España, Cataluña, nación y estado
Era
de esperar. Tras décadas de augusta democracia y ‘vale todo’ en los
colegios, en las tertulias, en las películas y en los periódicos, la peña se lo
ha creído. Todos somos responsables. La historia, esa fuente inagotable de
cultura, se ha ido a tomar por el saco. Ya no sirve. Cada uno tiene la suya. Y la cultura es un juguete
en manos de quien lo quiera hacer actuar. Como la prensa, como la literatura,
como la política y como eso que seguramente alguna vez existió, aquello del
servicio público, que ahora, como mucho, sería púbico.
Conste
que soy un ferviente creyente en la democracia, en esta democracia y el sistema
de libertades que nos dimos en el 78, precisa y mayormente porque nos permite
cambiarlo. Que es un lo bueno de un sistema democrático. Es lo democrático. Ahora
bien, creo igualmente que el sistema es un convencionalismo, un acuerdo, un
pacto para poder funcionar, en el que, como en todos los pactos, cada uno cede
un trocito de sus aspiraciones.
Sin
embargo, con el paso del tiempo, en lugar de cederle parte de ellas al prójimo
para que él también se sienta como en casa en este pacto, hemos ido
cediéndoselas a la incultura, al sinsentido, a las invenciones interesadas y a
este cachondeo nacional que nos hemos montado, cuya piedra angular es la
confusión, muchas veces interesada pero en la mayoría de ellas espontánea y congénita,
entre nación y estado.
He
escrito ya demasiadas veces sobre las diferencias entre ambos términos, sobre
la índole cultural, histórica, social, trascendente, permanente y tradicional
del término nación y el cariz político, artificial, temporal y administrativa
del estado. Pero hay manera, oiga. No hay manera. Y no la hay porque a los más
es difícil educarlos y a los menos imposible convencerlos. Porque hay una gran
masa que prefiere seguir ciegamente las consignas doctrinales de sus cabecillas
y porque éstos están convencidos de que manejando y engañando vilmente a las
masas llegarán a su objetivo. Y puede que lleven razón.
El
caso es que, llegado a este punto, por un lado tenemos a los que piensan que
España es una, grande y libre. Sí señor, que no es coña, que le duelen a uno
las pupilas de leerlo en el ‘feisbuk’. Gente que habla de España como si en
esta santa tierra no hubiera existido otra cosa, como si ello no fuera una
creación matrimonial, política y de conveniencia ideada en el siglo XV. Gentes
que ignoran (o no, que es peor) que Aragón, Cataluña y el catalán, Navarra o
Galicia y el gallego existían mucho antes. Gentes que miran para otro lado
cuando se les dice que el catalán es un idioma, una lengua romance que nació
incluso un poco antes que el castellano, y que es un patrimonio de lo que hoy
es Cataluña y de otros territorios circundantes, desde hace muchos siglos.
Enfrente,
tenemos a quienes, instalados en la misma confusión, creen que la solución para
que ‘lo catalán’ o ‘lo vasco’ se tengan en consideración, se potencien como
fuente de cultura que son y no corran el riesgo de ser víctimas de una barbaridad
como la que los Borbones hicieron hace camino de tres siglos con el resto de
culturas francesas para imponer la de la llamada ‘Isla de Francia’ (París y sus
alrededores), repito, que la solución es convertir a su nación, que la tienen y
nadie se la podrá quitar jamás, en un estado. En un país independiente
políticamente.
El
otro día, un tipo que trabaja con los pies le dio una gran lección a todos
estos manipuladores que se supone que deberían trabajar con la cabeza. El futbolista
Andrés Iniesta dijo públicamente que se siente catalán y español. El tipo es de
Fuentealbilla, un pueblecito de Albacete, como sabrán todos ustedes, provincia
instalada ‘en pleno Pirineo catalán’. El tipo no hizo más que tirar de sentido
común y recordar a la gente algo tan obvio como que el sol sale por Levante:
que uno puede ser y sentirse de su pueblo, y al mismo tiempo de su provincia,
de su región, de su país y de su continente si hace falta. Que lo único que
necesita es buscar razones que lo unan a los demás que comparten con él cada
una de esas condiciones. Y que las unas no son excluyentes con las otras.
Yo,
que no llego ni a limpiarle las botas al amigo Andrés (no ya en el campo, sino
en el terreno del raciocinio), también pienso que Cataluña, el catalán y lo
catalán deben potenciarse como singularidades dentro del estado español, deben
resaltarse, estudiarse, difundirse y promocionarse como señas distintivas,
culturales e históricas. Son nuestro patrimonio, sí, sí, también el patrimonio de
España, hasta que algún iluminado termine de convencer a unos y a otros que es
mejor ir cada uno por su lado.
Y al
mismo tiempo, pienso que hoy en día la mejor forma de organizar política,
administrativa e institucionalmente las diferentes naciones que componen este
territorio es configurando un único país, que podemos llamar España o como
quiera usted, mi querido amigo. Juntos, de la mano, respetando las singularidades
y la cultura de cada uno, llegaremos bastante más lejos. Y cuando digo
respetándolas, me refiero sin denominar ‘hijo de puta’ al que cree que Cataluña
debería ser independiente ni ‘fascista’ al que defienda un estado centralista. Porque
no sé a usted, amigo mío, pero a mí lo que me interesa de verdad es ser feliz y
que lo sean los míos. ¿O no?