lunes, 7 de marzo de 2011

Hipócritas

Siempre me ha llamado la atención el tipo de persona que necesita presumir de sinceridad, como sacando pecho. Lo he percibido siempre como un ansia de autoafirmarse y, al tiempo, de justificar las meteduras de pata y las traiciones que, a menudo, la lengua le juega al cerebro humano.
Hay quien parece estar en la convicción de que el insulto, la descalificación, el ataque y la agresión son muestras de sinceridad, rectitud y ausencia de hipocresía. Llamar gordo a un tipo de 150 kilos, negro a un inmigrante recién llegado a eso que llamamos el primer mundo (¿?), enana a una señora de 1,30 o viejo a nuestro bisabuelo son, sin duda, ejemplos de sinceridad.
La pregunta es, ¿dónde está la virtud de esa sinceridad? A menudo, quizás, utilizamos la sinceridad como una excusa para encubrir nuestros fallos o nuestras inseguridades.
Una clase magistral de la cosa la ha ofrecido, esta semana, el tipo que entrena al Real Madrid de fútbol, un ser humano al que si llamáramos engreído, presuntuoso, provocador, mentiroso, maleducado o estúpido estaríamos diciendo la verdad, aunque no haga ninguna falta remarcarlo, ya que es evidente.
Aunque ya he dejado escrito en alguna ocasión que tengo la seguridad de que a este tío lo van a terminar echando a gorrazos de España, porque cada día enciende un fuego con un sector diferente y al final terminará quedándose solo, incluso abandonado por los pelotas miembros del rebaño blanco que hoy pastorea, creo que esta semana ha ofrecido una lección de cómo disfrazar de sinceridad lo que en realidad no es más que imbecilidad y agresividad.
Por un lado, el hombre no tuvo mejor ocurrencia que decir que la diferencia entre él y otro entrenador, que también trabajó en el Real Madrid, es que él no irá nunca a un club como el Málaga, en el que está ahora su homólogo. Claro, en la capital de la Costa del Sol ya han empezado a construirle un monumento, como los que ya tiene en Sevilla, Pamplona, Gijón y otros muchos puntos de nuestra geografía.
No contento con ello, interrogado por un periodista sobre su continua letanía de quejas hacia el estamento arbitral, hacia la federación, hacia quienes ponen los horarios, las televisiones, los rivales, los que cuidan el césped, los que llevan el botijo, los altos y los bajos, los rubios y los morenos, los gordos y los flacos, el mundo en general, el controvertido técnico luso echó mano una vez más de su argumento casi único y respondió: ¿son quejas o son verdades?
Para los adalides de la verdad, para los poseedores de la sinceridad absoluta sobre todas las cosas, sólo hay dos clases de seres: los que están de acuerdo con ellos, los sinceros; y los que no lo están, los hipócritas. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu de Mourinho. Amén.

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