viernes, 28 de diciembre de 2012


Monstruos e Inocentes; teoría y práctica

No es fácil escribir sobre esto en un día como hoy. Hoy es el día de los Inocentes, que en la tradición cristiana conmemora el asesinato de los niños de Judea ordenado por el rey Herodes, como medida masiva contra la posible llegada de un mesías redentor del pueblo judío. Algo más de 2.000 años después, se siguen asesinando niños (decir niños inocentes sería una redundancia de la que me privaré) por motivos que nunca existen, por razones que nunca se entienden, por pretextos que siempre se escapan.
Esta mañana hemos conocido la noticia que podíamos intuir: Miriam, la niña de 16 meses que faltaba del lado de su madre desde hacía una semana, ha aparecido muerta. El tipo (lo vamos a intentar llamar así a lo largo del artículo, para no llamarlo de otra manera) que la ha matado, un paisano nuestro, está a disposición judicial y ahora, como siempre, surge la duda: ¿qué hacer con él? ¿Cómo administrar justicia cuando existe una familia que ya nunca la tendrá? ¿Cómo encauzar el irreparable daño que ha causado y la terrible injusticia de que él siga entre nosotros y una niña, con toda la vida por delante, no pueda ya disfrutarla? ¿Cómo explicar a una familia rota el hecho de que el causante de su ya eterna desgracia vaya a poder seguir respirando cada día e incluso pueda llegar a ser feliz?
Como suelo decir en éste y en otros casos, yo creo en el sistema. No es fácil no desdecirse en este tipo de momentos. No es fácil agarrarse para no dejarse llevar por lo primero que a uno le pide el cuerpo. Este tipo tiene sus derechos y precisamente lo que nos diferencia a él y a los demás es que nosotros queremos respetarlos; aunque nos cueste. Que nos cuesta.
Nunca he creído y sigo sin creer en la pena de muerte. Y no porque no piense que gente así no estaría mucho mejor muerta que viva, sino porque ni siquiera en su caso creo que nadie tenga derecho a decidir sobre la vida de los demás, como él ha decidido sobre la de Miriam.
Y ni siquiera creo en la cadena perpetua, porque a pesar de que hechos como éstos desaten en mí una lucha interna en absoluto leve, sigo pensando que el sistema está obligado a intentar regenerar hasta a los más perversos monstruos que se le han colado por sus propias rendijas.
Un sistema que, a pesar de que creo en él, no deja de ser más que mejorable. Por ejemplo, porque si su obligación es regenerar las conductas inadecuadas, no parece muy lógico que haya quienes entren y salgan de la cárcel con la misma ligereza y costumbre como el que lo hace de su propia casa. Para que el sistema se parezca en algo a los principios que lo sustentan, la entrada en prisión debe ser difícil y tras hechos concienzudamente probados; pero la salida no lo ha de ser menos. El sistema no puede permitirse tener en la calle a individuos con sospechas de no haber enmendado los comportamientos que los situaron ‘a la sombra’. Acaso la clave esté en cambiar el concepto ‘condena’ o ‘castigo’ por el de ‘regeneración’ o ‘aprendizaje’. Acaso de esta manera pudieran evitarse los vergonzosos espectáculos de quienes entran en la cárcel con absoluta despreocupación y salen de ella con la recortada en el bolsillo y diseñando su próximo plan delictivo.
El caso es que el tipo me merece hoy todos los desprecios del mundo, toda la aversión, toda la incomprensión y, por qué no, todo el odio a quien se ha demostrado un ser sin corazón, sin cerebro y sin sentimientos. Pero no por él, sino por nosotros, también me parece un ser al que la sociedad está obligada a intentar regenerar, si es que ello fuera posible, que yo, por supuesto, tengo mis dudas.
Hasta aquí la teoría. Una teoría sobria, probablemente fría, alejada de apasionamientos en la medida de las posibilidades que una situación así lo permite. En la práctica, agradezco no cruzarme con este tipo por la calle en estos días, porque estoy dispuesto a apostar ni un céntimo por mi reacción. Y la providencia no quiera que me encuentre nunca en la tesitura de sufrir una catástrofe, una tropelía, un asqueroso crimen como éste cerca de mí. Estoy convencido de que, de ser así, yo mismo me ciscaría en toda la teoría y esperaría lo necesario para devolver al tipo en cuestión todo el sufrimiento que ha causado.
Es la diferencia entre la teoría y la práctica. 

domingo, 2 de diciembre de 2012


Discapacidad



El pasado viernes, mis amigos de la FAAM me otorgaron un galardón en reconocimiento a determinados trabajos que ellos entienden que han ido en beneficio de la integración de las personas con discapacidad. Como dije en el momento de recibirlo, lo primero es, lógicamente, agradecerlo.
Pero agradecer no sólo el premio, sino el aprendizaje, el enriquecimiento y las vivencias que he experimentado cada vez que me he aproximado al mundo de la discapacidad. Cuando compartí piscina con Carlitos Tejada, un ejemplo de superación y de alegría de vivir; cuando he podido trabajar sobre la historia de David García Del Valle, imagen del tesón y del trabajo en pos de un objetivo; cuando he compartido vecindad con los chicos de El Saliente, que me descubrieron lo que es la vida en sí; las experiencias con Willy Márquez, que me ha enseñado lo que de verdad es mi deporte; y con mi amigo Antonio Sánchez de Amo, un torrente de energía y vitalidad con disfraz de templanza y razonamiento; y ahora, que he conocido a esa bellísima persona que se llama María Jesús, adalid de lo que debe ser un gestor, un organizador, un ‘ordenador’ con toda las ganas de vivir cada momento de esta ‘maravillosa vida’, como ella misma dice.
Adjudicar a cualquiera de ellos el calificativo de ‘personas con discapacidad’ no deja de ser una ironía. ¿Discapacidad de qué? Pues depende. También dije, el viernes, que todos somos discapacitados y que tan sólo depende de en qué ámbito, en qué hábitat nos ‘suelten’.
Uno es duro de mollera y le cuesta aprender. Esto de la relatividad de la discapacidad lo aprendí este mismo año, el día que me tiré a la piscina con Tejada. Cuando el loco genial Sánchez de Amo me lo propuso, me reí: yo ya sabía que en la piscina, el torpe iba a ser yo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que su discapacidad intelectual, aderezada con horas de entrenamiento en la piscina, fuera suficiente para que un discapacitado natatorio como yo le plantara cara.
Sin embargo fue ese día cuando comprendí la amplitud del término discapacidad y llegué a esta conclusión de la universalidad de la discapacidad y su relatividad en cuanto a ámbitos, hábitat y tareas. Tras aquella experiencia, ¿quién aportó más a quién? ¿Quién debe estar agradecido? ¿A quién habría que dar el premio?
Lo que está claro es que el galardón recibido es una evidencia del trabajo que queda por hacer, ya que mi pobre aportación a la causa ha servido para que gentes muy grandes, personas que merecen galardones y reconocimientos a diario, se acuerden de uno por tan poco.
Decía yo el viernes que si mi escaso mérito ha recibido tan grande premio, debe haber mucha gente que no está aportando nada. Y eso sí me preocupa. Me preocupa porque queda mucho por hacer y porque yo, y probablemente usted que está ahí leyendo, hacemos muy poco en una causa tan necesaria como la de procurar que estas personas a las que tan inconscientemente adjudicamos el apelativo de ‘con discapacidad’ tengan una vida normalizada y, sobre todo, en la que reine el concepto básico de la justicia y la vida: el de la igualdad de oportunidades.
No sé cómo voy a pagar esto, pero es evidente que, desde el viernes y desde antes del viernes, estoy en deuda con vosotros, amigos. Es obvio que os la debo. Y sólo espero tener la fuerza suficiente y la capacidad de dejar a un lado ese afán por las cosas pequeñas, para poder devolverla aunque sólo sea en una parte.
Llevo muchos años repitiendo que ‘lo urgente nunca debe sustituir a lo importante’. Y no hay manera, oyes, que me cuesta enterarme de qué es lo verdaderamente importante. 

domingo, 18 de noviembre de 2012


El rojo y el facha

Imagen sacada de www.nirojonifacha.260mb.com, con el consiguiente agradecimiento al autor. 

Casi tres cuartos de siglo después, no hemos aprendido nada. Seguimos siendo blancos o negros, moros o cristianos, payos o gitanos, explotados o explotadores, fachas o rojos. Un vistazo a la retórica de los años 30 del pasado siglo, nos devuelve inmediatamente al hoy por hoy. El resentimiento, el odio, el enfrentamiento y la incapacidad para descubrir puntos en común se han asentado en los pilares básicos de la sociedad, en un país que se ha desangrado una y mil veces, como si necesitara oler a glóbulos rojos de forma periódica para saciar su sed de existencia.
El profundo pensamiento de “todos tenemos más ideas en común que las que nos separan” se quedó helado en la transición y, desde entonces, no ha hecho sino perder vigencia, actualidad e implantación.
Aquellas gentes del 34 y del 36  no tenían ni puta idea de lo que se les venía encima. Cuando empuñaban sus armas, cuando destrozaban todo lo que hallaban a su paso en las manifestaciones, cuando se enfrentaban en plena calle a los ‘contrarios’, no podían ni imaginarse que sólo tres años de bárbara lucha entre hermanos aplacaría sus hambres de venganza, templaría sus deseos de construir una sociedad a su propia imagen y semejanza y calmaría sus deseos de exterminar a todo el que pensara mínimamente diferente a ellos.
En aquella España sangrienta de los 30, las revoluciones se sucedían una tras otras, una dentro de otra, en un frenético y demoníaco encabalgamiento de pasiones e irreflexiones. Nadie toleraba la diferencia y todos parecían verse capaces de imponer la suya, su verdad, con sólo tener un arma en la mano. En aquella España del disparo fácil, unos eran fachas y otros rojos. No había para más.
No han cambiado mucho las cosas, no. O al menos, si lo habían hecho, ahora parecen volver a parecerse a aquellas. El raciocinio ha sido sustituido por la pasión y un simple recorrido por las redes sociales, vía de escape para muchas de esas pasiones, pero visto lo visto esta semana, no de todas, nos revela que el más nimio detalle se salda a la primera de cambio con el calificativo.
Si alguien no cree en la huelga general es un fascista; si cree en ella, un anarquista; si no se defiende la violencia en la calle, un represor; si se ataca al empresario, un rojo; si se cree en la libertad sexual, un maricón; si se habla de autodeterminación, un separatista o, a las malas, un hijoputa (sí, lo he leído con estos ojos); si se está a favor de la reforma laboral, un facha; si se está en contra, un libertario; si se es sindicalista, un vago (no estoy lejos del mea culpa); si se es político, un sinvergüenza o un ladrón; si se defiende al inmigrante, un anti-español; si se le ataca, un xenófobo; si se está en contra de la violencia, un manso; si se defiende al gobierno, un apesebrado.
Dan igual los argumentos y, sobre todo, da igual lo que se piensa en algún otro ámbito de la vida. Cualquier tema basta para que la mayoría se hagan una idea inequívoca e inamovible de cada uno. Posiblemente la ideología, ese otro ‘opino del pueblo’ (como la religión) tenga mucho que ver y sea el responsable último del adoctrinamiento de todos, incluyendo a aquellos que se ven con patente de corso para calificar al diferente tras su primera divergencia.
Se creen, muchos, muy libres, cuando no son más que esclavos de su propia ideología, que apenas les deja el margen de una losa para poder expresarse con libertad. Y todo aquello que se salga de los pilares básicos y filosóficos de su ideología empiezan a resultarles no ya raro, sino ofensivo. Son esclavos, algunos de ellos disfrazados de hombres libres, y su opresión les impide debatir, entender, discrepar y dialogar con el que piensa diferente. 
Así no es extraño que más de uno seamos rojo y facha en la misma semana, separatista y maricón, vago y explotador, manso y libertario al mismo tiempo. Porque sí. Por todo. Porque no hemos aprendido nada. Porque estamos a un paso de empuñar el arma, cuando no lo hemos hecho ya. Porque enfrente no vemos más que diferencias en lugar de coincidencias. Y porque hemos llegado a un punto en que ya todo nos da igual y tan sólo guardamos rencor y odio, que son los mejores anestésicos de la razón, de la cordura y de la convivencia. 

Soy gitano


PORQUE ME APETECE Y PORQUE VIENE A CUENTO, VOY A HACER ALGO QUE NO HABÍA HECHO NUNCA EN ESTE BLOG: REPETIR UN ARTÍCULO, EN CONCRETO ÉSTE QUE COLGUÉ EN 2010 CON ESTE TÍTULO: http://vjhernandezbru.blogspot.com/2010/12/soy-gitano.html).
Soy gitano, Y en Navidad, más. Soy tan gitano como negro; tan gitano como ‘moro’, como ‘sudaca’; tan gitano como cualquiera que se siente discriminado por usted y por otros como usted, por la simple (entiéndase simple en el más ofensivo sentido de la palabra) razón de que tiene una raza diferente a la de la mayoría en un lugar concreto, o porque ha nacido en un lugar distinto al que habita, o por cualquier otra soplapollez con la que los seres humanos justificamos el portazo en las narices de un semejante; o mejor dicho, de un igual.
Hace tiempo que quería escribir este artículo pero, sobre todo, quería escribirlo desde que a un tipo realmente rocambolesco, el señor Zarkozy, que gobierna los destinos de los franceses mezclando decisiones acertadas con otras que, más que desacertadas, son disparatadas, se le ocurrió la brillante idea de expulsar a los gitanos rumanos de su país.
Su ocurrencia no fue echar a los rumanos, ni a los extranjeros, lo cual, siendo una imbecilidad, hubiera podido ser sostenido con cierta aspiración racional, por aquello de no ser ciudadanos nacidos en tal o cual sitio. Pero no. Incluyó en su acción ofensiva y discriminatoria la cuestión de raza, como si en algún libro hubiera leído, el tío, que la raza que él y yo compartíamos hasta que, a raíz de su medida, decidí ‘hacerme gitano’, tiene algún tipo de superioridad sobre la que ahora he adoptado.
Y por eso soy gitano. ¿Qué le parece a usted absurdo? No lo dudo, oiga. Pero lo es mucho menos que esa manía predispositoria hacia lo diferente; esa idea preconcebida de que los de otro color, otra raza, otra condición social o, en general, los diferentes, son los malos.
Ahora, gracias al ‘lumbrera’ galo, soy gitano. Pero cualquier día podría decidir ser negro, como mi amigo Mauro, al que le compro los relojes que imitan marcas prestigiosas para que un día de éstos pueda volver a Nigeria, cerca de Dakar, para ver a la mujer y a los hijos a los que dejó, buscando la fortuna en un país en el que la mayoría siguen mirando el color de su piel.
O ‘moro’, por qué no. ¡Qué bonita palabra, ‘moro’! Podría ser moro, como mi amiga Fátima y su familia, que cada día me dan un ejemplo de profesionalidad en lo que hacen (precisamente no trabajan en un banco ni en la Bolsa, ya se lo advierto), cumpliendo con pulcritud y responsabilidad la labor por la que me cobran unos miserables eurillos, esperando que su fortuna cambie y puedan dar a sus hijos y sobrinos la vida que no pudieron encontrar en Marruecos.
O ‘moro’, también, como mi amigo Mohamed, un ‘monstruo’ del básket que además regenta una tienda deliciosa en la falta de la Alcazaba, haciendo una demostración de lo que supone ‘regenerar nuestro casco histórico’, al tiempo que regala a cuantos se encuentra una magnífica sonrisa que muchos de los ‘dueños del terreno’ no somos capaces de sacar a la calle ni en nuestros mejores días.
O ‘sudaca’, también bello vocablo. Quizás un día de éstos ‘me haga sudaca’, o judío, o chino. Porque todos ellos me enseñan, cada día, dónde está lo importante de los seres que comparten conmigo esta tierra que algún mentiroso me dijo un día que era mía. Para mí, un ‘gitano’ hoy, no sé qué mañana, esta tierra es suya y de sus hijos. A disfrutarla.

domingo, 11 de noviembre de 2012


¿Qué es ser periodista?



Recuerdo que, hace más de quince años, cuando regresé a Almería tras terminar la carrera de Periodismo, con la juventud exultante de los 22 años y las prisas y el impulso propios de esa edad, abanderé la causa del ordenamiento de mi recién estrenada profesión. Quería estructurar lo que llevaba siglos desestructurado y me dejaba llevar por comparaciones con otras profesiones liberales, con insana envidia de aquellas (abogados, ingenieros, médicos, arquitectos, etc) que sabían responder con contundencia y prontitud a la pregunta clave que provocaba el desorden de nuestro querido periodismo; aquello de ¿quién es periodista y quién no?
Pasados todos estos años, sigo sin tener la respuesta ni la solución al problema, pero sí he podido descubrir a muchos magníficos profesionales del periodismo, que llevan ejerciéndolo con responsabilidad y eficacia desde mucho antes de que yo me planteara su ejercicio. Son, lo diga quien lo diga, buenos periodistas en cuyos despachos no luce ningún título.
Ello no significa, en absoluto, que el problema esté resuelto ni que yo haya dejado de abogar por ordenar este corral de la Pacheca que es, hoy día en nuestro país, la profesión periodística. Sigo pensando que, para otorgar derechos (y obligaciones, que los periodistas somos muy de olvidarnos de nuestras obligaciones) a un colectivo, es fundamental dar forma a ese colectivo, delimitar quién lo compone y cuáles son los requisitos para formar parte de él.
La acreditación del conocimiento por medio de la Universidad y de las pruebas que caracterizan a ésta no parece mal remedio, pero no nos llega para solucionar el qué hacer con profesionales que ya lo eran antes de implantar tal solución y a los que ahora no se puede retirar su condición, ni en justicia ni atendiendo a la realidad de sus conocimientos, tan amplios o más que los del mejor de los titulados.
Durante estos años, mi pasión por el ordenamiento ha ido perdiendo fuelle, lo reconozco. En algún momento, en algún foro, he abogado, con poco convencimiento y pasión, por una solución intermedia que limitase el ejercicio de la profesión a quienes hayan acreditado su preparación mediante la obtención de un título universitario, pero creando una vía de acceso a los periodistas en ejercicio y sin título, sin obligarles a cursar cuatro o cinco años de carrera.
Una especie de vía de acceso y un canal de demostración del conocimiento, con un plazo específico y justo de incorporación, transcurrido el cual, todos los aspirantes a periodistas vieran circunscrito su camino a la senda universitaria.
Sin embargo, lo que yo diga o deje de decir poco valor tiene. La profesión, indefinida y abstracta como sigue estando, ha visto proliferar dentro y a su alrededor una serie de instituciones, asociaciones, colegios y demás, que poco han avanzado en este camino y poco han ayudado a responder a la pregunta clave que da título a estas humildes líneas. No sé a qué se han dedicado sus  dirigentes durante este tiempo (tómese esta frase tal cual y ausente de cualquier tipo de ironía, acusación o reivindicación; en realidad no lo sé), pero está claro que ni ellos ni el resto de los profesionales, acaso demasiado ocupados en lo urgente como para prestar atención a lo importante, hemos conseguido la respuesta.
En nuestro descargo cabe decir que la respuesta no es sencilla, puesto que aunque lográramos definir y concretar el acceso de profesionales a la profesión, es decir, aunque consiguiéramos definir qué es ser periodista, antes habríamos tenido que definir qué es periodismo, cosa que tampoco me parece fácil. En los medios de comunicación hay multitud de actividades cuya pertenencia a la profesión no termino de tener clara. Soy consciente de que el contable de un periódico no es periodista, como tampoco lo es el portero, el que arregla los ordenadores o el que limpia. Sin embargo, no acabo estar seguro de si quien presenta un programa de entrevistas en radio es un periodista o un actor; o si lo es quien da paso a los discos dedicados en una emisora musical, quien presenta un programa de reportajes o incluso quien lo hace en un informativo. Todos ellos tienen en común la obligación, entre otras, de cuidar del lenguaje y comportarse con respeto a unas ciertas reglas informativas pero, ¿es necesario que sean periodistas? ¿Basta con que los periodistas redacten las noticias y que luego las presenten gentes altas, fuertes, con buena voz y dicción y bien parecidas?
Al escribir estas líneas, de repente me he dado cuenta de que las preguntas son las mismas que traje yo de vuelta a Almería tras cuatro intensos años en Madrid, las mismas que nos hacíamos en las aulas de la vetusta y gris Facultad de la Complutense, las mismas que gritábamos sentados en el asfalto cuando espetábamos que ‘Carmen Sevilla, no es periodista’ (¡qué culpa tendría la pobre Carmen!). Han pasado los años y sigue siendo complicado definir los derechos de un colectivo, cuando antes no se ha definido al propio colectivo. Sinceramente, los periodistas hemos de reconocer que no hemos hecho mucho por la causa. Quizás en los próximos quince años. 

sábado, 3 de noviembre de 2012


Anti Halloween y anti todo


Está de moda el anti. O más que de moda, quizás lo que ocurre es que hay poca capacidad, poca profundidad para crear y hay que conformarse con atacar, con destruir lo que otros hacen. Aunque, pensándolo bien, la raíz del asunto esté, más bien, en la incapacidad para aceptar que hay otros mundos, otros gustos, otros intereses, otras formas de ver y de hacer la vida.
Nos molesta lo diferente, lo impropio, lo llamativo, lo que resalta. Y esa libertad a la hora de descalificar que se nos ha impuesto por encima de todo nos inviste de una supuesta autoridad para ridiculizar todo aquello que no concuerda exactamente con nuestros postulados morales, éticos, estéticos o ideológicos.
Es como una supuesta modernización de aquellas viejas de los visillos, que contaban las horas y los minutos para reunirse con sus comadres y aprovechar la reunión para pelar a todo aquel que no estuviera presente, ya fuera por sus comportamientos, por sus apariencias o por sus formas de expresarse y relacionarse.
Ahora somos anti-Halloween. ¿Por qué? Por variadas razones. Unos porque es un invento americano, que no es español vamos. Da igual que más del 90% de los utensilios, herramientas, instrumentos, inventos, costumbres, fiestas y tendencias que utilizamos o mantenemos tampoco lo sean. El caso es ser anti.
Para otros, la razón es que es una horterada, que se disfraza uno de muerto, que los niños piden caramelos o que se tiran petardos. Razones, todas, que no importan a los mismos seres humanos para idolatrar o, al menos, respetar, otras fiestas patrias como el Carnaval, las Fallas, los Sanfermines o la Tomatina de Buñol, todas ellas mucho más lógicas, elegantes y estéticas, adónde va a parar.
En Almería, mi casa, mi tierra, acabamos de celebrar Halloween con un invento del Ayuntamiento que se ha denominado ‘La noche en negro’. El evento en sí ha supuesto que miles, pero muchos miles de almerienses salgan de sus casas, paseen, se tomen cañas con tapa, compren ropa, libros y discos, se asusten con los que iban disfrazados de muerte o de famosos del corazón, le compren un globo o un regaliz al niño e incluso alguno ha habido que se ha atrevido a tomarse un combinado etílico.
Conozco algún caso de establecimientos que, esa noche, han multiplicado por diez su caja habitual. Y mire que le diga, con la que está cayendo, con el paro pisándonos los talones, con las colas en los comedores sociales, con las nóminas más congeladas que la imaginación de la mayoría, las pagas extras embutidas en un traje de pino para celebrar el Día de Todos los Santos y una retahíla de empresas preparadas para representar el Santo Entierro cuando llegue la Semana Santa, todo lo que sea mover a la gente y al dinero, hacer que se gaste, que se invierta, que los negocios hagan caja y puedan pagar a sus acreedores y trabajadores, a mí me parece una bendición del cielo. Vaya la gente disfrazada o en pelotas. 

sábado, 20 de octubre de 2012


España, Cataluña, nación y estado



Era de esperar. Tras décadas de augusta democracia y ‘vale todo’ en los colegios, en las tertulias, en las películas y en los periódicos, la peña se lo ha creído. Todos somos responsables. La historia, esa fuente inagotable de cultura, se ha ido a tomar por el saco. Ya no sirve. Cada  uno tiene la suya. Y la cultura es un juguete en manos de quien lo quiera hacer actuar. Como la prensa, como la literatura, como la política y como eso que seguramente alguna vez existió, aquello del servicio público, que ahora, como mucho, sería púbico.
Conste que soy un ferviente creyente en la democracia, en esta democracia y el sistema de libertades que nos dimos en el 78, precisa y mayormente porque nos permite cambiarlo. Que es un lo bueno de un sistema democrático. Es lo democrático. Ahora bien, creo igualmente que el sistema es un convencionalismo, un acuerdo, un pacto para poder funcionar, en el que, como en todos los pactos, cada uno cede un trocito de sus aspiraciones.
Sin embargo, con el paso del tiempo, en lugar de cederle parte de ellas al prójimo para que él también se sienta como en casa en este pacto, hemos ido cediéndoselas a la incultura, al sinsentido, a las invenciones interesadas y a este cachondeo nacional que nos hemos montado, cuya piedra angular es la confusión, muchas veces interesada pero en la mayoría de ellas espontánea y congénita, entre nación y estado.
He escrito ya demasiadas veces sobre las diferencias entre ambos términos, sobre la índole cultural, histórica, social, trascendente, permanente y tradicional del término nación y el cariz político, artificial, temporal y administrativa del estado. Pero hay manera, oiga. No hay manera. Y no la hay porque a los más es difícil educarlos y a los menos imposible convencerlos. Porque hay una gran masa que prefiere seguir ciegamente las consignas doctrinales de sus cabecillas y porque éstos están convencidos de que manejando y engañando vilmente a las masas llegarán a su objetivo. Y puede que lleven razón.
El caso es que, llegado a este punto, por un lado tenemos a los que piensan que España es una, grande y libre. Sí señor, que no es coña, que le duelen a uno las pupilas de leerlo en el ‘feisbuk’. Gente que habla de España como si en esta santa tierra no hubiera existido otra cosa, como si ello no fuera una creación matrimonial, política y de conveniencia ideada en el siglo XV. Gentes que ignoran (o no, que es peor) que Aragón, Cataluña y el catalán, Navarra o Galicia y el gallego existían mucho antes. Gentes que miran para otro lado cuando se les dice que el catalán es un idioma, una lengua romance que nació incluso un poco antes que el castellano, y que es un patrimonio de lo que hoy es Cataluña y de otros territorios circundantes, desde hace muchos siglos.
Enfrente, tenemos a quienes, instalados en la misma confusión, creen que la solución para que ‘lo catalán’ o ‘lo vasco’ se tengan en consideración, se potencien como fuente de cultura que son y no corran el riesgo de ser víctimas de una barbaridad como la que los Borbones hicieron hace camino de tres siglos con el resto de culturas francesas para imponer la de la llamada ‘Isla de Francia’ (París y sus alrededores), repito, que la solución es convertir a su nación, que la tienen y nadie se la podrá quitar jamás, en un estado. En un país independiente políticamente.
El otro día, un tipo que trabaja con los pies le dio una gran lección a todos estos manipuladores que se supone que deberían trabajar con la cabeza. El futbolista Andrés Iniesta dijo públicamente que se siente catalán y español. El tipo es de Fuentealbilla, un pueblecito de Albacete, como sabrán todos ustedes, provincia instalada ‘en pleno Pirineo catalán’. El tipo no hizo más que tirar de sentido común y recordar a la gente algo tan obvio como que el sol sale por Levante: que uno puede ser y sentirse de su pueblo, y al mismo tiempo de su provincia, de su región, de su país y de su continente si hace falta. Que lo único que necesita es buscar razones que lo unan a los demás que comparten con él cada una de esas condiciones. Y que las unas no son excluyentes con las otras.
Yo, que no llego ni a limpiarle las botas al amigo Andrés (no ya en el campo, sino en el terreno del raciocinio), también pienso que Cataluña, el catalán y lo catalán deben potenciarse como singularidades dentro del estado español, deben resaltarse, estudiarse, difundirse y promocionarse como señas distintivas, culturales e históricas. Son nuestro patrimonio, sí, sí, también el patrimonio de España, hasta que algún iluminado termine de convencer a unos y a otros que es mejor ir cada uno por su lado.
Y al mismo tiempo, pienso que hoy en día la mejor forma de organizar política, administrativa e institucionalmente las diferentes naciones que componen este territorio es configurando un único país, que podemos llamar España o como quiera usted, mi querido amigo. Juntos, de la mano, respetando las singularidades y la cultura de cada uno, llegaremos bastante más lejos. Y cuando digo respetándolas, me refiero sin denominar ‘hijo de puta’ al que cree que Cataluña debería ser independiente ni ‘fascista’ al que defienda un estado centralista. Porque no sé a usted, amigo mío, pero a mí lo que me interesa de verdad es ser feliz y que lo sean los míos. ¿O no?

sábado, 6 de octubre de 2012


A mí sí me representan



Está de moda eso de que “no  nos representan”. Está de moda y, además, parece ser una consigna que lo justifique todo: las manifestaciones y los disturbios, las demandas seriamente presentadas y la quema de contenedores, las concentraciones silenciosas y el lanzamiento de vallas, esa extraña confusión entre dos modalidades del atletismo (hasta ahora, las vallas se saltaban y la jabalina era la que se lanzaba).
Está de moda, la proclama, a pesar de ser una mentira, una ignominia y una estupidez. Entre la clase política hay mucho geta, mucho desahogado, mucho incapaz y mucho enchufado con serias dificultades para hacer la ‘o’ con un canuto. Y eso es precisamente lo que hay que denunciar y contra lo que hay que luchar.
Sin embargo, tomar el rábano por las hojas, el todo por la parte, es propio de simples, de estúpidos o, lo que es peor, de manipuladores con aviesas intenciones y con la idea de que todos los demás nacimos ayer o anteayer. El otro día escuché unas interesantes declaraciones de un tipo con el que suelo estar bastante de acuerdo. Decía José Bono, en resumidas cuentas, que los fallos y los comportamientos reprobables de parte de los políticos no puede hacernos caer en el error de cuestionar nuestro sistema, que sin ser perfecto, es el mejor que hemos tenido nunca.
Y no es que me conforme. Si encontráramos otro mejor, me lanzaría a tumba abierta a por él. Pero el problema es que un rápido vistazo a nuestra historia nos ofrece múltiples ocasiones en las que, buscando ese sistema ideal, hemos terminado dándonos hostias por las calles, bayoneta en mano, o bajo la bota de un caudillo ‘salvador’.
Decía un personaje de la excelente novela ‘Dime quién soy’, de Julia Navarro, un periodista británico llamado Albert James, en mitad de una visita a la Unión Soviética de los años 40, que "no soy comunista ni tampoco fascista. Me gusta demasiado la libertad como para que dirijan mi vida. Creo en los individuos por encima de cualquier otra cosa". Los fascistas y los comunistas que accedieron al poder en aquella época coincidieron en una cosa: lo de menos era el individuo y lo de más el sistema.
En este país, junto a un porcentaje importante de políticos cuyo objetivo era llegar a un lugar que les permitiera vivir de lo público sin demasiadas molestias, también hay mucha gentuza que quiere pasar por este valle de lágrimas sin haber puesto una piedra encima de otra, mientras otros les aseguran la supervivencia. Y a éstos, al parecer,  les viene muy bien que haya gresca, que todo se cuestione. Porque la estabilidad acaba poniendo al descubierto sus vergüenzas.
En los años 30 del pasado siglo, en este país nuestro muchos hablaban de revolución, y unos y otros terminaron en un baño de sangre. Hoy día, tenemos un sistema flexible y abierto que nos permite trabajar por mejorarlo, que nos facilita instrumentos como el Defensor del Pueblo o las mociones ciudadanas al Congreso, entre otras herramientas que nos permiten trabajar por un país mejor, pero con ese inconveniente: que hay que trabajar.
La otra alternativa es la fácil, la de meter ruido, lanzar vallas y quemar contenedores, gritando aquella simpleza de ‘No nos representan’, aunque sea una burda mentira, puesto que es precisamente el sistema el responsable de que todos ellos, los que ocupan cargos, unos mereciéndolo más y otros menos, nos representan porque la mayoría los hemos votado. Si  no están cumpliendo, tenemos mecanismos para reprobarlos; si han dejado de gustarnos, podemos trabajar contra ellos por la vía legal; y si queremos participar, el sistema nos lo permite, de cara a las próximas elecciones. Mientras tanto, éstos son los que nos representan. Y respetándolos, respetamos la voluntad de esa mayoría que los votó, respetamos el sistema y nos respetamos a nosotros mismos. 

viernes, 24 de agosto de 2012


Inmigrantes ilegales (a la memoria de Samia Yusuf)

 

El 19 de agosto, la velocista somalí Samia Yusuf Omar, participante en la carrera de 200 metros en los Juegos de Pekín 2008, fallecía ahogada en mitad de su viaje en patera camino de Italia, su tierra prometida nunca alcanzada. Tras su paso por los Olímpicos, su vida no experimentó el cambio que había soñado y la luz al final del túnel de su futuro sólo parecía llevarla a un imposible viaje a Europa, donde luchar por el éxito, el triunfo o acaso tan sólo la supervivencia.

Al día siguiente, el FC Barcelona presentaba oficialmente a su último fichaje, el camerunés Alex Song, abonando 19 millones de euros al Arsenal inglés. Samia y Alex habían hecho de sus vidas un puente hacia Europa, un sueño europeo, una meta en el Viejo Continente.

El Camerún de Alex y la Somalia de Samia están en los dos extremos a lo ancho del continente africano. Entre los 19 millones que han llevado a Song al Barcelona y el puñado de euros asesinos que logró reunir Yusuf para buscar plaza en la patera de su muerte, la diferencia está en las conciencias de todos los que basamos nuestro modo de vida en el sufrimiento de otros, a miles de kilómetros o justo a nuestro lado.

Dicen que los recursos del planeta son los que son, limitados; y por tanto, que para que unos atiborremos de alimentos nuestros cubos de basura cada día, planifiquemos exóticas y relajantes vacaciones y nos quejemos por las multas que asaltan nuestros buzones tras haber exprimido el acelerador de nuestros lujosos vehículos, es necesario que otros mueran de hambre cada día al otro lado del charco.

Lo sabemos. No nos es ajena esta realidad. Pero sin ignorarla no podríamos mantener nuestro estilo, nuestras ilusiones, nuestras vidas tan llenas de comodidades como vacías de sentimientos y valores.

Cuando alguno de esos seres humanos a los que condenamos a la miseria logra reunir el valor de Samia para intentar la carrera de su vida, buscando hacer saltar la banca y subirse por las rejas de la mansión en que hemos convertido a la vieja Europa, el calificativo con que los recibimos es el de ‘ilegal’. Es el salvoconducto, el pasaporte que nos permite devolverlos a su infierno sin pestañear, cómodamente sentados en el cojín de nuestra legalidad de vergüenza y sonrojo.

Un cojín que necesitamos para seguir ignorando que, día a día, cada uno de nosotros somos cómplices de la muerte de un puñado de congéneres,  cuyos cadáveres necesitamos para calzar la mesa de nuestro banquete.

domingo, 12 de agosto de 2012


De Curro Jiménez a Sánchez Gordillo



Creo que lo he dicho ya en más de una ocasión: esta nueva corriente de justicia social me conmueve, me moviliza, abre en mí las alas de la comprensión y, más aún, del alistamiento. El movimiento de arrebatar parte a los que más tienen para hacer mínimamente felices a los que casi no tienen nada me parece justo, digno y necesario; casi obligatorio.

Y hoy por hoy, hay más gente que casi nunca en ese estado de necesidad. Más gente que casi nunca y con más necesidad que casi nunca. Muchos lo están pasando mal y los que recibimos unos perjuicios muy tangenciales, si tenemos algo que lata entre el pecho y la espalda, hemos de conmovernos y movilizarnos. Y no lo hacemos o lo hacemos muy poco.

Hablar de templanza, de análisis y de planificación a quien apenas tiene para comer es, más que una imprudencia, un insulto. Pero aún así, no parece lo más adecuado solucionar los desórdenes económicos con desorden social.

La casualidad y el calendario han querido que la desaparición de quien encarnó a uno de los más míticos rebeldes sociales en la historia de España como Curro Jiménez, Sancho Gracia, haya coincidido con el asalto de un grupo de sindicalistas del campo andaluz a un conocido supermercado, encabezados por un representante del pueblo, un parlamentario andaluz, cuyo sueldo pagamos entre todos los andaluces.

Repito, el gesto me parece loable, acaso imprescindible. Probablemente había que hacerlo; ése o alguno similar. La gente, tanta gente, no puede seguir pasándolo mal, mientras miramos para otro lado y seguimos siendo testigos silenciosos del despilfarro, de la indolencia, del aprovechamiento, de esa ‘caradura’ tan española que siempre ha salido a relucir cuando peor lo pasaban nuestros paisanos, para enriquecer a golfos y sinvergüenzas de diferente pelaje, que han sabido sacar tajada de los peores momentos de esta descarriada tierra.

Pero insisto, estas cosas las carga el diablo y también por estos lares somos expertos, tenemos algún que otro máster cum laude en pérdidas de rienda, en idas de olla y en rábanos por las hojas. Cursos experto en tirar de la manta y que aguante quien pueda. En más de una ocasión, también, he recordado el paralelismo que mental y teóricamente se me dibuja entre la situación actual y la que se vivía por aquí en los años 30 del pasado siglo.

Tampoco entonces faltaron quienes pensaron que la solución era la revolución, el desorden, la subversión y el que salga el sol por Antequera. Y el problema de esas recetas es que, al otro lado, siempre hay alguien dispuesto a empuñar una bayoneta más grande que la tuya, a aprovechar también la ocasión para arrimar el ascua a su sardina y para sacar la máxima tajada.

No parece el ejemplo más aconsejable ni la imagen más edificante ver a representantes públicos y a compadres en general asaltando por la fuerza un supermercado, justificados en que otros tipos lo están pasando mal. Ni es justo, porque es evidente que la culpa de la situación de aquellos no la tienen los propietarios de este comercio ni mucho menos sus trabajadores que fueron zarandeados; ni tampoco es eficaz, porque el gesto en sí poco supondrá. Pero sobre todo es peligroso, porque en situaciones límite cualquier mecha es buena para que arda el polvorín y a más de uno se le podría figurar que la solución es empezar a asaltar todo aquello de donde se pueda sacar algo en claro.

No quiero imaginar que el ejemplo de los Sánchez Gordillo y compañía cundiese; ni mucho menos la reacción que no tardarían en adoptar aquellos que tengan algo que proteger contra los asaltos. Se me ocurren varias fórmulas más solventes para tratar a este enfermo en que se nos ha convertido España. Y todo ello sin entrar en el análisis de la demagogia que puede suponer ver a un sueldo público disfrazado de Curro Jiménez que, por cierto, descanse en paz.

domingo, 8 de julio de 2012


Use usted sus derechos, también ante la medicina



El poeta Sabina ha dejado escrito aquello de que “y ponte gomina que no te despeine, el vientecillo de la libertad”.

En nuestro estado social y democrático de derecho, a nadie se le escapa que hay pequeños o grandes ángulos muertos, zonas oscuras, lagunas en las que el sistema no llega a controlar que, efectivamente, los derechos y deberes de cada cual son administrados y garantizados en la forma en la que la teoría dicta.

Como sabrá usted muy bien, mi querido amigo, y sin embargo lector, de un par de semanas a esta parte vengo enzarzado en una cruzada contra los abusos que el sistema médico comete, digamos en ocasiones, sobre sus ‘pacientes’, a mi manera de denominarlos, más bien ‘clientes’. Y quizás sepa usted que, a la primera de cambio, a la primera crítica, una parte (digamos indefinida) del colectivo sanitario ha saltado ensoberbecido y empachado de corporativismo, dispuesto a aplastar cualquier atisbo de cuestionamiento, de crítica o de denuncia, a pesar de no tener más versión de los hechos que la que se ha auto-brindado por parte de sus propios integrantes.

Ante la exposición en público de una concatenación de abusos, malos tratos e inobservancia de derechos, la reacción de ese colectivo ha sido el ataque contra el ‘cliente’ y la puesta de manifiesto de sus presuntas malas condiciones laborales.

En ‘Los años del miedo’, recomendable obra de Juan Eslava Galán, uno de los componentes de su protagonista colectivo logra, en la década de los 50, la concesión de un camión de agua para repartir en los pueblos colindantes. Y como instrucciones a su conductor contratado, le indica: “No le cobres ni al alcalde, ni al cura, ni al médico ni al cabo de la Guardia Civil”. Eran, como digo, como dice Eslava Galán, los años del miedo. Los años en los que autoridades como el alcalde, el cura, el médico o la Guardia Civil eran incuestionables, incensurables, incontrovertibles.

Pasaron aquellos años, aunque haya tanta y tanta gente que no se haya enterado. Y usted hoy tiene sus derechos. El problema de los derechos es que, si no se usan, terminan por atrofiarse. Y ante el sistema médico, en el que aún se conservan algunos que se piensan tan incontrovertibles como en los años del miedo, la atrofia de derechos está alcanzando cotas peligrosas.

El único remedio es que defienda usted sus derechos, que los use, que los reclame, en definitiva, que se queje cuando no le atiendan como usted se merece. Que reclame cuando lo citen a una hora y lo atiendan cuatro horas después; que se queje cuando espere interminables horas en una sala de espera angustiado por el dolor y la ignorancia sobre lo que le ocurre; que reclame la información a la que el propio decálogo sanitario dice que tienen derecho y usted y sus familiares; que demande un trato humano porque usted no va al hospital y a las urgencias de paseo sino en pleno sufrimiento; que exija profesionales capaces de explicarle lo que le sucede; que no permita que le diagnostiquen a la ligera sin agotar las pertinentes pruebas; y sobre todo, que no deje que nadie le trasmita la idea de que está usted abusando del sistema por el hecho de usarlo. Cada año, paga usted copiosos impuestos que le dan derecho a ese uso. Si el sistema es raquítico, ha de ser el propio sistema el que se haga crecer a sí mismo o, de lo contrario, el que adelgace sus impuestos. Mientras usted siga pagando, tiene usted derecho a utilizar sus servicios, incluyendo los de urgencias. Porque cuando un ser humano acude a urgencias es porque se cree en peligro y ha de ser un profesional el que le informe sobre si en realidad lo está o no y, si es así, le brinde las soluciones adecuadas.

No se resigne usted, querido amigo. No renuncie a sus derechos. No se rinda a que su tiempo vale menos que el de quienes lo atienden sanitariamente ni a sentirse culpable por utilizar unos servicios que ya ha pagado. Abandone los años del miedo. Sepa que hoy día el cura, el médico y el cabo de la Guardia Civil tienen los mismos derechos que usted. Y olvídese de la gomina. Deje que alborote su flequillo, el vientecillo de la libertad.

lunes, 2 de julio de 2012


Anónimos



Internet, las redes sociales, los foros, los blogs, las comunidades y, en general, todos los espacios libres y abiertos a la participación del ciudadano han supuesto algo más que un soplo de aire fresco para unas estructuras comunicativas e informativas que se nos habían quedado algo pequeñas. La prueba es que, desde que estalló el boom de las redes sociales, los medios de comunicación, que en su mayoría titubearon en un principio, han terminado subiéndose todos al carro y empujando como el que más.

Pero como digo, las redes son algo más que un soplo de aire fresco, son un instrumento para llegar a las conciencias, un activo contra la intolerancia, un foco de pensamiento, un ágora de modernidad y un ariete contra formas injustas perpetuadas en el tiempo. Ahora bien, como todo, las redes e internet también tienen sus imperfecciones, que lejos de demonizarlas, han de servir para perfeccionarlas. Y una de ellas es el anonimato, ese arma vil y cobarde que, si bien en ocasiones es esgrimida como única salida para quien no puede manifestarse de otra manera, en la red se ha convertido en la salida de quienes no son capaces de sostener sus estupideces, sus mentiras, sus amenazas y sus frustraciones como ‘abajofirmantes’.

Una de las frases que mejor ha definido la cobardía a lo largo de los tiempos la enunció Johann Goethe, quien dijo aquello de que “el cobarde sólo amenaza cuando está a salvo”. A salvo se creen quienes amenazan, insultan, mienten miserablemente, inventan lo que no son capaces de crear y manchan el buen uso de un instrumento que, entre otras cosas, ha contribuido a derrocar dictaduras y a salvar vidas.

Hace unos días, en la red se ha ‘lapidado’ a Sara Carbonero. Las lapidaciones físicas también tienen mucho que ver con el anonimato y el amparo en la masa informe. No es éste el momento de hablar de ella en cuestión. Tengo mi opinión, claro que sí, que tiene mucho que ver con ese deporte nacional que practicamos con fruición en esta santa tierra: la envidia. Pero insisto, lo más despreciable, lo más vergonzoso, lo que degrada al ser humano hasta su más ínfima condición es esa lapidación social y anónima de una persona pública que se ha practicado en estos días con ella.

Yo también, a una escala mínima e incomparable, he sufrido esta semana el vano intento de desgaste por parte de un grupo (escaso, supongo, al no estar identificados) de cobardes que, insultando y mintiendo, han intentado invadir mi blog sin tener la decencia ni la delicadeza de identificarse. Hay soluciones para todo, incluido para eso, aunque a veces paguen justos (los que sí se identifican) por pecadores. Acaso lo que no tenga remedio es esa falta de gallardía, esa ausencia de valor para sostener las ideas, sean las que sean, incluso los insultos, adornados con un nombre. Ignoran, ellos, que la verdadera vergüenza no reside en expresar determinadas ideas, sino en el propio contenido de las mismas.

jueves, 28 de junio de 2012

Torrecárdenas, siglo XIX




Vamos a ver si somos capaces de que a algún burócrata del sistema médico andaluz se le agrie el café con porras o, al menos, se le traspase un mínimo del morrocotudo cabreo que tengo desde el sábado por la tarde. Aunque, la verdad, para ello habría que presuponer que alguno de estos reyezuelos del funcionariado médico-sanitario tiene un milímetro más de vergüenza que quienes los representaban ese día en el ‘magno’complejo hospitalario almeriense, un foco irreductible del espíritu decimonónico aplicado a la medicina y a la asistencia sanitaria.



Les cuento la historia. Todo comienza hace una semana, cuando un familiar directo, retorcido de dolor como una culebra, llega a las urgencias de esa ‘choza’ médica con que nos obsequian nuestros hermanos mayores de Sevilla. El doctor, o lo que sea que le atiende, tras una exploración de cinco minutos, decide que tiene gastroenteritis, le administra un par de medicamentos y a casa. Ni una prueba. Pasan los días y el sábado, tras casi una semana de una gastroenteritis fantasma, asaeteado por el dolor, decide cuestionar la opinión del galeno y regresa al ‘tugurio’ médico de Torrecárdenas, entrando a las cuatro de la tarde en Urgencias. Y comienza el festival. Lo primero es su hacinamiento en una sala irónicamente llamada ‘de sillones’, donde permanecerá ¡doce! horas sentado y mezclado ‘codo con codo’con otra veintena de pacientes, entre vómitos y gritos de dolor.



Tras cinco horas, el paciente no ha sido sometido a ninguna prueba, con lo cual la familia comienza a demandar información y responde la primera ‘premio nóbel’ de la noche, una doctora que asegura no saber nada y que ya se le practicarán pruebas. A esperar. El segundo‘doctor honoris causa’ que ‘sufre’ las demandas informativas de la familia es un celador de ‘información’, a eso de medianoche, tras ocho horas de ingreso, que responde a los familiares que para qué quieren hablar con la doctora. Obviamente, para comentar el partido, que ha ganando España. Se arma el primer Belén, porque resulta que la familia no es un rebaño y exige el cumplimiento de uno de los derechos profusamente expuestos en la pared, en la carta de derechos del paciente: “recibir información precisa sobre su estado, él y sus familiares”.



Entre medianoche y las cuatro de la mañana, el paciente es sometido a tres pruebas: analítica, ecografía y tag, pero nadie informa a la familia ni al paciente hasta cerca de las cinco. En ese ínterin, otra doctora, Catalina de nombre, sale a tomar el aire y, preguntada por la familia, dice no saber nada, porque la médico que lo atendió se ha ido a dormir y ella no puede decir nada más. Interrogada sobre por qué tras diez horas no se ha administrado una cama al paciente, dice sentirse acosada y se va ante el peligro de que le agredan. Pasa a la ‘sala de sillones’ y se queja al propio paciente de que su familia la ha acorralado. A las cinco de la mañana, el paciente es trasladado a una cama, la familia despachada y un tercer doctor informa de que, con las tres pruebas en la mano, no puede diagnosticar. Al día siguiente, a mediodía, se le repetirán. Han pasado más de doce horas desde el ingreso, doce horas sin información al paciente ni a la familia, doce horas de malos modos, malas contestaciones, gritos y total desatención. Jamás, digo jamás en la vida, uno se había sentido tan humillado, tan impotente y tan protagonista de una historia de Kafka. ¿Alguien ha explicado a estos señores que son empleados públicos, servidores del ciudadano? ¿Alguien les ha especificado que su trabajo es la salud de las personas? Querido burócrata, en mitad de su enésima modernización de Andalucía, espero al menos haberle agriado el café con porras. Gracias por todo. Y por nada. Firmado, uno de los ciudadanos que pagamos su generoso sueldo.

(HASTA AQUÍ EL ARTÍCULO ORIGINAL, QUE SE PUBLICÓ EL PASADO LUNES. DESDE ENTONCES, ALGUNAS PERSONAS INTERESADAS NO HAN DEJADO DE ENTRAR EN ESTE HILO PARA INSULTAR, DESCALIFICAR Y MENTIR ACERCA DE LOS HECHOS QUE SE NARRAN Y LO HAN HECHO DESDE EL ANONIMATO. HE INTENTADO TODOS LOS MEDIOS CONVENCERLES DE QUE SE IDENTIFICARAN, PARA QUE JUGÁRAMOS TODOS CON LAS MISMAS REGLAS, PERO NO HA SIDO POSIBLE. ELLO ME HA LLEVADO A ELIMINAR LA POSIBILIDAD DE COMENTAR EL BLOG. ESTAMOS TRABAJANDO EN UN NUEVO TIPO DE BLOG QUE NO PERMITA HACER COMENTARIOS SIN ANTES HABERSE IDENTIFICADO DEBIDAMENTE. LO SIENTO POR LOS QUE SÍ OS HABÉIS IDENTIFICADO, PERO ESTE SISTEMA DE BLOG NO NOS PERMITE DIFERENCIAR Y BANEAR EXCLUSIVAMENTE A LOS ANÓNIMOS. ENTRE LOS QUE OS HABÉIS IDENTIFICADO, LO SIENTO SOBRE TODO POR MI HERMANO, AL QUE ESTOS MENTIROSOS Y DESCALIFICADORES ANÓNIMOS HAN OBLIGADO A HACER UN COMENTARIO CORROBORANDO EL DESARROLLO DE LOS HECHOS QUE SE NARRA. UNA PENA QUE LA OBSTINACIÓN EN EL INSULTO Y LA MENTIRA DESDE EL ANONIMATO OS PRIVE DE PODER COMENTAR ESTE ARTÍCULO. YO POR MI PARTE NO PUEDO HACER MÁS QUE LAMENTARLO).

domingo, 17 de junio de 2012


Un médico, un seleccionador y un ministro de Economía



Vivimos en un país, my friend, en el que churras y merinas campan alegremente por la pradera, infelices ellas del carajal que ocasionan en colaboración con todos aquellos que no mueven un dedo por ordenarlas un poco en su pastar, su balar y su depositar; en un país en el que todo se mezcla en una ‘minipimer’ perpetua en la que cada cual cree tener derecho a echar cualquier cosa que le caiga entre las manos. Y en mitad de esa perpetua confusión, confundimos también nuestro derecho a la libertad de expresión con el poder opinar de lo que nos salga de los riñones, sin ninguna reflexión previa sobre las consecuencias que puedan tener nuestras opiniones, sobre la conveniencia o no de fundamentarlas y sobre la profundidad del ridículo que podemos llegar a hacer con su exposición pública.

Siempre se ha dicho que en el alma de todo españolito hay un médico y un seleccionador de fútbol. Se queda corto el aserto. Todos llevamos dentro, además, un ingeniero, un arquitecto, un abogado, un periodista y, ahora también, un ministro de Economía. No creo que sea usted el único que jamás se haya tropezado con quien no se conforma con contravenir la opinión del médico, instándole a ingerir tal o cual remedio casero o incluso administrándote una generosa dosis de tal medicamento, que es ‘mano de santo’ para solucionar sus dolencias. “Los médicos siempre recetan lo mismo”, suele ser el argumento que acompaña a tan temerarias recomendaciones.

Sin embargo, en estos días, los que más afloran son los seleccionadores de fútbol. Por algún escenario extraño en la configuración genética del españolito de a pie, algo nos insta a pensar que el tipo que nos ha llevado a conseguir nuestro único Mundial de fútbol, aquél que ha colocado a nuestra selección en el top 1 del escalafón mundial y que ha liderado la mejor generación de peloteros que jamás nos haya representado, es un simplón, un tuercebotas con suerte al que le ha sonado la flauta una serie de cientos de veces consecutivas, pero que en el fondo no tiene ni puta idea. Y tras un primer empate en la Euro 2012, ya nos hemos aprestado todos a afilar garras y cuchillos para pasárnoslo por la piedra a la primera de cambio. Si mal me parece la congénita falta de memoria de este país, peor aún es la ausencia de respeto al conocimiento y la supina ignorancia de quien, sin haber estado en el lugar, sin conocer de nada a los protagonistas y sin haber abierto un libro de la materia en cuestión en su puñetera vida, se creen mejores que quien sí reúne todas esas condiciones.

También afloran, en esta época, los ministros de Economía por cualquier rincón. Aquellos que, blandiendo un libro o un periódico escritos por quienes tienen intereses en uno u otro sentido, dictan clases magistrales sobre la salida económica del país, cuando no tienen huevos siquiera de gobernar la maltrecha y sencilla economía de sus hogares. Opinen ustedes, todos, sin tener ni idea de lo que hablan; pero no me toquen las  narices insinuando que el vómito de estupideces una detrás de la otra constituyen eso que tanto nos costó conseguir en este país y que llamamos Libertad de Expresión. Porque eso, amigos, eso es otra cosa. No confundamos.

lunes, 11 de junio de 2012


La noche en blanco: ¿para cuándo la próxima?



En un momento en el que parece que nadie da con la tecla, en el que especialmente los políticos parecen atascados en la búsqueda del más mínimo atisbo de soluciones, en el que todo apunta a que la esperanza es tan sólo una puta que va vestida de verde, como diría el clásico, resulta que alguien ha puesto en marcha algo que funciona, que da resultados.

El pasado lunes le proponía, mi querido lector, que nos dejásemos de tonterías; que en lugar de dedicarnos a perseguir a cualquiera que se entretenga en crear valor, riqueza y empleo, nos pongamos manos a la obra para hacerle un monumento. Porque las oficinas del paro parecen el monstruo de las galletas que no se cansa de engullir a españolitos con las ilusiones más gastadas que la suela de un peregrino; porque las empresas han entrado en un atolladero de autodestrucción que amenaza con dejar todo esto como un solar; y porque las administraciones llevan años teniendo toda la pinta de estar más superadas que la moda de las hombreras.

Y en esto, en Almería hemos descubierto la pólvora. A alguien se le ha iluminado la bombilla y ha decidido que llenar las calles de cosas, de espectáculos, de eventos, de tiendas abiertas, de todos los centros de referencia cultural hasta las tantas de la mañana, puede conseguir el milagro de sacar a la gente de sus casas, de hacerles que no se olviden la cartera en el bolsillo de otro pantalón, que consuman, demonios, que es lo que nos hace falta a todos.

Porque es cierto, el viernes por la noche, Almería era una feria, un carrusel, una fiesta colorista e inacabable. Una Nochevieja fuera de hora en la que muchos gastaban dinero y otros pocos recaudaban. Pero no se me engañe, lector amigo, que todos esos que recaudaron en la Noche el Blanco, los bares y restaurantes, las tiendas de todo a veinte duros (que no han vuelto, pero llevan camino de hacerlo), las joyerías, establecimientos de moda, de bisutería o de preservativos de sabores, todos los que dejaron la persiana levantada hasta la una o las dos de la mañana, también tienen vida. Y si esa noche han ganado, tarde o temprano gastarán también; y saldrán el domingo al chiringuito para celebrarlo; y se cambiarán la muela picada que les anda jodiendo desde hace años; y hasta puede que paguen impuestos, si no se lo ponemos muy difícil.

Dinamicemos esto como el viernes demostramos que se puede dinamizar. Dejémonos el papel de fumar en casa, arremanguémonos para arreglar el problema olvidándonos de quién diantres nos metió en él, miremos al futuro y al presente con la misma cara de mala hostia que él nos pone y dejemos las sensiblerías y el pitiminí para otro momento. Por cierto, la próxima Noche en Blanco, ¿para cuándo? ¿El mes que viene? Que hace falta.

sábado, 2 de junio de 2012


¿Y si nos dejamos de tonterías?



Mire usted, ya está bien. Sí, sí; ya está bien de estupideces, de brindis al sol, de alegorías, de serenatas a la luz de la luna y de poesía romántica ante un par de velas perfumadas. Aquí lo que nos estamos jugando, desde hace más tiempo del que a usted le parece, es el pan nuestro y el de nuestros hijos.

Claro que nos gustaría que fuera todo de otra manera, que pudiéramos estar pensando en auroras boreales y en la cara oculta de la luna, pero la realidad es que hay cada día más gente buscando en los contenedores de basura, que los comedores sociales ya no dan abasto, que no tenemos ni puta idea de si cuando vayamos al hospital nos terminarán cobrando o no y, por desgracia, empezamos a estar bastante seguros de que, cuando nos hayamos convertido en flamantes ‘jubiletas’ y por fin nos podamos dedicar a ver obras, no habrá pasta para pagar nuestro dorado y prometido retiro.

Vivimos en un país con más de cinco millones de parados y subiendo. En un país donde ya ha llegado el momento de tocar lo que parecía intocable, de cuestionar determinados aspectos de la educación, la sanidad y las políticas sociales que deberían ser sagrados. Pero ya no hay dinero y todo se ha convertido en pedestre, en opinable y, sobre todo, en sacrificable. Y en mitad de todo esto, seguimos siendo víctimas de una panda de burócratas iluminados que nos siguen tocando los cojones cada vez que algún tipo decide poner en marcha un gran proyecto empresarial que bien pudiera darle trabajo a algunos miles de esos millones de jodidos parados. Seguimos sufriendo cómo, de vez en cuando, unos tipos que se creen que sus sueldos son eternos y crecen en los árboles, nos lanzan, de soslayo y desde su torre de cristal, profundas miradas de desaprobación cada vez que tenemos delante una vía de escape, una solución al pozo económico en el que, en gran parte, ellos mismos nos han metido con su política de pitiminí y su ‘burro-cracia’ de papel de fumar.

No es un mal local; no señor. Está extendido y ha gangrenado todo el funcionamiento de la estructura patria, pero la verdad es que en Almería se muestra con su mayor crudeza. Si a estos señoritingos de alta casta político-funcionarial, siempre amedrentados por esos otros ‘ecologistas de profesión’, se les ha atragantado desde el principio el Algarrobico, un proyecto que nos podría regalar más de 2.000 ‘curros’ más o menos estables, esta pasada semana nos hemos enterado que han denegado nueve proyectos de campos de golf de interés turístico, uno de ellos en Almería; entre todos los cuales bien se podría superar la cantidad de 10.000 puestos de trabajo creados.

Y yo me pregunto: ¿si la economía de sus casas, si el pan de sus hijos, si sus pensiones, su sanidad, la educación de sus chavales y sus vidas en general dependieran de talar un árbol de su jardín, no lo harían? Pues a ver si se dejan de gilipolleces de una vez y piensan con la cabeza de todos.