domingo, 25 de diciembre de 2011

Los puentes de Mariano o la muerte de las ideologías

“Los viejos sueños eran buenos sueños. No se realizaron, pero me alegro de haberlos tenido”. La frase es de una buena película, no de mis favoritas, pero sí protagonizada por un actor que me suele provocar ‘efecto reclamo’ cuando se trata de cine: Clint Eastwood.
La semana que ayer concluía, comenzaba con la intervención en el Congreso de Mariano Rajoy, para empezar a explicar eso que tanto se le ha pedido desde su partido rival desde años antes de ser siquiera candidato a la residencia del gobierno: lo que piensa hacer con este país.
Aunque mi confianza en los políticos es tan relativa como lo es en cuanto al resto de los seres humanos, llámeme escéptico si quiere, me gustaron esos primeros adelantos. Desde hace meses, vengo dando la matraca en esta columna con la diferencia entre los mundos de Yuppy y la vida cotidiana, entre los deseos y las realidades, entre los sueños y los despertares, entre lo fundamental y lo accesorio.
España ha sido, durante la época de bonanza, ésa que han llamado algunos, muchos, la burbuja inmobiliaria, una espléndida cigarra que cantaba todos los días como si fueran el último, al calorcito de un verano que ella ignoraba caduco, pasando por alto la fábula en la que las hormigas aprovechan esas vacas gordas para guardar y esperar tiempos peores. Hace tiempo que las vacas sufren una involuntaria y férrea cura de adelgazamiento y nosotros, los españoles, hemos pasado de ser una lustrosa cigarra a ir, poco a poco y bajo los efectos de la crisis, tornándonos en un repelente grillo zapatero (me perdonará usted la involuntaria y poco afortunada coincidencia nominativa).
Dijo Rajoy, el otro día, que se acabaron los puentes, no los de Madison, sino ésos que convierten las semanas en ambiciosas obras de ingeniería vacacional, para el irresponsable disfrute de las cigarras y el terror de las despensas, cada día más vacías y huérfanas de hormigas que las revitalicen.
Fue una anécdota, lo de los puentes. Pero acaso una anécdota que simboliza una nueva manera de enfocar las cosas, olvidando las ideologías y echando mano de la gestión, aterrizando ya en una cruda realidad que primero nos empeñamos en negar, luego insistimos en ignorar y más tarde nos obstinamos en cargar culpablemente a los demás, todo muy español, sin siquiera analizar en qué contribuimos nosotros a la misma.
Los sueños han sido bonitos, pero se han acabado. Hemos despertado con la cama llena de sangre y toca buscar la herida, detener la hemorragia y zurcirla. La naturaleza la convertirá en cicatriz, pero no sin que antes nosotros hayamos hecho nuestro trabajo.
Ha llegado la hora de las realidades. Moribundos como estábamos, éstas no podían esperar más. Habremos de ser un todo, arrimando hombro con hombro y dejando descansar el peso en quienes aún conservan más fuerzas, para ayudar a que los que tienen menos puedan seguir el ritmo.
Se acabaron los puentes, las fiestas, las juergas y los cachondeos, repito, todo muy español. El invierno ha llegado aunque nos hayamos empeñado en seguir en bañador. Por eso, ahora toca curar la gripe y llenar la despensa, toca
gestionar con orden y conciencia. No le será fácil el doctor, pues hay partes del enfermo que querrán seguir sin ver la enfermedad. Espero que no le tiemble el pulso ni le flojee la voluntad; si no es así, ya se lo recordaremos. Porque
el invierno se sabe cuando comienza, pero nunca cuándo y cómo acaba.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Amanece, que no es poco

Dejó dicho Napoleón Bonaparte que “el hombre de Estado debe tener el corazón en la cabeza”. No ha quedado, esta histórica figura, como un tipo demasiado popular por estos lares, de Pirineos hacia abajo, pero llevaba razón, el pequeño general gabacho, aunque yo situaría en la ‘sala de máquinas’ del funcionamiento político y democrático, junto a corazón y cabeza, eso que llamamos Ley, esa guía de instrucciones que le damos a nuestros políticos para que no gobiernen como Dios les da a entender sino como les dictamos sus jefes, que somos usted, yo y otros muchos.
Durante la semana, hemos estado yendo y viniendo con el ‘tema Amaiur’, esa coalición con nombre de comando terrorista, cuyo significado en castellano es ‘Amanece’, curiosa denominación para un grupo de jóvenes y ‘jóvenas’ cuya actividad se basaba precisamente en que un buen día no amaneciera para determinados seres humanos, por el mero hecho de que disentían en determinados, digamos, asuntos generales del Estado.
Mire usted, mi nunca bien ponderado lector, le confieso que no me quita el sueño que el País Vasco siga o no caminando con el cordón umbilical unido a España; hemos tenido, en este trozo del terruño, fructíferas etapas históricas en las que estos amigos de Euskadi se las buscaban en solitario y tampoco pasaba nada. Lo que ya no me da tan igual es que nos tomen por torpedos del culo y, en esto, todo ese entorno de ETA, Amaiur, Bildu y la caterva entera de independentistas que casan su actividad con la amenaza, el detonador, el asesinato, la coacción y el tiro en la nuca, son auténticos maestros.
Analizando tan sólo superficialmente la situación, percibo que esta festiva muchachada que ahora celebra su éxito electoral eliminando banderas al mismo ritmo que borran las dianas que pintaban con tiza sobre las paredes de sus pueblos, parece comportarse como quien se auto-invita a cenar en tu casa, empieza poniendo los pies sobre la mesa, continúa vaciándote la nevera y termina por cagarse en tu lavadora y echarle un pinchito a tu mujer.
Soy sincero cuando proclamo que me hubiera encantado que estos defensores de la patria vasca, que lo mismo utilizan en esa defensa un periódico, un parlamento o una pistola, tuvieran grupo parlamentario en el Congreso de los diputados, porque siempre he pensado que cuanto más plural sea ese órgano mejor y porque una de las diferencias más importantes entre ellos y usted y yo es que nosotros respetamos los derechos de cada uno, aunque ese uno haya demostrado sobradamente que es un tipo tan indeseable como simplón.
El problema es que la ley, aquel libro de instrucciones con el que empezaba estas líneas, parece dejar claro que sus méritos electorales no se lo permiten o no se lo han permitido en los últimos comicios. Y ahí es cuando estos getas, estos tipejos con la cara más dura que el instrumento de un novio, apelan a la caridad de todo aquello y todos aquellos a los que han amenazado e insultado durante años, empezando por el Rey, que muy protocolaria y respetuosamente, se ha debido partir el culo de risa cuando los ha escuchado.
No obstante, que otra cosa que puede haber pasado, viendo el desacuerdo entre las fuerzas mayoritarias y la abstención del PSOE, simplemente difícil de entender, es que la Ley no deje claro si tienen o no derecho a grupo parlamentario. En ese caso, habríamos de pensar que estos respetables representantes públicos la han elaborado con una cucharilla en una mano y una botella de Anís del Mono en la otra.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Recortes y cortos

Supongo, mi querido y paciente lector, que será usted de los muchísimos que hemos echado mano de las tijeras para adecuar nuestro ritmo al de nuestra cartera. Atrás quedaron los tiempos en los que las etiquetas de la ropa se miraban sólo para comprobar la talla, en los que los folletos de ofertas del supermercado se le echaban al buzón del vecino por tal de no subirlos a casa y en los que se salía con la billetera en lugar de con el monedero.
Pues bien, no sé si se habrá usted dado cuenta de que todo ello no son más que una reproducción a escala de los tan cacareados ‘recortes’. Efectivamente, amigo, usted ya ha introducido los recortes en su vida, casi sin darse cuenta. En la forma de comparar precios hasta para comprar una barra de pan, en el dinero que le da a los niños de paga, en la manera de escoger dónde se toma el café o en el menú del día. Y no digo nada si hablamos de una adquisición de ésas que hacen temblar la planificación económica familiar, como un plasma, un ordenador o incluso una casa o un coche, si es que es usted de los intrépidos que se han atrevido a comprar uno en el último año. Si es así, espero que el vendedor le haya hecho el monumento que usted merece.
En cambio, en política económica, en la gestión de un país, que es como la gestión de una casa pero en grande y sin que te puedas fiar de quien la comparte contigo, parece que adecuar los gastos a los ingresos sea como una especie de pecado mortal que se castiga incluso antes de cometerse.
Pues bien, señores, vamos apretándonos los calapiés, vamos preparándonos el cuerpo porque vienen recortes; y menos mal. Menos mal, digo, porque es lo que toca y, cuanto antes nos hagamos a la idea, menos sufriremos. Pasó la época del jamón de Jabugo, al que habremos de pintarle un cuadro para recordar su aspecto, y llega la tan temida mortadela. Como dijo en su día mi amigo Pepe Mel, hablando de fútbol, qué duro es hacer ese cambio, pero no queda otra. O eso, o morir de hambre.
Porque amigos, el Estado ingresa menos, tiene menos dinero y no puede gastar lo mismo que cuando tenía más. Tendremos que acostumbrarnos a menos servicios, aunque nadie debería tocar los básicos como la educación y sobre todo la sanidad, a la par que nos apretamos los cinturones para aportarle cada cual el máximo que pueda. Y a la par, habremos de gastar parte de los recursos en recuperar infraestructuras económicas de futuro a medio y corto plazo, de ésas que sirvan para rehacer tejidos productivos damnificados y generar puestos de trabajo.
El otro día leí en Facebook, de la mano de mi amigo Manolo López, un documento que refleja perfectamente la estupidez colectiva en la que hemos vivido en los últimos años. Los amigos ecologistas de profesión, aquellos que viven de generar y resolver problemas que sólo están en sus nóminas, alertan de que un complejo de golf proyectado en Níjar traerá consigo no sé cuántos problemas ecológicos. El desinformado responsable de tal panfleto no se ha molestado en leer ni el POTAUA ni el decreto de Campos de Golf de Interés Turístico. De haberlo hecho, sabría que este último contempla sólo proyectos sostenibles y que usen el agua reciclada de viviendas cercanas.
Eso sí, haciendo gala del ‘mendruguismo’ patrio que aún nos es coetáneo, el documento se olvida de los cientos de puestos de trabajo que crean este tipo de complejos, cumpliendo a rajatabla el lema de ‘vivan las lagartijas, aunque sea a costa de los humanos’. Por tanto, se constata, seguiremos un rato más en la inopia. ¿Cuántos parados nos hacen falta para empezar a pensar?

sábado, 3 de diciembre de 2011

¿Qué pasa en la DGT?

Pásmese, mi nunca buen ponderado lector, porque hoy, al fin, podríamos estar a punto de que el viejo dicho español de que “nos van a cobrar hasta por respirar” se convierta en realidad, tras la no menos brillante idea de uno de los prebostes de la Dirección General de Tráfico. Algo debe pasar allí, porque no es normal que periódicamente, cada vez en intervalos más cortos, salgan de la DGT reflexiones dignas del mismísimo ‘Peíto’. No sé si será el café que toman, el impacto de esas campañas publicitarias tan impactantes y tan macabras o acaso que los eligen tras un proceso de selección dirigido por Míster Bean.
El caso es que, aunque me he resistido, he intentado no llegar a esa conclusión, al final me he convencido de que en la DGT pasa algo raro, que se traduce en que el número de tontos por metros cuadrados es, allí, muy pero que muy superior a la media; peligrosamente superior a la media.
Recordará usted aquella ocurrencia de bajar el límite de velocidad en las autovías a 110, a pesar de que los datos de la propia DGT indicaban que la mayoría de los accidentes se producen fuera de estas vías. Aquello fue meritorio, aunque se superaron unos meses después cuando, tras los millones gastados en cambiar los cartelitos, decidieron que ya estaba bien y que volvíamos a los 120, en un auténtico carrusel de imbecilidad colectiva que parecía haberse apoderado de un país idiotizado hasta el límite.
En fin, esto son cosas que pasan. En todos sitios cuecen habas y hay que aguantarse. Pero, pasado el tiempo, no he tenido más remedio que convencerme de que esto es algo extraordinario, un caso con el que fliparía en colores el tipo ése del programa Cuarto Milenio, el que habla así como bajito y como si estuviese todo el rato contando cosas muy interesantes.
Lo último, que seguramente a estas alturas ya será lo penúltimo, ha sido proponer que se cobre por circular en las autovías. La idea, peregrina como ella sola, se le ha ocurrido al segundo de a bordo, que como todo se pega menos la hermosura, debe haberse impregnado ya del espíritu de su número uno, un tipo al que deberían dejar hacer cualquier cosa menos pensar.
Este otro joven, ahora que la silla empieza a quemarle bajo sus posaderas y que se le ha iniciado la cuenta atrás para dejar de vivir de la sopa boba, ha decidido que falta tiempo para pasar a la posteridad y que, antes de que su existencia político-administrativa sea pasto de una buena lápida de mármol de Macael, ha de dejar una imperial chorrada con la que ser recordado.
Al margen de que esto, lo de la DGT, sea motivo de un buen Expediente X, por la frecuencia con la que disparatan sus dirigentes, quizás el problema radique en una exageración, una sobre-dimensión de ese mal que ataca a los tipos que, de la noche a la mañana, se ven con un coche oficial, un chófer y un ‘aifon’ que paga alguien misterioso que no son ellos, lo cual al parecer les termina de convencer de que tienen carta blanca para ‘estupidiar’ a discreción.
Una reacción que, seguramente, les impide tener en cuenta que aquellos a los que atacan sin piedad con los pensamientos ilustrados que defecan de vez en cuando, los ciudadanos que pagamos sus sueldos, coches y ‘aifones’, somos en realidad sus jefes, aquellos en favor de cuyos intereses deberían trabajar.
¿Se imagina usted que tuviera una empresa y que sus trabajadores, en lugar de esforzarse por mejorar el negocio se dedicaran a vomitar ‘soplagaiteces’ encaminadas sólo a fastidiarle a usted y a su empresa? Pues eso es a lo único que parecen aspirar todos estos ‘paniaguados’ a los que tanto les cuesta ponerse en la piel del otro, del currito que no llega a fin de mes.