Dentro de los pensamientos que dejó escritos Hegel, uno de los más evidentes fue aquél de que “el hombre vale porque es hombre, no porque sea judío, cristiano, alemán o italiano”.
Con el paso de los tiempos, una de las perversiones más extendidas e implantadas es la del término igualdad, distorsionado hasta convertirse en piedra angular de determinadas demandas socio-político-filosóficas, fundamentadas en la confusión y la manipulación.
El pilar de esta perversión está en la confusión, intencionada o no, entre el concepto de igualdad y otros como la igualdad de oportunidades o la igualdad ante la ley.
Afirma la Declaración Universal de Derechos Humanos que todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos. Lo que no dice, faltaría más, es que somos iguales unos a otros. En realidad, daría igual que lo dijera, porque eso sería tanto como decir que en mi jardín ha nacido un árbol del que brotan billetes de 500.
A fuerza de repetirlo, mucho me temo que se nos han inyectado en vena la moda de la igualdad en términos generales, pasando por alto la propia realidad de las cosas y, sobre todo, el derecho de todos a ser diferentes.
En un extremo argumentario está quien desaprueba la igualdad de oportunidades, anteponiendo conceptos de raza, sexo, religión, edad o procedencia para organizar el derecho. Un concepto, afortunadamente, cada día más superado, aunque todavía sean demasiados los que han de escalar por encima de su propia identidad para acceder a un derecho del que ya de por sí son depositarios en sí mismos.
En el otro extremo, la tendencia, también cada día más extendida, de disfrazar de iguales a todos los individuos, confundiendo igualdad e igualdad de oportunidades y negando al ser humano su derecho a crecer, a distinguirse de los demás y a distanciarse del colectivo a partir de su propio esfuerzo y valía.
Hoy día encontramos rocambolescas aplicaciones sociopolíticas derivadas de esta tendencia, como la paridad política en las listas, que hace que lo importante sea el sexo de sus integrantes por encima de las capacidades para defender la ‘res pública’; o la aplicación de esa confusión igualitaria a la enseñanza, premiando la mediocridad por encima de la ambición en el saber y dejando de lado las becas, instrumento para potenciar esa igualdad de oportunidades, al tiempo que el derecho a ser diferente.
Con el paso de los tiempos, una de las perversiones más extendidas e implantadas es la del término igualdad, distorsionado hasta convertirse en piedra angular de determinadas demandas socio-político-filosóficas, fundamentadas en la confusión y la manipulación.
El pilar de esta perversión está en la confusión, intencionada o no, entre el concepto de igualdad y otros como la igualdad de oportunidades o la igualdad ante la ley.
Afirma la Declaración Universal de Derechos Humanos que todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos. Lo que no dice, faltaría más, es que somos iguales unos a otros. En realidad, daría igual que lo dijera, porque eso sería tanto como decir que en mi jardín ha nacido un árbol del que brotan billetes de 500.
A fuerza de repetirlo, mucho me temo que se nos han inyectado en vena la moda de la igualdad en términos generales, pasando por alto la propia realidad de las cosas y, sobre todo, el derecho de todos a ser diferentes.
En un extremo argumentario está quien desaprueba la igualdad de oportunidades, anteponiendo conceptos de raza, sexo, religión, edad o procedencia para organizar el derecho. Un concepto, afortunadamente, cada día más superado, aunque todavía sean demasiados los que han de escalar por encima de su propia identidad para acceder a un derecho del que ya de por sí son depositarios en sí mismos.
En el otro extremo, la tendencia, también cada día más extendida, de disfrazar de iguales a todos los individuos, confundiendo igualdad e igualdad de oportunidades y negando al ser humano su derecho a crecer, a distinguirse de los demás y a distanciarse del colectivo a partir de su propio esfuerzo y valía.
Hoy día encontramos rocambolescas aplicaciones sociopolíticas derivadas de esta tendencia, como la paridad política en las listas, que hace que lo importante sea el sexo de sus integrantes por encima de las capacidades para defender la ‘res pública’; o la aplicación de esa confusión igualitaria a la enseñanza, premiando la mediocridad por encima de la ambición en el saber y dejando de lado las becas, instrumento para potenciar esa igualdad de oportunidades, al tiempo que el derecho a ser diferente.