Discapacidad
El pasado viernes, mis amigos de
la FAAM me otorgaron un galardón en reconocimiento a determinados trabajos que
ellos entienden que han ido en beneficio de la integración de las personas con
discapacidad. Como dije en el momento de recibirlo, lo primero es, lógicamente,
agradecerlo.
Pero agradecer no sólo el premio,
sino el aprendizaje, el enriquecimiento y las vivencias que he experimentado
cada vez que me he aproximado al mundo de la discapacidad. Cuando compartí
piscina con Carlitos Tejada, un ejemplo de superación y de alegría de vivir;
cuando he podido trabajar sobre la historia de David García Del Valle, imagen
del tesón y del trabajo en pos de un objetivo; cuando he compartido vecindad
con los chicos de El Saliente, que me descubrieron lo que es la vida en sí; las
experiencias con Willy Márquez, que me ha enseñado lo que de verdad es mi
deporte; y con mi amigo Antonio Sánchez de Amo, un torrente de energía y
vitalidad con disfraz de templanza y razonamiento; y ahora, que he conocido a
esa bellísima persona que se llama María Jesús, adalid de lo que debe ser un
gestor, un organizador, un ‘ordenador’ con toda las ganas de vivir cada momento
de esta ‘maravillosa vida’, como ella misma dice.
Adjudicar a cualquiera de ellos
el calificativo de ‘personas con discapacidad’ no deja de ser una ironía.
¿Discapacidad de qué? Pues depende. También dije, el viernes, que todos somos
discapacitados y que tan sólo depende de en qué ámbito, en qué hábitat nos ‘suelten’.
Uno es duro de mollera y le cuesta
aprender. Esto de la relatividad de la discapacidad lo aprendí este mismo año,
el día que me tiré a la piscina con Tejada. Cuando el loco genial Sánchez de
Amo me lo propuso, me reí: yo ya sabía que en la piscina, el torpe iba a ser
yo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que su discapacidad
intelectual, aderezada con horas de entrenamiento en la piscina, fuera
suficiente para que un discapacitado natatorio como yo le plantara cara.
Sin embargo fue ese día cuando
comprendí la amplitud del término discapacidad y llegué a esta conclusión de la
universalidad de la discapacidad y su relatividad en cuanto a ámbitos, hábitat
y tareas. Tras aquella experiencia, ¿quién aportó más a quién? ¿Quién debe
estar agradecido? ¿A quién habría que dar el premio?
Lo que está claro es que el
galardón recibido es una evidencia del trabajo que queda por hacer, ya que mi
pobre aportación a la causa ha servido para que gentes muy grandes, personas
que merecen galardones y reconocimientos a diario, se acuerden de uno por tan
poco.
Decía yo el viernes que si mi
escaso mérito ha recibido tan grande premio, debe haber mucha gente que no está
aportando nada. Y eso sí me preocupa. Me preocupa porque queda mucho por hacer
y porque yo, y probablemente usted que está ahí leyendo, hacemos muy poco en
una causa tan necesaria como la de procurar que estas personas a las que tan
inconscientemente adjudicamos el apelativo de ‘con discapacidad’ tengan una
vida normalizada y, sobre todo, en la que reine el concepto básico de la justicia
y la vida: el de la igualdad de oportunidades.
No sé cómo voy a pagar esto, pero
es evidente que, desde el viernes y desde antes del viernes, estoy en deuda con
vosotros, amigos. Es obvio que os la debo. Y sólo espero tener la fuerza
suficiente y la capacidad de dejar a un lado ese afán por las cosas pequeñas,
para poder devolverla aunque sólo sea en una parte.
Llevo muchos años repitiendo que
‘lo urgente nunca debe sustituir a lo importante’. Y no hay manera, oyes, que
me cuesta enterarme de qué es lo verdaderamente importante.
Qué bonito, qué bonito ...!!!! A ver si tienes lo que hay que tener para adoptar una criatura con una profundísima discapacidad. Hablamos de los políticos; a algunos periodistas os gustan más las fotos y los premios que a ellos. Si don Jaime Campmay levantara la cabeza....
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