domingo, 25 de diciembre de 2011

Los puentes de Mariano o la muerte de las ideologías

“Los viejos sueños eran buenos sueños. No se realizaron, pero me alegro de haberlos tenido”. La frase es de una buena película, no de mis favoritas, pero sí protagonizada por un actor que me suele provocar ‘efecto reclamo’ cuando se trata de cine: Clint Eastwood.
La semana que ayer concluía, comenzaba con la intervención en el Congreso de Mariano Rajoy, para empezar a explicar eso que tanto se le ha pedido desde su partido rival desde años antes de ser siquiera candidato a la residencia del gobierno: lo que piensa hacer con este país.
Aunque mi confianza en los políticos es tan relativa como lo es en cuanto al resto de los seres humanos, llámeme escéptico si quiere, me gustaron esos primeros adelantos. Desde hace meses, vengo dando la matraca en esta columna con la diferencia entre los mundos de Yuppy y la vida cotidiana, entre los deseos y las realidades, entre los sueños y los despertares, entre lo fundamental y lo accesorio.
España ha sido, durante la época de bonanza, ésa que han llamado algunos, muchos, la burbuja inmobiliaria, una espléndida cigarra que cantaba todos los días como si fueran el último, al calorcito de un verano que ella ignoraba caduco, pasando por alto la fábula en la que las hormigas aprovechan esas vacas gordas para guardar y esperar tiempos peores. Hace tiempo que las vacas sufren una involuntaria y férrea cura de adelgazamiento y nosotros, los españoles, hemos pasado de ser una lustrosa cigarra a ir, poco a poco y bajo los efectos de la crisis, tornándonos en un repelente grillo zapatero (me perdonará usted la involuntaria y poco afortunada coincidencia nominativa).
Dijo Rajoy, el otro día, que se acabaron los puentes, no los de Madison, sino ésos que convierten las semanas en ambiciosas obras de ingeniería vacacional, para el irresponsable disfrute de las cigarras y el terror de las despensas, cada día más vacías y huérfanas de hormigas que las revitalicen.
Fue una anécdota, lo de los puentes. Pero acaso una anécdota que simboliza una nueva manera de enfocar las cosas, olvidando las ideologías y echando mano de la gestión, aterrizando ya en una cruda realidad que primero nos empeñamos en negar, luego insistimos en ignorar y más tarde nos obstinamos en cargar culpablemente a los demás, todo muy español, sin siquiera analizar en qué contribuimos nosotros a la misma.
Los sueños han sido bonitos, pero se han acabado. Hemos despertado con la cama llena de sangre y toca buscar la herida, detener la hemorragia y zurcirla. La naturaleza la convertirá en cicatriz, pero no sin que antes nosotros hayamos hecho nuestro trabajo.
Ha llegado la hora de las realidades. Moribundos como estábamos, éstas no podían esperar más. Habremos de ser un todo, arrimando hombro con hombro y dejando descansar el peso en quienes aún conservan más fuerzas, para ayudar a que los que tienen menos puedan seguir el ritmo.
Se acabaron los puentes, las fiestas, las juergas y los cachondeos, repito, todo muy español. El invierno ha llegado aunque nos hayamos empeñado en seguir en bañador. Por eso, ahora toca curar la gripe y llenar la despensa, toca
gestionar con orden y conciencia. No le será fácil el doctor, pues hay partes del enfermo que querrán seguir sin ver la enfermedad. Espero que no le tiemble el pulso ni le flojee la voluntad; si no es así, ya se lo recordaremos. Porque
el invierno se sabe cuando comienza, pero nunca cuándo y cómo acaba.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Amanece, que no es poco

Dejó dicho Napoleón Bonaparte que “el hombre de Estado debe tener el corazón en la cabeza”. No ha quedado, esta histórica figura, como un tipo demasiado popular por estos lares, de Pirineos hacia abajo, pero llevaba razón, el pequeño general gabacho, aunque yo situaría en la ‘sala de máquinas’ del funcionamiento político y democrático, junto a corazón y cabeza, eso que llamamos Ley, esa guía de instrucciones que le damos a nuestros políticos para que no gobiernen como Dios les da a entender sino como les dictamos sus jefes, que somos usted, yo y otros muchos.
Durante la semana, hemos estado yendo y viniendo con el ‘tema Amaiur’, esa coalición con nombre de comando terrorista, cuyo significado en castellano es ‘Amanece’, curiosa denominación para un grupo de jóvenes y ‘jóvenas’ cuya actividad se basaba precisamente en que un buen día no amaneciera para determinados seres humanos, por el mero hecho de que disentían en determinados, digamos, asuntos generales del Estado.
Mire usted, mi nunca bien ponderado lector, le confieso que no me quita el sueño que el País Vasco siga o no caminando con el cordón umbilical unido a España; hemos tenido, en este trozo del terruño, fructíferas etapas históricas en las que estos amigos de Euskadi se las buscaban en solitario y tampoco pasaba nada. Lo que ya no me da tan igual es que nos tomen por torpedos del culo y, en esto, todo ese entorno de ETA, Amaiur, Bildu y la caterva entera de independentistas que casan su actividad con la amenaza, el detonador, el asesinato, la coacción y el tiro en la nuca, son auténticos maestros.
Analizando tan sólo superficialmente la situación, percibo que esta festiva muchachada que ahora celebra su éxito electoral eliminando banderas al mismo ritmo que borran las dianas que pintaban con tiza sobre las paredes de sus pueblos, parece comportarse como quien se auto-invita a cenar en tu casa, empieza poniendo los pies sobre la mesa, continúa vaciándote la nevera y termina por cagarse en tu lavadora y echarle un pinchito a tu mujer.
Soy sincero cuando proclamo que me hubiera encantado que estos defensores de la patria vasca, que lo mismo utilizan en esa defensa un periódico, un parlamento o una pistola, tuvieran grupo parlamentario en el Congreso de los diputados, porque siempre he pensado que cuanto más plural sea ese órgano mejor y porque una de las diferencias más importantes entre ellos y usted y yo es que nosotros respetamos los derechos de cada uno, aunque ese uno haya demostrado sobradamente que es un tipo tan indeseable como simplón.
El problema es que la ley, aquel libro de instrucciones con el que empezaba estas líneas, parece dejar claro que sus méritos electorales no se lo permiten o no se lo han permitido en los últimos comicios. Y ahí es cuando estos getas, estos tipejos con la cara más dura que el instrumento de un novio, apelan a la caridad de todo aquello y todos aquellos a los que han amenazado e insultado durante años, empezando por el Rey, que muy protocolaria y respetuosamente, se ha debido partir el culo de risa cuando los ha escuchado.
No obstante, que otra cosa que puede haber pasado, viendo el desacuerdo entre las fuerzas mayoritarias y la abstención del PSOE, simplemente difícil de entender, es que la Ley no deje claro si tienen o no derecho a grupo parlamentario. En ese caso, habríamos de pensar que estos respetables representantes públicos la han elaborado con una cucharilla en una mano y una botella de Anís del Mono en la otra.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Recortes y cortos

Supongo, mi querido y paciente lector, que será usted de los muchísimos que hemos echado mano de las tijeras para adecuar nuestro ritmo al de nuestra cartera. Atrás quedaron los tiempos en los que las etiquetas de la ropa se miraban sólo para comprobar la talla, en los que los folletos de ofertas del supermercado se le echaban al buzón del vecino por tal de no subirlos a casa y en los que se salía con la billetera en lugar de con el monedero.
Pues bien, no sé si se habrá usted dado cuenta de que todo ello no son más que una reproducción a escala de los tan cacareados ‘recortes’. Efectivamente, amigo, usted ya ha introducido los recortes en su vida, casi sin darse cuenta. En la forma de comparar precios hasta para comprar una barra de pan, en el dinero que le da a los niños de paga, en la manera de escoger dónde se toma el café o en el menú del día. Y no digo nada si hablamos de una adquisición de ésas que hacen temblar la planificación económica familiar, como un plasma, un ordenador o incluso una casa o un coche, si es que es usted de los intrépidos que se han atrevido a comprar uno en el último año. Si es así, espero que el vendedor le haya hecho el monumento que usted merece.
En cambio, en política económica, en la gestión de un país, que es como la gestión de una casa pero en grande y sin que te puedas fiar de quien la comparte contigo, parece que adecuar los gastos a los ingresos sea como una especie de pecado mortal que se castiga incluso antes de cometerse.
Pues bien, señores, vamos apretándonos los calapiés, vamos preparándonos el cuerpo porque vienen recortes; y menos mal. Menos mal, digo, porque es lo que toca y, cuanto antes nos hagamos a la idea, menos sufriremos. Pasó la época del jamón de Jabugo, al que habremos de pintarle un cuadro para recordar su aspecto, y llega la tan temida mortadela. Como dijo en su día mi amigo Pepe Mel, hablando de fútbol, qué duro es hacer ese cambio, pero no queda otra. O eso, o morir de hambre.
Porque amigos, el Estado ingresa menos, tiene menos dinero y no puede gastar lo mismo que cuando tenía más. Tendremos que acostumbrarnos a menos servicios, aunque nadie debería tocar los básicos como la educación y sobre todo la sanidad, a la par que nos apretamos los cinturones para aportarle cada cual el máximo que pueda. Y a la par, habremos de gastar parte de los recursos en recuperar infraestructuras económicas de futuro a medio y corto plazo, de ésas que sirvan para rehacer tejidos productivos damnificados y generar puestos de trabajo.
El otro día leí en Facebook, de la mano de mi amigo Manolo López, un documento que refleja perfectamente la estupidez colectiva en la que hemos vivido en los últimos años. Los amigos ecologistas de profesión, aquellos que viven de generar y resolver problemas que sólo están en sus nóminas, alertan de que un complejo de golf proyectado en Níjar traerá consigo no sé cuántos problemas ecológicos. El desinformado responsable de tal panfleto no se ha molestado en leer ni el POTAUA ni el decreto de Campos de Golf de Interés Turístico. De haberlo hecho, sabría que este último contempla sólo proyectos sostenibles y que usen el agua reciclada de viviendas cercanas.
Eso sí, haciendo gala del ‘mendruguismo’ patrio que aún nos es coetáneo, el documento se olvida de los cientos de puestos de trabajo que crean este tipo de complejos, cumpliendo a rajatabla el lema de ‘vivan las lagartijas, aunque sea a costa de los humanos’. Por tanto, se constata, seguiremos un rato más en la inopia. ¿Cuántos parados nos hacen falta para empezar a pensar?

sábado, 3 de diciembre de 2011

¿Qué pasa en la DGT?

Pásmese, mi nunca buen ponderado lector, porque hoy, al fin, podríamos estar a punto de que el viejo dicho español de que “nos van a cobrar hasta por respirar” se convierta en realidad, tras la no menos brillante idea de uno de los prebostes de la Dirección General de Tráfico. Algo debe pasar allí, porque no es normal que periódicamente, cada vez en intervalos más cortos, salgan de la DGT reflexiones dignas del mismísimo ‘Peíto’. No sé si será el café que toman, el impacto de esas campañas publicitarias tan impactantes y tan macabras o acaso que los eligen tras un proceso de selección dirigido por Míster Bean.
El caso es que, aunque me he resistido, he intentado no llegar a esa conclusión, al final me he convencido de que en la DGT pasa algo raro, que se traduce en que el número de tontos por metros cuadrados es, allí, muy pero que muy superior a la media; peligrosamente superior a la media.
Recordará usted aquella ocurrencia de bajar el límite de velocidad en las autovías a 110, a pesar de que los datos de la propia DGT indicaban que la mayoría de los accidentes se producen fuera de estas vías. Aquello fue meritorio, aunque se superaron unos meses después cuando, tras los millones gastados en cambiar los cartelitos, decidieron que ya estaba bien y que volvíamos a los 120, en un auténtico carrusel de imbecilidad colectiva que parecía haberse apoderado de un país idiotizado hasta el límite.
En fin, esto son cosas que pasan. En todos sitios cuecen habas y hay que aguantarse. Pero, pasado el tiempo, no he tenido más remedio que convencerme de que esto es algo extraordinario, un caso con el que fliparía en colores el tipo ése del programa Cuarto Milenio, el que habla así como bajito y como si estuviese todo el rato contando cosas muy interesantes.
Lo último, que seguramente a estas alturas ya será lo penúltimo, ha sido proponer que se cobre por circular en las autovías. La idea, peregrina como ella sola, se le ha ocurrido al segundo de a bordo, que como todo se pega menos la hermosura, debe haberse impregnado ya del espíritu de su número uno, un tipo al que deberían dejar hacer cualquier cosa menos pensar.
Este otro joven, ahora que la silla empieza a quemarle bajo sus posaderas y que se le ha iniciado la cuenta atrás para dejar de vivir de la sopa boba, ha decidido que falta tiempo para pasar a la posteridad y que, antes de que su existencia político-administrativa sea pasto de una buena lápida de mármol de Macael, ha de dejar una imperial chorrada con la que ser recordado.
Al margen de que esto, lo de la DGT, sea motivo de un buen Expediente X, por la frecuencia con la que disparatan sus dirigentes, quizás el problema radique en una exageración, una sobre-dimensión de ese mal que ataca a los tipos que, de la noche a la mañana, se ven con un coche oficial, un chófer y un ‘aifon’ que paga alguien misterioso que no son ellos, lo cual al parecer les termina de convencer de que tienen carta blanca para ‘estupidiar’ a discreción.
Una reacción que, seguramente, les impide tener en cuenta que aquellos a los que atacan sin piedad con los pensamientos ilustrados que defecan de vez en cuando, los ciudadanos que pagamos sus sueldos, coches y ‘aifones’, somos en realidad sus jefes, aquellos en favor de cuyos intereses deberían trabajar.
¿Se imagina usted que tuviera una empresa y que sus trabajadores, en lugar de esforzarse por mejorar el negocio se dedicaran a vomitar ‘soplagaiteces’ encaminadas sólo a fastidiarle a usted y a su empresa? Pues eso es a lo único que parecen aspirar todos estos ‘paniaguados’ a los que tanto les cuesta ponerse en la piel del otro, del currito que no llega a fin de mes.

domingo, 27 de noviembre de 2011

El sueño de Rosa

Lo voy a confesar: durante la semana, de vez en cuando echo una pensada para decidir sobre qué voy a escribir en esta cita semanal que, lo admito también, cada día me gusta más. Me caen ustedes bien, qué le vamos a hacer. Y les juro por sus muertos (que no por los míos) que casi todas las semanas encuentro un tema agradable, entrañable y que me reconcilia con mis congéneres hasta límites insospechados.
Sin embargo, también es rara la semana que no llega algún iluminado y me lo echa a perder, sirviéndome en bandeja de plata otro asunto, de mayor peso, que me deja trufado de reproche, descreimiento, indignación y mala leche.
Para no variar, algo así me ha sucedido esta semana. Fíjense lo que les digo: en próximos días, va a abandonar su cargo de ministra una señora que tenía un campo precioso para haberse dejado la piel trabajando por España, porque su ámbito de actuación tiene más falta de trabajo que Mouriño de un libro de estilo.
Les estoy hablando de la ministra de Agricultura, que en estos días ha despertado la fiera que llevo dentro, dejando para su despedida una frase que bien hubiera podido firmar ‘la tonta del bote’, imborrable protagonista de una entrañable película de postguerra, que refleja con milimétrica precisión las paridas que nos regalan, en ocasiones, nuestros insignes políticos.
A la señora, no se le ha ocurrido otra cosa que decir que le habría gustado ser la ministra que hubiera derribado El Algarrobico. No voy a volver ahora sobre el debate de si derribo sí o no, puesto que mi postura al respecto ya la conocen los que me siguen y los que no ya pueden ir a buscarla a
http://vjhernandezbru.blogspot.com/, que allí lo tienen todo.
Lo que me ha revuelto las tripas es que la señora Aguilar, Rosa ella, no haya encontrado estupidez mejor con que despedirse de un cargo que nunca debió ocupar, sobre todo porque ha demostrado sobradamente que no tiene ni la más repajolera idea de qué es lo que se cuece en el sector.
No se vayan ustedes a creer que la señora Aguilar, Rosa ella, sueña cada día con construir un mundo mejor, con que desaparezca la injusticia y la guerra, con que se reduzca la miseria y la mortandad infantil o siquiera con que la crisis deje de azotarnos con sus largas y puntiagudas zarpas.
Ni mucho menos ha tenido un leve pensamiento hacia logros a los que ella misma hubiera podido contribuir desde su amplio y mediático ministerio, como mejorar el rendimiento económico que los agricultores le sacan, o mejor dicho no le sacan a sus productos, terciar en la competencia que países terceros nos hacen en la Unión Europea o evitar que cualquier mindundi germana se invente un infundio que nos haga perder millones de euros a todos.
No señor, no. La señora Aguilar, Rosa ella, se da el piro del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino con la vana ilusión de no haber podido echar abajo El Algarrobico. A ella le trae al pairo el poder construir, trabajar para conseguir un mundo mejor, aportar valor a estos pobres súbditos que la hemos elevado a un cargo que ha deshonrado mientras ha permanecido en él.No se crean que le preocupa el estado en el que deja la agricultura y la pesca españolas. Ella sólo tiene ojos para El Algarrobico y se va escocida porque no ha conseguido inscribir en su nombre en él con letras de oro. ¿Se puede extrañar alguien de cómo nos van la Feria con especímenes así?

domingo, 20 de noviembre de 2011

Mi querido presidente

Aunque esté usted leyendo esto hoy lunes, sea usted quien sea, mi querido presidente, yo lo he escrito a estas horas de domingo en las que me pongo ante el papel en blanco, desconociendo aún su identidad. Mi fino olfato periodístico me indica que, seguramente, será usted Rajoy o Rubalcaba; Alfredo o Mariano. Tengo esa intuición.
Y por ello, aunque esté usted recién llegado, aunque acabe de terminar una dura campaña electoral (más duro es coger pimientos en Berja, pepinos en Balerma o tomates en La Cañada; no se me queje) y tenga mucho trabajo que hacer, me voy a permitir el lujo de pedirle algunas cosillas que, como su nuevo jefe que soy, considero fundamentales que dejemos claras y las acometamos.
Empiezo precisamente por eso, por la cantidad de cosas que tiene usted que hacer. Y por eso le voy a pedir que se ponga al curro hoy mismo. Sé que acabamos de celebrar la fiesta de la democracia, que acabamos de escenificar nuestra libertad y que estamos todos de un contento que para qué las prisas. Pero permítame que le recuerde que no hay tiempo ni ganas de fiestas. El paro, la prima de riesgo, las empresas cerradas o en quiebra y el desasosiego general son una jauría de perros rabiosos que nos pisan los talones y que, si nos paramos a celebrarlo, acabarán convirtiéndonos en abono para las flores de la fiesta. Por tanto, dejémonos de traspasos de poder, de días de tregua y de zarandajas. Al tajo.
Le voy a pedir a usted, además, sea quien sea, que intente gobernar para el pueblo y no para los medios de comunicación, ni para los países terceros ni para la galería. Acaba usted de convertirse en nuestro empleado más caro y debe responder a las expectativas.
Sabemos que las cosas están difíciles, pero también le pido que no me llore, que no pierda el tiempo en contarme lo mal que el anterior gobierno (si es usted Rajoy) o los mercados y los bancos (si es usted Rubalcaba) han dejado la economía. Que me lo sé. A usted nadie le ha puesto una pistola en el pecho para que se presente. Por tanto, arremánguese y ponga todo el corazón, el alma y sobre todo el cerebro en solucionarlo. Supongo que si ha decidido presentarse a este ‘fregao’ será porque tendrá usted idea de cómo solventarlo.
También le voy a pedir, fíjese qué atrevido, que se deje la ideología en su casa, que no se la lleve a la Moncloa; y que haga de su acción de gobierno una gestión eficaz, poniendo en práctica las mejores soluciones, no las que le dicte el carné de su partido. De verdad, a los ciudadanos nos importan bastante poco los partidos y lo que éstos digan. Ustedes suelen estar en su mundo, con su gente, y creen que todos tenemos un irrechazable credo político. Pero de verdad, no es así. Lo que queremos es que ustedes se ganen el sueldo solucionándonos los problemas. A usted ya no le paga su partido; le pago yo; y otros muchos como yo. Por favor, no lo olvide en estos cuatro años.
Y le voy a pedir, finalmente, que ahora que se va a poner a gobernar, haga el favor de no mirarle el carné a la gente. Que gobierne para todos, sobre todo para los que están peor, porque es su obligación y es justo y decente. Procure hacer feliz al máximo de seres humanos y no prohíba cosas que no hacen daño a nadie. Haga feliz a los que son capaces de conducir a 120 por hora, a los homosexuales que se quieren casar y a los que le quieren rezar a Dios y al diablo. Repito, cada uno de esos, con lo suyo, no hace daño al de enfrente.
Perdone si he sido muy duro para ser el primer día. Pero es que, como dije aquí mismo hace ya algunas semanas, ‘no está el chocho ‘pa’ punteos’.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Para usted un segundo

Para uste un momento; deténgase cinco minutos y reflexione, haga el favor, que sólo quiero hacerle una pregunta: ¿ha pensado usted en función de qué criterios va a depositar su voto en la urna de aquí en seis días? ¿Ha reflexionado si cabe un ratillo después de comer sobre qué aspectos va a tener en cuenta para escoger a quienes van a mover su dinero y van a tomar decisiones por usted durante los próximos 1.461 días? Si no lo ha hecho, amigo, creo que a los dos nos conviene que lo haga.
Ya sé que usted, como la mayoría, ya tienen decidido su voto, que es el mismo que hace cuatro años y el mismo que hace catorce. Pero, si me permite, creo que llegado a este punto y teniendo en cuenta cómo nos va en la feria, acaso sería conveniente revisar el procedimiento con que escogemos a los tipos que, con sus actos, marcan los caminos por los que, con un estrecho margen de maniobra, van a discurrir nuestras vidas.
Hace hoy siete días, casi todos presenciamos el debate en que se enfrentaban los dos señores que reúnen el 100% de las opciones para optar a la presidencia del gobierno español. Y desde entonces, perdone usted si ofendo, no he dejado de escuchar chorradas a la hora de analizar y sintetizar el cara a cara electoral. Los hay que se fijaron en el atuendo, otros en el maquillaje, los más en si uno leía y el otro improvisaba, muchos en el conocimiento de la geografía gaditana exhibido por ambos y prácticamente todos en una piara de menudencias y minucias que, sinceramente, me importan tres pitos teniendo en cuenta que lo que nos jugamos es, simple y llanamente, nuestro futuro.
De los Estados Unidos nos ha llegado, entre tanto, la noticia de que un candidato a la presidencia se quedó en blanco en un debate, olvidándose de una de las tres agencias estatales que pretendía disolver; y que, como consecuencia del lapsus, cágate lorito, se ha dado por concluida su carrera política. Poco importa si el tipo estaba más preparado que sus rivales, si tenía ideas brillantes para sacar a aquel país del hoyo en el que también está sumido (mucho menos profundo que el nuestro, pero hoyo al fin y al cabo) o si su capacidad de gestión dobla con creces a la de sus rivales. Al tipo se le fue la pinza en un debate y ale, ‘a espigar’.
Y de Italia y Grecia nos llegan otras lecciones. Parece que ahora a algunos no les importa que lleguen los tecnócratas al gobierno, acaso porque de lo que se trata es de sustituir a un, digamos ultraderechista, como el ex calvo Berlusconi. En España o Estados Unidos, cuando se maneja esta posibilidad, se habla de términos tan vacíos y manidos como ‘neo-con’ o ‘neoliberalismo’. Sin embargo, cuando el agua llega al cuello de romanos y griegos, ambos imperios no han dudado en echar mano de quienes saben llevar las cosas como han de llevarse, colocando las ideologías, los partidos y otras zarandajas en el utensilio ése donde se cuelga el papel higiénico, dentro del excusado.
Llámeme usted lo que quiera, pero creo que el marketing político se nos ha metido hasta tal punto en las trancas, que nos ha borrado de un plumazo la responsabilidad de elegir a nuestros representantes en función de aquello para lo que en realidad los escogemos, que es su capacidad para gestionar la cosa pública en beneficio de la mayor parte (ojala todos) los ‘res-publicanos’. Y no estaría de más que dejáramos de fijarnos en el color de la corbata, la marca del boli o el corte de pelo utilizado para los debates o, lo que es peor, en quién mató a nuestro abuelo en la guerra, entre otras cosas porque, probablemente, el que lo hizo ahora estará también un par de palmos bajo tierra.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Por fin reacciona la publicidad ante la bazofia

Si es usted uno de los cuatro o cinco que cada semana leen esta columna, ya sabrá a estas alturas que Tele 5 es una cadena por la que no tengo excesivas simpatías. Los motivos dejarían pequeño el espacio para este artículo; y hoy tengo que hablar de otras cosas, también relacionadas con esta ‘cadena’.
Por un interesante artículo en redes sociales (a través del Facebook de Estudionet), he tenido noticia de que varias empresas, como Bayern, Campofrío, Puleva o President, han decidido retirar sus anuncios del programa La Noria, después de que éste completase su enésimo doble salto mortal con tirabuzón, pagándole una pasta a la madre de El Cuco, ya saben, uno de los señoritos que le están tomando el pelo a todo bicho viviente, después de la desaparición de Marta del Castillo.
A raíz de ello, esperaba yo la reacción de la España profunda, de esa España que sigue pensando que los demás somos gilipollas perdidos, que pueden seguir contándonos los mismos cuentos que hace 40 años y que, por ello, la televisión es una efectiva arma para tomar el pelo a discreción al personal.
He escuchado a una tipeja como María Antonia Iglesias, un ser vivo que no sé, aunque lo imagino, en función de qué ‘méritos’ (de ésos que van pegados en un carné) ha llegado adonde ha llegado, siendo un ejemplo de nivel educativo bajo cero, un compendio de zafiedad, bajeza moral, hipocresía, grosería y un nivel intelectual pre-infantil; le he escuchado decir, a esta señora, en su idioma, que hasta que se termina un juicio, los imputados son presuntos.
Mire, amigo lector, hace semanas escribí sobre esto, condenando la actitud de la prensa en el caso de los niños desaparecidos en Córdoba, apuntando indiscriminadamente al padre, incluso antes de que fuera detenido. Y por supuesto, no porque me lo diga esa especie de muñeco diabólico amparado por el ‘caspa-show’ sabatino y nocturno de Tele 5, como antes lo estuvo por la televisión que pagamos todos los españoles, estoy de acuerdo en que todo imputado es inocente hasta que el juez no diga lo contrario. Faltaría más, señora catedrática de democracia, adalid del respeto y las buenas maneras.
El problema aquí, da vergüenza especificarlo, es que una televisión se dedique a llenar el bolsillo de todo aquel que sea sospechoso de haber cometido un delito tan deleznable como acabar con la vida de otro ser humano porque sí, porque somos unos tipos muy guays, porque ‘presuntamente’ (aprovecho para ciscarme en la palabra presunto, con mucho respeto y sostenibilidad) nos habíamos tomado unas copas y unas rayas estábamos cachondos, y luego hacer desaparecer el cadáver y engañar y tomar el pelo a la familia, a la policía, a los jueces y a todo el coro de soplapollas que andan detrás de estos ‘presuntos’ (císcome otra vez) como si fueran estrellas de Hollywood. Si a ésos o a sus familias, encima les damos dinero para que nos lo cuenten, es probable que alguien piense que ése es un buen modo de ganarse la vida.
Por eso, mi despreciada María Antonia, al igual que el no menos rastrero Jordi González, que ha dicho nada menos que Campofrío ha querido hacerse una campaña de publicidad gratuita retirando el anuncio de su lamentable programa, hacednos a todos un favor: echad un vistazo a las redes sociales, que hace tiempo que son un lugar más fresco, más sano y más libre que esa bazofia que protagonizáis cada sábado por la noche y que, por cierto, esta semana he tenido los santos huevos de ver, sólo por un motivo: para no comprar ni una sola de las marcas que se anuncian en él hasta que no retiren su publicidad. Eso sí que es libertad de expresión… y de decisión. ¿A que sí?

domingo, 30 de octubre de 2011

Dos años

Han sido dos años maravillosos. Dos años en los que los días han sido largos y las noches muy cortas, en los que el sol salía antes de ver su luz y en los que la primera hora del día era un aluvión de fuerzas para disfrutar del resto. Dos años en los que el día era una cuenta atrás para el efímero e intenso momento de sumergirme en tu felicidad.
Dos años duros, sin duda, en muchos aspectos. Dos años en los que la incertidumbre se ha hecho vida, la crisis se ha hecho carne y el sufrimiento se ha metido en el esqueleto del calendario.
Dos años, sin embargo, en los que tu sonrisa lo ha convertido todo en anécdota, en los que tu fuerza, tu ímpetu y tu impulso han alimentado el motor de una vida ávida de energías para aguantar el ritmo y los ritmos.
Han sido dos años generosos, rápidos, intensos, felices, diferentes, inesperados, locos, vivos, muy vivos, serenos, maduros, jóvenes, joviales, instructivos y maravillosos. Dos años maravillosos.
Dos años en los que hemos aprendido todos que lo simple, lo sencillo es lo más importante de este rato que llamamos vida, en los que nos has enseñado que en una infantil sonrisa está la clave de la felicidad, en los que hemos sabido crecer de verdad y en los que nos has mostrado lo inteligente de la naturaleza humana.
Hemos pasado dos años en los que la vida nos ha traído otra forma de amistad, otra manera de relacionarnos, otra visión de un parentesco y un torrente de sensaciones acerca de la unión entre personas.
Dos años en los que hemos comprobado que todo lo sentido hasta ahora era tan sólo un preámbulo, un aperitivo del caudal de sentimientos que nos has regalado en ellos.
Dos años en los que hemos nacido, hemos vivido y nos hemos creído morir en una mirada, una sonrisa, unos primeros pasos, unas primeras palabras, un llanto, una carcajada o algo parecido a un beso; eso que tú llamas ‘un bah’.
Dos años, sólo dos años con una profundidad inusitada, con una emotividad inédita, con una intensidad imposible y unas ansias de vivir que nunca hubiéramos imaginado.
Han sido, sin duda los dos mejores años, en los que nos has enseñado más cosas que nadie, en los que nos has cambiado más que nadie, en los que nos has impulsado como nunca lo hubiéramos esperado.
Dos años hace que llegaste, Carla, con tu fuerza, con tu carisma, con tu sonrisa. Gracias por estos dos años.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Que nada lo estropee

Sinceramente, de las muchas ocasiones en las que he imaginado el momento en el que, por propia o por ajena voluntad, se anunciase que ETA deja de matar, la sensación iba a ser mucho más rotunda e inequívocamente placentera. Y ojo, no es que no lo sea, por supuesto; pero, qué quiere usted que le diga, todo esto que ha ocurrido en las últimas dos semanas y que ha rodeado al anuncio del ‘fin de la actividad’, sin restar ni un ápice a la importancia histórica, social y política de la noticia, económica si me apura, me viene acompañada por un halo de sospechas, interrogantes y preguntas, de momento, sin respuesta.
Puede que todo sean imaginaciones mías, que yo sea presa de un pesimismo derivado de los anteriores y vanos anuncios de la banda terrorista o, simplemente, que el ambiente político que rodea a todo el proceso me haya llevado a un exagerado estado de descreimiento. Pero el caso es que, para un leñazo informativo (bombazo informativo, en este caso, no me parecía adecuado) como ‘el fin de ETA’, me falta ‘chicha’, no termino de verlo.
Llámeme usted exagerado, pero elementos como eso de ‘el fin de la actividad armada’ en lugar de ‘fin de ETA’, el hecho de que todo esto no vaya acompañado con la entrega de las armas (si se ha acabo la actividad armada, ¿para qué demonios las quieren?), la enésima coincidencia de uno de esos anuncios con un proceso electoral y el movimiento que, en paralelo a todo ello, observo en las fuerzas políticas de uno y otro lado, hacen que me ‘pique la nariz’, vamos, que ande yo más mosqueado en todo esto que un pavo en enero, que si no se lo han comido en Navidad es porque tiene una enfermedad terminal.
Sin embargo, a pesar de tanta sospecha, de tanto tufillo a oportunismo y a intereses entrecruzados, a tanto aspecto artificial y de plástico, el fin de ETA, de la actividad armada, de la barbarie, de la miseria, de la absurdez, del miedo, de la coacción, de la falta de libertad o de la madre que los parió a todos es tan importante que todo lo demás, impregnado como está de sospechas y ‘cosicas’ raras, se me antoja como la gran oportunidad que este país no debe dejar pasar.
Y es más, optimista como soy, a veces hasta el absurdo, estoy convencido de que ni las veleidades de unos, ni los intereses políticos de otros, ni las utopías independentistas de aquellos, ni las manipulaciones de éstos, ni siquiera la presencia de unas elecciones a la vuelta de la esquina van a hacer que España deje pasar el tren que lleva esperando casi medio siglo y que las bombas, las pistolas y las mentes obtusas habían impedido llegar a la estación.
En resumen, que me importa tres pitos si hay que negociar con ellos o con los otros, si quieren que se acerquen los presos o que se les dé clases particulares de pintura, si al fondo está la autodeterminación del País Vasco o la independencia del cantón de Cartagena: de lo que no tengo duda es de que una vida, una sola vida vale mucho más que todo eso. A ver si es verdad que nos hemos enterado de eso y lo llevamos ala práctica. Que ya está bien.

lunes, 17 de octubre de 2011

Una de autocrítica

Posiblemente no seamos en esto, los periodistas, diferentes al resto de profesionales. O quizás sí. El caso es que nuestra principal tentación es creernos en posesión de la verdad a poco que nos vemos mínimamente distinguidos sobre el común de los mortales. Es lo que hace años llamé ‘la erótica del micrófono’, que consiste en que cualquier ser humano normal y corriente, ubicado enfrente de un micro (dígase página de periódico por escribir o cámara de TV) tiende a pensarse poco menos que capitán general. Es en esto que la precariedad laboral periodística, con ser una tragedia, tiene también su parte de bálsamo para librarnos de ese estúpido divismo en el que caemos no con poca frecuencia.
Ensoñaciones al margen, empiezo a pensar que ese creernos en posesión de la verdad por el mero hecho de tener a nuestros pies los canales que sirven para contarla conlleva también otro riesgo: el de la relajación, aquel viejo (todo esto de lo que hablo no es nuevo; es tan antiguo como la propia profesión) aserto de ‘no dejes que la realidad te estropee una buena noticia’.
Esta semana, mi profesión me ha revuelto las tripas. De Córdoba nos llegaban, de mala mañana, las noticias de que dos niños habían desaparecido en un parque, mientras su padre, en trámites de separación, estaba a su cargo.
El ‘telecinquismo’ que se ha apoderado de la prensa y de este país en general hacía que la noticia, dada así, casi asépticamente (todo lo asépticamente que un ser humano puede dar una noticia, que es poco), olía a ese azufre informativo que todo lo puede, a ese ‘titulismo’ que se mete en las entrañas del informador hasta sacarle los hígados. La noticia rezumaba el perfume del escándalo, pero el frasco estaba aún cerrado.
Sin embargo, no tardaron en saltar a la palestra los más intrépidos, los avispados de la información, los campeones del titular y de la bomba informativa. Las insinuaciones pasaron a los hechos y el término ‘presunto’, posiblemente el que más daño ha hecho a la profesión periodística, saltó a la palestra campante y rampante. El padre de los chiquillos iniciaba su inevitable carrera ante los medios, empezaba a ser condenado por la cárcel de papel.
No tengo ni idea de si este señor tiene o no algo que ver con la desaparición de sus hijos. Si así fuera, faltarían calificativos para condenar a un tipejo de esa calaña. Pero el problema es que la prensa, siempre la prensa, nosotros, ya hemos empezado a servirle su cabeza en bandeja de plata a la opinión pública.
Ahora pueden pasar dos cosas. Si el buen señor no lo es tanto y ha cometido lo que nadie debería ni pensar, los sprinters de la información se colgarán las medallas en un pecho que ya no puede con más; pero si no, el calvario por la desaparición de unos hijos, lo más grande sin duda para un ser humano, se habrá visto agravado por las acusaciones sin fundamento de una pandilla de terroristas de la información, tipejos viles que cada día se amoratan el pecho a golpes en defensa de la libertad de expresión y de los derechos del periodista, mientras erosionan el nombre de una profesión que jamás se repondrá de los daños que le causan, los que actúan y los que callamos.

domingo, 9 de octubre de 2011

Envidia

En un país, en un mundo en el que cualquiera que destaca por sus virtudes, por currárselo a saco y por brillar en unos u otros ámbitos de la vida enseguida es visto como un bicho raro, un individuo peligroso y alguien al que criticar y buscar las cosquillas para ver de dónde diablos sale tanto talento, capacidad, entrega o desinterés, yo me declaro un envidioso. Un envidioso nato y peligroso.
Suelo contar con relativa asiduidad aquel chiste de dos amigos que se encuentran cada año, uno de los cuales pregunta siempre al otro por un tercero, un tal Pepe; al que cada año le van mejor las cosas, hasta el punto de que va cambiando de vehículo, pasando progresivamente de un Seiscientos a un coche de media gama, después a otro de gama alta y finalmente a uno de ésos que sólo se pueden permitir aquellos que no saben cuánto cuesta un café. Ante este progresivo aumento del nivel de vida del tal Pepe, el amigo preguntón, que al principio se alegraba de corazón de sus pequeños avances y sus mínimas mejoras en materia de automoción, acaba preguntando a su amigo: ¿qué estará haciendo de malo el hijoputa de Pepe?
Lo cuento porque me refleja con precisión de cirujano la sociedad en la que vivo y porque me trae a la memoria el nombre y la geta de más de una docena de filósofos de barra de bar, que de todo entienden y a los que siempre les parece que ellos lo harían mucho mejor. Y más barato, si cabe.
Yo no me escondo. Prefiero no desprestigiar a nadie ni resaltar sus defectos aminorando sus virtudes. Lo digo claro: soy un envidioso. Un puto y compulsivo envidioso. Envidio a los genios, a los inteligentes, a los que son capaces de cambiar el mundo, a los que tienen huevos de pensar que ellos provocarán grandes mejoras y a los que se entregan cada día sin obtener nada a cambio. Le envidio a usted, amigo lector, porque tiene una paciencia de santo para estar leyendo las gilipolleces que escribo yo cada lunes. Si es que ya le digo, ¡esto de la envidia es una enfermedad!
Esta semana he enviado a Stive Jobbs y, en su respetuoso recuerdo, a Bill Gates, porque me hubiera gustado, cuando tenía 20 años menos, meterme en un garaje e inventar un sistema que pusiera en comunicación a millones de personas en todo el mundo, separadas por miles de kilómetros y sin censura alguna; o poner en marcha una compañía que utilizara el bocado que Adán y Eva le pegaron a la puñetera manzana, para llevar esa comunicación interplanetaria a sus máximas consecuencias, metiéndola además en nuestros bolsillos a través del móvil.
También he enviado, por otro lado y debido a esas casualidades de la vida, a los compositores de música clásica, porque me parece que hay que tener un ‘cráneo privilegiado’, como dejó dicho Valle Inclán en uno de sus esperpentos, para componerle una canción a 50 músicos diferentes, cada uno con su carácter, con su humor y con su instrumento, y que todo ello suene a lo mismo.
Y por qué no, por otra historia de ésas de cada día, he envidiado y mucho a todos aquellos que, en mitad de su modesta y anónima cotidianeidad, son capaces de pensar en algo que cambiará el mundo a mejor; y no sólo eso, sino que van y lo ponen en marcha, haciendo que esta pelota gire de una manera un poco más justa. ¡Si es que soy un enfermo!

domingo, 2 de octubre de 2011

Sabor a luna

A estas alturas, hasta el pasado viernes, debía yo de ser uno de los pocos almerienses con la cabeza sobre los hombros que todavía no había disfrutado del directo de ‘El Lunático’; con permiso de la buena música que cada día se hace más en nuestra tierra, el mejor de nuestros grupos hoy por hoy.
Ya los había conocido yo cuando aquel maremoto que provocaron los hermanos Cruz, Juan y ‘El Niño’, el ‘Caracoles’, Javi Maresca, Ezequiel y compañía, en el ascenso del Almería, que ellos dibujaron en un pentagrama con lo de ‘Ya estamos aquí’.
Avisaban con aquello, pero yo, obstinado mulo, no les hice caso. El viernes les descubrí, por fin, un hondo aroma almeriense. Sus canciones destilan Almería por los cuatro costados, en el ritmo, en las letras, en los sones, en la música, en el sabor, en el alma.
Pero, con el Apolo lleno de amigos, el dardo que más de lleno me dio fue el de su alegría, su disfrute, la sensación de estar viendo a unos amigos, a unos ‘jugones’ que, después de más de una década, siguen siendo aquellos que disfrutaban con lo que hacían, sonriendo a la vida y riéndose de la crisis en su puta cara, demostrándole al mundo que hay muchas, muchísimas razones para pasárselo bien y, precisamente por eso, haciendo que todo el que se pone enfrente se olvide de todo y, simplemente, goce.
‘Llovía a mares’ en sus letras, pero ellos miraban hacia arriba sonriendo mientras les caían los goterones en la geta, recordando cómo en Las Negras sacaban letras y músicas sobre su ‘playa’ y sobre ‘La Luisa’ y su patio. Y susurraban gritando, con gracia almeriense (que no es como la de Cádiz ni como la de Sevilla, sino más nuestra que nada y propia, sin imitaciones), que te quiero no son dos palabras.
Se reconocen ‘balas perdías’, pero ‘perdías’ en Almería, en la playa y en la Plaza Pavía, mientras hablan de amor, de futuro, de sexo, de amistad y de la vida misma, con un ‘gustirrinín que pa qué’ cuando en su tierra nos acordamos de ellos.
‘Se diga como se diga’, ellos se dicen lunáticos, quizás porque saben que el secreto de este invento que llamamos vida está en las ‘cosicas’ simples y pequeñas, que siempre están ahí si nos acordamos de ellas, como la luna, la tierra o la amistad; o quizás porque están locos por vivir, por disfrutar, por pegarle mágicos y benditos golpes a sus guitarras mientras chillan y ríen, ‘locos perdíos’, como si ése fuera su último concierto, su último día.
Aprendí de ellos, el viernes, en la final de un concurso de rock, RockinLei, en el que actuaban como invitados y con el que el Ayuntamiento quiere que sigan apareciendo muchos lunáticos en nuestros escenarios. Aprendí que su música está a la altura de la que más me hace parar, reír, bailar o pensar. Y aprendí, que creía yo que lo tenía aprendido, que la única manera de ser feliz es creyendo y disfrutando con lo que uno hace. Y estos tíos, estos locos de la luna, se ve que disfrutan. Se palpa, se huele, se percibe. Ahora yo sí que no os ‘miro con los mismos ojos’.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Decepción, estupor, indignación y cara dura

Vaya por delante que, aunque no me considero precisamente un dechado de comprensión y capacidad para colocarse en el lugar del otro, ésa receta infalible para esquivar pendencias y tánganas de cualquier tipo, le aseguro a usted que, en este caso, tengo la mollera más que abierta; que soy capaz de entender que haya españoles que crean que vivirían mejor si el Estado volviera a su estructura del siglo XIV; que haya gente en territorios como el País Vasco, Navarra, Cataluña o Galicia que piensen que estarían más a gusto navegando a su aire en lugar de bajo la bandera rojigualda; y que opinen que la España constitucional, como la franquista, oprime las peculiaridades de cada una de las naciones que integran esta realidad pluricultural que disfrutamos.
Le aseguro a usted, en serio, que comprendo, aunque no comparto, el nacionalismo (ni vasco ni español), el independentismo e incluso estoy dispuesto a echarle una pensada a todo eso de la lucha armada, porque aunque detestándola como detesto cualquier tipo de violencia, podríamos discutir sobre si ésta es la forma más despreciable de eliminar al ser humano o si hay otras comúnmente aceptadas y no necesariamente menos miserables.
Pero fíjese, lo que no tolero, lo que me rebela de una manera irresistible es la falta de principios, de dignidad y de valores, la desvergüenza y, en definitiva, la cara más dura que las partes íntimas de un novio del siglo XX en la noche de boda.
Resulta que la Audiencia Nacional ha condenado a Arnaldo Otegi y Rafael Díez Usabiaga, afamados ‘pacifistas’ euskaldunes, a diez años de prisión por pertenencia a ETA en calidad de dirigentes. Como le digo, estoy abierto a intercambiar pareceres sobre el futuro del pueblo vasco, sobre la autodeterminación y los orígenes de aquello que, para mí, es una nación dentro del Estado Español. Sin embargo, me cuesta trabajo verme sentado a la misma mesa que un tipo con el rostro tan pétreo como el del presidente de la Diputación Foral de Guipúzcoa, que ha mostrado, ante esta sentencia, su “decepción, estupor e incluso indignación”.
Vayamos por partes. A Martín Garitano, le parece “decepcionante” que se condene por pertenencia a banda armada a sendos pollos que se han pasado la vida entera defendiendo a ETA públicamente sin pudor alguno. No sé si al individuo en cuestión le parecerá eso una prueba suficiente de pertenencia; a lo mejor se piensa el honorable presidente que a las bandas armadas se pertenece porque firma uno un acta de inscripción o porque se notifique en el juzgado o en la notaría.
En segundo lugar, a don Martín, la sentencia le provoca estupor. Constatando que la RAE acepta estupor como “pasmo, asombro” y no como una cualidad de estupidez (que por raíz morfológica podría confundirse), estamos hablando de que al señorito le deja ‘pasmao’ que la Audiencia condene a estos dos por pertenecer a ETA. La pregunta es ¿qué le causaría si les hubieran condenado por pertenencia a una tribu indígena del Serengueti, por colaborar con el Circo de Ángel Cristo o por bailar Los Pajaritos junto a María Jesús y su acordeón?
Y tercero, la sentencia le ha supuesto “indignación”. Y fíjese lo que le decía al principio: que tengo la mente tan abierta en estos temas, soy tan comprensivo y tan buena gente, que a mí que un sujeto con tal ausencia de valores y de dignidad ocupe un cargo público no me produce indignación ni ganas de meterle su bandera por donde amargan los pepinos, sino un impecable respeto a los resultados de las urnas y a la voluntad constitucional del pueblo vasco.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Cobran poco los políticos

Estamos jodidos. Jodidos y puestos al sol, me perdonará usted la inicial crudeza. El Apocalipsis no ha de andar muy lejos, a juzgar por lo que nos cuentan, que ya no difiere en mucho de lo que vivimos en propias carnes. Y para buscar una salida, que no estoy seguro de que exista ya a estas alturas, sin duda necesitamos a los mejores.
Anda el patio revuelto porque se han conocido las riquezas y las pobrezas (económicas) de los cargos políticos. Hay a quien el que tengan unas cuantas fincas y algunos coches caros les parece mucho. Yo, como soy un bicho bastante raro, pienso justo lo contrario, que cobran poco los tipos que se supone que han de sacarnos de los problemas y poner en práctica estrategias para evitarlos en un futuro.
No sé si habrá dado usted cuenta, pero los políticos son unos mileuristas en comparación con quienes rigen los destinos, por ejemplo, de las grandes empresas. Así, no es de extrañar que los cracks de la economía, de la gestión, de la administración, huyan despavoridos de la cosa pública, buscando refugio millonario en lo privado, echándole muchos ceros a las cantidades que cobraban cuando eran nuestros representantes.
Y al menos una parte de lo que ha llegado para sustituirlos, al frente de nuestro dinero, de nuestra gestión y de nuestras administraciones son, en algún caso, tipos y tipas cuyos conocimientos convertirían en premio Nobel a un repetidor de la ESO, cuyos currículos cabrían en un sello a una cara y a doble espacio.
Como contribuyente, como cliente de este Estado que se ha convertido en mi principal acreedor, quiero al frente de él a tipos brillantes, con respuestas, con capacidad, con coraje y con ideas y no, como en algún caso, a una panda de desarrapados que disfrazan bajo un traje y un coche oficial la cruda realidad de quien no han estado nunca cerca ni del empate. Es lógico: son los que se supone que trabajarán para todos, para usted, para mí y para nuestra prima la de Burgos. Para eso, quiero a los mejores. Y que lo cobren.
Es verdad que sobran cargos, como sobran administraciones y toda esa cohorte que los suele rodear. Pues bien, adelgacemos la entidad pública, restemos el número de puestos e incluso el número de instituciones. Borremos de un plumazo las subdelegaciones de las delegaciones de las consejerías de las carteras de los ministerios y dejemos únicamente lo justo para que ande la máquina.
Pero pongamos, al frente de lo que quede, a los mejores. Ubiquemos en el sillón un pastel económico tan apetitoso que acudan a su olor aquellos que han demostrado capacidad para sacarnos del agujero. Permitamos que los partidos políticos pongan al frente de sus listas a quienes atesoren capacidad y preparación y no a los reyes del clientelismo, a los coronados del ‘paniagüismo’ y a los súper-stars del ‘medramen’.
Con lo que pagamos, tenemos derecho a que trabajen para nosotros profesionales con bagaje y amplitud de miras y, por supuesto, para conseguir eso, hay que pagarlo, hay que ponerles delante al menos el mismo botín (con minúscula) que el que les recompensaría en la vida privada. Yo quiero, yo estoy dispuesto a invertir en ello, para salir de donde nos han metido los otros. Hagámoslo, porque si no, naufragaremos encabezados por los ‘panchovillas’ de la gestión pública. Eso sí, todo muy baratito, todo ahorrando en sueldos una pasta que te rilas.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Algarrobicos y algarrobos

Creo que ya está bien. Se acabó el juego y hace un buen rato que comenzó lo serio. Hemos estado un tiempo, más que suficiente, practicando los juegos florales, los fuegos artificiales y los limbos y las ninfas. Pero ya pasó. Ahora toca trabajar, currárselo en serio y olvidarse de las bromas.
El problema es que, de tanto flotar a un par de palmos del suelo, de tanto admirar el arte abstracto del medio natural y denominarlo ‘Las flores del mal bajo el tamiz de la regularidad’, muchos nos lo hemos creído y las vamos a pasar putas para volver a tocar tierra.
Ha sido bonito mientras ha durado, de verdad. Pero ya no podemos más. Cuando atábamos los perros con longaniza y sometíamos a las vacas a la dieta Dunkan, nos lo podíamos permitir, pero ahora hemos empezado ya a ver cómo hay hostias a la salida de los supermercados a las diez de la noche, cuando tiran a la basura los productos caducados.
Quizás vamos pelín tarde ya para engancharnos a la moda ésa de querer comer caliente todos los días, darle a nuestros hijos una educación correcta, a nuestros mayores una sanidad adecuada y a todos una sociedad en la que, al menos, podamos mirarnos a la cara. Tarde, pero aún hay esperanza.
Claro que, para eso, ya te digo Rodrigo, hemos de volver a pisar la tierra firme y dejar que el globo vuele a la estratosfera. Estaba bien eso de no poder construir porque afeaba el paisaje, atentaba contra el ecosistema y tocaba los huevos a todo lo sostenible, lo medioambiental y lo que es más verde que los mocos de un extraterrestre, como dirían los ‘Mojinos Escozíos’.
Como azuza el hambre, quizás hemos de levantarnos de la mesa y empezar a pensar que o ponemos esto en marcha, o nuestro planeta lo van a disfrutar las lagartijas, los alacranes y las pitas, eso sí, con una sostenibilidad y un respeto medioambiental que para qué las prisas. Tal vez haya llegado la hora de resolver algunos entuertos, como ése de tener en pie, sobre una de nuestras mejores playas, un mazacote de cemento, hormigón y hierros, en aras de un ecologismo profesional de sueldo y despacho, que si no es por estas guerrillas no sé en qué nos las íbamos a buscar.
Dicen, los arquitectos de lo verde, que hay que derribar el hotel de El Algarrobico. Y al margen de que seguramente lo pensarán echar abajo gratis, con ejércitos de voluntarios verdes que no van a cobrar un duro por darle al pico y a la pala, estarán pensando en que cuando desaparezca el edificio, las salamanquesas van a volver por allí pensando que todo ha sido producto de una noche de juerga y la posterior resaca, como si el hotel lo hubieran quitado de en medio con el photoshop ése que le rebajó los michelines a Sarkozy.
Y con él, desaparecerán también los turistas que vendría a gastar y los cientos de puestos de trabajo, entre fijos y estacionales, que hubiera dado el amasijo en que lleva convertido el paraje desde que a algún lumbrera se le ocurrió que era ‘una aberración’. Por supuesto, lo que no es una aberración es la de gente que se ha quedado sin poder currar durante todos esos años y la maravillosa visión que ofrece ahora nuestra costa gracias a su entrega ‘desinteresada’.
Se me está ocurriendo una cosa: ¿y si completáramos ahí una de esas ‘aberraciones’ que se veneran en otros sitios, como el Monasterio de Suso que está en plena montaña, el Palacio de Sintra en mitad del bosque o el Taj Mahal o la Gran Muralla China, que también construyeron los hombres en mitad de la naturaleza y no provocan la ira de los profesionales del medioambiente? Acaso, así, el photoshop cambiaría algo de paro por turistas e ingresos.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Centro de Almería: ¿abierto o cerrado?

A quien espere que hoy vaya a descubrir la pólvora, que vaya a tratar un tema novedoso y deslumbrante o a abrir un melón hasta ahora inédito, le aconsejo un buen libro, la última de Almodóvar o un paseo por la playa, que aún estamos a tiempo. Aquí no rascará mucha bola.
La luz del texto que está usted leyendo la encendió el otro día un comentario acerca de uno de los temas más manidos y manoseados del ‘almeriensismo’ patrio, de lo más añejo de nuestra ciudad: aquello de que ‘los domingos y los sábados por la tarde el centro está muerto’.
Sí señores, es una realidad. Los domingos e incluso los sábados por la tarde, el centro de Almería da miedo. Uno se da un paseo por el Paseo, en un claro afán de redundar la redundancia, y se siente como aquel John Wayne cuando llegaba al poblado y tan sólo veía moverse a los matojos secos al son del viento, mientras todo bicho viviente le observaba desde los cristales ‘ahumados’ por el polvo.
A uno se le ocurre adentrarse por las calles tan brillantemente peatonalizadas y tan flamantemente comerciales de ahora, tras las obras, y se puede morir de hambre si va buscando una tapa, de sed si persigue un refresco o de frío si lo que ansía es una prenda de ropa.
Anda uno por Reyes Católicos y se siente como Cristóbal Colón ante el Atlántico en su primer viaje; camina por Méndez Núñez como el militar lo hubiera hecho en alguna expedición por el desierto; cruza hasta San Francisco de Asís y es capaz de entrar en un proceso de profunda meditación; y si llega hasta San Pedro, bien pudiera creer que está ante las puertas de cielo.
Y la pregunta es, como diría el inefable Mouriño, ¿por qué? Como suele ser habitual, entre todos la mataron y ella sola se murió. Hay quien dice que los almerienses somos mucho de irnos fuera los domingos; otros, que la administración no fomenta la actividad; y muchos que no hay quien entienda a los comerciantes que no abren sus tiendas.
Pues bien, da toda la impresión de que estamos ante una magnífica de ésas pescadillas que devoran su propia cola. Porque parece complicado que el ciudadano acuda un domingo por la tarde al centro de una ciudad en la que todo está cerrado; tampoco resulta fácil que los comerciantes asuman el gasto de abrir en domingo cuando la expectativa es no recibir ‘ni a Perry’; y tampoco se intuye que exista un clamor popular para que la administración organice nada dirigido a gente que no muestra interés por acudir en el ‘séptimo día’.
Y así llevamos años, décadas. Acaso porque nadie parece lo suficientemente interesado por abordar un debate que, con total seguridad, acabaría con el problema. Un debate que responde a la pregunta de ¿queremos los almerienses una ciudad abierta o cerrada, mirando a la calle o cerrada sobre el calor del hogar? ¿Mediterráneos o Pirenaicos?, podría ser la cuestión.
Si realmente existiese un interés común porque el centro de la ciudad sea un hervidero los fines de semana, como lo es en la mayoría de las ciudades españolas, no estaría mal que los comercios disfrutaran de unas condiciones mucho más ventajosas para plantearse, no ya hacer cosas, sino tan siquiera abrir las puertas. Este verano, en pleno Oslo, pude ver calles llenas de terrazas, mesas, sillas y mobiliario privado de los comercios sin ningún problema. En una ciudad que, en invierno, anochece a las tres de la tarde. ¿Comparamos?

lunes, 29 de agosto de 2011

Escribir con bisturí

La descripción se la leí en Facebook (¡la cantidad de cosas para las que sirven las redes sociales!) a mi amiga Teresa Navarro y, con su permiso, la cito con nombres y apellidos. Ella le atribuía tal habilidad a Arturo Pérez-Reverte, confieso que, hoy por hoy, uno de los tipos que más me invitan a abrir las pastas de un libro
Sin corroborarlo con la autora de la definición, intuyo que escribir con bisturí debe ser algo así como hacerlo con una precisión milimétrica en el uso del lenguaje, en las descripciones, la configuración de los personajes de una novela, la intuición e incluso en la captación de los temas de interés con los que ilustrar cada artículo, cada semana, cada día.
No es fácil para mí decidirlo, pero creo que Pérez-Reverte me convence aún más como novelista que como articulista de opinión. En mis manos caía, hace unos días, un artículo en el que ponía aproximadamente a caer de un burro a nuestro todavía insigne presidente del gobierno, a la par que le recordaba que su atrevimiento no es nuevo, como sí lo es (según él) en el caso de muchos de los correligionarios del singular jefe de gobierno. Él, en cambio, dice llevar llamándole las cosas que le llama en este texto ya algunos años.
Como articulista, Arturo (no me suena bien llamarlo don Arturo, a pesar de su escaño en la Real Academia) es incisivo, lúcido, descarnado, perceptivo, ofensivo, ordenado, preciso y sin complejos. Es una especie de decálogo andante del articulista, impregnado del elixir de la captación de la atención.
Sin embargo, probablemente como novelista añade, a todo eso, una utilización más pausada de los recursos lingüísticos, una elaboración excepcional de las tramas, un dibujo preciso y sereno de los personajes, una riqueza y profundidad narrativa sin par y una capacidad descriptiva como pocas que se han paseado ante estos ojos, cada día más miopes.
Hace unas semanas cerré la tapa de atrás de ‘El Asedio’, prodigio descriptivo y narrativo ambientado en torno a aquellas Cortes de Cádiz que, allá por 1812, se aprestaban a aprobar nuestra primera Constitución, ya sabe usted, ‘La Pepa’, alumbrada el día de San José.
En la saga del Capitán Alatriste y en otras posteriores, el texto fluido, claro, adictivo y corrosivo de Pérez-Reverte ya me había enganchado, pero ha sido esta vez cuando el gruñón ha conseguido incrustarme sus letras bajo la piel, sin remedio hasta el desenlace.
No suelo hacer esto muchas veces y desconozco cómo me pagará el académico tanto derroche de bombo y platillo, pero sinceramente, si tiene la oportunidad, paséese por la Cádiz de principios del XIX, recorra sus calles mientras mira hacia arriba ante el peligro de bombas gabachas, invítese a sus fiestas de aquella alta sociedad ajena por fuera pero no por dentro al drama circundante, déjese conquistar por Lolita Palma, métase en el mundo interior del capitán, sumérjase en los bajos fondos con su ayudante y vayan a tocarle los ‘güevos’ a los franceses con Mojarra y los suyos. Y verá lo que es bueno. Ya me contarás, Teresa.

lunes, 22 de agosto de 2011

Que se mueva el dinero

Mientras las agencias de calificación nos muestran el camino del infierno, los analistas internacionales se ponen ciegos de tila a ver si aguantan el tirón y los gobiernos buscan soluciones como un niño busca el premio en una piñata, sigo observando casi alarmado comportamientos que parecen olvidar que una de las necesidades más perentorias que tenemos es que se mueva el puñetero dinero.
Leí hace unos días en Facebook (por cierto, hay quien se define Facebook como una especie de enemigo de la privacidad: ¿alguien se ha sentido obligado a hacer público en esa red social algo que no quisiera que se supiera públicamente?) a alguien que se quejaba de la Feria y que ironizaba sobre la crisis y la conveniencia de gastar dinero en actividades lúdico-festivas de esta índole.
Ignorará, el sujeto en cuestión, probablemente, que más de un establecimiento almeriense va a medio arreglar su año económico gracias a la alegría con la que los paisanos y visitantes nos llevaremos la mano al bolsillo en los próximos días.
También he escuchado críticas, a otro nivel, pero con menos base que el libro de ética de Mouriño, acerca de la visita del Papa. Se quejan algunos, laicos curiosamente, de que la llegada del Santo Padre suponga no sé qué gastos en la economía española y que el gobierno se haya empleado toda esa pasta en tal fin, en lugar de, no sé, por ejemplo, seguir regalando 400 pavos al mes a quienes se dedican a ver a Belén Esteban en la tele, desde el sillón de ski de sus casas.
No les voy a aburrir con cifras, bueno, en realidad no me las sé de memoria, pero todo ‘quisque’ sabe, ya a estas alturas, que millones de jóvenes llegados de diferentes países han estados en estos días en Madrid y alrededores, durmiendo en alojamientos de más o menos caché, comprando botellas de agua y de ron, gorras y camisetas y hasta toros y flamencas de ésas que se colocan en lo alto de la televisión, comiendo y bebiendo, saliendo de marcha (sin caer en el pecado, eso sí) y tomando el transporte público.
Son gente que han decidido venir a Madrid, a España, y que no lo han hecho ni por el sol, ni por la playa (ya saben, allí no hay playa) ni por las corridas de toros, la sangría o la paella. Lo han hecho porque el Papa ha decidido celebrar las Jornadas Mundiales de la Juventud en la capital de nuestro país, o de lo que queda de él.
No sé ya cómo decirlo, pero el fondo de la cuestión es que me gustaría que los gobiernos emplearan las neuronas que les quedan en promover eventos, negocios, movidas o temas que hagan que se mueva el puñetero dinero, guardándose en los bolsillos las restricciones absurdas y las cuestiones de conciencia.
Ayer mañana, el Papa Benedicto anunciaba que la próxima JMJ será en Río de Janeiro. Veremos si allí hay tanto meapilas que critica la inversión que el estado brasileño habrá de hacer para celebrar un evento que, con total seguridad, multiplicará por varios enteros esa cantidad inicial.

lunes, 15 de agosto de 2011

¿Cuál independencia de la prensa?

El titular no es mío. Lo he robado, ‘mea culpa’, de la revista oficial de la Federación de Asociaciones de la Prensa y el autor intelectual es Santiago Carrillo. Tópicos al margen (como todas las que le hacen, la entrevista empieza enumerando los cigarrillos que consume durante hora y media a sus 96 años), la frase tiene profundidad, o como dirían ‘al alimón’ Federico Trillo y José Bono, ‘manda huevos’.
Cuenta el texto que Carrillo fue periodista y luego político. Es normal que, a cuatro de los cien ‘tacos’, experimente ese impulso irrefrenable de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, que el periodismo y la política de verdad son los que se hacían antes. No es tan normal, aunque sí lógico, que el anciano padre de la democracia dé en la diana con tal atino, cuando recibe ‘a porta gayola’ un tema tan espinoso como éste de lo que le está pasando a la prensa, lo que nos está pasando a los periodistas; un debate que arde por los rincones de las redacciones, los cafés y las estancias virtuales.
Tiende el periodista, me perdonarán (o no) la generalización, a autocalificarse independiente si en su trabajo y en sus informaciones deja traslucir sólo las esclavitudes que dependen exclusivamente de sí mismo, desterrando las de origen empresarial, político, económico o social. En otras palabras, que el periodista independiente es el que tiñe sus informaciones en el balde de sus propias subjetividades, pero permanece virgen ante las presiones de la empresa que es dueña del soporte y de los anunciantes que lo pagan.
El periodista defiende (defendemos) la profesión y el estatus; es normal. Mi duda reside en si la mejor manera de hacerlo es negando que estamos influidos por nuestras subjetividades, que hacen mella en nuestras informaciones; y desmintiendo que nos sometemos a diario y por obligación a los dictámenes de la empresa, su libro de estilo y su cuenta de resultados.
Resulta una obviedad el respeto que cualquier medio de comunicación, como cualquier empresa, presta a sus clientes, en este caso, sus anunciantes, quienes sostienen sus cuentas de resultados y aportan para pagar nóminas y otros gastos. ¿Cree usted que una empresa periodística tratará igual a quien la mantiene publicitariamente y a quien no le aporta un duro? (Por ejemplo, ¿han leído alguna crítica a El Corte Inglés?)
Abundan quienes pregonan que este tipo de esclavitudes publicitarias y políticas de la prensa son un horror, un cataclismo, un sablazo a la ética y a la deontología y, sobre todo, una derivada de los nuevos tiempos; y esos mismos sitúan en el periodista la capacidad y la inspiración para interpretar la realidad, elegir los temas interesantes y elaborar la crítica positiva o negativa que se esconde en cada noticia, al son de sus propios intereses, gustos, subjetividades y tendencias; todo ello, claro está, con una independencia que para qué las prisas.
Sin ánimo de fastidiar, permítame un consejo, amigo: cuando ojee y hojee el diario, cuando escuche la radio y vea la tele, no lo olvide: los medios son empresas y siempre lo han sido (incluso cuando el político Carrillo todavía era periodista); y los periodistas somos sujetos (no objetos) con nuestros propios gustos, tendencias e intereses. Ambas circunstancias influyen en eso que llamamos información. Queda bello y romántico autodenominarse independiente pero, me uno a don Santiago: ¿independiente de qué?

lunes, 8 de agosto de 2011

¡No me toquen los kilómetros!

Vamos a ver si logro explicarme sin ofender a nadie, que no está fácil el tema. Y si me equivoco, ya me van corrigiendo ustedes, si son tan amables.
Pues resulta que estamos ante la mayor crisis financiera, económica, de consumo, de mercados, de confianza, del Lucero del Alba y del Sun Sun Corda; que millones de personas llevan meses, años sin poder trabajar en este país; que cada día se van a la calle otros muchos más; que cada semana se cierran cientos o miles de empresas; que todo nos hace temer que más pronto que tarde un rayo va a caer sobre todos nosotros y nos va a mandar a tomar por el saco, que el cielo se va a caer encima de nuestras cabezas y como temía el gordinflón de Obelix, que estamos metidos en un agujero en el fondo de otro agujero, y en mitad de todo eso, sale un tipo y ve la bombilla encima de su calva, se le ilumina el intelecto, se le enamora el alma, se le enamora, y decide que lo que verdaderamente necesitamos, lo que realmente estamos esperando todos como agua de agosto no es ni más ni menos que el recortar la velocidad máxima en las carreteras secundarias de 100 a 90 kilómetros hora.
Aquí, después de largos ratos de reflexión durante esta semana, de estudiar el problema de pie y boca abajo y de consultar a varios de los más prestigiosos expertos en la psique humana y en la de los mandriles del Congo, concluyo que sólo hay dos opciones: o este tío empina el codo mucho más temprano de lo que es recomendable o yo he terminado de volverme gilipollas del todo. Que será esto último, seguramente.
Recordarán ustedes que este país acaba de salir, como quien dice, de un sensacional espectáculo de carteles de 120 para arriba, carteles de 110 para abajo, y venga fiesta, y arriba y abajo. Y que después de la polémica reducción, hemos vuelto al lugar original, por supuesto, después de un abrumador éxito sin precedentes de la medida en cuestión.
Pues bien, el Einstein del tráfico rodado ha vuelto a la carga. El Zorro de las carreteras, el justiciero del asfalto acaba de tener otro alumbramiento. Sí, ya sé que el hecho de que haya crisis económica no es motivo para que no se adopten otras medidas referidas a otros problemas. Pero, de verdad, ¿necesitamos cambiar la velocidad máxima de las carreteras secundarias? ¿Es una necesidad estructural básica en éste o en cualquier otro momento? ¿Saldrá el sol por Antequera o por Medina del Campo si no se adopta esta decisión con carácter de urgencia?
No quisiera uno ser mal pensado, pero no sé por qué se me ha venido a la cabeza la absurda y malintencionada idea de que quizás tenga algo que ver con esto el hecho de que a la legislatura le queda medio ‘pelao’ y que puede empezar a haber gente que necesite argumentos para pasar a la posteridad.
Ahora, bien, si así fuera, si de lo que se trata es de buscar una buena lápida política y de gestión, al tiempo que culminar la mejora del tráfico y la disminución de las muertes en carretera, ¿qué tal mejorar la formación en las autoescuelas, endurecer los exámenes de conducir, someter a los conductores a controles periódicos de vista y de habilidades, cuidar del estado de las carreteras y eliminar a los que hacen de la temeridad un estilo de conducción? Digo, por dar alguna idea. Mientras tanto, ¡vamos a ver si dejamos de tocarnos los kilómetros!

lunes, 1 de agosto de 2011

Si disparan por fuera y te matan por dentro

Lo dice Rosana, esa profunda y desgarrada poetisa del día a día, en una de sus obras de arte: “Sólo pueden contigo, si disparan por fuera y te matan por dentro”. El otro día, un amigo me contaba una historia realmente petrificante, sobre cómo la crisis, la falta de recursos y los problemas económicos de todo tipo están carcomiendo lo poco que nos quedaba de un devaluado y putrefacto sistema de valores.
La suya era una anécdota con cierta gracia, aunque con un trasfondo trágico, de cómo las relaciones interpersonales, incluyendo las empresariales, están barnizándose de un estilo ‘selva virgen’ en el que vale todo, es válida cualquier práctica con tal de conseguir sacar la cabeza del agua.
Hace ya algunas primaveras que uno de los tipos que más me ha enseñado de la vida me dio una lección: “tienes que aprender a ignorar los comentarios de los demás; si no te volverás loco”. Cada día recuerdo aquellas palabras, de un estandarte que ya no está entre nosotros.
No creo que haya nadie al que de verdad le importe un pimiento todo lo que se diga de él. Ni el mismísimo Mouriño; aunque es cierto que opinar de todos, criticar despiadadamente al vecino, ensuciar la imagen del otro para intentar sacar mayor brillo a la propia y, en definitiva, disparar primero y preguntar después al cadáver, se han convertido en deporte nacional.
Son malos tiempos para el amor propio, porque el ajeno se ha convertido en rara avis. Hay que ser muy fuerte para no rendirse a la presión y por ello no es malo buscar en la sensibilidad de quienes la tienen, la respuesta a tanta batalla. En el mismo ‘cuadro’, Rosana añade aquello de que “sólo pueden contigo, si te acabas rindiendo”.
Nadie dijo que sería fácil, pero para quienes siguen creyendo en el trabajo, en la constancia, en el día a día, el espíritu incansable y el aliento, cada día nos ofrece millones de razones para disfrutar y para vivirlo intensamente, para dejar rastro en este mundo en el que, en un par de décadas todos calvos; para colocar nuestra impronta y para sacarle una sonrisa al de enfrente, que se refleje en el espejo de nuestra cara, que es el alma.
“Ladran, luego cabalgamos”, escribió con pluma de ave otro poeta de la prosa. Siglos después, nuestra poetisa de hoy lo ha traducido al lenguaje actual. Que disparen por fuera, que ladren y enloden el paso; sigamos caminando, cabalguemos con paso firme, mostremos nuestra exultante salud por dentro, libres de los disparos externos y con la intacta fe en que nuestra senda nos llevará al final.
Olvidaba que en la música está la verdad. Y la vida.

lunes, 25 de julio de 2011

Lo ha dicho Rosell

No sé qué querrá decir, pero la verdad es que no es la primera vez que estoy de acuerdo con unas declaraciones, digamos resonantes, de un presidente de la CEOE. La anterior fue con el nunca bien ponderado Díaz Ferrán, un tipo del que cuentan que hizo alguna que otra tropelía con determinadas empresas; lo cual, en caso de ser cierto, no es óbice para que llevara toda la razón del mundo cuando anunció que llegaban tiempos de trabajar más para ganar menos.
Ahora, su sucesor, el señor Rosell, le ha sucedido también en el puesto de hacedor de polémicas y controvertidas oraciones, con las que es difícil estar más de acuerdo de lo que lo estoy yo.
El tipo se ha descolgado instando a que se evalúe a los funcionarios públicos, se castigue a los que no cumplen con su obligación y el Estado se deje ya de empleos vitalicios, se gane uno o no el pan con el diario sudor de la frente de cada uno, que no está el ‘tema’ para ‘punteos’.
La propuesta, expresada por el presidente de los empresarios, tiene todos los ingredientes para que sea tildada de locura de un empresario explotador, ricachón, indolente, insensible y con un Habano en la mano derecha y una copa de Luis Felipe en la otra.
Sin embargo, aunque no creo en realidades absolutas, una de las últimas cosas que he aprendido es que la verdad, en caso de existir, lo es ya lo diga Agamenón o su porquero y que la condición del que lo sostiene no ha de influir en la veracidad del aserto.
No se lo digan a nadie, pero soy hijo y esposo de funcionarios; conozco la profesión hace muchos años y, además, profesionalmente trabajo día a día con muchos empleados de la función pública; la mayoría abnegados, responsables, cumplidores y conscientes de que su labor está pagada con los impuestos de todos, incluyendo los suyos propios.
Es por ello que estoy convencido de que la propuesta del señor Rosell, lejos de perjudicarlos, no es más que un beneficio para todos ellos, para los que cumplen, porque sería una fórmula magnífica de darle un lavado de cara a su profesión, por la vía de la eliminación de tópicos basados en parásitos, golfos, vagos, vividores y también de esos que se creen que el puesto es suyo por encima de lo que hagan o dejen de hacer y que, además, se permiten el lujo de tratar con la punta del pie a quienes pagamos sus sueldos.
Tipejos así los hay en todos lados, por supuesto, no sólo en el funcionariado. La diferencia es que los demás viven del capital privado y sólo sus empleadores tienen la potestad de permitirles o no ese tipo de ‘vivencias’. En los funcionarios, en cambio, los paganos somos todos; y yo, qué quieren que les diga, no soy muy feliz cuando pienso que, con mis impuestos, existe una minoritaria gentuza viviendo de puta madre hasta que se jubilen, sin dar un palo al agua y comportándose ante el público como si fueran la reina de Inglaterra, cuyos modales, por cierto, desconozco porque no tengo el gusto.
Así que, sea muy o poco popular, ya llevo dos de dos, en cuanto a identificación con polémicas socio-laborales creadas por presidentes de la COE. Creo que me estoy haciendo mayor.

¿Ideología o gestión?

Ya han pasado las elecciones e han tomado posesión de sus cargos los alcaldes y concejales de los diferentes ayuntamientos. Creo que ha transcurrido el tiempo suficiente como para poder escribir y publicar estas líneas sin provocar las típicas miradas de reojo partidista o, lo que es peor, el peso de ninguna junta electoral.
A estas alturas de la película, aunque nos pueda sonar a chino, todavía tiene uno que rascarse la oreja para sacudirla y espabilarla tras escuchar a quienes siguen diciendo que votar al Partido Popular es votar a los fachas, los franquistas, la derechota y los que fusilaron al abuelo ‘de tal’ en la post-guerra; y a otros que no se despeinan al asegurar que votar al PSOE es apostar por los rojos, los comunistas, los anarquistas, los rusos y los que le dieron el paseíllo al abuelo ‘de cual’.
Si señor, mi admirado y paciente lector. Todavía se escuchan argumentos como éstos. Son, sin duda, los más radicales síntomas del desconocimiento total y absoluto de lo que significa ejercer el derecho al voto en nuestra Democracia; pero no los únicos.
Pasadas unas semanas tras las elecciones, les voy a confesar una cosa: yo voto gestión. Es más, respetando al máximo la liturgia electoral y los derechos de todos y cada uno de los electores, me gustaría que todo el mundo votara gestión. No ideas, ni ideologías, ni pasados políticos más o menos justificados o inventados, ni resquemores y odios de guerras afortunadamente enterradas, ni chorradas en vinagre.
El acto de votar es, en nuestro sistema de Estado, la elección de un partido político y de unos representantes públicos que, en los próximos años, van a administrar nuestro dinero, vía impuestos, y van a dirigir nuestro pueblo, ciudad, comunidad o país.
Si cometemos el error (sí, he dicho error y me perdonará usted, caballero) de votar en función de criterios ideológicos en lugar de apostar por quienes creemos que gestionará mejor nuestra pasta, podemos terminar sintiéndonos muy orgullosos de las banderas con las que se celebran las noches electorales, pero luego no tener con qué darle de desayunar a nuestros hijos al día siguiente.
Y conste que, cuando hablo de gestión, no me estoy refiriendo exclusivamente a la política económica, vayamos a que haya una ola colectiva de manos en la cabeza y rasgue de vestiduras, sino a gestión en general: de la economía también, pero igualmente de las políticas sociales y culturales, de las obras públicas, del deporte, del medio ambiente (el de verdad, no el que defienden los ecologistas profesionales, que cobran por serlo), del turismo, de la agricultura y, en general, de absolutamente todo.
Ustedes, los políticos, cuéntenos qué piensan hacer con nuestro dinero y déjense de ideologías, de derechas e izquierdas, de guerras civiles y de zarandajas varias; y nosotros, habremos de elegir entre quienes pensemos que le van a sacar más rendimiento a ese ‘parné’, que no es poco.

Conan y las tortugas bobas

No es el último título de ninguna saga pero, no sé por qué, son dos conceptos que, ligados a la realidad almeriense más actual, se me han arremolinado en la cabeza a la hora de desafiar al folio en blanco.
Por estos lares, somos proclives a auto-atribuirnos cualidades que nos diferencian, a los almerienses, del resto del mundo; que nos hacen especiales, únicos, irrepetibles, personales e intransferibles. Probablemente no sean más que ínfulas o, como mucho, falta de kilómetros. Es muy posible que los de por aquí seamos iguales o muy parecidos a los de por allá, con más calor, más sol y muchos años de aislamiento geográfico-político-estratégico a nuestras curtidas y morenas espaldas.
Sin embargo, la realidad a veces parece contarnos justo lo contrario y empeñarse en reflejarnos como unos tipos singulares, para bien o para mal, y capaces de comportamientos dignos de portada, repito, para bien o para mal.
En apenas un ínterin de mes y medio, precisamente los papeles nos han arrojado a la cara sendas noticias que lo son más por curioso que por noticioso.
Por un lado, nos enteramos de que el gobierno, en su afán por conectarnos con el resto del mundo como lo están el 90% de las provincias españolas, se ha dado cuenta, ahora, de que va a hacer pasar kilómetros de cemento y hierro por encima de las casitas de no sé cuántas tortugas bobas, especie que, a juzgar por su poder de influencia sobre el ser humano, no parece hacer demasiado honor a su nombre. Y para evitarlo, no ha tenido otra ocurrencia, el gobierno digo, que rascar un poco en el terruño de propietarios privados que utilizaban lo que hay sobre las suelas de sus zapatos para trabajar y dar trabajo, para producir y crear riqueza y valor; algo de lo que, últimamente, no andamos demasiado sobrados. La operación es simple: cambio accesos de alta velocidad por áreas de producción, para que las tortugas bobas no se vean demasiado afectadas por el progreso. Vayamos a leches.
Por curiosidades neuronales, la noticia se me ha agolpado en lo gris con otra no menos resonante: los almerienses (algunos, supongo que no todos) se manifiestan en contra de la destrucción de la Cueva de Conan. Confieso que, así a bote pronto, no tenía ni la menor idea de la existencia de tal lugar, hasta que las palas lo han echado abajo.
Según mis cálculos, debe hacer más de tres décadas que el musculado actor ‘americano’, hoy convertido en poco menos que icono del séptimo arte por la contestación popular almeriense, se dedicó a dar algunos palos en los alrededores de nuestra urbe. Desde entonces, les juro por sus muertos más frescos (los de Conan) que no he escuchado a ni un solo almeriense hablar de tal Cueva, ni a nadie relatar que la ha visitado, honrado, admirado o hecho protagonista de ninguna crónica u obra artística.
No seré yo quien niegue el valor de cualquier decorado testigo de nuestro pasado cinematográfico, algo a lo que creo que es urgente sacarle valor y honrarlo por el valor que ya le sacaron otros antes; pero la realidad es que en tres décadas no me he encontrado a ni un solo paisano que haya dado cuenta alguna del lugar que albergó al hoy político americano, una Cueva al Norte de nuestros barrios más norteños; ni, por supuesto, a ningún político atisbar siquiera la posibilidad de señalar tal visita y lugar con algún tipo de distinción, tipo Bien de Interés Cultural (BIC) o Espacio Protegido para Músculos Interplanetarios (EPMI).

viernes, 8 de julio de 2011

Imprescindibles proyectos y realidades

Los había aterrizados por un problema familiar, nos podemos imaginar cuál; otros, porque su tiempo libre no tenía mejor destinatario; algunos porque se les cruzó en el camino alguna historia con fondo; y la mayoría, yo diría todos, porque su vida no llenaba su capacidad de dar.
Como todo, la cena de Proyecto Hombre en Almería, el sábado, me enseñó mucho. Primero con el vídeo en el que muchos de sus voluntarios explicaban por qué un buen día rellenaron el formulario de inscripción y, desde entonces, siguen ligados a un proyecto que cada día se transforma en cientos, miles de realidades; más tarde, casi al final, con el testimonio de una amiga.
“Proyecto Hombre te ayuda a tomar tierra”. Me quedaré con la frase, con tu permiso, y la meteré en el reservado para los momentos de máxima capacidad reflexiva. Se quedó ahí, pero tampoco le hizo falta mucho más para abrir un largo período de cavilación.
Los voluntarios de Proyecto Hombre llegan a la asociación dispuestos a ayudar, a poner de su parte para enderezar árboles torcidos, para dulcificar tormentosos trayectos, para empujar barcos encallados, para reconstruir ruinas de antiguos y gloriosos pasados.
Sin embargo, nada de ello escuché durante las más de tres horas que compartí con ellos y con otros muchos amigos que nos acompañaron. La frase lo resume todo: “te ayuda a tomar tierra”. Y de eso sí que capté muchos testimonios que, a los pocos minutos, habían cambiado mi percepción inicial. Ahora me preguntaba: ¿quién ayuda a quién?
En los ojos de mi amiga, en las dulces y profundas palabras de la presidenta de la asociación, en las sonrisas de los presentes y en las conversaciones que caían sobre el atascado y plomizo aire del nocturno julio almeriense, percibí más bien testimonios de quienes han encontrado allí el verdadero sentido de sus vidas, un pasaporte hacia la realidad ajena a los castillos en el aire, a las ilusiones materiales, a las apariencias fatuas y al vacío existencial.
Fue una buena velada, agradable aunque a ratos teñida en el interior por el recuerdo de algún caso personal más o menos cercano, por el asombro de la naturalidad con que los impulsores de este Proyecto asumen el cambio de papeles entre ayudador y ayudado y por la admiración de quienes son lo suficientemente valientes para dar un trocito de su tiempo, como inversión para recibir, a cambio, la satisfacción de sentirse imprescindibles.
He escuchado muchas veces aquello de que nadie es imprescindible. Desde el sábado, sé que no es cierto. Gracias y enhorabuena. Por todo.