Fuera de contexto, con el peligro que ello tiene, he visto en televisión unas declaraciones de Pedro Ruiz, deben ser recientes, en las que el polifacético (digámoslo así) presentador viene a decir que el problema en España, después de la Transición a la Democracia, es que no hemos conseguido que un tipo de izquierdas pueda disfrutar de una actuación de Norma Duval o uno de derechas de una película de Willy Toledo.
Iré un paso más allá. Yo creo que el gran problema de este país (siempre digo que quizás lo sea también de otros) es que tenemos una enfermiza tendencia a mezclarlo todo, las churras con las témporas, el tocino con las merinas y la velocidad con el culo, por ejemplo. Las últimas semanas nos han regalado un sensacional muestrario de ejemplos sobre cómo confundirlo todo, aunque cualquier momento histórico es bueno para encontrar casos sobre este ‘totum revolutum’ tan nuestro.
En estos días, hemos podido ver cómo por ser de izquierdas hay que estar en contra del procesamiento de Garzón y por ser de derechas brindar con cava (perdón, con champán, que es más español) por el mismo motivo; hemos podido comprobar cómo los de izquierdas están a favor de la SGAE y los de derechas en contra; que los patriotas disfrutan con un toro ensangrentado sobre el albero y a los independentistas les parece una barbaridad; que los progresistas están que trinan con el ‘trabajado’ empate del Espanyol, mientras que para los conservadores ha sido una bendición que el Español le arrebate un puntillo al Barça; por no hablar de religión o de nuestra postura (con perdón) acerca de la homosexualidad.
¡Y el inocente Pedro Ruiz aún se sorprende que los unos no sean capaces de leer un libro de Vizcaíno Casas y los otros no aguanten una canción de Sabina!
Y en medio de todo esto, mire usted que no termino de ver qué demonios tienen todas estas cosas que ver entre sí y por qué un tipo no puede estar a favor de un sistema solidario de reparto de riqueza y a la vez echar unas risas con Arturo Fernández; o que alguien que vea en los preceptos liberales la salida para la crisis no pueda emocionarse con unos versos de Lorca.
No negaré que la traslación del sistema de partidos políticos a la sociedad no pueda tener algo que ver en esta confusión generalizada que se nos ha instalado en el salón, extendiendo ese sectarismo que convierte en un bicho raro a un tipo que, militando en una formación política, piense y, sobre todo, exprese (‘échale güevos’) una opinión en contra de la denominada ‘línea oficial’.
Pero yo creo que la causa principal está, más bien, ubicada en la necesidad de etiquetarnos que debe situarse más o menos en algún punto profundo de nuestro diencéfalo y que termina por gobernarnos, como María Cristina quería gobernar a Alfonso. Y así, resulta que existen especímenes cuya naturaleza les impide disfrutar del arte y la cultura creados por otros de ideología diferente y que, es más, se ven obligados a extender sus líneas de pensamiento político e ideológico a terrenos tan inescrutablemente relacionados con ellas como el deporte, la cultura, la religión o el sexo. ¡Hay Dios, qué cacao!
Iré un paso más allá. Yo creo que el gran problema de este país (siempre digo que quizás lo sea también de otros) es que tenemos una enfermiza tendencia a mezclarlo todo, las churras con las témporas, el tocino con las merinas y la velocidad con el culo, por ejemplo. Las últimas semanas nos han regalado un sensacional muestrario de ejemplos sobre cómo confundirlo todo, aunque cualquier momento histórico es bueno para encontrar casos sobre este ‘totum revolutum’ tan nuestro.
En estos días, hemos podido ver cómo por ser de izquierdas hay que estar en contra del procesamiento de Garzón y por ser de derechas brindar con cava (perdón, con champán, que es más español) por el mismo motivo; hemos podido comprobar cómo los de izquierdas están a favor de la SGAE y los de derechas en contra; que los patriotas disfrutan con un toro ensangrentado sobre el albero y a los independentistas les parece una barbaridad; que los progresistas están que trinan con el ‘trabajado’ empate del Espanyol, mientras que para los conservadores ha sido una bendición que el Español le arrebate un puntillo al Barça; por no hablar de religión o de nuestra postura (con perdón) acerca de la homosexualidad.
¡Y el inocente Pedro Ruiz aún se sorprende que los unos no sean capaces de leer un libro de Vizcaíno Casas y los otros no aguanten una canción de Sabina!
Y en medio de todo esto, mire usted que no termino de ver qué demonios tienen todas estas cosas que ver entre sí y por qué un tipo no puede estar a favor de un sistema solidario de reparto de riqueza y a la vez echar unas risas con Arturo Fernández; o que alguien que vea en los preceptos liberales la salida para la crisis no pueda emocionarse con unos versos de Lorca.
No negaré que la traslación del sistema de partidos políticos a la sociedad no pueda tener algo que ver en esta confusión generalizada que se nos ha instalado en el salón, extendiendo ese sectarismo que convierte en un bicho raro a un tipo que, militando en una formación política, piense y, sobre todo, exprese (‘échale güevos’) una opinión en contra de la denominada ‘línea oficial’.
Pero yo creo que la causa principal está, más bien, ubicada en la necesidad de etiquetarnos que debe situarse más o menos en algún punto profundo de nuestro diencéfalo y que termina por gobernarnos, como María Cristina quería gobernar a Alfonso. Y así, resulta que existen especímenes cuya naturaleza les impide disfrutar del arte y la cultura creados por otros de ideología diferente y que, es más, se ven obligados a extender sus líneas de pensamiento político e ideológico a terrenos tan inescrutablemente relacionados con ellas como el deporte, la cultura, la religión o el sexo. ¡Hay Dios, qué cacao!