“Los viejos sueños eran buenos sueños. No se realizaron, pero me alegro de haberlos tenido”. La frase es de una buena película, no de mis favoritas, pero sí protagonizada por un actor que me suele provocar ‘efecto reclamo’ cuando se trata de cine: Clint Eastwood.
La semana que ayer concluía, comenzaba con la intervención en el Congreso de Mariano Rajoy, para empezar a explicar eso que tanto se le ha pedido desde su partido rival desde años antes de ser siquiera candidato a la residencia del gobierno: lo que piensa hacer con este país.
Aunque mi confianza en los políticos es tan relativa como lo es en cuanto al resto de los seres humanos, llámeme escéptico si quiere, me gustaron esos primeros adelantos. Desde hace meses, vengo dando la matraca en esta columna con la diferencia entre los mundos de Yuppy y la vida cotidiana, entre los deseos y las realidades, entre los sueños y los despertares, entre lo fundamental y lo accesorio.
España ha sido, durante la época de bonanza, ésa que han llamado algunos, muchos, la burbuja inmobiliaria, una espléndida cigarra que cantaba todos los días como si fueran el último, al calorcito de un verano que ella ignoraba caduco, pasando por alto la fábula en la que las hormigas aprovechan esas vacas gordas para guardar y esperar tiempos peores. Hace tiempo que las vacas sufren una involuntaria y férrea cura de adelgazamiento y nosotros, los españoles, hemos pasado de ser una lustrosa cigarra a ir, poco a poco y bajo los efectos de la crisis, tornándonos en un repelente grillo zapatero (me perdonará usted la involuntaria y poco afortunada coincidencia nominativa).
Dijo Rajoy, el otro día, que se acabaron los puentes, no los de Madison, sino ésos que convierten las semanas en ambiciosas obras de ingeniería vacacional, para el irresponsable disfrute de las cigarras y el terror de las despensas, cada día más vacías y huérfanas de hormigas que las revitalicen.
Fue una anécdota, lo de los puentes. Pero acaso una anécdota que simboliza una nueva manera de enfocar las cosas, olvidando las ideologías y echando mano de la gestión, aterrizando ya en una cruda realidad que primero nos empeñamos en negar, luego insistimos en ignorar y más tarde nos obstinamos en cargar culpablemente a los demás, todo muy español, sin siquiera analizar en qué contribuimos nosotros a la misma.
Los sueños han sido bonitos, pero se han acabado. Hemos despertado con la cama llena de sangre y toca buscar la herida, detener la hemorragia y zurcirla. La naturaleza la convertirá en cicatriz, pero no sin que antes nosotros hayamos hecho nuestro trabajo.
Ha llegado la hora de las realidades. Moribundos como estábamos, éstas no podían esperar más. Habremos de ser un todo, arrimando hombro con hombro y dejando descansar el peso en quienes aún conservan más fuerzas, para ayudar a que los que tienen menos puedan seguir el ritmo.
Se acabaron los puentes, las fiestas, las juergas y los cachondeos, repito, todo muy español. El invierno ha llegado aunque nos hayamos empeñado en seguir en bañador. Por eso, ahora toca curar la gripe y llenar la despensa, toca
gestionar con orden y conciencia. No le será fácil el doctor, pues hay partes del enfermo que querrán seguir sin ver la enfermedad. Espero que no le tiemble el pulso ni le flojee la voluntad; si no es así, ya se lo recordaremos. Porque
el invierno se sabe cuando comienza, pero nunca cuándo y cómo acaba.
La semana que ayer concluía, comenzaba con la intervención en el Congreso de Mariano Rajoy, para empezar a explicar eso que tanto se le ha pedido desde su partido rival desde años antes de ser siquiera candidato a la residencia del gobierno: lo que piensa hacer con este país.
Aunque mi confianza en los políticos es tan relativa como lo es en cuanto al resto de los seres humanos, llámeme escéptico si quiere, me gustaron esos primeros adelantos. Desde hace meses, vengo dando la matraca en esta columna con la diferencia entre los mundos de Yuppy y la vida cotidiana, entre los deseos y las realidades, entre los sueños y los despertares, entre lo fundamental y lo accesorio.
España ha sido, durante la época de bonanza, ésa que han llamado algunos, muchos, la burbuja inmobiliaria, una espléndida cigarra que cantaba todos los días como si fueran el último, al calorcito de un verano que ella ignoraba caduco, pasando por alto la fábula en la que las hormigas aprovechan esas vacas gordas para guardar y esperar tiempos peores. Hace tiempo que las vacas sufren una involuntaria y férrea cura de adelgazamiento y nosotros, los españoles, hemos pasado de ser una lustrosa cigarra a ir, poco a poco y bajo los efectos de la crisis, tornándonos en un repelente grillo zapatero (me perdonará usted la involuntaria y poco afortunada coincidencia nominativa).
Dijo Rajoy, el otro día, que se acabaron los puentes, no los de Madison, sino ésos que convierten las semanas en ambiciosas obras de ingeniería vacacional, para el irresponsable disfrute de las cigarras y el terror de las despensas, cada día más vacías y huérfanas de hormigas que las revitalicen.
Fue una anécdota, lo de los puentes. Pero acaso una anécdota que simboliza una nueva manera de enfocar las cosas, olvidando las ideologías y echando mano de la gestión, aterrizando ya en una cruda realidad que primero nos empeñamos en negar, luego insistimos en ignorar y más tarde nos obstinamos en cargar culpablemente a los demás, todo muy español, sin siquiera analizar en qué contribuimos nosotros a la misma.
Los sueños han sido bonitos, pero se han acabado. Hemos despertado con la cama llena de sangre y toca buscar la herida, detener la hemorragia y zurcirla. La naturaleza la convertirá en cicatriz, pero no sin que antes nosotros hayamos hecho nuestro trabajo.
Ha llegado la hora de las realidades. Moribundos como estábamos, éstas no podían esperar más. Habremos de ser un todo, arrimando hombro con hombro y dejando descansar el peso en quienes aún conservan más fuerzas, para ayudar a que los que tienen menos puedan seguir el ritmo.
Se acabaron los puentes, las fiestas, las juergas y los cachondeos, repito, todo muy español. El invierno ha llegado aunque nos hayamos empeñado en seguir en bañador. Por eso, ahora toca curar la gripe y llenar la despensa, toca
gestionar con orden y conciencia. No le será fácil el doctor, pues hay partes del enfermo que querrán seguir sin ver la enfermedad. Espero que no le tiemble el pulso ni le flojee la voluntad; si no es así, ya se lo recordaremos. Porque
el invierno se sabe cuando comienza, pero nunca cuándo y cómo acaba.