viernes, 28 de enero de 2011

Hacer igual lo diferente

Dentro de los pensamientos que dejó escritos Hegel, uno de los más evidentes fue aquél de que “el hombre vale porque es hombre, no porque sea judío, cristiano, alemán o italiano”.
Con el paso de los tiempos, una de las perversiones más extendidas e implantadas es la del término igualdad, distorsionado hasta convertirse en piedra angular de determinadas demandas socio-político-filosóficas, fundamentadas en la confusión y la manipulación.
El pilar de esta perversión está en la confusión, intencionada o no, entre el concepto de igualdad y otros como la igualdad de oportunidades o la igualdad ante la ley.
Afirma la Declaración Universal de Derechos Humanos que todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos. Lo que no dice, faltaría más, es que somos iguales unos a otros. En realidad, daría igual que lo dijera, porque eso sería tanto como decir que en mi jardín ha nacido un árbol del que brotan billetes de 500.
A fuerza de repetirlo, mucho me temo que se nos han inyectado en vena la moda de la igualdad en términos generales, pasando por alto la propia realidad de las cosas y, sobre todo, el derecho de todos a ser diferentes.
En un extremo argumentario está quien desaprueba la igualdad de oportunidades, anteponiendo conceptos de raza, sexo, religión, edad o procedencia para organizar el derecho. Un concepto, afortunadamente, cada día más superado, aunque todavía sean demasiados los que han de escalar por encima de su propia identidad para acceder a un derecho del que ya de por sí son depositarios en sí mismos.
En el otro extremo, la tendencia, también cada día más extendida, de disfrazar de iguales a todos los individuos, confundiendo igualdad e igualdad de oportunidades y negando al ser humano su derecho a crecer, a distinguirse de los demás y a distanciarse del colectivo a partir de su propio esfuerzo y valía.
Hoy día encontramos rocambolescas aplicaciones sociopolíticas derivadas de esta tendencia, como la paridad política en las listas, que hace que lo importante sea el sexo de sus integrantes por encima de las capacidades para defender la ‘res pública’; o la aplicación de esa confusión igualitaria a la enseñanza, premiando la mediocridad por encima de la ambición en el saber y dejando de lado las becas, instrumento para potenciar esa igualdad de oportunidades, al tiempo que el derecho a ser diferente.

viernes, 14 de enero de 2011

Almería: Varas, fuentes y la gerencia de urbanismo

Acabo de leer en la prensa el artículo que refleja un comunicado enviado ayer por la Asociación de Hosteleros de Almería, en el que se anuncia que los pubs van a empezar a denunciarse unos a otros porque, aunque ninguno tiene licencia para hacer espectáculos públicos, unos los están pudiendo hacer (a espaldas de la ley) y otros no pueden porque reciben denuncias vecinales y la policía los multa.
Y leo también una puntualización de 'fuentes de la Gerencia de Urbanismo' que viene a decir que ellos están cumpliendo la ley y que no hay doble vara de medir. Desconozco qué fuentes serán ésas, pero de un tiempo a esta parte estoy empezando a conocer cómo funciona la tal Gerencia de Urbanismo que, más que una fuente, es un charco de aguas estancadas, donde el líquido elemento no fluye, provocando un olorcillo bastante desagradable.
Dicen esas fuentes estancadas, que no existe doble vara de medir. En estos casos lo mejor es tirar de diccionario o de refranero popular español. Aquello de la doble vara, explico para las fuentecillas, es tratar de forma diferente a dos entes que tienen los mismos derechos. Habrá que explicarle a las líquidas autoridades municipales de Urbanismo que si un porcentaje elevado de los locales de la ciudad, careciendo de licencia para tal actividad, están desarrollando una actividad de espectáculos públicos, con la anuencia (mirando para otro lado) del ente encargado de velar por el cumplimiento de la ley en ese ámbito (Gerencia de Urbanismo), mientras otros, también sin licencia, son denunciados e imposibilitados para la misma actividad, eso es justo lo que significa la expresión 'tener dos varas de medir'.
Como comprenderá el lector, el desconocimiento por parte de las fuentecicas municipales del refranero español es una anécdota. Lo grave es que, ante la denuncia de Ashal de que están actuando con un comportamiento discriminatorio hacia empresas con los mismos derechos, ellos se hacen los suecos y dicen que cumplen la ley; lo segundo más grave es que llevan muchos meses sancionando y prohibiendo acciones a determinados locales de ocio, mientras a otros, con la misma licencia, se les permiten a pesar de que se hacen con ostentación pública (anuncios en prensa, carteles en las calles, etc); y lo gravísimo es la cuestión de fondo: ¿por qué demonios no otorgan licencias de sala de fiestas o cambian la puñetera ley, como se les viene pidiendo desde hace años, para que los locales que reúnan las condiciones necesarias puedan hacer espectáculos públicos, pequeños conciertos y actuaciones de humor, dentro de la ley y fomentando la cultura en esta ciudad? Siempre que se trate de locales convenientemente insonorizados, ¿a quién molestaría esta actividad? ¿Qué perjuicio pueden ver en ella los señores del estanque?
Yo se lo diré. Ocurre que a los señores de la fuentecilla estancada les importa un pepino que en Almería haya cultura popular, que el ciudadano y el turista pueda tener recursos para divertirse de forma barata en época de crisis, que los negocios hayan bajado un 60% sus ventas y que el centro de la ciudad esté plagado de locales con el cartel de 'se vende' o 'se alquila', donde antes había florecientes comercios.
Pues nada, señores fontescos, sigan mirando para otro lado, sigan en su torre de Babel, mientras la economía se hunde y mientras a los ciudadanos de Almería se les cierra la posibilidad de disfrutar de culturilla de base a bajo precio (gratis, más bien), porque al parecer, a partir de ahora, los locales que están siendo denunciados van a denunciar al resto y ya nadie podrá hacer espectáculos en esta bendita ciudad.
Ah, y por cierto: vayamos redoblando los efectivos policiales de jueves a sábado, para ir cerrando uno por uno todos los espectáculos que haya programados. Señores de la fuente, señores de la Gerencia, qué bien se lo van ustedes a pasar.

jueves, 13 de enero de 2011

Págueme, oiga!!

Han perdido los sindicatos, esa vetusta maquinaria que, con el dinero de todos, lastra la productividad y el desarrollo con la excusa de defender unos derechos que protegen ya de por sí los poderes legislativo, ejecutivo y judicial dentro de un estado de derecho, una oportunidad magnífica para reclamar algo tan justo y laboral como su propia esencia.
Con la crisis, han cambiado muchas cosas y, alguna de ellas, con una inyección de ‘morro en vena’ que para qué las prisas. ‘Getas’ y gentuza que no pagaba sus deudas porque no le salía de lo más hondo de su intimidad ha habido siempre. Pero ahora, con esto de la crisis, parece como si los ‘cara-mármol tuvieran ya una patente de corso como la del insigne Pérez Reverte, una excusa perpetua para no hacer frente a sus justificaciones, una vía de escape para campar a sus anchas por el lupanar en que se han convertido las relaciones societarias y laborales en este país, de un tiempo a esta parte.
Son largas y preocupantes las colas del paro; como lo son, también, las listas de empresas que han cerrado últimamente. Pero no menos lo son las relaciones de empleados a los que sus empresas les deben más meses de los que la vergüenza debería permitir y las de empresas que también tienen clientes que ‘si te he visto, no me acuerdo’, tanto del ámbito público como del privado.
¿Y que hace quien ha de ordenar un poco todo esto? Como diría un amigo y compañero, lo ignoro, pero no lo sé. Tampoco sé quién es realmente quien ha de tomar cartas en el asunto, pero mucho me temo que la esperanza será vana, ya que la propia conciencia social no sólo no lo demanda sino que, en según qué casos, se opone.
Viéneme a la memoria el reciente y popular caso del futbolista Drenthe, un tipo que anda cedido por el Real Madrid en el Levante de Primera División. El chico pasó, este verano, de trabajar para una empresa consolidada y sin problemas a otra de ésas que andan siempre en la cuerda floja. Su riesgo tenía, el tío. Sin embargo, transcurrido el primer tercio de la temporada, el hombre no las ha visto de ningún color, vamos, que el club está más tieso que una regla y a su sueldo lo anda buscando Íker Jiménez.
No es novedad. Tampoco ha de considerarse muy especial, el tal Drenthe. Como él hay millones de seres humanos en este país. Eso sí, el jugador, de Holanda para más señas, decidió plantarse y no ir al curro hasta que no le abonasen algo. Vamos, como un detalle de buena voluntad empresarial.
El caso es que, como quiera que el chaval, lo que se dice apuros no pasa para llegar a fin de mes, puesto que anda por ahí paseando en un carro de los de vídeo de Play Boy y haciendo gala de otros excesos consumistas varios, porque yo lo valgo, ha brotado una corriente de opinión que ha crucificado al trabajador, aduciendo que ya tiene demasiado dinero y que ha de solidarizarse con quienes ganan menos aunque, como él, no cobren.
Claro que sí. Es más o menos como que, si tu sueldo es alto, la empresa está en su derecho de no pagarte, al menos hasta que hayan cobrado los millones de seres humanos que tienen un sueldo inferior al tuyo. Y lo dicho, los sindicatos, a verlas venir.

miércoles, 5 de enero de 2011

Frenesí de prohibiciones

Es posible que no tenga remedio, la irrefrenable tendencia que tienen nuestros políticos, o muchos de ellos, de lanzarse a un frenesí de prohibiciones y castigos a todo trapo, en cuanto llevan más de un par de días en sus cargos respectivos.
Hace tiempo que parece estar en el olvido la condición de ‘representantes del pueblo’ que la democracia ostenta a los ejercientes de cargos públicos y esa pasión prohibitiva es un claro ejemplo de ello.
Es obvio que, en la labor de gobierno está implícita la regulación de la convivencia y, en ella, la limitación de determinados comportamientos. Para ello, la cultura popular, siempre sabia, nos ha dejado un libro de cabecera resumido en una frase: “la libertad de uno termina donde empieza la de los demás”.
En la fiebre ‘prohibidora’ de nuestros gobernantes, nunca sabe uno dónde termina el respeto al prójimo y dónde comienza el afán recaudatorio y la politización de todas las cosas. En cuestiones relacionadas con el tráfico, por ejemplo, no parece muy lógico que un conductor con 20 años de experiencia, en plena disposición de sus facultades físicas y mentales y sin accidentes en su ‘hoja de servicios’ tenga el mismo límite de velocidad que un señor de 80 años, que un joven de 18, que un novato con 13 meses de carné o que un tipo que lleve años como ‘cliente del mes’ en el desguace más próximo.
Es evidente que si el sentimiento del legislador fuera puramente en pro de la seguridad y de la disminución del número de muertes, se apostaría mucho más por la educación vial; se establecerían exámenes para la renovación periódica de la licencia tras determinados años; se haría una legislación más rígida para homologar los permisos procedentes de otros países; se endurecerían las pruebas de acceso al carné de conducir; y sobre todo, se personalizarían un poco los límites y las prohibiciones, según el historial y las características de los conductores.
Pero sin duda, la prohibición más de moda, a día de hoy (y nunca mejor dicho) es la del ‘fumeque’ en lugares públicos. Yo, de natural liberal y partidario de que sea el ‘mercado’ y la ‘sociedad’ quienes regulen muchas de las cosas que nuestros representantes quieren regular ellos según sus gustos particulares, he de reconocer que aquí tengo un límite.
Llámenme aprensivo, pero mis tendencias liberales tienen una frontera inquebrantable que se llama la propia vida. Y es que en esto del tabaco, estamos hablando de una actividad que, al parecer, está demostrado que provoca la muerte, más pronto que tarde, no sólo del practicante sino de sus pasivos vecinos.
Ante la alarma generalizada y las previsiones más pesimistas en cuanto a sus efectos para la hostelería, como empresario de la hostelería creo (y espero) que terminaremos acostumbrándonos, aunque es evidente que la primera andanada de la ley, ésa que obligó a establecer lugares de fumadores y no fumadores, supuso un quebranto cuyo testimonio queda ahora incrustado en las cuentas de pérdidas y ganancias de los emprendedores; aquellos que, hoy por hoy, seguimos tratados como ‘sospechosos’, en este país en el que la creación de empleo continúa pareciendo un crimen.