domingo, 27 de mayo de 2012


Pitos y putas



Tenía toda la pinta, esta semana, de ser una de las de mayor concentración de chorradas y estupideces por metro cuadrado en mucho tiempo. Y no ha defraudado, no. En la perola teníamos mezclados a aquellos que no son capaces de mostrar sus disconformidades de una manera más inteligente que juntando los labios, metiendo entre ellos el índice y el meñique y dejando que el aire fluya; con quienes extrapolan tan básico comportamiento otorgándole valores de ataque a los cimientos del Estado y de desprecio al resto de los españoles. Todos han estado a su altura.

Le voy a decir una cosa, amigo, pero no se la cuente a nadie: soy español, andaluz y almeriense. Siento las tres condiciones como algo que la vida me dio antes de llegar a este mundo y no como algo que haya podido escoger yo. Me gusta ser las tres cosas, tengo cierto orgullo, sin desmadres, por tal triple condición y no me hacen falta demasiados símbolos, ni himnos, ni banderas ni ningún otro aditivo para mantenerlo.

Por tanto, que alguien pite a la bandera o al himno, incluso al Rey, no me parece una ofensa al Estado ni una declaración de guerra a los principios fundamentales de la patria hispánica. Me parece sencillamente un signo de simpleza y de mala educación. Simpleza similar a la de quienes me quieren vender el pollino de que el hecho de que se permita que haya quienes piten al himno es anticonstitucional y pone en peligro las columnas sobre las que está construida nuestra democracia. Todo lo contrario, en mi humilde opinión, querido amigo. Para mí, una pitada al himno, a la bandera o a la pata de la cama del Príncipe de Asturias es una evidencia del más genuino y castizo ‘taruguismo’ español y, al mismo tiempo, curiosa y paradójicamente, una muestra de lo que significa verdaderamente la democracia, ese sistema basado en algo tan complicado de asimilar como el respeto a los diferentes y hasta a los contrarios, la convivencia con las minorías y la asunción de lo que dictamina la mayoría.

La manada de venados que pitó el himno el otro día, que ni fueron la mayoría de los que había en el estadio ni representan a la afición de ningún equipo ni mucho menos a ninguna comunidad autónoma, no me perturban demasiado. Los tengo asumidos y son tan inofensivos como absurdos. No pierdo el tiempo en ellos. Más me preocupan quienes muestran tanta dificultad en entender que en España haya gente que, a pesar de lo que dice su DNI, ni se sienten españoles ni adoran a nuestros símbolos y, por tanto, aprovechan cualquier oportunidad para demostrarlo. No alcanzo a comprender por qué hay tanto súper-español que se ofende porque otros españoles hablen en otro idioma, el idioma que la historia les dio antes de que existiera España, y que se identifiquen con otras banderas y otros himnos. Es, para mí, tan incomprensible como decir que un súper proyecto que ofrecerá miles de puestos de trabajo a un país asaeteado por el paro es una ‘casa de putas’. Acaso el banquero iluminado que lo ha dicho esta semana sí merecería una buena pitada, pero en su ‘puta’ casa.

domingo, 20 de mayo de 2012


Carta a una heroína anónima



Nueve meses. Han sido nueve meses con tu hijo dentro de ti. Ahora no lo volverás a tocar, aunque podrás verlo mil y una veces; lo imaginarás creciendo, disfrutando con su familia, su otra familia, y acaso pensando dónde estará su verdadera madre. Nueve meses en los que te ha atormentado la idea de la vida que le esperaba junto a ti, de las penurias, de las carencias, de las miserias de esta perra vida que os había colocado a ambos en puestos traseros de la cola de la felicidad.

Nueve meses de llantos en vela, de desvelos nocturnos y conversaciones con la luna. Nueve meses de rezos, de esperanzas, de soluciones que se evaporan con el tic-tac de ese reloj imaginario que marcaba las horas hacia el desenlace. Y nueve meses de amor punzante y doloroso, sabedor de la eterna pelea entre el cariño de una madre y la felicidad de su hijo.

En una sociedad de apariencias y juicios paralelos, tu amor de madre te empujó a tomar la decisión más valiente, la mejor para tu criatura, la única que abría las puertas del mundo a un ser inocente condenado antes de nacer, sobreponiéndote a las miradas, a las críticas de sofá y de barra de bar, a la incomprensión de quien nunca se pone en las babuchas del otro.

Ahora él tendrá una familia y tú una carga para siempre. Al menos una, la más grave, la de no poder disfrutar del hijo que la vida puso en tu vientre cuando ella misma te negaba las posibilidades de mantenerlo.

La misma vida, la misma sociedad que ahora te busca, te persigue, convirtiendo en culpable a la víctima de esa psicopatía colectiva que nos ha atrapado con feroces garras hasta convertirnos en verdugos de todo lo que camina fuera del ego.

Todos quieren conocerte, saber quién eres y qué impulsos te movieron a tomar el camino del drama eterno, lanzando sobre ti una lluvia de flechas, de interrogantes cuyas respuestas están en ellos, en todos nosotros, culpables del peso de tu decisión.

Hemos visto el rostro de tu criatura levemente desfigurado por un falso pudor mediático vendido a ese gran circo romano en el que tú y él habéis sido los desvalidos cristianos y todos nosotros, expectantes televidentes ávidos de basura mediática para colocar hacia abajo nuestro pulgar.

Nosotros ya tenemos nuestra dosis diaria de carnaza. Estamos satisfechos, saciados. Y tú, a ti te imagino satisfecha con la decisión más dolorosa de tu vida, pero al mismo tiempo la que ha servido para asegurar el futuro a aquello que más has querido nunca. Orgullosa entre llantos por haberte convertido en culpable para siempre, tan sólo para que tu hijo siga siendo inocente. A ti, sólo a ti: gracias en su nombre y enhorabuena en el mío. Heroína anónima.

Tabernas Vegas



Estamos en crisis. Y como estamos en crisis, cada día más, cualquier cosa que suponga un mínimo atisbo para crear valor, riqueza y empleo me parece bien. Bueno venga; diremos casi cualquier cosa, que hay gente muy mala.

En éstas he escuchado algún que otro debate sobre el proyecto de ‘Euro-Vegas’ en España, más concretamente en Madrid o Barcelona. Y en esos sesudos y profundos debates, he escuchado razonamientos tan bien estructurados y lógicos como que el proyecto en cuestión va a fomentar la prostitución, el alcoholismo, la adicción al juego y que además el fulano que no sé por qué demonios se le ha metido en la cabeza poner tal negocio en España nos va a pedir que cambiemos la ley laboral y que los niños de cuatro años puedan entrar en los casinos.

Estas cosas las suelen decir, será casualidad, tipos que viven del erario público, de los sindicatos, de las universidades o de nuestro desmesurado organigrama funcionarial; vamos, gente que ha tenido la suerte de que sus puestos de trabajo no dependen de la crisis, de los mercados o de ningún intangible que vaya y venga.

Poco les importa, a estos benefactores del bien común, el que el proyecto vaya a generar decenas o centenas de miles de puestos de trabajo, entre directos e indirectos; no parece importarles que alrededor de esa ciudad del juego se vayan a generar cientos de empresas, que el municipio agraciado vaya a multiplicar por muchos enteros su PIB medio y que la industria turística española vaya a cambiar de manera importante gracias a la inversión de este reyezuelo del juego.

Les voy a dar una idea, a todos éstos a los que les parece un sacrilegio colocar este gran centro del ocio en Madrid y en Barcelona. No sé qué pensará usted, pero en Almería tenemos terreno de sobra, qué se yo, en Níjar, en La Mojonera, en Los Gallardos o en Tabernas, para convertirnos en Las Vegas europea. Y si ello fomenta la prostitución, el alcoholismo o la adicción al juego, situaciones que seguramente serían nuevas en nuestro entorno, luego ya vemos qué hacemos.

domingo, 6 de mayo de 2012


Sueños de chocolate y de polvo rojo



No suele pasarme muy a menudo, pero el otro día tuve una idea. Medio despierté, medio en sueños, vi la cantidad de favores al interés general que se podrían practicar si lográramos ‘distraer’ a sus legítimos propietarios determinados bienes en nuestra querida ciudad de Almería. Se me ocurrió, por ejemplo, cómo podríamos convertir El Zapillo en un gran parque marítimo-terrestre-sostenible-que-te-rilas, si lográramos echar abajo el maldito ‘sky-line’ de pacotilla formado por las torres que jalonan nuestra playa más urbana. Vi, también entre ensoñaciones, cómo podría quedar de bonito y amplio el Parque Nicolás Salmerón, si tuviéramos ‘güevos’ de derribar esa otra línea de casas de alta talla que lo acompañan en su vertiente Norte. Qué decir de los sensacionales comedores sociales que nos quedaría en los locales de determinados bares o restaurantes que no mencionaré por respeto precisamente a sus dueños.

Me despertó la cruda realidad. La realidad de que todas esas propiedades son privadas, pertenecen a unos seres, probablemente humanos, que han pagado ingentes cantidades de dinero por ellas, basándose en unas leyes que, en tal acto, les aseguraban unos derechos sobre las mismas. Se preguntará usted si he consumido recientemente algún producto alucinógeno o estupefaciente. La respuesta es no, a no ser que por tal cosa entendamos la lectura de determinados grupos en redes sociales, que en estos días juguetean con la absurda posibilidad de imponer a determinados propietarios de terreno lo que han de hacer con el mismo.

Pretenden estos señores, ‘salvar’ al mítico Toblerone, ese augusto y nunca bien ponderado monumento, qué digo, monumentazo que, sin embargo, nos ha pasado desapercibido durante décadas y ahora se ha erigido en protagonista de la actualidad paisana de plástico y silicona, justo cuando, después de décadas de propiedad, sus dueños han obtenido la autorización para cargárselo. En él se proyectan ahora las olvidadas ideas de parques, centros vecinales, palacios de congresos y otras ferias varias, de las que antes extrañamente nunca habíamos tenido noticia, tal como si se las hubiera tragado alguna de esas extrañas criaturas del programa de Íker Jiménez.

El tema es que no hay tema, señores. El tema es que estamos hablando de un terreno privado, que unos tipos compraron un día, con la esperanza de poder obtener beneficios como hacemos todos en este perro mundo con lo que podemos y que harán con él lo que consideren mejor para sus intereses. Y el tema es que, aunque todos estuviéramos de acuerdo y además estos señores accedieran a desprenderse de esa muestra del polvoriento y rojizo arte, los almerienses no tendríamos pasta ni para comprarlo ni para hacer allí ningún centro cultural. Por cierto, para este fin me permito sugerir la Estación del Tren, que está cerca y no hay que pagarle a nadie por ella. Claro que ello no generaría el mismo debate ‘mata-aburrimientos’ que el magno Toblerone, sin el cual nos quedaremos como yo me quedé sin abuelas.

Al final me harán monárquico



He oído, en estas semanas, que el rey debía pedir perdón por haber usado parte de sus vacaciones en ir a cazar fuera de España. Aunque ha pasado el tiempo, aún no podría decir, a ciencia cierta, si ese viaje lo pagó el rey, si lo hizo con dinero de todos con el de su propio sueldo, si se lo pagó un amigo o un empresario avispado en busca de prebendas.

Tampoco he recibido mucha información acerca de lo que supone la caza para un país como Botsuana, el escenario del episodio en cuestión, pero sí manejo algunos datos que hacen pensar que se trata de una de los segmentos de mayor peso en la actividad económica del país en cuestión. Acaso suficiente para regalar el viaje a algún jefe de estado dispuesto a colaborar en la difusión de esos valores turísticos en una zona del mundo en la que no sobran los recursos.

En cualquier caso, pasan las semanas y reconozco que yo sigo estando falto de información, aunque a juzgar por la que tengo sobre la mesa, no veo el delito, la falta legal o ética o el fallo por el que pedir perdón por ningún lado. Estamos en crisis, sí; y en ese estado, durante la Semana Santa han sido millones los españoles que, en la medida de sus posibilidades, han cogido los bártulos y han aprovechado para tomar un respiro. Dichosos ellos.

No tanto así están otros muchos, que han exigido una disculpa al monarca, que lo han acusado de inoportuno a la hora de tomar parte de sus vacaciones, de asesino por cazar elefantes y que, además, han aprovechado que el Pisuerga pasaba por Valladolid para pedir un referéndum sobre el sistema de Estado, éste que nos ha llevado a la etapa más larga de estabilidad democrática que se recuerda y a transitar de la dictadura militar al sistema libre de elección democrática.

El rey caza, señores, caza. Caza y monta en barco y posiblemente en moto. Y es probable que le gusten los pasteles de chocolate, la cerveza negra y las mujeres guapas. Es humano, el tal Juan Carlos; y cuanto antes lo comprendamos todos, mejor comprenderemos lo que significa la monarquía, que no supone que sus depositarios sean dioses venidos de otro mundo, sin pecado ni vicios. 

Sinceramente, me parece que el debate sobre el sistema de Estado, como todos, debe estar abierto; pero si la elección es monarquía, bien harían quienes no comulguen con ella en cuidar el grado de ridiculez de sus asertos, porque al final lo que consiguen es que un tipo que cree en la meritocracia y en la igualdad de oportunidades como yo, al que no le cabe mucho en su ideario un sistema en el que los cargos pasan de mano en mano por razón de apellidos y no de preparación, se plantee si no es mejor una monarquía que un sistema en el que se digan tantas estupideces por metro cuadrado. A ver si al final me van a convertir en monárquico.