domingo, 27 de marzo de 2011

Gemio y la economía sumergida

Admito que nunca me ha gustado esta señora. Quienes monopolizan sus mensajes siempre hacia un mismo campo, en su caso la mujer, la mujer y antes que cualquier otra cosa la mujer, siempre me han parecido sujetos con poca capacidad, con poco argumento. No obstante, no creo que este prejuicio haya influido en mi pésima opinión acerca del comentario/chorrada que le escuché ayer, a través de las ondas, a la señora Isabel Gemio. En un alarde de frescura, desparpajo y don de gentes, la Gemio se permitió preguntarse que “¿dónde está la crisis económica?”, como apoyo a un relato previo sobre la cantidad de gente que había visto el día anterior en bares, restaurantes y terrazas. La inteligencia de la señora Gemio le da para asociar, en una ‘brillante’ interrelación, bonanza económica y gente en los bares. Es una especie de nuevo ratio que esta afamada catedrática en macroeconomía nos ha brindado para sacarnos de nuestro letargo intelectual y de nuestro error de apreciación socioeconómico. De hecho no, señores, no. No estamos en crisis económica. Si es usted uno de los más de cuatro millones y medio de parados que adornan las imaginarias listas del paro en ese país de limbo en el que vive doña Gemio, espabile y frótese los ojos, porque las dificultades que sufren usted y su familia para pagar la hipoteca, para llegar no a final sino a la mitad del mes o para comprar la ropa y los alimentos de los niños no son más que producto de su imaginación. Y si no, salga usted, buen hombre, a la calle; y mire cuánta gente hay en los bares. Y si usted es de esos miles de autónomos o pequeños empresarios españoles, que han tenido que bajar la persiana, irse a la oficina de empleo y esperar tiempos mejores, haga el favor de abrir bien los ojos, porque es usted el único tarugo que experimenta esa percepción de haberse quedado sin nada tras años de curro salvaje y de madrugones al alba. ¿Acaso no ha visto usted la cantidad de parroquianos que liban zumo de cebada en el bareto de la esquina? Para la Gemio, esa moderna princesa de la economía, esa reencarnación de Keynes y Adam Smith, todo es culpa de la economía sumergida; que es más o menos como decir que las listas del paro son un espejismo o, peor aún, un fraude. Haga usted el favor, paisano, y bórrese de esa oficina de desempleo en la que figura, porque usted en realidad no está parado; a usted le sobra el dinero y no sabe muy bien qué hacer con él; y todos los días sueña que se queda toda la mañana sin hacer nada, al sol, cuando en realidad está metido en una fábrica apretando tornillos hasta que suena la bocina. Mire usted, no me extrañaría que el Banco Mundial echara mano de la Gemio, teniendo en cuenta los tiempos que corren.

domingo, 20 de marzo de 2011

Amizián

No quiero exagerar. En política, como en todo, hay gustos como colores. Los míos, los colores digo, llevo años reservándomelos y así seguirá siendo. Pero hoy no puedo ocultar mi enfado porque los almerienses, en general, no hemos sido capaces de evitar lo que estoy seguro que es una pérdida muy importante para lo que yo entiendo que debe ser la labor de gobierno en una ciudad: la gestión.
Se va Paco Amizián, o no se va, no lo sé. Pero el caso es que se aparta de la primera línea, como dijo el otro día Luis Rogelio; se echa a un lado y, por tanto, no será el motor del ayuntamiento, como lo ha sido en el ámbito deportivo en la legislatura de hace cuatro años y en las obras y otras muchas cosas en estos últimos cuatro.
Mojarse en estas cosas nunca suele traer nada bueno, porque lo malo que tienen las opiniones es que siempre generan enemigos. En este caso, en mi opinión, el que se echa a un lado es el mejor concejal que ha tenido el Ayuntamiento de Almería en muchos años, quién sabe si no en toda su historia. Quienes se escandalicen con esta opinión tienen dos alternativas: dejarlo aquí o seguir para ver cómo la justifico.
No oculto que me une una cierta amistad con el tipo en cuestión, a pesar de que también considero que es un ser humano duro, rudo, algo bocazas y de los menos sensibles que yo he conocido en mi vida. He visto ‘arados’ que tenían más sensibilidad.
Sin embargo, los almerienses lo hemos tenido ‘contratado’ en los últimos ocho años no para que se gane la banda de Miss Simpatía, sino para que se lo curre a saco en la gestión del dinero que le hemos puesto en la mano. Y ahí, amigo mío, ahí se ha salido el tío. Lo ha hecho a su manera, eso sí, con sus formas de rudo leñador siberiano, pero con un índice de eficacia que yo nunca había visto en política.
Y lo que más me satisface de todo esto, me permitirá el lector la vanidad (y si no, ya sabe) es que su éxito no está basado en ninguna otra cosa que no sea una enfermiza y galopante capacidad de trabajo, una responsabilidad por encima de todo y una seriedad brutal a la hora de llevar a efecto el compromiso con los ciudadanos. Son, éstas, virtudes al alcance de todos, que todo el mundo tiene la oportunidad de conseguir, que se hacen y no ‘se nace’, y por eso me entusiasman.
Con Amizián he compartido tardes enteras, día tras día, de visitas a barrios, a instalaciones deportivas, a obras de todos los colores y a puntos de encuentro con la opinión de los vecinos. Vecinos perplejos ante la presencia de un concejal, que en determinados barrios es una ‘rara avis’, como si se apareciera el mismísimo ET.
Hubiera estado, el hombre, mucho más a gusto en su despacho, recibiendo informes y tomando decisiones de espaldas a lo que pasa en la calle. Pero desde el minuto 1 entendió que sus ‘jefes’ estaban en la calle y no en el despacho.
Por eso, yo estaba feliz y dispuesto a seguir tragándome su manía de no saludar ni al comienzo ni al final de una conversación, sus prisas, su informalidad para devolver una llamada o su marcialidad al transmitir un encargo. Porque para él, el ciudadano estaba por encima de todo. Y porque para reirme, un día de éstos me voy a ver a Torrente.

martes, 15 de marzo de 2011

El cuerpo

A medida que voy soplando velas en la tarta, me voy convenciendo más de que uno de los grandes problemas que ha tenido y sigue teniendo la humanidad es esa manía que tenemos los bípedos de querer resolver lo que creemos que son problemas del prójimo, sin preguntarle al interesado.
Una de las ‘soplapolleces’ más recias que escucho cotidianamente es eso de la explotación de la imagen de las personas, especialmente de las mujeres, de las mujeres guapas. Hoy día, es poco menos que delito estar buena en este país y utilizar tu imagen para promocionar un producto, para salir en un programa de televisión o para protagonizar una película.
Hace años, esto era pecado. Pero como ahora los pecados se han dulcificado y relajado bastante, nos ha nacido una nueva ‘inquisición’, que llaman feminismo y que consiste en castigar a quienes tienen una imagen, digamos agradable, y la quieren explotar.
Resulta muy curioso que, en la mayoría de los casos, estos nuevos ‘torquemadas’ del siglo XXI no se distinguen precisamente por su condición de ‘adonis’; más bien todo lo contrario. Llama la atención que la mayor parte de quienes piensan que sacar a un tipo cachas en un anuncio o a una tía ‘buena’ en ropa interior es una degradación de su imagen y del género humano, son gente a la que da miedo mirar dos veces, tipos feos y feas, políticamente correctos pero físicamente retorcidos, acaso tocados por cierta suerte de envidia de aquello que ellos consideran una humillación. ¿La humillación no será no tener esos físicos de exhibición?
Hoy día, distinguirse por el intelecto tampoco está demasiado valorado. Es mucho mejor ser una princesa del pueblo, o del barrio o de la madre que las parió. Pero todavía está bastante peor visto el distinguirse por el físico. Así pues, si no podemos destacar ni por la mente ni por el cuerpo, sólo nos queda meternos en un plató de televisión y tirar de ‘verdulerismo’, que es lo que mola.
Engancharse ocho horas diarias de biblioteca o de gimnasio empieza a estar igual de mal considerado. Porque tanto la mente como el cuerpo, el intelecto como el físico, se pueden trabajar, desarrollar y mejorar. El problema es que para ello se requiere cierto esfuerzo. Y claro, no están los tiempos para esforzarse, que estoy cansado. Es mucho mejor cobijarse tras un micrófono o en una asociación feminista y despotricar contra seres humanos que se pasan el día entero trabajando su físico, para ganarse la vida con ello.
Pero lo más grande de todo esto, lo más alucinante, es que no he escuchado a ninguno de estos modelos, a ninguna de estas bellezas de la pasarela y de la televisión, quejarse por la explotación, la denigración y la humillación a la que son sometidas por la sociedad y el mercado, al pagarles un ‘pastón’ para que muestren sus tabletas de chocolate, sus nalgas prietas, sus pechos firmes y sus bíceps amenazadores.
Así las cosas, cada vez que escucho a una tipa que supera con creces la arroba de peso, a un tipo con gafas de ‘culovaso’ o a una señora con unos bigotes que para sí los quisiera Miguel de Cervantes, rajando a lengua partida sobre lo rastrero y humillante que es mostrar al mundo un cuerpazo, ya sea en versión masculina o femenina, sólo se me ocurre una frase: ¡Te quieres ir ya!

lunes, 7 de marzo de 2011

Hipócritas

Siempre me ha llamado la atención el tipo de persona que necesita presumir de sinceridad, como sacando pecho. Lo he percibido siempre como un ansia de autoafirmarse y, al tiempo, de justificar las meteduras de pata y las traiciones que, a menudo, la lengua le juega al cerebro humano.
Hay quien parece estar en la convicción de que el insulto, la descalificación, el ataque y la agresión son muestras de sinceridad, rectitud y ausencia de hipocresía. Llamar gordo a un tipo de 150 kilos, negro a un inmigrante recién llegado a eso que llamamos el primer mundo (¿?), enana a una señora de 1,30 o viejo a nuestro bisabuelo son, sin duda, ejemplos de sinceridad.
La pregunta es, ¿dónde está la virtud de esa sinceridad? A menudo, quizás, utilizamos la sinceridad como una excusa para encubrir nuestros fallos o nuestras inseguridades.
Una clase magistral de la cosa la ha ofrecido, esta semana, el tipo que entrena al Real Madrid de fútbol, un ser humano al que si llamáramos engreído, presuntuoso, provocador, mentiroso, maleducado o estúpido estaríamos diciendo la verdad, aunque no haga ninguna falta remarcarlo, ya que es evidente.
Aunque ya he dejado escrito en alguna ocasión que tengo la seguridad de que a este tío lo van a terminar echando a gorrazos de España, porque cada día enciende un fuego con un sector diferente y al final terminará quedándose solo, incluso abandonado por los pelotas miembros del rebaño blanco que hoy pastorea, creo que esta semana ha ofrecido una lección de cómo disfrazar de sinceridad lo que en realidad no es más que imbecilidad y agresividad.
Por un lado, el hombre no tuvo mejor ocurrencia que decir que la diferencia entre él y otro entrenador, que también trabajó en el Real Madrid, es que él no irá nunca a un club como el Málaga, en el que está ahora su homólogo. Claro, en la capital de la Costa del Sol ya han empezado a construirle un monumento, como los que ya tiene en Sevilla, Pamplona, Gijón y otros muchos puntos de nuestra geografía.
No contento con ello, interrogado por un periodista sobre su continua letanía de quejas hacia el estamento arbitral, hacia la federación, hacia quienes ponen los horarios, las televisiones, los rivales, los que cuidan el césped, los que llevan el botijo, los altos y los bajos, los rubios y los morenos, los gordos y los flacos, el mundo en general, el controvertido técnico luso echó mano una vez más de su argumento casi único y respondió: ¿son quejas o son verdades?
Para los adalides de la verdad, para los poseedores de la sinceridad absoluta sobre todas las cosas, sólo hay dos clases de seres: los que están de acuerdo con ellos, los sinceros; y los que no lo están, los hipócritas. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu de Mourinho. Amén.