miércoles, 22 de septiembre de 2010

A la huelga

Nos convocan a una huelga general. Y no voy a entrar yo en si hay o no motivos en este país para tal medida, que cada uno a buen seguro tendrá su dictamen más o menos claro al respecto. Me centraré, más bien, en quién nos convoca.
Podría parecer que ello es un detalle menor, porque lo importante es si hay o no motivos para sumarse a la llamada; pero en mi caso, que supongo será singular y raro, la decisión, la de no acudir a la convocatoria, se basa más en quienes la han impulsado que en los motivos.
Echo un vistazo a quienes nos convocan y hallo entre ellos a quienes han elaborado un vídeo en el que un actor ridiculiza a los empresarios del país, con generalidades injustas, exabruptos estúpidos y mentiras intolerables; encuentro también a quienes, hoy día, en un ambiente de crisis y de pérdida continuada de puestos de trabajo, animan a los trabajadores a denunciar a sus empleadores, a ser inflexibles y a defender sus derechos por encima del bienestar de sus familias; me topo, igualmente, con quienes llevan décadas contando casos que nadie más que ellos conoce; con quienes inventan problemas para defender su propia y cómoda existencia, pasándose por el arco del triunfo el verdadero interés de los trabajadores; y quienes han hecho de la de sindicalista una profesión remunerada, cuyo objetivo único es el de sobrevivir, para lo cual no tienen escrúpulos en fabricar conflictos en las cabezas de sus representados.
Hoy, nos llaman a la huelga quienes han manchado la nobleza y el arrojo desinteresado de quienes, hace muchas décadas, se lanzaron a luchar contra quienes oprimían al asalariado, obligándole a trabajar en condiciones infrahumanas por un sueldo mísero, sin derechos y en unas condiciones de semi-esclavitud, discriminando a mujeres y oprimiendo a niños.
Desde entonces, gracias en muy buena parte a aquellos sindicatos valientes y desinteresados, las condiciones sociales y laborales del trabajador han avanzado de manera extraordinaria. Sigue habiendo casos de injusticia, sin duda, pero la realidad, hoy, es que el empleado ha alcanzado unas condiciones laborables mucho más que dignas.
Es más, en muchas ocasiones, hoy día es el trabajador autónomo, que no deja de ser un empresario, el que vive casi en la esclavitud de su propio negocio, habiendo de manejarse con unos horarios, unas remuneraciones y unas condiciones prácticamente inhumanas, para poder sacar adelante a sus familias; entre otras cosas por las condiciones a las que tanto el Estado como esos modernos sindicatos le han obligado a someterse.
Y todo ello en un país en el que cada día se cierran cientos de medianas y pequeñas empresas, ahogadas entre impuestos, tasas, obligaciones y deudas; mientras esos sindicalistas que hoy nos llaman a la huelga, ven la situación desde sus cómodos sillones de despacho, gastan dinero público en fiestas y comilonas y llenan de pájaros las cabezas de unos trabajadores a los que poco les aportan ya sus ayudas.
¿Qué si voy a ir a la huelga? Quizás, pero nunca de la mano de éstos que hoy nos convocan.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Corporativismo

Ramón Ruiz Alonso escribió un libro así denominado, ‘El Corporativismo’, allá por el primer tercio del XX. Él fue el padre de las actrices Enma Penella, Elisa Montés y Terele Pávez y también una de las personas a las que la historia aún oscura apunta como responsable de algunas de las misteriosas órdenes cruzadas que terminaron causando el fusilamiento de Federico García Lorca, en el granadino agosto de 1936.
El contenido de aquel libro poco tenía que ver con el de este artículo, puesto que Ruiz Alonso, que tras el triunfo de la sublevación militar terminó viendo quebrada su ascendente carrera política y aislado en una pequeña imprenta madrileña, acaso condenado al ostracismo por un Franco al que la muerte del poeta le causó demasiados dolores de cabeza en el ámbito de la política internacional, como bien apunta el ex periodista de Ideal Gabriel Pozo en su libro sobre estos hechos (Lorca, el último paseo), se refería más bien, al usar el término ‘corporativismo’, a una forma de democracia diferente a la liberal, que tanto Alonso como su maestro, Gil Robles, denominaban democracia inorgánica o corporativismo.
Esta propuesta, que Gil Robles, Ruiz Alonso y otros postulaban en la primera mitad del siglo XX, intenta designar un modelo que huye de la ‘partitocracia’ y resta poder a los partidos, para dárselo a otros entes que pueden ser geográficos o de diferentes índoles, citando como ejemplos el ejército, la Iglesia o incluso determinados ámbitos económicos como la agricultura, la industria, etc.
A partir de estos postulados teóricos, la vinculación política de Gil Robles ha hecho que el corporativismo, como propuesta ideológica, haya quedado impregnado de una visión fascista o ultra-católica de la política, en una muestra más de la habitual tendencia a confundir ideología y política que es tan característica del ser humano y, más concretamente, del español.
Hoy día, el significado de corporativismo que manejamos a diario pertenece a otro universo. Para el común de los mortales, el corporativismo es, también y sobre todo, “en un grupo o sector profesional, la tendencia abusiva a la solidaridad interna y a la defensa de los intereses del cuerpo”, como nos indica el diccionario de la RAE.
Y es de éste del que también hablo hoy en estas líneas, puesto que en él reside, al menos para este humilde columnista, uno de los más feroces males que afectan a la eficiencia de nuestra sociedad civil. Los profesionales se han agrupado en gremios y, en lugar de hacer valer esa fortaleza de la unidad para mejorar sus condiciones y su capacidad de superación, la blanden contra quienes atacan sus muestras de ineficacia.
Sería acaso injusto citar a algún colectivo profesional en concreto, puesto que el mal está extendido, pero piense el avezado lector en cualquier grupo profesional y en su reacción ante la crítica de un elemento externo. Huérfanos de cualquier atisbo de autocrítica, los colectivos profesionales activamos inmediatamente nuestra fuerza corporativa para responder a unas supuestas agresiones que no hacen sino señalar nuestras carencias.
He cambiado de opinión: sí citaré, finalmente, un ejemplo y, para cumplir aquello de ver la viga en el ojo propio, pondré por testigo al mío, a mi gremio, el periodístico. Escribía el domingo una buena profesional como Elena Sevillano, en estas mismas páginas, que el periodista es criticado sobre todo cuando cumple bien con su labor. Quizás el problema esté en que ya no sabemos bien cuál es nuestra labor.