domingo, 24 de octubre de 2010

To enjoy, destroy

No sé lo que pasaba por la diminuta mente del cabestro que lo escribió sobre uno de los muros que adornan nuestra ciudad; ni sé qué es de su vida, ni por qué no encuentra mejor cosa que hacer. Lo único que sé de él es que hace que usted y yo nos gastemos mucho dinero al año en reparar lo que él y sus estúpidos amigos destrozan cada día en nuestra ciudad. Ah, y que sabe inglés; también sé de él que sabe inglés.
El melón que escribió esto de ‘to enjoy, destroy’ (para disfrutar, destroza) en una trágica y absurda intentona anglo-poética sobre una de las paredes encaladas que separan El Tagarete y Ciudad Jardín de las vías del tren, se creerá muy gracioso, el muy tarugo.
Soy un convenido de la inconveniencia del insulto gratuito, entre otras cosas porque suele ser la demostración más palpable de la incapacidad para razonar. Pero me permitirá usted que descargue mi ira verbal (ni no me lo permite, acaso sea mejor que vaya dejando de leer en este punto, vayamos a soponcios) sobre estos modernos del antisistema, vagos redomados entregados en fruición al placer de no hacer nada, como método de protesta contra una sociedad que no les ha regalado nada; como no nos lo ha regalado a casi nadie.
Y me lo permitirá sobre todo ahora que aún está fresco el cadáver de una niña que, en Níjar ha perdido la vida, posiblemente porque alguno de estos chistosos de la destrucción pública no tenía otra cosa mejor que hacer que desatornillar un instrumento para el ejercicio público, que el Ayuntamiento había colocado para que sus mayores pudieran practicar deporte moderado en la calle y sin coste.
Desde ese día he escuchado alguna barbaridad, como la de intentar hacer responsable al Ayuntamiento de la trágica gracieta del subnormal de turno que perpetró el acto vandálico (sería bueno que los políticos, de uno y otro bando, y sus adláteres, se enteraran de que debe haber un límite para convertir en política todo lo que crean que les puede proporcionar votos), pero he leído poco sobre las dimensiones que están alcanzando este tipo de actos contra el patrimonio público y común, es decir, de todos, también de usted y mío.
Desde hace mucho tiempo, he visto contenedores quemados, jardines destrozados, plantas arrancadas (una vez escuché críticas contra cierto concejal que lo denunciaba públicamente), paredes pintarrajeadas con frases que escarnan escaso coeficiente intelectual (nadie vea intención de incluir aquí a los artistas del graffiti, que lejos de destrozar, adornan nuestras paredes) y todo tipo de atentados contra mi patrimonio, que es el de usted y el de todos.
Y al mismo tiempo, sigo percibiendo una sociedad no ya inmóvil y consentidora, sino que incluso a veces justificadora de tales despropósitos. Es aquello de ‘escupir hacia arriba’ elevado a la máxima potencia. Los ceporros que se dedican a destrozarlo todo todavía no han encontrado lugar, en sus vacías cabezas, para entender que lo que destrozan son sus propias pertenencias, es decir, que están haciendo pedazos su propia vida; sus propiedades, pero también su cultura y el puente que les puede reconciliar con el ser humano, al que ellos tanto parecen odiar, pero que es, sin duda, lo único que les puede salvar de la autodestrucción.
Pero si ellos no lo entienden, ya está bien de que los demás los miremos con miedo, indiferencia o comprensión. Ya está bien de que nos ataquen. Reaccionemos de una vez contra quienes empezaron por destrozar lo nuestro y ahora incluso llegan a segar las vidas de nuestros hijos. Repito. Ya basta, por nuestro bien y el suyo.