Me gusta ser justo en estas cosas. Ayer publiqué en este mismo espacio, un artículo en el que le contaba, amigo lector, mis peripecias con la empresa Movistar, antigua Telefónica. Léalo si aún no lo ha hecho; creo que merece la pena. La verdad es que no he tenido suerte, o lo que sea (no creo mucho en la suerte) con esta gente. Más bien, he tenido una pequeña colección de infalibles malas experiencias cada vez que me he acercado a ellos.
Pero como quiero ser justo, justo es que le cuente también lo sucedido hoy, que si lo del pasado sábado fue una muestra de cómo una compañía, una gran compañía no debe tratar a sus clientes, lo de hoy ha sido exactamente lo contrario.
A mi teléfono particular ha llamado, ignoro cómo ha consguido el número, un responsable de Telefónnica Movistar para el Sur de España. Lo ha hecho en persona, sin secretarios, sin asistentes y sin personal destacado en Suramérica. Y no lo ha hecho para quejarse porque yo les hubiera dedicado antes un artículo no demasiado elogioso. Todo lo contrario.
El tipo en cuestión, cuyo nombre pasaré por alto porque no le he pedido permiso para citarlo, me ha llamado para interesarse por mi problema, para ver si todavía hay manera de arreglarlo, para pedirme disculpas y, agárrese usted a la silla, para darme las gracias porque por medio del artículo se ha enterado de una mala atención de su compañía hacia mí.
Sinceramente le diré que creo que eso debería ser lo normal, lo habitual. Si usted en algún momento me cuenta alguna historia sobre el mal funcionamiento de mi empresa, lo normal es que yo se lo agradezca, porque me está usted dando una herramienta para poder mejorar.
Debería ser lo normal, aunque no es lo habitual. Normalmente, las grandes y pequeñas empresas, los seres humanos en general, solemos utilizar la estrategia (perdóneme usted la escatología, a estas horas) de 'quien ventosea y se ofende' (lo he dicho lo más fino de lo que he sido capaz), es decir, que además de peter la pata, tratamos de echarle la culpa al primero que pasaba por ahí, incluso a veces a nuestros propios clientes.
Así pues, para ser justos, como decía al inicio, enhorabuena en este caso a Telefónica Movistar por tener en sus filas a un tipo tan inteligente como humilde, a pesar o quizás gracias a su cargo, y sobre todo enhorabuena al sujeto que me ha obligado, con argumentos, inteligencia y talante, a cambiar lo que era una pésima imagen sobre esa empresa. A veces, las personas son el gran valor de las empresas, sobre todo de las grandes empresas. Ahora sólo espero que, recibido el mensaje, los seres humanos que me atendieron el sábado reciban instrucciones sobre cómo tratar a los clientes.
Pero como quiero ser justo, justo es que le cuente también lo sucedido hoy, que si lo del pasado sábado fue una muestra de cómo una compañía, una gran compañía no debe tratar a sus clientes, lo de hoy ha sido exactamente lo contrario.
A mi teléfono particular ha llamado, ignoro cómo ha consguido el número, un responsable de Telefónnica Movistar para el Sur de España. Lo ha hecho en persona, sin secretarios, sin asistentes y sin personal destacado en Suramérica. Y no lo ha hecho para quejarse porque yo les hubiera dedicado antes un artículo no demasiado elogioso. Todo lo contrario.
El tipo en cuestión, cuyo nombre pasaré por alto porque no le he pedido permiso para citarlo, me ha llamado para interesarse por mi problema, para ver si todavía hay manera de arreglarlo, para pedirme disculpas y, agárrese usted a la silla, para darme las gracias porque por medio del artículo se ha enterado de una mala atención de su compañía hacia mí.
Sinceramente le diré que creo que eso debería ser lo normal, lo habitual. Si usted en algún momento me cuenta alguna historia sobre el mal funcionamiento de mi empresa, lo normal es que yo se lo agradezca, porque me está usted dando una herramienta para poder mejorar.
Debería ser lo normal, aunque no es lo habitual. Normalmente, las grandes y pequeñas empresas, los seres humanos en general, solemos utilizar la estrategia (perdóneme usted la escatología, a estas horas) de 'quien ventosea y se ofende' (lo he dicho lo más fino de lo que he sido capaz), es decir, que además de peter la pata, tratamos de echarle la culpa al primero que pasaba por ahí, incluso a veces a nuestros propios clientes.
Así pues, para ser justos, como decía al inicio, enhorabuena en este caso a Telefónica Movistar por tener en sus filas a un tipo tan inteligente como humilde, a pesar o quizás gracias a su cargo, y sobre todo enhorabuena al sujeto que me ha obligado, con argumentos, inteligencia y talante, a cambiar lo que era una pésima imagen sobre esa empresa. A veces, las personas son el gran valor de las empresas, sobre todo de las grandes empresas. Ahora sólo espero que, recibido el mensaje, los seres humanos que me atendieron el sábado reciban instrucciones sobre cómo tratar a los clientes.