sábado, 25 de diciembre de 2010

Soy gitano

Soy gitano, Y en Navidad, más. Soy tan gitano como negro; tan gitano como ‘moro’, como ‘sudaca’; tan gitano como cualquiera que se siente discriminado por usted y por otros como usted, por la simple (entiéndase simple en el más ofensivo sentido de la palabra) razón de que tiene una raza diferente a la de la mayoría en un lugar concreto, o porque ha nacido en un lugar distinto al que habita, o por cualquier otra soplapollez con la que los seres humanos justificamos el portazo en las narices de un semejante; o mejor dicho, de un igual.
Hace tiempo que quería escribir este artículo pero, sobre todo, quería escribirlo desde que a un tipo realmente rocambolesco, el señor Zarkozy, que gobierna los destinos de los franceses mezclando decisiones acertadas con otras que, más que desacertadas, son disparatadas, se le ocurrió la brillante idea de expulsar a los gitanos rumanos de su país.
Su ocurrencia no fue echar a los rumanos, ni a los extranjeros, lo cual, siendo una imbecilidad, hubiera podido ser sostenido con cierta aspiración racional, por aquello de no ser ciudadanos nacidos en tal o cual sitio. Pero no. Incluyó en su acción ofensiva y discriminatoria la cuestión de raza, como si en algún libro hubiera leído, el tío, que la raza que él y yo compartíamos hasta que, a raíz de su medida, decidí ‘hacerme gitano’, tiene algún tipo de superioridad sobre la que ahora he adoptado.
Y por eso soy gitano. ¿Qué le parece a usted absurdo? No lo dudo, oiga. Pero lo es mucho menos que esa manía predispositoria hacia lo diferente; esa idea preconcebida de que los de otro color, otra raza, otra condición social o, en general, los diferentes, son los malos.
Ahora, gracias al ‘lumbrera’ galo, soy gitano. Pero cualquier día podría decidir ser negro, como mi amigo Mauro, al que le compro los relojes que imitan marcas prestigiosas para que un día de éstos pueda volver a Nigeria, cerca de Dakar, para ver a la mujer y a los hijos a los que dejó, buscando la fortuna en un país en el que la mayoría siguen mirando el color de su piel.
O ‘moro’, por qué no. ¡Qué bonita palabra, ‘moro’! Podría ser moro, como mi amiga Fátima y su familia, que cada día me dan un ejemplo de profesionalidad en lo que hacen (precisamente no trabajan en un banco ni en la Bolsa, ya se lo advierto), cumpliendo con pulcritud y responsabilidad la labor por la que me cobran unos miserables eurillos, esperando que su fortuna cambie y puedan dar a sus hijos y sobrinos la vida que no pudieron encontrar en Marruecos.
O ‘moro’, también, como mi amigo Mohamed, un ‘monstruo’ del básket que además regenta una tienda deliciosa en la falta de la Alcazaba, haciendo una demostración de lo que supone ‘regenerar nuestro casco histórico’, al tiempo que regala a cuantos se encuentra una magnífica sonrisa que muchos de los ‘dueños del terreno’ no somos capaces de sacar a la calle ni en nuestros mejores días.
O ‘sudaca’, también bello vocablo. Quizás un día de éstos ‘me haga sudaca’, o judío, o chino. Porque todos ellos me enseñan, cada día, dónde está lo importante de los seres que comparten conmigo esta tierra que algún mentiroso me dijo un día que era mía. Para mí, un ‘gitano’ hoy, no sé qué mañana, esta tierra es suya y de sus hijos. A disfrutarla.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Al señor Puigcercós

Estimado señor Puigcercós. Permítame que le advierta, antes de empezar, que me considero una persona extravagante y poco al uso, en cuanto a mi idea de España y que esta idea, probablemente, me acerca bastante más a usted que a la mayoría de los españoles.
Parto de la base de que me importa bastante poco si los países se llaman España, Turquía o como quieran llamarse; y no mucho más si las fronteras están un palmo más acá o más allá. Me preocupa bastante poco quién manda en cada país y cuál es la ideología que blande a la hora de hacerlo, puesto que considero bastante más interesante el grado de eficacia que tiene cada gobernante, al margen de las siglas que sostiene. Como verá usted, señor Puigcercós, soy ‘algo’ bastante alejado de un nacionalista, sin que tampoco me considere ‘anti-nacionalista’.
Pero como le decía, mi visión de España está, probablemente, más cerca de usted que de la mayoría de los políticos, puesto que considero que España es un todo bastante heterogéneo, que en este momento puntual vive bajo una fórmula legal y política concreta, pero que ha variado de manera notable a lo largo de los siglos.
Además, considero fundamental el respeto a las diversas culturas y formas que en el territorio que hoy identificamos como España, e incluso a las diferentes naciones que pueden haber evolucionado dentro de él. Como verá, hasta ahora poca queja podrá usted tener de mí.
Y para colmo, también soy un ser humano que procura, aunque no siempre lo consiga, huir de los prejuicios y de las valoraciones superficiales que nos provocan los comportamientos mediáticos de quienes, como usted, tienen reflejo y protagonismo en los medios de comunicación. Creo que para tener opinión de un individuo, hay que rasgar algo más allá del papel periódico. Ya le digo que, a estas alturas de artículo, casi habrá usted pensado que soy el yerno perfecto.
Siento aguarle la fiesta, a partir de ahora. Porque, si bien coincido con usted en algunas cosas de mayor o menor trascendencia, también estoy de acuerdo con mi colega, Carlos Herrera, en aquello que le he escuchado alguna mañana: eso de que “en España no cabe un tonto más; como nazca uno más, se caen por los bordes”.
Y no quiero decir que la frase tenga una aplicación directa con usted, líbreme Dios. Sin embargo, para terminar de hacerme una idea acerca de usted y de sus correligionarios, no sabe usted cómo me satisfaría que me dijeran dónde coño hay que ir para que le devuelvan a uno los miles de euros que mis empresas pagan al cabo del año, porque, se lo juro por la señera, por los castellets y por Joan Laporta, que cada vez que me llama mi asesor por teléfono y se acercan los trimestres del IVA o el fatídico junio del impuesto de sociedades, a uno le empiezan a temblar las canillas como si se le plantara delante uno de esos magníficos ‘correbús’, que tanto ejemplo dan de cicismo, cultura y tradición racional.
Lo dicho, señor Puigcercós, quedo a la espera de sus noticias, puesto que dado que en Andalucía “no paga impuestos ni Dios”, empiezo a tener claro que uno lleva ya demasiados años haciendo el gilipollas. Reciba usted un cordial saludo, mi pésame por las elecciones y mi enhorabuena, como culé, por ese 5-0 del que, fíjese, también coincidimos en la satisfacción.