miércoles, 24 de marzo de 2010

Tócala otra vez, Paquito

Posiblemente ustedes no lo conocerán, pero él es un tipo que desborda simpatía por los cuatro costados y que merodea por determinadas zonas de esta ciudad, cargamento en mano, sobre todo los días festivos. A Eddie llevo ya algunos años comprándole, cada vez que lo veo, algún que otro CD pirata, bien de música o bien de cine.
Con estas compras, me llevo una doble satisfacción: por un lado, le echo una mano a Eddie, que en realidad no se llama así pero se parece a uno de los Eddies más famosos del cine mundial, y que buena falta le hace, a miles de kilómetros de su país; y por otro, me río un poco de ese conjunto de esforzados trabajadores, defensores de la cultura y ‘robinjudes’ del arte que se hacen llamar SGAE.
Recordará el avezado lector que llevo unas semanas con ganas de escribir sobre ellos y que, por mor de la más rabiosa actualidad, hasta hoy no he sido capaz de radiografiar en esta columna. Pero hoy sí, amigos, hoy toca. Tendría que caer otra vez el muro de Berlín, teñirse de blanco la piel del presidente de los Estados de Unidos de América, operarse de nuevo Belén Esteban o que se me apareciese Cristiano Ronaldo despeinado, para reorientar mi intención inquebrantable de escribir sobre esta panda.
Mi visión de las cosas, en este caso, es tan sencilla como contundente: estamos ante una pandilla de asalta-bares que andan convencidos de haber encontrado la fórmula mágica para vivir del cuento sin dar un palo al agua en lo que les resta de vida. No les culpo: es seguro que a los cabecillas de la banda no los verán ustedes con la espalda partida de tanto trabajar ni haciendo cábalas para organizar sus macro-giras artísticas.
La dinámica de su atraco es simple: nos quieren convencer a todos de que la titularidad de su trabajo no reside en lo que venden sino en lo que se puede derivar de esa venta. Es algo así como si el fabricante del sofá en el que está usted sentado pretendiera cobrarle a usted cada vez que se echa una siesta; o si Roca pensara en pasarle factura cada vez que le cambia usted el agua al canario en la maravillosas taza porcelánica que tiene usted ubicada en su propio cuarto de baño.
La voracidad de estos ‘currosjiménez’ de la escena ha llegado a tal punto de querer cobrarle a un colegio por la representación de una obra de Lorca, sin caer en la cuenta de lo que hubiera opinado al respecto el poeta que universalizó el teatro en España, yendo por los pueblos con La Barraca; o incluso a pasarle la minuta a un centro de disminuidos por haber hecho uso de una creación artística. ¿Habrase visto manifestación más canalla de la cultura?
El caso es que anda uno, después de todo esto, acojonado por si, en un momento de criminal relax, se te va la pinza y, en pleno éxtasis, te sorprende uno de esos siniestros inspectores de la SGAE, mientras tarareas en la ducha el ‘Ave María’ de Bisbal, el de Schubert o el mismísimo Paquito el Chocolatero que, por cierto, al final será abolido de las bodas, por si acaso, para desgracia de marujas y ciruelos.
Yo, por si acaso y para terminar, quisiera darles a ustedes mi permiso para copiar y hacer libre uso, aunque sea por molestar, de todos los textos que figuran tanto en el libro que tengo publicado como en mis trece años de profesión periodística. Y si alguien de la SGAE les pide algo, me lo desvían a mí, que ya lo apañaré yo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Atención al Cliente

Lo que voy a contar, se lo juro por los muertos del vecino, es tan verídico como los chistes de Paco Gandía, aunque parezca más bien un pasaje sacado de una peli de Paco Martínez Soria o acaso de un monólogo de Paco Calavera.
Por vez primera me subía, hace una semana, al AVE. Sé que no soy, por así decirlo, un vanguardista del transporte de alta velocidad, pero ya saben, como por aquí no gastamos mucho de eso, pues tampoco me había hecho falta hasta ahora.
Volvía yo de un viaje bastante provechoso a Sevilla y, como quiera que a mi amigo Antonio le cogía de paso Antequera para recogernos, quedamos allí con él para llegar hasta Almería (qué nivel, Maribel, que ahora resulta que podemos elegir entre avión o AVE para volver de Sevilla).
Como digo, el viaje estaba siendo un éxito: la ida en avión un lujazo; el transporte al punto de destino desde el Aeropuerto en tiempo y forma; la reunión, provechosa y rápida; vamos, que antes de tomar el AVE (“el pájaro”, lo había bautizado el taxista, algo premonitoriamente, camino de Santa Justa), tuve que pellizcarme dos veces, porque tanta perfección, y en materia de transportes, me hacía sospechar que me había quedado ‘sopa’ en el avión (lo cual sería lógico, porque no son horas).
Para colmo de satisfacción, llegamos a la Estación con diez minutos de sobra para sacar billete, disfrutar con la vista del lugar donde los paparatzis acosan a Belén Esteban y compañía (lo siento pero no puedo evitar acordarme de ella cada vez que leo ‘albóndigas’ en el listado de tapas de un bar) y embarcar tranquilamente.
Es cierto que en el AVE la cobertura de móvil es como el acto sexual de un octogenario: o no hay o se corta cada medio minuto; pero las cosas seguían yendo razonablemente bien hasta que llegamos a Antequera, el lugar de destino.
Entonces, mi compañero de fatigas y yo nos levantamos e intentamos hacer lo que parecía más fácil de todo: salir del tren. Pero no amigos, en esto del trato con las grandes empresas, donde menos se lo espera uno, salta la liebre; primero entre sonrisas, luego a carcajadas y finalmente con cierta desesperación, comprobamos primero que las puertas estaban cerradas mientras el tren estaba parado en el andén y, enseguida, nos percatamos de que, además, no se iban a abrir, por mucho que le diésemos al botoncito verde, una y otra vez, tanto él como yo.
Lo mejor de nuestras caras fue cuando el bicho empezó a andar. Y no tardamos mucho en darnos cuenta de que alguien había decidido que nos íbamos para Málaga. Intentamos, entonces, mientras llamábamos a nuestro amigo Antonio para que se cogiera el petate y se volviera a Málaga a recogernos, buscar al revisor, pero a éste se lo había tragado la tierra, como al mecanismo de apertura de la puerta. Y decidimos sentarnos.
En cinco minutos, raudo y siempre a tiempo cuando se le necesita, apareció el tipo, el señor Gavilán García, pidiéndonos explicaciones de por qué no habíamos bajado en nuestro destino, el muy cachondo. Se lo intentamos explicar, pero su única preocupación era que pagáramos la parte del billete que no habíamos abonado y que alguien había decidido ‘vendernos’ sin nuestro consentimiento, al no abrirse la puerta.
Al principio pensé que era una coña suya, pero el tipo, que ya al subirme al tren no me había parecido un dechado de amabilidad en la atención al cliente, confirmó toda sospecha. Ya en la estación, incluso buscó a la Seguridad para denunciar nuestra actitud, es decir, la de no querer pagar por un viaje-secuestro que nosotros no habíamos querido hacer. Al final, le presentamos una reclamación, en la estación, puesto que en el tren se negó a proporcionarnos la hoja de quejas. Y para ser justos, Atención al Cliente nos trató de maravilla, vamos, que nos pidió disculpas por lo de la puertecita del demonio. La duda que me queda es la de cuáles serán los méritos del ‘diligente’ señor Gavilán García para estar en un puesto de atención al público, salvo los de su primer apellido (‘ave’ de la familia de los rapaces).

viernes, 5 de marzo de 2010

Begoña Vicente y los seguros

Estaba yo decidido, desde hace días, a escribirles algo acerca de esa nueva ‘Hacienda’ que nos ha salido en el trasero y que se hace llamar SGAE: Socios del Gañote, la Ambigüedad y el Estraperlo, que amenaza superar la voracidad de la otra, ya saben, aquella del ‘Somos Todos’.
Sin embargo, no puedo por menos que terciar en un asunto del que tuve conocimiento el otro día a través del artículo de una amiga y que me volvió a recordar que en este mundo todavía hay mucho miserable y que, entre todos, tenemos que eliminarlos de la faz de la tierra.
Begoña Vicente Ariza es una periodista, una madre de familia y una pedazo de mujer con un carácter de mucho cuidado, acostumbrada a luchar por todo porque nadie le ha regalado nada y que ha conseguido mucho sólo a base de tesón, fortaleza y pelea.
Hace algunos meses, precisamente merced a ese espíritu luchador, tuve conocimiento de que Begoña había tenido un cáncer, del que afortunadamente ha salido y que le va a servir para ser aún más peleona y más luchadora todavía, si es posible. Y lo tuve porque había prestado su imagen para una exposición fotográfica de la Asociación de Mujeres Mastectomizadas; guapísimas todas, por cierto.
Y el otro día, me enteré, ya digo, por un artículo suyo, de que la compañía de seguros con la que trabajaba, DKV, no sólo había pasado olímpicamente de ella cuando más la necesitaba, sino que, desde entonces, no ha parado de hacerle putadas (hay palabras más finas, pero no expresan exactamente lo que ésta), probablemente creyendo que podía aprovecharse de la indefensión que debe sentir alguien cuando está mirando frente a frente a la más terrible de las enfermedades.
Qué mala suerte la de estos tíos, porque mira por dónde han ido a dar con una señora que no se arruga ante nada, que en cada problema ve una oportunidad para saltar por encima y que, filosófica y metafóricamente, los tiene más o menos del tamaño de los del caballo de Espartero.
Y claro, por lo que me huelo, Begoña, que además de inteligente y tenaz, tiene un amplio dominio de los medios de comunicación, ha dado lo que puede ser su primer ‘bocao’, con un artículo de opinión que muchos de los millones de amigos que tiene hemos leído y que nos ha sublevado, sensibilizado, cabreado, avispado, erizado y, en definitivo, nos ha puesto las orejillas tiesas, no sólo para defender a una amiga, sino en general, al género humano ante quienes se creen que, sólo por ser más grandes y tener más dinero, pueden pisotear a quien pasa por delante.
Pues no, amigos, no. Entre otras cosas, porque la información fluye hoy de un modo cada vez más incontrolable y, por ejemplo, mi amiga Begoña y quienes la queremos tenemos a nuestra disposición un arma que ya ha tumbado a varias grandes compañías, como es Internet y las redes sociales.
Y una última cosa: siempre he pensado que para dedicarse a una actividad concreta hay que reunir unas mínimas condiciones de cuerpo, mente y espíritu; y que al igual que yo no puedo ser ‘pívot’ de la NBA por razones obvias, quienes carecen de sentimientos no pueden trabajar en una compañía de seguros médicos y mucho menos tirar del viejo truco de ser súper-amigos para cobrar y padecer Alzheimer a la hora de cumplir.
Pues lo dicho, Begoña, mucho ánimo y un beso fuerte, que estamos muchos contigo. Por cierto, de los otros ‘artistas’, de los de la SGAE, de esos les escribiré otro día, con más tiempo.