de llevarse, colocando las ideologías, los partidos y otras zarandajas en el utensilio ése donde se cuelga el papel higiénico, dentro del excusado.
Llámeme usted lo que quiera, pero creo que el marketing político se nos ha metido hasta tal punto en las trancas, que nos ha borrado de un plumazo la responsabilidad de elegir a nuestros representantes en función de aquello para lo que en realidad los escogemos, que es su capacidad para gestionar la cosa pública en beneficio de la mayor parte (ojala todos) los ‘res-publicanos’. Y no estaría de más que dejáramos de fijarnos en el color de la corbata, la marca del boli o el corte de pelo utilizado para los debates o, lo que es peor, en quién mató a nuestro abuelo en la guerra, entre otras cosas porque, probablemente, el que lo hizo ahora estará también un par de palmos bajo tierra.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Por fin reacciona la publicidad ante la bazofia

Si es usted uno de los cuatro o cinco que cada semana leen esta columna, ya sabrá a estas alturas que Tele 5 es una cadena por la que no tengo excesivas simpatías. Los motivos dejarían pequeño el espacio para este artículo; y hoy tengo que hablar de otras cosas, también relacionadas con esta ‘cadena’.
Por un interesante artículo en redes sociales (a través del Facebook de Estudionet), he tenido noticia de que varias empresas, como Bayern, Campofrío, Puleva o President, han decidido retirar sus anuncios del programa La Noria, después de que éste completase su enésimo doble salto mortal con tirabuzón, pagándole una pasta a la madre de El Cuco, ya saben, uno de los señoritos que le están tomando el pelo a todo bicho viviente, después de la desaparición de Marta del Castillo.
A raíz de ello, esperaba yo la reacción de la España profunda, de esa España que sigue pensando que los demás somos gilipollas perdidos, que pueden seguir contándonos los mismos cuentos que hace 40 años y que, por ello, la televisión es una efectiva arma para tomar el pelo a discreción al personal.
He escuchado a una tipeja como María Antonia Iglesias, un ser vivo que no sé, aunque lo imagino, en función de qué ‘méritos’ (de ésos que van pegados en un carné) ha llegado adonde ha llegado, siendo un ejemplo de nivel educativo bajo cero, un compendio de zafiedad, bajeza moral, hipocresía, grosería y un nivel intelectual pre-infantil; le he escuchado decir, a esta señora, en su idioma, que hasta que se termina un juicio, los imputados son presuntos.
Mire, amigo lector, hace semanas escribí sobre esto, condenando la actitud de la prensa en el caso de los niños desaparecidos en Córdoba, apuntando indiscriminadamente al padre, incluso antes de que fuera detenido. Y por supuesto, no porque me lo diga esa especie de muñeco diabólico amparado por el ‘caspa-show’ sabatino y nocturno de Tele 5, como antes lo estuvo por la televisión que pagamos todos los españoles, estoy de acuerdo en que todo imputado es inocente hasta que el juez no diga lo contrario. Faltaría más, señora catedrática de democracia, adalid del respeto y las buenas maneras.
El problema aquí, da vergüenza especificarlo, es que una televisión se dedique a llenar el bolsillo de todo aquel que sea sospechoso de haber cometido un delito tan deleznable como acabar con la vida de otro ser humano porque sí, porque somos unos tipos muy guays, porque ‘presuntamente’ (aprovecho para ciscarme en la palabra presunto, con mucho respeto y sostenibilidad) nos habíamos tomado unas copas y unas rayas estábamos cachondos, y luego hacer desaparecer el cadáver y engañar y tomar el pelo a la familia, a la policía, a los jueces y a todo el coro de soplapollas que andan detrás de estos ‘presuntos’ (císcome otra vez) como si fueran estrellas de Hollywood. Si a ésos o a sus familias, encima les damos dinero para que nos lo cuenten, es probable que alguien piense que ése es un buen modo de ganarse la vida.
Por eso, mi despreciada María Antonia, al igual que el no menos rastrero Jordi González, que ha dicho nada menos que Campofrío ha querido hacerse una campaña de publicidad gratuita retirando el anuncio de su lamentable programa, hacednos a todos un favor: echad un vistazo a las redes sociales, que hace tiempo que son un lugar más fresco, más sano y más libre que esa bazofia que protagonizáis cada sábado por la noche y que, por cierto, esta semana he tenido los santos huevos de ver, sólo por un motivo: para no comprar ni una sola de las marcas que se anuncian en él hasta que no retiren su publicidad. Eso sí que es libertad de expresión… y de decisión. ¿A que sí?