lunes, 29 de agosto de 2011

Escribir con bisturí

La descripción se la leí en Facebook (¡la cantidad de cosas para las que sirven las redes sociales!) a mi amiga Teresa Navarro y, con su permiso, la cito con nombres y apellidos. Ella le atribuía tal habilidad a Arturo Pérez-Reverte, confieso que, hoy por hoy, uno de los tipos que más me invitan a abrir las pastas de un libro
Sin corroborarlo con la autora de la definición, intuyo que escribir con bisturí debe ser algo así como hacerlo con una precisión milimétrica en el uso del lenguaje, en las descripciones, la configuración de los personajes de una novela, la intuición e incluso en la captación de los temas de interés con los que ilustrar cada artículo, cada semana, cada día.
No es fácil para mí decidirlo, pero creo que Pérez-Reverte me convence aún más como novelista que como articulista de opinión. En mis manos caía, hace unos días, un artículo en el que ponía aproximadamente a caer de un burro a nuestro todavía insigne presidente del gobierno, a la par que le recordaba que su atrevimiento no es nuevo, como sí lo es (según él) en el caso de muchos de los correligionarios del singular jefe de gobierno. Él, en cambio, dice llevar llamándole las cosas que le llama en este texto ya algunos años.
Como articulista, Arturo (no me suena bien llamarlo don Arturo, a pesar de su escaño en la Real Academia) es incisivo, lúcido, descarnado, perceptivo, ofensivo, ordenado, preciso y sin complejos. Es una especie de decálogo andante del articulista, impregnado del elixir de la captación de la atención.
Sin embargo, probablemente como novelista añade, a todo eso, una utilización más pausada de los recursos lingüísticos, una elaboración excepcional de las tramas, un dibujo preciso y sereno de los personajes, una riqueza y profundidad narrativa sin par y una capacidad descriptiva como pocas que se han paseado ante estos ojos, cada día más miopes.
Hace unas semanas cerré la tapa de atrás de ‘El Asedio’, prodigio descriptivo y narrativo ambientado en torno a aquellas Cortes de Cádiz que, allá por 1812, se aprestaban a aprobar nuestra primera Constitución, ya sabe usted, ‘La Pepa’, alumbrada el día de San José.
En la saga del Capitán Alatriste y en otras posteriores, el texto fluido, claro, adictivo y corrosivo de Pérez-Reverte ya me había enganchado, pero ha sido esta vez cuando el gruñón ha conseguido incrustarme sus letras bajo la piel, sin remedio hasta el desenlace.
No suelo hacer esto muchas veces y desconozco cómo me pagará el académico tanto derroche de bombo y platillo, pero sinceramente, si tiene la oportunidad, paséese por la Cádiz de principios del XIX, recorra sus calles mientras mira hacia arriba ante el peligro de bombas gabachas, invítese a sus fiestas de aquella alta sociedad ajena por fuera pero no por dentro al drama circundante, déjese conquistar por Lolita Palma, métase en el mundo interior del capitán, sumérjase en los bajos fondos con su ayudante y vayan a tocarle los ‘güevos’ a los franceses con Mojarra y los suyos. Y verá lo que es bueno. Ya me contarás, Teresa.

lunes, 22 de agosto de 2011

Que se mueva el dinero

Mientras las agencias de calificación nos muestran el camino del infierno, los analistas internacionales se ponen ciegos de tila a ver si aguantan el tirón y los gobiernos buscan soluciones como un niño busca el premio en una piñata, sigo observando casi alarmado comportamientos que parecen olvidar que una de las necesidades más perentorias que tenemos es que se mueva el puñetero dinero.
Leí hace unos días en Facebook (por cierto, hay quien se define Facebook como una especie de enemigo de la privacidad: ¿alguien se ha sentido obligado a hacer público en esa red social algo que no quisiera que se supiera públicamente?) a alguien que se quejaba de la Feria y que ironizaba sobre la crisis y la conveniencia de gastar dinero en actividades lúdico-festivas de esta índole.
Ignorará, el sujeto en cuestión, probablemente, que más de un establecimiento almeriense va a medio arreglar su año económico gracias a la alegría con la que los paisanos y visitantes nos llevaremos la mano al bolsillo en los próximos días.
También he escuchado críticas, a otro nivel, pero con menos base que el libro de ética de Mouriño, acerca de la visita del Papa. Se quejan algunos, laicos curiosamente, de que la llegada del Santo Padre suponga no sé qué gastos en la economía española y que el gobierno se haya empleado toda esa pasta en tal fin, en lugar de, no sé, por ejemplo, seguir regalando 400 pavos al mes a quienes se dedican a ver a Belén Esteban en la tele, desde el sillón de ski de sus casas.
No les voy a aburrir con cifras, bueno, en realidad no me las sé de memoria, pero todo ‘quisque’ sabe, ya a estas alturas, que millones de jóvenes llegados de diferentes países han estados en estos días en Madrid y alrededores, durmiendo en alojamientos de más o menos caché, comprando botellas de agua y de ron, gorras y camisetas y hasta toros y flamencas de ésas que se colocan en lo alto de la televisión, comiendo y bebiendo, saliendo de marcha (sin caer en el pecado, eso sí) y tomando el transporte público.
Son gente que han decidido venir a Madrid, a España, y que no lo han hecho ni por el sol, ni por la playa (ya saben, allí no hay playa) ni por las corridas de toros, la sangría o la paella. Lo han hecho porque el Papa ha decidido celebrar las Jornadas Mundiales de la Juventud en la capital de nuestro país, o de lo que queda de él.
No sé ya cómo decirlo, pero el fondo de la cuestión es que me gustaría que los gobiernos emplearan las neuronas que les quedan en promover eventos, negocios, movidas o temas que hagan que se mueva el puñetero dinero, guardándose en los bolsillos las restricciones absurdas y las cuestiones de conciencia.
Ayer mañana, el Papa Benedicto anunciaba que la próxima JMJ será en Río de Janeiro. Veremos si allí hay tanto meapilas que critica la inversión que el estado brasileño habrá de hacer para celebrar un evento que, con total seguridad, multiplicará por varios enteros esa cantidad inicial.

lunes, 15 de agosto de 2011

¿Cuál independencia de la prensa?

El titular no es mío. Lo he robado, ‘mea culpa’, de la revista oficial de la Federación de Asociaciones de la Prensa y el autor intelectual es Santiago Carrillo. Tópicos al margen (como todas las que le hacen, la entrevista empieza enumerando los cigarrillos que consume durante hora y media a sus 96 años), la frase tiene profundidad, o como dirían ‘al alimón’ Federico Trillo y José Bono, ‘manda huevos’.
Cuenta el texto que Carrillo fue periodista y luego político. Es normal que, a cuatro de los cien ‘tacos’, experimente ese impulso irrefrenable de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, que el periodismo y la política de verdad son los que se hacían antes. No es tan normal, aunque sí lógico, que el anciano padre de la democracia dé en la diana con tal atino, cuando recibe ‘a porta gayola’ un tema tan espinoso como éste de lo que le está pasando a la prensa, lo que nos está pasando a los periodistas; un debate que arde por los rincones de las redacciones, los cafés y las estancias virtuales.
Tiende el periodista, me perdonarán (o no) la generalización, a autocalificarse independiente si en su trabajo y en sus informaciones deja traslucir sólo las esclavitudes que dependen exclusivamente de sí mismo, desterrando las de origen empresarial, político, económico o social. En otras palabras, que el periodista independiente es el que tiñe sus informaciones en el balde de sus propias subjetividades, pero permanece virgen ante las presiones de la empresa que es dueña del soporte y de los anunciantes que lo pagan.
El periodista defiende (defendemos) la profesión y el estatus; es normal. Mi duda reside en si la mejor manera de hacerlo es negando que estamos influidos por nuestras subjetividades, que hacen mella en nuestras informaciones; y desmintiendo que nos sometemos a diario y por obligación a los dictámenes de la empresa, su libro de estilo y su cuenta de resultados.
Resulta una obviedad el respeto que cualquier medio de comunicación, como cualquier empresa, presta a sus clientes, en este caso, sus anunciantes, quienes sostienen sus cuentas de resultados y aportan para pagar nóminas y otros gastos. ¿Cree usted que una empresa periodística tratará igual a quien la mantiene publicitariamente y a quien no le aporta un duro? (Por ejemplo, ¿han leído alguna crítica a El Corte Inglés?)
Abundan quienes pregonan que este tipo de esclavitudes publicitarias y políticas de la prensa son un horror, un cataclismo, un sablazo a la ética y a la deontología y, sobre todo, una derivada de los nuevos tiempos; y esos mismos sitúan en el periodista la capacidad y la inspiración para interpretar la realidad, elegir los temas interesantes y elaborar la crítica positiva o negativa que se esconde en cada noticia, al son de sus propios intereses, gustos, subjetividades y tendencias; todo ello, claro está, con una independencia que para qué las prisas.
Sin ánimo de fastidiar, permítame un consejo, amigo: cuando ojee y hojee el diario, cuando escuche la radio y vea la tele, no lo olvide: los medios son empresas y siempre lo han sido (incluso cuando el político Carrillo todavía era periodista); y los periodistas somos sujetos (no objetos) con nuestros propios gustos, tendencias e intereses. Ambas circunstancias influyen en eso que llamamos información. Queda bello y romántico autodenominarse independiente pero, me uno a don Santiago: ¿independiente de qué?

lunes, 8 de agosto de 2011

¡No me toquen los kilómetros!

Vamos a ver si logro explicarme sin ofender a nadie, que no está fácil el tema. Y si me equivoco, ya me van corrigiendo ustedes, si son tan amables.
Pues resulta que estamos ante la mayor crisis financiera, económica, de consumo, de mercados, de confianza, del Lucero del Alba y del Sun Sun Corda; que millones de personas llevan meses, años sin poder trabajar en este país; que cada día se van a la calle otros muchos más; que cada semana se cierran cientos o miles de empresas; que todo nos hace temer que más pronto que tarde un rayo va a caer sobre todos nosotros y nos va a mandar a tomar por el saco, que el cielo se va a caer encima de nuestras cabezas y como temía el gordinflón de Obelix, que estamos metidos en un agujero en el fondo de otro agujero, y en mitad de todo eso, sale un tipo y ve la bombilla encima de su calva, se le ilumina el intelecto, se le enamora el alma, se le enamora, y decide que lo que verdaderamente necesitamos, lo que realmente estamos esperando todos como agua de agosto no es ni más ni menos que el recortar la velocidad máxima en las carreteras secundarias de 100 a 90 kilómetros hora.
Aquí, después de largos ratos de reflexión durante esta semana, de estudiar el problema de pie y boca abajo y de consultar a varios de los más prestigiosos expertos en la psique humana y en la de los mandriles del Congo, concluyo que sólo hay dos opciones: o este tío empina el codo mucho más temprano de lo que es recomendable o yo he terminado de volverme gilipollas del todo. Que será esto último, seguramente.
Recordarán ustedes que este país acaba de salir, como quien dice, de un sensacional espectáculo de carteles de 120 para arriba, carteles de 110 para abajo, y venga fiesta, y arriba y abajo. Y que después de la polémica reducción, hemos vuelto al lugar original, por supuesto, después de un abrumador éxito sin precedentes de la medida en cuestión.
Pues bien, el Einstein del tráfico rodado ha vuelto a la carga. El Zorro de las carreteras, el justiciero del asfalto acaba de tener otro alumbramiento. Sí, ya sé que el hecho de que haya crisis económica no es motivo para que no se adopten otras medidas referidas a otros problemas. Pero, de verdad, ¿necesitamos cambiar la velocidad máxima de las carreteras secundarias? ¿Es una necesidad estructural básica en éste o en cualquier otro momento? ¿Saldrá el sol por Antequera o por Medina del Campo si no se adopta esta decisión con carácter de urgencia?
No quisiera uno ser mal pensado, pero no sé por qué se me ha venido a la cabeza la absurda y malintencionada idea de que quizás tenga algo que ver con esto el hecho de que a la legislatura le queda medio ‘pelao’ y que puede empezar a haber gente que necesite argumentos para pasar a la posteridad.
Ahora, bien, si así fuera, si de lo que se trata es de buscar una buena lápida política y de gestión, al tiempo que culminar la mejora del tráfico y la disminución de las muertes en carretera, ¿qué tal mejorar la formación en las autoescuelas, endurecer los exámenes de conducir, someter a los conductores a controles periódicos de vista y de habilidades, cuidar del estado de las carreteras y eliminar a los que hacen de la temeridad un estilo de conducción? Digo, por dar alguna idea. Mientras tanto, ¡vamos a ver si dejamos de tocarnos los kilómetros!

lunes, 1 de agosto de 2011

Si disparan por fuera y te matan por dentro

Lo dice Rosana, esa profunda y desgarrada poetisa del día a día, en una de sus obras de arte: “Sólo pueden contigo, si disparan por fuera y te matan por dentro”. El otro día, un amigo me contaba una historia realmente petrificante, sobre cómo la crisis, la falta de recursos y los problemas económicos de todo tipo están carcomiendo lo poco que nos quedaba de un devaluado y putrefacto sistema de valores.
La suya era una anécdota con cierta gracia, aunque con un trasfondo trágico, de cómo las relaciones interpersonales, incluyendo las empresariales, están barnizándose de un estilo ‘selva virgen’ en el que vale todo, es válida cualquier práctica con tal de conseguir sacar la cabeza del agua.
Hace ya algunas primaveras que uno de los tipos que más me ha enseñado de la vida me dio una lección: “tienes que aprender a ignorar los comentarios de los demás; si no te volverás loco”. Cada día recuerdo aquellas palabras, de un estandarte que ya no está entre nosotros.
No creo que haya nadie al que de verdad le importe un pimiento todo lo que se diga de él. Ni el mismísimo Mouriño; aunque es cierto que opinar de todos, criticar despiadadamente al vecino, ensuciar la imagen del otro para intentar sacar mayor brillo a la propia y, en definitiva, disparar primero y preguntar después al cadáver, se han convertido en deporte nacional.
Son malos tiempos para el amor propio, porque el ajeno se ha convertido en rara avis. Hay que ser muy fuerte para no rendirse a la presión y por ello no es malo buscar en la sensibilidad de quienes la tienen, la respuesta a tanta batalla. En el mismo ‘cuadro’, Rosana añade aquello de que “sólo pueden contigo, si te acabas rindiendo”.
Nadie dijo que sería fácil, pero para quienes siguen creyendo en el trabajo, en la constancia, en el día a día, el espíritu incansable y el aliento, cada día nos ofrece millones de razones para disfrutar y para vivirlo intensamente, para dejar rastro en este mundo en el que, en un par de décadas todos calvos; para colocar nuestra impronta y para sacarle una sonrisa al de enfrente, que se refleje en el espejo de nuestra cara, que es el alma.
“Ladran, luego cabalgamos”, escribió con pluma de ave otro poeta de la prosa. Siglos después, nuestra poetisa de hoy lo ha traducido al lenguaje actual. Que disparen por fuera, que ladren y enloden el paso; sigamos caminando, cabalguemos con paso firme, mostremos nuestra exultante salud por dentro, libres de los disparos externos y con la intacta fe en que nuestra senda nos llevará al final.
Olvidaba que en la música está la verdad. Y la vida.