Use usted sus derechos, también ante la
medicina
El poeta Sabina ha dejado escrito
aquello de que “y ponte gomina que no te despeine, el vientecillo de la
libertad”.
En nuestro estado social y democrático
de derecho, a nadie se le escapa que hay pequeños o grandes ángulos muertos,
zonas oscuras, lagunas en las que el sistema no llega a controlar que,
efectivamente, los derechos y deberes de cada cual son administrados y
garantizados en la forma en la que la teoría dicta.
Como sabrá usted muy bien, mi querido
amigo, y sin embargo lector, de un par de semanas a esta parte vengo enzarzado
en una cruzada contra los abusos que el sistema médico comete, digamos en
ocasiones, sobre sus ‘pacientes’, a mi manera de denominarlos, más bien
‘clientes’. Y quizás sepa usted que, a la primera de cambio, a la primera
crítica, una parte (digamos indefinida) del colectivo sanitario ha saltado
ensoberbecido y empachado de corporativismo, dispuesto a aplastar cualquier
atisbo de cuestionamiento, de crítica o de denuncia, a pesar de no tener más
versión de los hechos que la que se ha auto-brindado por parte de sus propios
integrantes.
Ante la exposición en público de una
concatenación de abusos, malos tratos e inobservancia de derechos, la reacción
de ese colectivo ha sido el ataque contra el ‘cliente’ y la puesta de
manifiesto de sus presuntas malas condiciones laborales.
En ‘Los años del miedo’, recomendable
obra de Juan Eslava Galán, uno de los componentes de su protagonista colectivo
logra, en la década de los 50, la concesión de un camión de agua para repartir
en los pueblos colindantes. Y como instrucciones a su conductor contratado, le
indica: “No le cobres ni al alcalde, ni al cura, ni al médico ni al cabo de la
Guardia Civil”. Eran, como digo, como dice Eslava Galán, los años del miedo.
Los años en los que autoridades como el alcalde, el cura, el médico o la
Guardia Civil eran incuestionables, incensurables, incontrovertibles.
Pasaron aquellos años, aunque haya tanta
y tanta gente que no se haya enterado. Y usted hoy tiene sus derechos. El problema
de los derechos es que, si no se usan, terminan por atrofiarse. Y ante el
sistema médico, en el que aún se conservan algunos que se piensan tan
incontrovertibles como en los años del miedo, la atrofia de derechos está
alcanzando cotas peligrosas.
El único remedio es que defienda usted
sus derechos, que los use, que los reclame, en definitiva, que se queje cuando
no le atiendan como usted se merece. Que reclame cuando lo citen a una hora y
lo atiendan cuatro horas después; que se queje cuando espere interminables
horas en una sala de espera angustiado por el dolor y la ignorancia sobre lo
que le ocurre; que reclame la información a la que el propio decálogo sanitario
dice que tienen derecho y usted y sus familiares; que demande un trato humano
porque usted no va al hospital y a las urgencias de paseo sino en pleno
sufrimiento; que exija profesionales capaces de explicarle lo que le sucede;
que no permita que le diagnostiquen a la ligera sin agotar las pertinentes
pruebas; y sobre todo, que no deje que nadie le trasmita la idea de que está
usted abusando del sistema por el hecho de usarlo. Cada año, paga usted
copiosos impuestos que le dan derecho a ese uso. Si el sistema es raquítico, ha
de ser el propio sistema el que se haga crecer a sí mismo o, de lo contrario,
el que adelgace sus impuestos. Mientras usted siga pagando, tiene usted derecho
a utilizar sus servicios, incluyendo los de urgencias. Porque cuando un ser
humano acude a urgencias es porque se cree en peligro y ha de ser un
profesional el que le informe sobre si en realidad lo está o no y, si es así,
le brinde las soluciones adecuadas.
No se resigne usted, querido amigo. No
renuncie a sus derechos. No se rinda a que su tiempo vale menos que el de
quienes lo atienden sanitariamente ni a sentirse culpable por utilizar unos
servicios que ya ha pagado. Abandone los años del miedo. Sepa que hoy día el
cura, el médico y el cabo de la Guardia Civil tienen los mismos derechos que
usted. Y olvídese de la gomina. Deje que alborote su flequillo, el vientecillo
de la libertad.