lunes, 25 de julio de 2011

Lo ha dicho Rosell

No sé qué querrá decir, pero la verdad es que no es la primera vez que estoy de acuerdo con unas declaraciones, digamos resonantes, de un presidente de la CEOE. La anterior fue con el nunca bien ponderado Díaz Ferrán, un tipo del que cuentan que hizo alguna que otra tropelía con determinadas empresas; lo cual, en caso de ser cierto, no es óbice para que llevara toda la razón del mundo cuando anunció que llegaban tiempos de trabajar más para ganar menos.
Ahora, su sucesor, el señor Rosell, le ha sucedido también en el puesto de hacedor de polémicas y controvertidas oraciones, con las que es difícil estar más de acuerdo de lo que lo estoy yo.
El tipo se ha descolgado instando a que se evalúe a los funcionarios públicos, se castigue a los que no cumplen con su obligación y el Estado se deje ya de empleos vitalicios, se gane uno o no el pan con el diario sudor de la frente de cada uno, que no está el ‘tema’ para ‘punteos’.
La propuesta, expresada por el presidente de los empresarios, tiene todos los ingredientes para que sea tildada de locura de un empresario explotador, ricachón, indolente, insensible y con un Habano en la mano derecha y una copa de Luis Felipe en la otra.
Sin embargo, aunque no creo en realidades absolutas, una de las últimas cosas que he aprendido es que la verdad, en caso de existir, lo es ya lo diga Agamenón o su porquero y que la condición del que lo sostiene no ha de influir en la veracidad del aserto.
No se lo digan a nadie, pero soy hijo y esposo de funcionarios; conozco la profesión hace muchos años y, además, profesionalmente trabajo día a día con muchos empleados de la función pública; la mayoría abnegados, responsables, cumplidores y conscientes de que su labor está pagada con los impuestos de todos, incluyendo los suyos propios.
Es por ello que estoy convencido de que la propuesta del señor Rosell, lejos de perjudicarlos, no es más que un beneficio para todos ellos, para los que cumplen, porque sería una fórmula magnífica de darle un lavado de cara a su profesión, por la vía de la eliminación de tópicos basados en parásitos, golfos, vagos, vividores y también de esos que se creen que el puesto es suyo por encima de lo que hagan o dejen de hacer y que, además, se permiten el lujo de tratar con la punta del pie a quienes pagamos sus sueldos.
Tipejos así los hay en todos lados, por supuesto, no sólo en el funcionariado. La diferencia es que los demás viven del capital privado y sólo sus empleadores tienen la potestad de permitirles o no ese tipo de ‘vivencias’. En los funcionarios, en cambio, los paganos somos todos; y yo, qué quieren que les diga, no soy muy feliz cuando pienso que, con mis impuestos, existe una minoritaria gentuza viviendo de puta madre hasta que se jubilen, sin dar un palo al agua y comportándose ante el público como si fueran la reina de Inglaterra, cuyos modales, por cierto, desconozco porque no tengo el gusto.
Así que, sea muy o poco popular, ya llevo dos de dos, en cuanto a identificación con polémicas socio-laborales creadas por presidentes de la COE. Creo que me estoy haciendo mayor.

¿Ideología o gestión?

Ya han pasado las elecciones e han tomado posesión de sus cargos los alcaldes y concejales de los diferentes ayuntamientos. Creo que ha transcurrido el tiempo suficiente como para poder escribir y publicar estas líneas sin provocar las típicas miradas de reojo partidista o, lo que es peor, el peso de ninguna junta electoral.
A estas alturas de la película, aunque nos pueda sonar a chino, todavía tiene uno que rascarse la oreja para sacudirla y espabilarla tras escuchar a quienes siguen diciendo que votar al Partido Popular es votar a los fachas, los franquistas, la derechota y los que fusilaron al abuelo ‘de tal’ en la post-guerra; y a otros que no se despeinan al asegurar que votar al PSOE es apostar por los rojos, los comunistas, los anarquistas, los rusos y los que le dieron el paseíllo al abuelo ‘de cual’.
Si señor, mi admirado y paciente lector. Todavía se escuchan argumentos como éstos. Son, sin duda, los más radicales síntomas del desconocimiento total y absoluto de lo que significa ejercer el derecho al voto en nuestra Democracia; pero no los únicos.
Pasadas unas semanas tras las elecciones, les voy a confesar una cosa: yo voto gestión. Es más, respetando al máximo la liturgia electoral y los derechos de todos y cada uno de los electores, me gustaría que todo el mundo votara gestión. No ideas, ni ideologías, ni pasados políticos más o menos justificados o inventados, ni resquemores y odios de guerras afortunadamente enterradas, ni chorradas en vinagre.
El acto de votar es, en nuestro sistema de Estado, la elección de un partido político y de unos representantes públicos que, en los próximos años, van a administrar nuestro dinero, vía impuestos, y van a dirigir nuestro pueblo, ciudad, comunidad o país.
Si cometemos el error (sí, he dicho error y me perdonará usted, caballero) de votar en función de criterios ideológicos en lugar de apostar por quienes creemos que gestionará mejor nuestra pasta, podemos terminar sintiéndonos muy orgullosos de las banderas con las que se celebran las noches electorales, pero luego no tener con qué darle de desayunar a nuestros hijos al día siguiente.
Y conste que, cuando hablo de gestión, no me estoy refiriendo exclusivamente a la política económica, vayamos a que haya una ola colectiva de manos en la cabeza y rasgue de vestiduras, sino a gestión en general: de la economía también, pero igualmente de las políticas sociales y culturales, de las obras públicas, del deporte, del medio ambiente (el de verdad, no el que defienden los ecologistas profesionales, que cobran por serlo), del turismo, de la agricultura y, en general, de absolutamente todo.
Ustedes, los políticos, cuéntenos qué piensan hacer con nuestro dinero y déjense de ideologías, de derechas e izquierdas, de guerras civiles y de zarandajas varias; y nosotros, habremos de elegir entre quienes pensemos que le van a sacar más rendimiento a ese ‘parné’, que no es poco.

Conan y las tortugas bobas

No es el último título de ninguna saga pero, no sé por qué, son dos conceptos que, ligados a la realidad almeriense más actual, se me han arremolinado en la cabeza a la hora de desafiar al folio en blanco.
Por estos lares, somos proclives a auto-atribuirnos cualidades que nos diferencian, a los almerienses, del resto del mundo; que nos hacen especiales, únicos, irrepetibles, personales e intransferibles. Probablemente no sean más que ínfulas o, como mucho, falta de kilómetros. Es muy posible que los de por aquí seamos iguales o muy parecidos a los de por allá, con más calor, más sol y muchos años de aislamiento geográfico-político-estratégico a nuestras curtidas y morenas espaldas.
Sin embargo, la realidad a veces parece contarnos justo lo contrario y empeñarse en reflejarnos como unos tipos singulares, para bien o para mal, y capaces de comportamientos dignos de portada, repito, para bien o para mal.
En apenas un ínterin de mes y medio, precisamente los papeles nos han arrojado a la cara sendas noticias que lo son más por curioso que por noticioso.
Por un lado, nos enteramos de que el gobierno, en su afán por conectarnos con el resto del mundo como lo están el 90% de las provincias españolas, se ha dado cuenta, ahora, de que va a hacer pasar kilómetros de cemento y hierro por encima de las casitas de no sé cuántas tortugas bobas, especie que, a juzgar por su poder de influencia sobre el ser humano, no parece hacer demasiado honor a su nombre. Y para evitarlo, no ha tenido otra ocurrencia, el gobierno digo, que rascar un poco en el terruño de propietarios privados que utilizaban lo que hay sobre las suelas de sus zapatos para trabajar y dar trabajo, para producir y crear riqueza y valor; algo de lo que, últimamente, no andamos demasiado sobrados. La operación es simple: cambio accesos de alta velocidad por áreas de producción, para que las tortugas bobas no se vean demasiado afectadas por el progreso. Vayamos a leches.
Por curiosidades neuronales, la noticia se me ha agolpado en lo gris con otra no menos resonante: los almerienses (algunos, supongo que no todos) se manifiestan en contra de la destrucción de la Cueva de Conan. Confieso que, así a bote pronto, no tenía ni la menor idea de la existencia de tal lugar, hasta que las palas lo han echado abajo.
Según mis cálculos, debe hacer más de tres décadas que el musculado actor ‘americano’, hoy convertido en poco menos que icono del séptimo arte por la contestación popular almeriense, se dedicó a dar algunos palos en los alrededores de nuestra urbe. Desde entonces, les juro por sus muertos más frescos (los de Conan) que no he escuchado a ni un solo almeriense hablar de tal Cueva, ni a nadie relatar que la ha visitado, honrado, admirado o hecho protagonista de ninguna crónica u obra artística.
No seré yo quien niegue el valor de cualquier decorado testigo de nuestro pasado cinematográfico, algo a lo que creo que es urgente sacarle valor y honrarlo por el valor que ya le sacaron otros antes; pero la realidad es que en tres décadas no me he encontrado a ni un solo paisano que haya dado cuenta alguna del lugar que albergó al hoy político americano, una Cueva al Norte de nuestros barrios más norteños; ni, por supuesto, a ningún político atisbar siquiera la posibilidad de señalar tal visita y lugar con algún tipo de distinción, tipo Bien de Interés Cultural (BIC) o Espacio Protegido para Músculos Interplanetarios (EPMI).

viernes, 8 de julio de 2011

Imprescindibles proyectos y realidades

Los había aterrizados por un problema familiar, nos podemos imaginar cuál; otros, porque su tiempo libre no tenía mejor destinatario; algunos porque se les cruzó en el camino alguna historia con fondo; y la mayoría, yo diría todos, porque su vida no llenaba su capacidad de dar.
Como todo, la cena de Proyecto Hombre en Almería, el sábado, me enseñó mucho. Primero con el vídeo en el que muchos de sus voluntarios explicaban por qué un buen día rellenaron el formulario de inscripción y, desde entonces, siguen ligados a un proyecto que cada día se transforma en cientos, miles de realidades; más tarde, casi al final, con el testimonio de una amiga.
“Proyecto Hombre te ayuda a tomar tierra”. Me quedaré con la frase, con tu permiso, y la meteré en el reservado para los momentos de máxima capacidad reflexiva. Se quedó ahí, pero tampoco le hizo falta mucho más para abrir un largo período de cavilación.
Los voluntarios de Proyecto Hombre llegan a la asociación dispuestos a ayudar, a poner de su parte para enderezar árboles torcidos, para dulcificar tormentosos trayectos, para empujar barcos encallados, para reconstruir ruinas de antiguos y gloriosos pasados.
Sin embargo, nada de ello escuché durante las más de tres horas que compartí con ellos y con otros muchos amigos que nos acompañaron. La frase lo resume todo: “te ayuda a tomar tierra”. Y de eso sí que capté muchos testimonios que, a los pocos minutos, habían cambiado mi percepción inicial. Ahora me preguntaba: ¿quién ayuda a quién?
En los ojos de mi amiga, en las dulces y profundas palabras de la presidenta de la asociación, en las sonrisas de los presentes y en las conversaciones que caían sobre el atascado y plomizo aire del nocturno julio almeriense, percibí más bien testimonios de quienes han encontrado allí el verdadero sentido de sus vidas, un pasaporte hacia la realidad ajena a los castillos en el aire, a las ilusiones materiales, a las apariencias fatuas y al vacío existencial.
Fue una buena velada, agradable aunque a ratos teñida en el interior por el recuerdo de algún caso personal más o menos cercano, por el asombro de la naturalidad con que los impulsores de este Proyecto asumen el cambio de papeles entre ayudador y ayudado y por la admiración de quienes son lo suficientemente valientes para dar un trocito de su tiempo, como inversión para recibir, a cambio, la satisfacción de sentirse imprescindibles.
He escuchado muchas veces aquello de que nadie es imprescindible. Desde el sábado, sé que no es cierto. Gracias y enhorabuena. Por todo.

domingo, 3 de julio de 2011

Historias celestes

Lo ha intentado Cisco, metiendo un pase de gol para que Salva Sevilla remate la salvación; y Angelito González Becerra, con un centro desde la banda para ver si lo remataba Toedtly de cabeza; y también Cristian, con una galopada por la izquierda, centrando atrás para la llegada de Jorge Molina; pero nada parece evitar la sentencia: al Poli Ejido se le va la vida.
Es cuestión de vida o muerte y Sunny, al que le sobra, ha querido darle oxígeno, pero el enfermo lo rechaza. Ríos y José Sevilla han intentado achicar agua en el área chica, pero el barco parece destinado a hundirse, a pesar de los esfuerzos de Kike Burgos por sacar balones de dentro de la portería y de Pablo Guede de empujarlos hacia la contraria.
He visto a Juli dejándose media vida desde la diestra y a Luis Gil desde la siniestra, pero parece en vano. Juanma Ortiz no ve la portería, Vizcaíno no encuentra ya a Rafa Rodríguez y López Ramos ha dejado de ser un seguro de vida.
Los rivales ya no encuentran dificultades para sobrepasar a Tena y Robusté, Raúl Domínguez se ha cansado de despejarlo todo, Pedro Vega ya no encuentra el centro perfecto y Curro Vacas ha apagado el cuenta-kilómetros.
A Moreno se le esfumó la magia, a Patri el guante en la derecha y a Víctor Salas la imaginación; Marc Bernaus ha clausurado la autopista de la banda zurda y Raúl Torres se ha dejado en casa la constancia.
Usero y Katxorro ya no lo intentan en la larga distancia, Charpenet ha abandonado su segura sonrisa y Antoñito ha olvidado su eterno atrevimiento. Juan Díaz ya no ve el pase claro, Velasco tiene miedo a subir por su carril, Calado se ha arrancado los galones de ‘kaiser’ de su casaca y Marco Navas ha despegado el balón de su pie derecho.
Poschner ya no manda en el círculo central y Sandro no lo hace en la medialuna del área; Vucko ya no pesca en ríos revueltos en la meta contraria, Gorri no echa el cierre en la suya y Sergio Cruz ya no lo remata todo hacia dentro.
El Poli se muere y nadie parece poder evitarlo. Antonio Tapia ya no presenta el aspecto de eterno salvador. Nada parecen poder hacer la seguridad y sobriedad de Paco Herrera, la brujería de Castro Santos, la imaginación de Quique Setién, el oficio de Pepe Mel, el conocimiento de Salmerón, la experiencia de Julián Rubio, la ofensividad de Luis César o los ases en la manga de Lucas Cazorla.
Atrás van a quedar, si no hay milagro, el 5-0 ante el Villarreal y la Copa ante el Español, el gol de Patri ante el Calahorra y el de Angelito frente al Rácing; las campañas de socios, las gradas supletorias, el cambio al nuevo Santo Domingo, las benditas locuras celestes y las hazañas del filial. Para el libro de historia quedará el Poli de Gabi Hidalgo, de las peñas Pillatigres, Multicolor y compañía, de los viajes multitudinarios y de la difusión de una bendita tierra de currantes por toda España. Esto se acaba, si no hay remedio. Ha sido bonito. Una bonita historia celeste.