Soy gitano, Y en Navidad, más. Soy tan gitano como negro; tan gitano como ‘moro’, como ‘sudaca’; tan gitano como cualquiera que se siente discriminado por usted y por otros como usted, por la simple (entiéndase simple en el más ofensivo sentido de la palabra) razón de que tiene una raza diferente a la de la mayoría en un lugar concreto, o porque ha nacido en un lugar distinto al que habita, o por cualquier otra soplapollez con la que los seres humanos justificamos el portazo en las narices de un semejante; o mejor dicho, de un igual.
Hace tiempo que quería escribir este artículo pero, sobre todo, quería escribirlo desde que a un tipo realmente rocambolesco, el señor Zarkozy, que gobierna los destinos de los franceses mezclando decisiones acertadas con otras que, más que desacertadas, son disparatadas, se le ocurrió la brillante idea de expulsar a los gitanos rumanos de su país.
Su ocurrencia no fue echar a los rumanos, ni a los extranjeros, lo cual, siendo una imbecilidad, hubiera podido ser sostenido con cierta aspiración racional, por aquello de no ser ciudadanos nacidos en tal o cual sitio. Pero no. Incluyó en su acción ofensiva y discriminatoria la cuestión de raza, como si en algún libro hubiera leído, el tío, que la raza que él y yo compartíamos hasta que, a raíz de su medida, decidí ‘hacerme gitano’, tiene algún tipo de superioridad sobre la que ahora he adoptado.
Y por eso soy gitano. ¿Qué le parece a usted absurdo? No lo dudo, oiga. Pero lo es mucho menos que esa manía predispositoria hacia lo diferente; esa idea preconcebida de que los de otro color, otra raza, otra condición social o, en general, los diferentes, son los malos.
Ahora, gracias al ‘lumbrera’ galo, soy gitano. Pero cualquier día podría decidir ser negro, como mi amigo Mauro, al que le compro los relojes que imitan marcas prestigiosas para que un día de éstos pueda volver a Nigeria, cerca de Dakar, para ver a la mujer y a los hijos a los que dejó, buscando la fortuna en un país en el que la mayoría siguen mirando el color de su piel.
O ‘moro’, por qué no. ¡Qué bonita palabra, ‘moro’! Podría ser moro, como mi amiga Fátima y su familia, que cada día me dan un ejemplo de profesionalidad en lo que hacen (precisamente no trabajan en un banco ni en la Bolsa, ya se lo advierto), cumpliendo con pulcritud y responsabilidad la labor por la que me cobran unos miserables eurillos, esperando que su fortuna cambie y puedan dar a sus hijos y sobrinos la vida que no pudieron encontrar en Marruecos.
O ‘moro’, también, como mi amigo Mohamed, un ‘monstruo’ del básket que además regenta una tienda deliciosa en la falta de la Alcazaba, haciendo una demostración de lo que supone ‘regenerar nuestro casco histórico’, al tiempo que regala a cuantos se encuentra una magnífica sonrisa que muchos de los ‘dueños del terreno’ no somos capaces de sacar a la calle ni en nuestros mejores días.
O ‘sudaca’, también bello vocablo. Quizás un día de éstos ‘me haga sudaca’, o judío, o chino. Porque todos ellos me enseñan, cada día, dónde está lo importante de los seres que comparten conmigo esta tierra que algún mentiroso me dijo un día que era mía. Para mí, un ‘gitano’ hoy, no sé qué mañana, esta tierra es suya y de sus hijos. A disfrutarla.
Hace tiempo que quería escribir este artículo pero, sobre todo, quería escribirlo desde que a un tipo realmente rocambolesco, el señor Zarkozy, que gobierna los destinos de los franceses mezclando decisiones acertadas con otras que, más que desacertadas, son disparatadas, se le ocurrió la brillante idea de expulsar a los gitanos rumanos de su país.
Su ocurrencia no fue echar a los rumanos, ni a los extranjeros, lo cual, siendo una imbecilidad, hubiera podido ser sostenido con cierta aspiración racional, por aquello de no ser ciudadanos nacidos en tal o cual sitio. Pero no. Incluyó en su acción ofensiva y discriminatoria la cuestión de raza, como si en algún libro hubiera leído, el tío, que la raza que él y yo compartíamos hasta que, a raíz de su medida, decidí ‘hacerme gitano’, tiene algún tipo de superioridad sobre la que ahora he adoptado.
Y por eso soy gitano. ¿Qué le parece a usted absurdo? No lo dudo, oiga. Pero lo es mucho menos que esa manía predispositoria hacia lo diferente; esa idea preconcebida de que los de otro color, otra raza, otra condición social o, en general, los diferentes, son los malos.
Ahora, gracias al ‘lumbrera’ galo, soy gitano. Pero cualquier día podría decidir ser negro, como mi amigo Mauro, al que le compro los relojes que imitan marcas prestigiosas para que un día de éstos pueda volver a Nigeria, cerca de Dakar, para ver a la mujer y a los hijos a los que dejó, buscando la fortuna en un país en el que la mayoría siguen mirando el color de su piel.
O ‘moro’, por qué no. ¡Qué bonita palabra, ‘moro’! Podría ser moro, como mi amiga Fátima y su familia, que cada día me dan un ejemplo de profesionalidad en lo que hacen (precisamente no trabajan en un banco ni en la Bolsa, ya se lo advierto), cumpliendo con pulcritud y responsabilidad la labor por la que me cobran unos miserables eurillos, esperando que su fortuna cambie y puedan dar a sus hijos y sobrinos la vida que no pudieron encontrar en Marruecos.
O ‘moro’, también, como mi amigo Mohamed, un ‘monstruo’ del básket que además regenta una tienda deliciosa en la falta de la Alcazaba, haciendo una demostración de lo que supone ‘regenerar nuestro casco histórico’, al tiempo que regala a cuantos se encuentra una magnífica sonrisa que muchos de los ‘dueños del terreno’ no somos capaces de sacar a la calle ni en nuestros mejores días.
O ‘sudaca’, también bello vocablo. Quizás un día de éstos ‘me haga sudaca’, o judío, o chino. Porque todos ellos me enseñan, cada día, dónde está lo importante de los seres que comparten conmigo esta tierra que algún mentiroso me dijo un día que era mía. Para mí, un ‘gitano’ hoy, no sé qué mañana, esta tierra es suya y de sus hijos. A disfrutarla.