domingo, 25 de septiembre de 2011

Decepción, estupor, indignación y cara dura

Vaya por delante que, aunque no me considero precisamente un dechado de comprensión y capacidad para colocarse en el lugar del otro, ésa receta infalible para esquivar pendencias y tánganas de cualquier tipo, le aseguro a usted que, en este caso, tengo la mollera más que abierta; que soy capaz de entender que haya españoles que crean que vivirían mejor si el Estado volviera a su estructura del siglo XIV; que haya gente en territorios como el País Vasco, Navarra, Cataluña o Galicia que piensen que estarían más a gusto navegando a su aire en lugar de bajo la bandera rojigualda; y que opinen que la España constitucional, como la franquista, oprime las peculiaridades de cada una de las naciones que integran esta realidad pluricultural que disfrutamos.
Le aseguro a usted, en serio, que comprendo, aunque no comparto, el nacionalismo (ni vasco ni español), el independentismo e incluso estoy dispuesto a echarle una pensada a todo eso de la lucha armada, porque aunque detestándola como detesto cualquier tipo de violencia, podríamos discutir sobre si ésta es la forma más despreciable de eliminar al ser humano o si hay otras comúnmente aceptadas y no necesariamente menos miserables.
Pero fíjese, lo que no tolero, lo que me rebela de una manera irresistible es la falta de principios, de dignidad y de valores, la desvergüenza y, en definitiva, la cara más dura que las partes íntimas de un novio del siglo XX en la noche de boda.
Resulta que la Audiencia Nacional ha condenado a Arnaldo Otegi y Rafael Díez Usabiaga, afamados ‘pacifistas’ euskaldunes, a diez años de prisión por pertenencia a ETA en calidad de dirigentes. Como le digo, estoy abierto a intercambiar pareceres sobre el futuro del pueblo vasco, sobre la autodeterminación y los orígenes de aquello que, para mí, es una nación dentro del Estado Español. Sin embargo, me cuesta trabajo verme sentado a la misma mesa que un tipo con el rostro tan pétreo como el del presidente de la Diputación Foral de Guipúzcoa, que ha mostrado, ante esta sentencia, su “decepción, estupor e incluso indignación”.
Vayamos por partes. A Martín Garitano, le parece “decepcionante” que se condene por pertenencia a banda armada a sendos pollos que se han pasado la vida entera defendiendo a ETA públicamente sin pudor alguno. No sé si al individuo en cuestión le parecerá eso una prueba suficiente de pertenencia; a lo mejor se piensa el honorable presidente que a las bandas armadas se pertenece porque firma uno un acta de inscripción o porque se notifique en el juzgado o en la notaría.
En segundo lugar, a don Martín, la sentencia le provoca estupor. Constatando que la RAE acepta estupor como “pasmo, asombro” y no como una cualidad de estupidez (que por raíz morfológica podría confundirse), estamos hablando de que al señorito le deja ‘pasmao’ que la Audiencia condene a estos dos por pertenecer a ETA. La pregunta es ¿qué le causaría si les hubieran condenado por pertenencia a una tribu indígena del Serengueti, por colaborar con el Circo de Ángel Cristo o por bailar Los Pajaritos junto a María Jesús y su acordeón?
Y tercero, la sentencia le ha supuesto “indignación”. Y fíjese lo que le decía al principio: que tengo la mente tan abierta en estos temas, soy tan comprensivo y tan buena gente, que a mí que un sujeto con tal ausencia de valores y de dignidad ocupe un cargo público no me produce indignación ni ganas de meterle su bandera por donde amargan los pepinos, sino un impecable respeto a los resultados de las urnas y a la voluntad constitucional del pueblo vasco.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Cobran poco los políticos

Estamos jodidos. Jodidos y puestos al sol, me perdonará usted la inicial crudeza. El Apocalipsis no ha de andar muy lejos, a juzgar por lo que nos cuentan, que ya no difiere en mucho de lo que vivimos en propias carnes. Y para buscar una salida, que no estoy seguro de que exista ya a estas alturas, sin duda necesitamos a los mejores.
Anda el patio revuelto porque se han conocido las riquezas y las pobrezas (económicas) de los cargos políticos. Hay a quien el que tengan unas cuantas fincas y algunos coches caros les parece mucho. Yo, como soy un bicho bastante raro, pienso justo lo contrario, que cobran poco los tipos que se supone que han de sacarnos de los problemas y poner en práctica estrategias para evitarlos en un futuro.
No sé si habrá dado usted cuenta, pero los políticos son unos mileuristas en comparación con quienes rigen los destinos, por ejemplo, de las grandes empresas. Así, no es de extrañar que los cracks de la economía, de la gestión, de la administración, huyan despavoridos de la cosa pública, buscando refugio millonario en lo privado, echándole muchos ceros a las cantidades que cobraban cuando eran nuestros representantes.
Y al menos una parte de lo que ha llegado para sustituirlos, al frente de nuestro dinero, de nuestra gestión y de nuestras administraciones son, en algún caso, tipos y tipas cuyos conocimientos convertirían en premio Nobel a un repetidor de la ESO, cuyos currículos cabrían en un sello a una cara y a doble espacio.
Como contribuyente, como cliente de este Estado que se ha convertido en mi principal acreedor, quiero al frente de él a tipos brillantes, con respuestas, con capacidad, con coraje y con ideas y no, como en algún caso, a una panda de desarrapados que disfrazan bajo un traje y un coche oficial la cruda realidad de quien no han estado nunca cerca ni del empate. Es lógico: son los que se supone que trabajarán para todos, para usted, para mí y para nuestra prima la de Burgos. Para eso, quiero a los mejores. Y que lo cobren.
Es verdad que sobran cargos, como sobran administraciones y toda esa cohorte que los suele rodear. Pues bien, adelgacemos la entidad pública, restemos el número de puestos e incluso el número de instituciones. Borremos de un plumazo las subdelegaciones de las delegaciones de las consejerías de las carteras de los ministerios y dejemos únicamente lo justo para que ande la máquina.
Pero pongamos, al frente de lo que quede, a los mejores. Ubiquemos en el sillón un pastel económico tan apetitoso que acudan a su olor aquellos que han demostrado capacidad para sacarnos del agujero. Permitamos que los partidos políticos pongan al frente de sus listas a quienes atesoren capacidad y preparación y no a los reyes del clientelismo, a los coronados del ‘paniagüismo’ y a los súper-stars del ‘medramen’.
Con lo que pagamos, tenemos derecho a que trabajen para nosotros profesionales con bagaje y amplitud de miras y, por supuesto, para conseguir eso, hay que pagarlo, hay que ponerles delante al menos el mismo botín (con minúscula) que el que les recompensaría en la vida privada. Yo quiero, yo estoy dispuesto a invertir en ello, para salir de donde nos han metido los otros. Hagámoslo, porque si no, naufragaremos encabezados por los ‘panchovillas’ de la gestión pública. Eso sí, todo muy baratito, todo ahorrando en sueldos una pasta que te rilas.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Algarrobicos y algarrobos

Creo que ya está bien. Se acabó el juego y hace un buen rato que comenzó lo serio. Hemos estado un tiempo, más que suficiente, practicando los juegos florales, los fuegos artificiales y los limbos y las ninfas. Pero ya pasó. Ahora toca trabajar, currárselo en serio y olvidarse de las bromas.
El problema es que, de tanto flotar a un par de palmos del suelo, de tanto admirar el arte abstracto del medio natural y denominarlo ‘Las flores del mal bajo el tamiz de la regularidad’, muchos nos lo hemos creído y las vamos a pasar putas para volver a tocar tierra.
Ha sido bonito mientras ha durado, de verdad. Pero ya no podemos más. Cuando atábamos los perros con longaniza y sometíamos a las vacas a la dieta Dunkan, nos lo podíamos permitir, pero ahora hemos empezado ya a ver cómo hay hostias a la salida de los supermercados a las diez de la noche, cuando tiran a la basura los productos caducados.
Quizás vamos pelín tarde ya para engancharnos a la moda ésa de querer comer caliente todos los días, darle a nuestros hijos una educación correcta, a nuestros mayores una sanidad adecuada y a todos una sociedad en la que, al menos, podamos mirarnos a la cara. Tarde, pero aún hay esperanza.
Claro que, para eso, ya te digo Rodrigo, hemos de volver a pisar la tierra firme y dejar que el globo vuele a la estratosfera. Estaba bien eso de no poder construir porque afeaba el paisaje, atentaba contra el ecosistema y tocaba los huevos a todo lo sostenible, lo medioambiental y lo que es más verde que los mocos de un extraterrestre, como dirían los ‘Mojinos Escozíos’.
Como azuza el hambre, quizás hemos de levantarnos de la mesa y empezar a pensar que o ponemos esto en marcha, o nuestro planeta lo van a disfrutar las lagartijas, los alacranes y las pitas, eso sí, con una sostenibilidad y un respeto medioambiental que para qué las prisas. Tal vez haya llegado la hora de resolver algunos entuertos, como ése de tener en pie, sobre una de nuestras mejores playas, un mazacote de cemento, hormigón y hierros, en aras de un ecologismo profesional de sueldo y despacho, que si no es por estas guerrillas no sé en qué nos las íbamos a buscar.
Dicen, los arquitectos de lo verde, que hay que derribar el hotel de El Algarrobico. Y al margen de que seguramente lo pensarán echar abajo gratis, con ejércitos de voluntarios verdes que no van a cobrar un duro por darle al pico y a la pala, estarán pensando en que cuando desaparezca el edificio, las salamanquesas van a volver por allí pensando que todo ha sido producto de una noche de juerga y la posterior resaca, como si el hotel lo hubieran quitado de en medio con el photoshop ése que le rebajó los michelines a Sarkozy.
Y con él, desaparecerán también los turistas que vendría a gastar y los cientos de puestos de trabajo, entre fijos y estacionales, que hubiera dado el amasijo en que lleva convertido el paraje desde que a algún lumbrera se le ocurrió que era ‘una aberración’. Por supuesto, lo que no es una aberración es la de gente que se ha quedado sin poder currar durante todos esos años y la maravillosa visión que ofrece ahora nuestra costa gracias a su entrega ‘desinteresada’.
Se me está ocurriendo una cosa: ¿y si completáramos ahí una de esas ‘aberraciones’ que se veneran en otros sitios, como el Monasterio de Suso que está en plena montaña, el Palacio de Sintra en mitad del bosque o el Taj Mahal o la Gran Muralla China, que también construyeron los hombres en mitad de la naturaleza y no provocan la ira de los profesionales del medioambiente? Acaso, así, el photoshop cambiaría algo de paro por turistas e ingresos.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Centro de Almería: ¿abierto o cerrado?

A quien espere que hoy vaya a descubrir la pólvora, que vaya a tratar un tema novedoso y deslumbrante o a abrir un melón hasta ahora inédito, le aconsejo un buen libro, la última de Almodóvar o un paseo por la playa, que aún estamos a tiempo. Aquí no rascará mucha bola.
La luz del texto que está usted leyendo la encendió el otro día un comentario acerca de uno de los temas más manidos y manoseados del ‘almeriensismo’ patrio, de lo más añejo de nuestra ciudad: aquello de que ‘los domingos y los sábados por la tarde el centro está muerto’.
Sí señores, es una realidad. Los domingos e incluso los sábados por la tarde, el centro de Almería da miedo. Uno se da un paseo por el Paseo, en un claro afán de redundar la redundancia, y se siente como aquel John Wayne cuando llegaba al poblado y tan sólo veía moverse a los matojos secos al son del viento, mientras todo bicho viviente le observaba desde los cristales ‘ahumados’ por el polvo.
A uno se le ocurre adentrarse por las calles tan brillantemente peatonalizadas y tan flamantemente comerciales de ahora, tras las obras, y se puede morir de hambre si va buscando una tapa, de sed si persigue un refresco o de frío si lo que ansía es una prenda de ropa.
Anda uno por Reyes Católicos y se siente como Cristóbal Colón ante el Atlántico en su primer viaje; camina por Méndez Núñez como el militar lo hubiera hecho en alguna expedición por el desierto; cruza hasta San Francisco de Asís y es capaz de entrar en un proceso de profunda meditación; y si llega hasta San Pedro, bien pudiera creer que está ante las puertas de cielo.
Y la pregunta es, como diría el inefable Mouriño, ¿por qué? Como suele ser habitual, entre todos la mataron y ella sola se murió. Hay quien dice que los almerienses somos mucho de irnos fuera los domingos; otros, que la administración no fomenta la actividad; y muchos que no hay quien entienda a los comerciantes que no abren sus tiendas.
Pues bien, da toda la impresión de que estamos ante una magnífica de ésas pescadillas que devoran su propia cola. Porque parece complicado que el ciudadano acuda un domingo por la tarde al centro de una ciudad en la que todo está cerrado; tampoco resulta fácil que los comerciantes asuman el gasto de abrir en domingo cuando la expectativa es no recibir ‘ni a Perry’; y tampoco se intuye que exista un clamor popular para que la administración organice nada dirigido a gente que no muestra interés por acudir en el ‘séptimo día’.
Y así llevamos años, décadas. Acaso porque nadie parece lo suficientemente interesado por abordar un debate que, con total seguridad, acabaría con el problema. Un debate que responde a la pregunta de ¿queremos los almerienses una ciudad abierta o cerrada, mirando a la calle o cerrada sobre el calor del hogar? ¿Mediterráneos o Pirenaicos?, podría ser la cuestión.
Si realmente existiese un interés común porque el centro de la ciudad sea un hervidero los fines de semana, como lo es en la mayoría de las ciudades españolas, no estaría mal que los comercios disfrutaran de unas condiciones mucho más ventajosas para plantearse, no ya hacer cosas, sino tan siquiera abrir las puertas. Este verano, en pleno Oslo, pude ver calles llenas de terrazas, mesas, sillas y mobiliario privado de los comercios sin ningún problema. En una ciudad que, en invierno, anochece a las tres de la tarde. ¿Comparamos?